Empecé a escribir buscando respuestas y termino sin ellas.
Xesús Fraga, Virtudes (y misterios)
Querido Mateo,
Te decía en la primera de ellas, hace ya algunos meses, que uno de los objetivos de estas cartas era hacerte partícipe de cosas de familia así como del mundo que la rodea, recuerdos y acontecimientos que me parezcan importantes, para tratar de conservarlos y que lleguen hasta ti en el mejor estado de conservación posible: una ventana abierta para que puedas ver desde tu propia realidad cómo fueron las que otros experimentamos antes. También he compartido contigo, en entregas posteriores, nombres de autores y libros que me parecen especiales por diversos motivos: clásicos inmortales, otros que tal vez estén en camino de serlo y, muchos, por conmoverte de un modo especial, que no resulta sencillo de explicar en términos concretos.
Hoy me gustaría tocar un tema que combina la parte más literaria y la más personal de estas cartas: se trata de un libro, Virtudes (y misterios), publicado por el periodista Xesús Fraga. En él se aborda la historia de buena parte de la familia del autor, poniendo el foco en su abuela materna, emigrante en Londres más o menos cien años antes de que tú llegues a leer estas líneas; en su abuelo materno, emigrante en Venezuela y personaje enigmático en la historia de la saga; en la hija de ambos y su marido, quienes pasaron también gran parte de su vida en Londres, teniendo allí a su hijo, el hoy autor del libro. Así, la narración repasa las vidas de estos personajes y de otros miembros de la familia, deslizando con bastante rigor, pero también de forma hábil y muy amena, numerosos datos sobre la vida cotidiana de aquellas décadas, ya alejadas de este presente en el que te escribo.
En este caso, sí que me resultó fácil entender el efecto conmovedor que el libro ejercía, al menos sobre mí, llevándome a avanzar a lo largo de sus páginas: por el tipo de situaciones que se describen, en muchas ocasiones creía estar repasando aventuras y no pocas desventuras que muy bien podrían corresponderse con la vida de las generaciones anteriores de nuestra propia familia, Mateo. La emigración, la lucha diaria por la mera supervivencia en un entorno complicado, con escasas oportunidades de acceder a una educación que permitiese a alguna generación posterior escapar de una rueda en virtud de la cual, casi como en la Edad Media, uno iba heredando, para legar más adelante, por todo patrimonio, una ocupación con poco presente y ningún futuro junto a la interminable sucesión de problemas, más o menos nuevos, pero unidos siempre a una misma vieja miseria.
Le decía al autor, a modo de merecido elogio, que cambiaría toda la ficción que yo pueda llegar a idear por describir mi propia historia familiar con tanta precisión, estilo y bien enfocado sentimiento como él despliega en su elegante crónica. Pensarás que exagero, claro, que no querría renunciar por las buenas al deseo, quizás mágico o ingenuo, de encontrar un estilo propio, esa voz definida y reconocible de la que te hablaba en otra ocasión: los primeros acordes de guitarra que mueven al público a aplaudir el comienzo de una canción.
No sería un sacrificio fácil, pero te garantizo que lo afrontaría con gusto si consiguiese así ofrecer un tributo a esas generaciones que nos han traído hasta aquí a base de su esfuerzo constante. A esas personas que, con inusitada visión de futuro, pusieron los medios necesarios para ofrecernos una educación gracias a la cual hoy estoy, por ejemplo, en disposición de unir, con mayor o menor acierto, estas frases que ahora te envío. Palabras con las que intento describir ese tiempo de tus abuelos, de sus padres, un mundo frío y duro por el que ellos transitaron a pie durante años, sin un teléfono, sin televisión, sin internet ni servicio a domicilio… Sin Netflix.
Un mundo donde, realmente, no tenían casi de nada. Como el que vio nacer a tu abuela, en 1940, poco después del fin de la guerra civil en el país, y donde no había forma de conseguir unos zapatos, una bolsa donde guardar algo o un simple trapo de cocina. Una época donde los bebés de la casa eran alimentados con la leche de una cabra cuidada por todos como un tesoro, y donde se hacían asomar las patatas para arrancarles algunos pedazos antes de enterrarlas de nuevo. Imagina ese momento, Mateo.
Un mundo donde tu abuelo comenzó a trabajar en una farmacia siendo apenas un niño, por suerte ya con destreza suficiente como para expresarse sin faltas de ortografía, a diferencia de tu abuela, que no pudo aprender a escribir bien cuatro palabras seguidas, cuidando desde mucho antes de la adolescencia de niños que eran apenas uno o dos años menores que ella. Y todavía mucho mejor que mi propia abuela, quien sencillamente nunca supo leer ni escribir y debía formalizar cualquier trámite aplicando su huella dactilar junto al propio nombre, que alguien escribía por ella.
Frente a ese mundo de ayer, que me han descrito testigos directos, y frente al de hoy, que yo tuve la suerte o la desgracia de conocer, me muevo desde hace algunos años, Mateo, por otro que ya es, al menos para mí, el mundo de mañana. Uno donde las preocupaciones parecen centradas en grabar vídeos absurdos, bailando al son del último éxito musical, o ejecutando el “reto” de moda; donde muchos miles de personas se congregan, a diario, ante una pantalla para escuchar a un joven de barba narrando una carrera de canicas de colores, o un concurso de bofetadas; un mundo donde las compañías que gestionan éstos y otros negocios de apariencia inocente, con la excusa de proporcionar el narcótico disfrute de un ocio perpetuo, recopilan, categorizan y venden los datos que sus usuarios ceden para poder recibir recomendaciones personalizadas, sugerencias que un complejo sistema hace en base al análisis de sus conductas y preferencias. Sin pararse a pensar que, tal vez a no mucho tardar, compren lo que no necesitan, hablen con quien no conocen, y discutan de temas de los que no tienen ni la más remota idea, simplemente porque hay una máquina que les dice que lo hagan, tras haberlos guiado en esa dirección durante años, llegando finalmente a vivir conforme al dictado de enrevesados algoritmos a los que, sin saberlo, vendieron sus pequeñas almas cuando aceptaron los términos y condiciones de ese, cuando menos inquietante, mundo de mañana.
Sólo quería decirte que, aunque tu padre no consiga escribir el de nuestra familia, en otras obras como las que hoy te comento podrás llegar a conocer su historia y su tiempo de forma muy aproximada. Al igual que el autor de la cita, yo también termino sin respuestas que ofrecerte, Mateo, pero confío en que éste y los demás libros que te acompañen sean de ayuda para formular las preguntas que necesites.
Muchos besos,
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