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Marilyn Monroe y su último gesto desesperado

Marilyn Monroe y su último gesto desesperado

Charles Chaplin en su creación de Charlot; Audrey Hepburn fumando con la boquilla larga y el collar de Tiffany’s; Alfred Hitchcock mandando guardar silencio con el dedo índice sobre los labios en actitud inquietante… Hay algunas celebridades cuyas imágenes representan por sí solas a toda la gran pantalla. Exactamente igual que si mañana, en plena era digital, nos encontramos en el smartphone una pequeña ilustración que reproduce una bobina de celuloide o un filme perforado de 35 mm. Ya con la calidad de auténticos iconos, si el cursor de nuestro ratón pasa por encima de ellos, todo el mundo sabe que se abrirá un enlace referido al cine. Pero son muy pocas, de entre esas imágenes icónicas, las capaces de trascender la pantalla y representar a todo el siglo XX. Marilyn Monroe es una de ellas.

Si nuestra especie y nuestro planeta llegan tan lejos, dentro de mil años, si se escribiese la historia del siglo XX, ella podría ser la ilustración perfecta a la introducción, al primer capítulo. No solo porque acaso sea la actriz cinematográfica más célebre y el cine fue la manifestación cultural más importante de mi amada centuria pasada —nunca me cansaré de repetirlo—, también porque sintetiza mejor que ninguna otra la seducción de aquel tiempo ya perdido. Fue un símbolo sexual, no cabe duda. Pero de un tiempo y de una sociedad en la que el sexo estaba empezando a dejar de ser pecado. Auténtico heraldo de la revolución sexual a la que asistió Occidente apenas unos años después de su muerte —el suyo fue el desnudo del primer número de la revista Playboy, definir a Marilyn Monroe como un mero sex symbol es una simpleza tan grande como decir que Cleopatra no fue más que una seductora. Son varias las concomitancias que se registran entre la reina egipcia y la de Hollywood. Sin ir más lejos, si damos por cierta la historia de la actriz con John Fitzgerald Kennedy, una y otra amaron a los hombres más poderosos de su tiempo e inspiraron a los artistas venideros.

"Era toda una estrella. Una mujer como solo las dio el amado siglo XX. Pero, al final, se pasaba el día volada"

En fin, se mire por donde se mire, es difícil admitir que una de las mujeres más deseadas de la historia de la humanidad —y de las pocas que representan a toda una época— también fue una mujer maldita. Pero el caso es que lo fue de un modo meridiano. El pasado día uno se cumplieron los noventa y cinco años de su nacimiento. Pero a buen seguro que se conmemora mucho más el sesenta aniversario de su muerte —en circunstancias aún no esclarecidas— en la noche del cuatro al cinco de agosto del año que viene. Con toda la vida que irradiaba su sensualidad —permítaseme la perogrullada de recordar que el sexo es el origen de la vida—, siempre fue una mujer de muerte. Sigue sin aclararse si fue ella misma quien se mató con la ingesta de barbitúricos que le proporcionó el sueño eterno o si hubo alguien más envuelto en el asunto. Lo indiscutible es que, como todos los muertos en la flor de su edad y en la cumbre de la gloria, fue una mujer maldita. Solo tenía treinta y seis años cuando se la llevó la Camarada Seca.

Por otro lado, desde el rodaje de El multimillonario (George Cukor, 1960), al desequilibrio emocional que arrastraba de antiguo fue a sumarse el desorden que presidió su ocaso. Con frecuencia necesitaba hablar telefónicamente con su psiquiatra antes de ir a la cama. Tras colgar, y echarse esas gotitas de Chanel nº5 —que, según aseguraba, era lo único que se ponía entre las sábanas—, barbitúricos y alcohol para dormir. Como el espectro de estos fármacos es tan amplio que va desde la sedación hasta la euforia, la actriz repetía la dieta para aguantar el tirón de la mañana. Era toda una estrella. Una mujer como solo las dio el amado siglo XX. Pero, al final, se pasaba el día volada. Cuando bajaba, inevitablemente, la depresión era tan profunda como elevada había sido la subida. A menudo, los ataques de pánico la imposibilitaban para el trabajo. Y así, hasta el último trance, hasta ese gesto desesperado con el que terminó de dejar claro que era mucho más que esa “rubia” de fabuloso atractivo que la creían. Las pastillas y el alcohol hicieron que Marilyn, además de maldita, fuera una mujer alucinada. De hecho, tras abandonar durante semanas el rodaje de Vidas rebeldes (John Huston, 1961), y luego de separase de Arthur Miller ese mismo año, fue ingresada en un psiquiátrico.

"De vuelta a la filmación, la Fox decidió echarla y rescindir su contrato. Intentaron sustituirla por otras actrices, pero Dean Martin se negó a trabajar con ninguna que no fuera ella"

Si el cuatro de agosto de 1962 la actriz decidió voluntariamente echarse por última vez el Chanel nº 5, como sentenció en un primer momento la justicia estadounidense, en lo del suicidio, también coincidió con Cleopatra. La mordedura de un áspid puso fin a la reina egipcia, una sobredosis de barbitúricos a la estrella norteamericana. Es verdad que sorprenden las analogías existentes entre una y otra. La Fox —su estudio más frecuente—, al borde de la quiebra tras lo desmedida que acabó siendo la filmación de Cleopatra de Joseph L. Mankiewicz —que no se estrenaría hasta 1963 sin dar los beneficios esperados—, confiaba en el éxito que habría de suponer un nuevo filme protagonizado por Marilyn Monroe. Something’s Got to Give habría de ser su título, George Cukor su realizador y el gran Dean Martin su partenaire. Pese a que el estado emocional de la estrella era dramático, la filmación de la que habría debido ser una alegre comedia parecía ir bien. Hasta que en mayo del 62 la estrella se ausentó durante una semana para ir a cantarle el Happy Birthday, Mr. President a John Fitzgerald Kennedy.

De vuelta a la filmación, la Fox decidió echarla y rescindir su contrato. Intentaron sustituirla por otras actrices, pero Dean Martin se negó a trabajar con ninguna que no fuera ella. Aunque el estudio tragó y volvieron a contratarla, Something’s Got to Give no llegó a acabarse. Tras el regreso, Marilyn rodó poco más que los planos correspondientes a la secuencia de su baño, desnuda en la piscina. Nunca le gustó ser la rubia ingenua —su personaje prototípico— ni interpretar comedias. Una y otra vez volvió a las dos cosas.

"Cuando al fin empezó a vivir junto a su progenitora, el nuevo marido de ésta, el padrastro de la futura actriz, que aún era una niña, la violó. Volvió a sufrir este mismo ultraje en su siguiente familia adoptiva"

El gran Truman Capote, tan despiadado con casi todos los notables a los que trató, quiso a Marilyn como a muy pocas personas. El veintiocho de abril de 1955, después de que ella le confesase que nunca se ponía anillos en los dedos porque no quería que se fijasen en sus manos —consideraba que las tenía muy gordas—, el escritor la llevó en un taxi hasta al muelle de South Street (Nueva York). Ella le comentó que le gustaba aquello porque olía “a países lejanos”. Naturalmente, el autor de Desayuno con diamantes (1958) se quedó maravillado ante aquella observación de la que ya era uno de los grandes símbolos sexuales de su tiempo. De aquel encuentro surgió una de las mejores semblanzas, con trazas de entrevista, de Capote: Una adorable criatura. El final es conmovedor. Ella quiere saber qué diría él si alguien le preguntara cómo era Marilyn Monroe. Capote le responde que diría que era «una adorable criatura». Pero ella ya se aleja y no le oye.

Nacida en Los Ángeles en 1926 con el nombre de Norma Jean Mortenson, puede que toda esa feminidad que rezumaba deliberadamente fuera una búsqueda desesperada de un cariño que le negó hasta su madre, quien —recién separada de su padre— la dio en adopción, siendo aún un bebé, por problemas económicos y emocionales. Pero tampoco debieron de quererla mucho las distintas familias que la adoptaron. Cuando al fin empezó a vivir junto a su progenitora, el nuevo marido de ésta, el padrastro de la futura actriz, que aún era una niña, la violó. Volvió a sufrir este mismo ultraje en su siguiente familia adoptiva. En esta segunda ocasión su agresor fue su hermanastro mayor. El futuro mito solo tenía doce años.

Así las cosas, no es de extrañar que, para dejarse de familias adoptivas en 1941, decidiese contraer matrimonio con James E. Dougherty, un policía de Los Ángeles de veintiún años. Marilyn solo tenía dieciséis. Empleada durante la guerra en una fábrica de municiones, en 1944, una fotografía aparecida en Yank, the Army Weekly, que la mostraba en su trabajo, fue el comienzo de su carrera.

"Pero la actriz no quería ser esa rubia que preferían los caballeros, pese a que, puesta a ello, lo fuera como nadie"

Contratada por la Twentieth Century Fox en 1946, tras su primer divorcio, los primeros títulos de crédito en los que apareció fueron los de Amor en conserva (David Miller, 1949), una comedia al servicio de los hermanos Marx producida por United Artists. Llamó por primera vez la atención de la crítica con su creación de la Angela Phinlay de La jungla de asfalto (John Huston, 1950). Suele admirársela en sus grandes papeles a las órdenes de Billy Wilder —la vecina de La tentación vive arriba (1955), la Sugar Kane de Con faldas y a lo loco (1959)—, pero los personajes que incorporó a las órdenes de Huston estaban mucho más cerca de la verdadera Marilyn. De hecho, la Roslyn de Vidas rebeldes, la chica destrozada que vaga junto a los cowboys de rodeo en rodeo y llora cuando estos echan el lazo a los caballos, es el personaje más representativo de su personalidad desequilibrada. El propio Huston reconoció que la actriz no llevó a cabo interpretación alguna para darle vida, era ella misma la que el tomavistas retrataba. Por el contrario, para Wilder, “Marilyn Monroe era impuntual, problemática y nunca se sabía los diálogos. Por el contrario, mi tía Minnie siempre llegaría a su hora, memorizaría el guion al dedillo y no daría problemas en el rodaje, pero ¿quién iba a pagar por ver a mi tía Minnie?”.

Ya era una estrella cuando, quizás tras lo desafortunada que debió de ser para ella la colaboración con Wilder, decidió revalidarse como actriz —o algo parecido— matriculándose en el Actor’s Studio de Lee Strasberg. Eso fue en 1955.

"En el tramo final, de sus tres exmaridos, solo acudió a la llamada de la actriz el beisbolista Joe DiMaggio"

Tampoco hay que olvidar a la Marilyn cantante. En esta faceta hizo historia por primera vez interpretando «Diamonds Are a Girl’s Best Friend» en Los caballeros las prefieren rubias (Howard Hawks, 1953). Pero la actriz no quería ser esa rubia que preferían los caballeros, pese a que, puesta a ello, lo fuera como nadie. Y ese sistema de contradicciones también nos remite a su afán de cariño. Rezumando tanta sexualidad, es muy probable que ningún hombre viera en ella ese amor, ya sublime, que hay después del sexo, ese que dura hasta que la misma muerte separa a los amantes. Pero no es menos cierto que, según reconoció ella misma, fue infiel a todos sus maridos, en los que muy probablemente buscó la figura del padre que no tuvo de niña, a su debido tiempo. A este respecto, la boda con Arthur Miller —quien además de su esposo, once años mayor que ella, fue su consejero en la elección de los guiones— es un dato considerable. Le fue infiel con Yves Montand, su compañero de rodaje en El multimillonario.

En el tramo final, de sus tres exmaridos, solo acudió a la llamada de la actriz el beisbolista Joe DiMaggio. El campeón consiguió que la trasladasen del psiquiátrico donde estaba recluida a una clínica. Tras su muerte, todo fue duelo y hermosas palabras. Del florilegio de las necrológicas cabría destacar la nota que dejó uno de los doce suicidas que se quitaron la vida en Nueva York el día siguiente: “Si la cosa más hermosa y maravillosa que ha habido en el mundo no tenía nada por lo que vivir, yo tampoco”.

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