Las campañas de Marruecos, que se extendieron durante casi dos décadas, entre 1909 y 1927, marcaron indeleblemente la historia de España durante el siglo XX. Miles de soldados españoles hubieron de combatir en durísimas condiciones en las abruptas regiones del norte del Magreb, el Rif, en un rosario de intermitentes operaciones y choques que incluyeron horribles desastres, como el del barranco del Lobo o el de Annual, del que se cumplen ahora cien años.
Hablamos con Daniel Macías, doctor en Historia Contemporánea y profesor en la Universidad de Cantabria. Autor de numerosos libros, artículos en revistas científicas y manuales, es responsable de la edición y coordinación del magnífico A cien años de Annual: La guerra de Marruecos, que acaba de publicar Desperta Ferro.
—¿Qué fue realmente Annual: batalla, desastre, derrota…?
—Annual fue una matanza. Algunos piensan en Annual como una batalla, pero eso no es correcto; fue la consecuencia de una serie de terribles fallos estructurales.
—¿Fallos estructurales?
—Sí. Mira, por resumir muchísimo y a grandes rasgos, tendríamos que empezar por recordar que el Gobierno de Madrid no quería implicarse mucho, porque Marruecos era una carga tremenda, tan impopular que el pueblo realmente sentía aquel conflicto como algo ajeno y muy lejano, y no quería combatir en Marruecos. Por su parte, el ejército de la época tenía problemas estructurales también: demasiados oficiales, demasiado personal, soldados muy poco instruidos, déficit de material… Los fusiles, por ejemplo, eran muy buenos, pero los soldados no tenían apenas dotación de cartuchos y había muy poco campo de tiro. Tampoco la economía española de aquel momento estaba para tirar cohetes. En fin, esos son los estructurales, que no son pocos, pero ahora añadamos los coyunturales, en los que no podemos dejar de recordar el papel de Fernández Silvestre, un general que, en versión muy resumida, gozaba de una prestigiosa carrera como militar.
—“Por cojones”, ¿no?
—Exacto, exacto. Fernández Silvestre está muy vinculado a esa frase que siempre decía y que, creo, define a la manera española todo aquello: “Por cojones”. Era el arquetipo de soldado con mucho éxito, un héroe de guerra cuya fama ganó la confianza y lealtad de sus hombres, que en aquel momento le siguieron ciegamente. Él los hizo avanzar como nunca antes, conduciéndolos más allá del límite de lo que en aquel momento era militarmente razonable. A ese avance suicida se suman una serie de fallos imposibles de resumir aquí, que acaban conduciendo a dos derrotas verdaderamente trágicas, por lo que el día 22 se ordena retirada de manera inesperada; tanto, que pilla por sorpresa incluso a sus propios oficiales. En ese momento los rifeños, que están rodeando la posición, se les echan encima literalmente y con mucha fiereza. Imagina, para un nativo de entonces, lo que suponía hacerse con todos aquellos fusiles modernos. O poder capturar otro cañón. Era El Dorado. Y por si esto fuera poco, viendo la desbandada y el caos, las cabilas se levantan aprovechando el caótico momento y no precisamente para tender un puente de plata al enemigo que huye; más bien todo lo contrario, se abalanzaron como fieras sobre los soldados, porque había muchas ofensas (reales o imaginarias) que vengar.
—Y comienza la matanza.
—Pero no fue una matanza sistemática, sino errática. Todo era muy caótico, y si por allí pasaba un soldado español y se cruzaba con un harka rifeño era perseguido para robarle y darle muerte. Y así, con la confusión de entonces, que se extiende también a las fuentes documentales, se supone que los cinco mil soldados que estaban en Annual se van retirando como buenamente pueden. Algunos entran en posiciones intermedias, otros huyen, otros mueren y otros son capturados; y en poco más de quince días asistimos a un panorama desastroso: posiciones sitiadas, como los soldados de Monte Ruiz con el general Navarro, ejecutados al completo, y posiciones aisladas por el enemigo con la complicidad traidora de los marroquíes que se suponía que luchaban de parte de los españoles.
—Realmente un desastre.
—Un desastre absoluto. Annual, como te decía antes, no es una batalla, sino una retirada desordenada en la que se dan actos de todo tipo: de extrema villanía o cobardía —y eso es lo que menos le gusta oír a la gente, pero es que fue así— y junto a éstos también actos de valentía o de supervivencia, como el hecho de que algunos soldados intentaron montar guerrillas volantes para defender a sus compañeros en la retirada.
—Y actos heroicos, como el del regimiento Alcántara.
—Efectivamente, la caballería de Alcántara carga hasta que se queda sin nada, hasta ser aniquilados completamente mientras defienden a sus compañeros. Y ojo, no podemos olvidar que España estaba allí para proteger; es decir, aquello era un “protectorado”, que dentro del colonialismo era un grado menor, cuya finalidad no era otra que la de “llevar la civilización” al norte de África. No estábamos en guerra contra Marruecos; el sultán de Marruecos permitió la entrada a Francia y España para su protección, con la máxima de que los que se resistiesen a España se estaban resistiendo al propio sultán.
—¿Qué ha supuesto para ti este proyecto, poder coordinar a ese plantel de historiadores en este libro?
—Digamos que ha sido un gran reto, porque realmente coordinar a catorce especialistas es complicado. Algunos de ellos, los militares, demostraron en el trabajo su carácter disciplinado, y eso compensó, de alguna manera, la aportación de los civiles, que lo somos mucho menos (risas). Homogeneizar todos estos temas en voces y estilos diferentes ha sido un hermoso reto y un privilegio en lo profesional, pues los autores que integran esta publicación constituyen hoy lo más granado del panorama en historia militar, politología y relaciones internacionales.
—¿Cuál fue el criterio de elección de los autores?
—Desde el principio se intentó establecer un plantel equilibrado de voces diferentes, pues la batalla de Annual es muy compleja y las campañas en Marruecos aún más. Buscamos una diversidad de estudios que, unificados, fuesen capaces de arrojar luz en los rincones más oscuros del conocimiento de esa parte de nuestra historia que todavía hoy tiene mucho misterio, pues sigue habiendo incógnitas sin resolver.
—Ahí vamos. ¿Por qué crees que se conoce tan mal ya no solo Annual, sino la historia de las campañas de Marruecos?
—Es curioso, porque las campañas de Marruecos son un fenómeno histórico de larga duración, desde 1909 a 1927, y esos son muchos años, casi dos décadas. Realmente, el primer cuarto del siglo XX está marcado por los conflictos de Marruecos, y las influencias de estas campañas serán muy duraderas, desbordando, incluso, el contexto africano. En la versión corta, mi opinión es que la Guerra Civil Española eclipsó aquella etapa. Ese conflicto fratricida, con el nivel de violencia que tuvo, deslumbró a los historiadores y se volcó con posterioridad en escritores, historiadores y periodistas, y a la vista está que todavía continúa. El trauma de la Guerra Civil oscureció el trauma de las campañas de África, alejándolas de las generaciones posteriores.
—Afortunadamente, todavía quedan retazos visibles de esa memoria, al menos hasta que empiecen a cambiar también esos nombres
—Desde luego, y tal y como está el panorama no creo que se libren. A nivel institucional sí hay mucho recuerdo de aquel momento histórico en nuestro país; el barrio de Tetuán de las Victorias en Madrid, la calle Tetuán en Sevilla o Santander, la plaza de Tetuán y la calle Wad-Ras en Barcelona, la plaza de Tetuán en Valencia… Sí, hay muchos guiños institucionales en la geografía española, y sin embargo, a nivel popular, la Guerra Civil se ha comido el protagonismo.
—Annual fue una bisagra entre el final del colonialismo y el comienzo de una nueva etapa que enlaza directamente con la Guerra Civil. Como historiador especialista en el tema y ahora también como editor, ¿qué carencias bibliográficas ves sobre esta etapa de nuestra historia?
—Es interesante eso que dices, porque la relación y memoria histórica de España con su última colonia, Cuba, fue duradera. Mi abuela, santanderina, era de origen cubano, rubia y con los ojos azules, pero nacida allí. Y es que la relación con la zona portuaria del norte de España fue intensa y fructífera, y efectivamente, de Cuba nos acordamos. El desastre del 98 estará íntimamente ligado a África. De hecho, los soldados que lucharon en Cuba y en Filipinas serán los mismos que luego marchen a África a las campañas de Marruecos, lo cual es significativo, al igual que lo es el hecho de que los supervivientes volverán a combatir poco después en la Guerra Civil. De todo eso me preguntas si existe una bibliografía suficiente. Bueno, a nivel histórico sí, con lagunas, claro, pero en los últimos años han ido surgiendo grandes investigaciones en muchos aspectos importantes de las campañas.
El joven historiador se queda pensativo. Sonríe, y reconozco, tal vez, algún aire aristócrata y habanero en sus ojos claros. Continúa entusiasta, reflexionando sobre aquello al otro lado de la pantalla del portátil.
Yo creo que la pregunta sería: ¿hay publicaciones históricas adaptadas al gran público? Pues ahí flojea la historia, y las únicas que han aparecido que puedan tener un carácter, digamos, divulgativo, lo que han hecho es enlazar la guerra colonial con la Guerra Civil, que es algo que está muy bien como teoría, pero quizás carezca de cierto rigor.
—¿Recuerdas alguno de esos libros?
—Por supuesto, y además los leí con agrado. Hay un libro muy bueno de Sebastián Balfour, Abrazo mortal, subtitulado De la guerra colonial a la Guerra Civil, y fíjate, ya en el título deja claro que el enlace es ese. Otro que ha tenido bastante repercusión ha sido La guerra que vino de África, de Gustau Nerín, también en la misma línea de discurso. Se trata de autores que proceden del círculo de Cañada Blanch, muy vinculados también a Paul Preston. Sus aportaciones son tremendamente valiosas, pero yo creo que sería muy conveniente analizar las campañas de Marruecos en sí mismas como acontecimiento histórico de referencia. En ese punto no existe una buena bibliografía accesible al gran público.
—¿Qué aporta este libro al lector?
—Este libro nace con el objetivo de presentar una visión general de las campañas. Es un libro coral, y por tanto no está exento de inconvenientes, pero también tiene una enorme ventaja, que es la gran potencia de aunar diferentes voces capaces de proyectar en el lector unos temas que se pueden leer de manera autónoma, casi como pequeños relatos narrados con independencia y rigor. Al mismo tiempo, estas miradas se hallan integradas en un conjunto que ofrece una lectura completa y accesible de las complejas campañas de África. También deseo destacar que este libro está realizado sin sesgo ideológico, con profesionalidad y seriedad, pues en todo momento he sido muy consciente de que esta parte de la historia de España sigue levantando peligrosas ampollas.
—¿Esa intención de acercamiento al gran público es lo que os ha hecho contar con la participación, entre tantos historiadores y especialistas, del novelista Lorenzo Silva?
—Sí, desde luego. Poder contar con Lorenzo Silva ha sido magnífico, porque sin duda alguna son las novelas históricas las que siguen despertando el interés del público por un determinado tema. Por ejemplo —y esto ya lo he dicho con anterioridad en otras entrevistas, no es porque seáis vosotros—, es muy interesante, además de significativo, que la historia de los Tercios de Flandes cuente hoy con los seguidores y la presencia que tiene, y eso es, precisamente, porque Arturo Pérez-Reverte, uno de los novelistas más influyentes dentro y fuera de nuestro país, escribió sobre ello con rigor y amenidad. Las campañas de Marruecos, a excepción de Arturo Barea, carecen de un gran novelista que las haya popularizado. La narrativa es una manera noble, culta, magnífica y popular de despertar en el lector el gusto por la Historia, y por eso elegí a Lorenzo Silva para que colaborase en este libro.
—¿Influyó más, en esa decisión, tu parte de historiador o la de lector?
—Las dos cosas. En su momento leí En el nombre de los nuestros, la novela que Lorenzo Silva escribió sobre Annual, y me entusiasmó como lector. Como historiador me pareció que era impecable en cuanto a documentación, muy rigurosa en el enfoque de la parte histórica. Cuando Desperta Ferro me propuso el proyecto, no dudé en pedir su colaboración.
—Aparte de Arturo Barea y Ramón J. Sender, la película Harka y la obra del pintor Augusto Ferrer-Dalmau, con algunos cuadros de esa temática, como el magnífico La batalla del Gan, no contamos con muchos más autores españoles que hayan tratado este tema.
—Bueno, en realidad, novelas contemporáneas de esa época hay alguna que otra, pero fueron escritas por soldados o exlegionarios, y son novelas de escasa o justa categoría literaria. Ese vacío, en gran medida, es el causante de la ignorancia general de esta parte de nuestra historia.
—Debe de ser que no nos gusta recordar las derrotas…
—No lo sé, no lo tengo muy claro, porque el 98 también fue una derrota y se conoce un poco más…aunque ahora que lo pienso, ¿qué películas se han hecho de ese momento? Que yo recuerde ahora, Los últimos de Filipinas. Y de Cuba, nada.
—Bueno, el 98 cuenta con una generación excepcional de poetas que cantaron la derrota y que se han estudiado, analizado, memorizado en las escuelas, popularizando esa memoria.
—Eso es verdad.
—Hay una parte fundamental en este libro, que es el importante aporte de documentación gráfica.
—Incluso yo creo que es una de las partes más bonitas y emocionantes de todo el trabajo de edición del libro. Cuando recibí el encargo de la editorial, me puse a buscar fotografías para la publicación, porque yo quería que éstas fuesen inéditas. Nunca imaginé, al empezar, la enorme satisfacción que me iba a deparar esa investigación. De hecho, ese es el verdadero trabajo del historiador, y ahí confieso que sentí muy profundamente la trascendencia de mi oficio. Decidí usar las redes sociales, en Facebook hice un llamamiento en un grupo, y tirando por ahí, así como de otros contactos, conseguimos reconstruir pequeños trozos de historias familiares que ya nunca se van a perder. La gente me empezó a enviar las fotos, acompañándolas de las historias y cartas enviadas desde Annual, o documentos personales de los soldados (padres, abuelos, maridos) que aparecían en ellas, y era tal la calidad de los testimonios que decidimos que todo eso debía estar también en este libro, acompañando a las fotografías.
—¿Hay alguna historia que te haya emocionado especialmente?
—Debo decir que, siendo un historiador militar como soy, estoy acostumbrado a leer y estudiar las salvajadas de la guerra. Sin embargo, leer algunas de aquellas cartas escritas por chicos tan jóvenes, con sus sueños y sus aspiraciones de regresar a España y que morirían 24 o 48 horas después, reconozco que me impactó muchísimo. La nieta de uno de ellos me llamó para agradecerme aquel gesto de recuperación de un trozo de su propia memoria, y me dijo algo que jamás olvidaré: que, gracias a este libro, había podido comprender con claridad la muerte de su abuelo, sintiéndose profundamente orgullosa de él y también de nosotros, pues de alguna manera, con este libro, habíamos conseguido salvarlo del olvido. Eso, de verdad, me impactó mucho. Creo que es para este tipo de cosas para lo que tiene que servir también la reconstrucción y divulgación de nuestra Historia.
—En el libro se cuentan las pequeñas historias, pero también la vida cotidiana.
—Sí, efectivamente. Yo mismo escribí ese capítulo porque quería que este libro no careciera de humanidad. El libro, como manual de historia, incluye el preámbulo, el Desastre, la reconquista y el final en forma de visiones fragmentadas que se conjuntan finalmente de manera global. Pero, además, yo me empeñé en incluir todas esas microhistorias que son tan potentes y que humanizan y acercan la emoción de la Historia al lector.
—¿Es de lo que te sientes más orgulloso?
—Pues yo diría que sí, pues el trabajo de búsqueda, recepción y catalogación de todo ese enorme trabajo gráfico me ha hecho valorar de otra manera mi trabajo como historiador, ya que los estudiosos de la historia moderna y contemporánea tenemos ingentes cantidades de imágenes, y nos ocurre que nos vemos obligados a recortar por todas partes. Pero en este caso, las historias familiares estaban ocultas, inéditas, y me enorgullece haberlas podido sacar a la luz. En muchos países se han organizado bancos de fotos de acceso libre, alimentados con decenas de miles de imágenes de los diferentes conflictos, pero en el nuestro, que yo sepa, eso no existe. Y creo que todas esas fotografías, imágenes que con el paso de las generaciones y la inevitable desmemoria están condenadas a perderse, deberían ser conservadas. Es una deuda que, como sociedad, tenemos con nuestros muertos, nuestra memoria y con nosotros mismos.
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