Hace más de cuatro años que escribí mi primera y hasta ahora única reseña literaria para la revista Zenda. Se trataba de 4321, de Paul Auster, y la razón principal por la que me animé a hablar de esa novela fue descubrir que la traducción al español estaba por salir al cabo de pocos meses.
El mes pasado nos llegó a la biblioteca Shuggie Bain, una novela a la que le tenía echado el ojo desde hacía tiempo. Después de dos horas de cafés, chocolates calientes, pastelillos que casi nadie toca y charla entusiasta sobre al menos quince o veinte novelas, nos abalanzamos sobre el carrito que trae las novedades del mes. Yo, rauda como todas las demás, me apoderé de esta y cuando empecé a leer ya no pude parar.
La Editorial Sexto Piso España me confirma que la traducción al español, por parte de Francisco González López, estará disponible en librerías el 6 de septiembre. Eso me anima a elaborar mi segunda opinión literaria en Zenda para los lectores potenciales de la versión en español.
Antes de hablar de la novela en sí vale la pena mencionar la historia que hay detrás de su publicación, pues tiene el aire de cuento de hadas que suele enamorar al público.
Se trata de la primera novela de Douglas Stuart, un escocés asentado en Nueva York que trabajaba en el mundo del diseño y la moda hasta que ha podido permitirse dedicarse exclusivamente a la literatura. Empezó a redactar Shuggie Bain en 2008 en sus ratos libres, como un proyecto secreto y ejercicio de terapia o purgación, en principio sin intención de publicar. El primer esbozo ocupó novecientas páginas a un espacio. Su marido, la única persona que tuvo acceso a esa primera versión, aplicó los recortes necesarios con el cruel bolígrafo rojo. Después de diez años de creación literaria, estuvo lista para salir al mundo. Sin embargo, la rechazaron unas treinta y dos veces hasta que Grove Atlantic, una editorial independiente de Nueva York, apostara por ella y la sacara a la luz en febrero de 2020. Un mes más tarde, el mundo empezaba a confinarse y me puedo imaginar lo devastador que debió de ser para el autor de una primera novela que le anularan todos los eventos y presentaciones para promocionarla. Comenta él que desde entonces no se ha movido del sofá, donde ha concedido entrevistas y recibido premios a través de la pantalla, notablemente el Man Booker Prize en noviembre de 2020 como mejor novela del año publicada en lengua inglesa.
La historia es inspiradora para escritores que empiezan. Algunos se dirán: si uno salta directamente a la gloria con su primera novela y sin ningún bagaje literario detrás, ¿por qué no yo? El mismo Douglas Stuart ha dicho que su formación está en las artes visuales y que llegó tarde al mundo de las letras. En su infancia no hubo libros y nadie le animó nunca a leer, porque la literatura se consideraba cosa de mujeres en la sociedad de clase obrera y misógina en la que creció. Su sueño fue siempre escribir, pero la vida —en concreto la pobreza y el puro instinto de supervivencia— lo llevó por otro camino.
De todos modos, no hay duda de que Douglas Stuart es un artista nato que lleva escribiendo muchos años. Esta primera novela es una obra de arte que, como tal, no recibirá la valoración que se merece por parte de algunos lectores acostumbrados a novelas más comerciales. Si hay que encasillarla, la califico de ficción literaria de alta calidad. El lenguaje es exquisito y el dialecto escocés empleado en los diálogos supondrá un gran reto para los traductores, pues incluso en la versión original inglesa este uso del vernáculo fue una de las razones de rechazo por parte de tantas editoriales.
Cuenta el autor que con siete u ocho años, en un esfuerzo por distraer a su madre de la bebida, la hacía sentarse en una silla y la animaba a que relatara su vida para que él escribiera sus memorias. A ella le entusiasmaba la idea y empezaba con una dedicatoria a Elizabeth Taylor, «que no sabe nada del amor». Shuggie Bain está dedicada a su propia madre, que murió cuando el autor tenía dieciséis años —hace más de treinta años— y cree él que estaría orgullosa de ver esta historia publicada.
En la única reseña en español que encuentro en internet se afirma que es una novela autobiográfica, y me vienen a la memoria unas palabras de Margaret Atwood que leí hace poco: «Es típico del cinismo de nuestra época que si escribes una novela, todo el mundo da por hecho que es sobre gente real, detrás de un fino velo; pero si escribes una autobiografía todo el mundo da por hecho que te lo estás inventando todo».
Aclaro entonces que Shuggie Bain es una obra de ficción, aunque basada en las experiencias personales de la infancia del autor en la ciudad escocesa de Glasgow. El título es el nombre de uno de los dos personajes principales, un niño homosexual y solitario, aunque la novela es en realidad sobre su madre Agnes y su lucha contra el alcoholismo. El autor ha dicho que es un monumento al amor entre una madre y su hijo que se sienten al margen de una sociedad en la que están en realidad muy inmersos; viven en un mundo de hombres que les excluye y eso hace que se aferren el uno al otro. El marco histórico y social es el del thatcherismo: debido a la privatización de la industria y el creciente capitalismo, Glasgow se sume en la pobreza; el cierre de las minas deja a los hombres sin trabajo; la mayoría de mujeres depende de las escasas ayudas del gobierno para mantener a la familia en una cultura donde el consumo de alcohol gana prioridad al cuidado de los hijos. Aunque tiene a la ciudad de Glasgow como fondo, es en realidad sobre temas universales como la pérdida, el amor, la esperanza y la supervivencia. En torno a Shuggie y su madre, el resto de la familia la componen los padres de Agnes, su marido y sus tres hijos.
La narración empieza en 1992, cuando Shuggie tiene ya dieciséis años, duerme en una vivienda pública y sueña con estudiar peluquería mientras trabaja en un colmado. Es el final de la historia, como a veces vemos en las películas. En el capítulo siguiente retrocedemos al pasado —1981— donde transcurre la verdadera historia que nos ocupa. Ese final al principio de la novela está ahí para mostrar al lector el cambio que ha ocurrido en Shuggie, un niño que lo ha intentado todo por salvar a su madre. De pequeño piensa que si la cuida más, si está siempre con ella, si apaga su homosexualidad… ella se curará. Al final se da cuenta de que la batalla está dentro de ella. Por eso empieza donde acaba, para que veamos dónde está ahora, hasta dónde ha llegado, y por lo que ha tenido que pasar para sobrevivir. Hacer lo que haga falta para seguir adelante es un tema recurrente de la novela. Incluso Lizzie, la madre de Agnes, tan diferente a ella, que desde su religión católica desaprueba del marido protestante y del orgullo con que Agnes lleva su condición de madre separada, esconde un terrible secreto del pasado, pues ella también tuvo que hacer lo que hiciera falta para sobrevivir.
Agnes es la luz que guía al pequeño Shuggie pero es a su vez una carga para él y sus hermanos. Tiene necesidades realistas: sueña con vivir en su propia casa y adquirir dinero suficiente para comprar cosas a sus hijos. Pero se casa con el hombre equivocado, un taxista que trabaja de noche y duerme de día, violento y mujeriego, pero que empieza a perder su encanto y poder de seducción. Agnes conserva el orgullo a través de su propia belleza y glamour, emulando a Elizabeth Taylor.
Al principio de la novela vemos cómo empieza a desintegrarse el matrimonio, al mismo ritmo en que la ciudad cae en la desolación. La familia vive con los padres de ella, hasta que el marido le da a Agnes lo que siempre ha deseado, una casa con su propia puerta principal, para seguidamente abandonarla por otra mujer y otra familia. Agnes busca consuelo en el alcohol, que es su perdición y la de sus hijos. La narración se centra en lo que hacen estos tres hijos por su madre antes de tener que salvarse a sí mismos. Catherine, la mayor, se casa muy joven y se va a vivir a Sudáfrica. Leek, un chico amable, observador, taciturno y apasionado del dibujo, sacrifica su propio sueño de entrar en una escuela de arte para proteger a su familia. Los padres de Agnes mueren y al final ya solo queda Shuggie, mientras afronta sus propios problemas en una sociedad homofóbica, misógina y patriarcal.
El personaje de Agnes está trazado con compasión y ternura pero sin sentimentalismo, y este es quizá el mayor acierto de la novela. Estamos ante una persona complicada, dañada, autodestructiva, vulnerable y a la vez con una gran fortaleza y ganas de bailar, vivir, amar y ser amada, que se humilla y prostituye por sus hijos pero es esclava de sus propios demonios y una terrible enfermedad. La novela está escrita en tercera persona y con la técnica de la focalización interna variable; es decir, el punto de vista interno va cambiando de un personaje a otro. Esto hace que veamos a Agnes desde el prisma de cada uno de sus hijos, de su marido, de su novio, de la vecina… y de sí misma. Así somos testigos de cómo todo el mundo la abandona; incluso las mujeres, infectadas de machismo, aunque sufren como ella, la juzgan.
Como hijo homosexual de madre soltera y alcohólica, Douglas Stuart ha querido escribir desde dentro, sin juzgar él también a esa madre, sobre gente buena que hace cosas malas. A diferencia del Shuggie de la novela, el autor no conoció a su padre y su universo fue siempre femenino. Por eso ha escrito sobre esa dura realidad de Glasgow en los años ochenta, desde el punto de vista de una mujer y de un niño gay. Hasta entonces, la ficción sobre la clase obrera oprimida por el thatcherismo se ha escrito desde el enfoque de los hombres que perdieron sus trabajos. En este aspecto es una obra novedosa y feminista que nos muestra el sufrimiento de las mujeres pues, tal como ha dicho el autor, cuando los hombres tienen dificultades, los primeros en sufrir son las mujeres y los niños.
En las múltiples entrevistas que le han hecho ya a Douglas Stuart, uno de los fragmentos de la novela que más veces ha escogido leer en voz alta es el principio del capítulo dos, cuando aparece el personaje de Agnes por primera vez. Me he tomado la libertad de reproducirlo aquí, traducido por mí misma, con la esperanza de atraer a los lectores en español a esta maravillosa obra, pero sin aspirar al nivel de perfección que sin duda alcanzará el traductor profesional al que se le ha encomendado la tarea. Aquí está:
«Agnes Bain hundió los dedos de los pies en la moqueta y se asomó hacia el aire de la noche lo más afuera que le fue posible. El viento húmedo le besó el cuello sonrojado y se metió dentro de su vestido. Se le antojó como la mano de un extraño, una constante vital, un recuerdo de la vida. Sacudió la colilla del cigarrillo con los dedos y la observó caer, las brasas encendidas bailando hacia abajo los dieciséis pisos hasta el patio oscuro. Quería enseñarle a la ciudad su vestido de terciopelo color burdeos. Quería sentir que la gente la envidiara un poco, bailar con un hombre que la sostuviera orgulloso y cerca. Más que nada, quería tomar un buen trago, vivir un poco.
Estiró las pantorrillas, arrimó una cadera al marco de la ventana y se liberó del contrapeso de los pies. El cuerpo se le inclinó hacia las luces ámbares de la ciudad, y se le ruborizaron las mejillas de sangre. Alargó los brazos hacia las luces y por un breve momento voló.
Pero nadie vio a la mujer voladora.
Entonces se le ocurrió recostarse más, se retó a hacerlo. Qué fácil sería convencerse de que estaba volando, hasta que estuviera solo cayendo y se rompiera en el cemento de abajo. El apartamento en el bloque de pisos que todavía compartía con su madre y su padre la tiraba hacia dentro. Todo en la habitación a su espalda parecía tan pequeño, de techo tan bajo y sofocante, desde el día de la paga hasta el día de ir a misa, una vida comprada a crédito, sin tener nada propio por completo.
Tener treinta y nueve años y un marido y tres hijos metidos en el piso de su mami la hacía sentirse fracasada. Él, su marido, que cuando compartía su cama parecía estar en el mismísimo borde, la enfurecía con sus confusas promesas de cosas mejores. Agnes quería pisotearlo todo, o rasparlo como si fuera papel de pared estropeado. Meter la uña debajo y destriparlo todo».
En resumen, estamos ante una novela conmovedora, profundamente triste pero con toques de humor que hacen reír a carcajadas y dan luz a la esperanza. El final es inevitable pero no predecible. La esperanza que aflora en mitad de la novela, cuando Agnes consigue permanecer alejada del alcohol durante un año entero y trabaja en una gasolinera, supone la calma que precede a la tormenta y mantiene a la lectora en vilo, con el deseo desesperado de que madre e hijo consigan escapar de ese mundo desolador de pobreza y alcoholismo.
Será interesante ver qué imagen usa Sexto Piso para la cubierta de la versión en español. En las ediciones inglesas se han usado dos imágenes hasta ahora. En la primera edición se ve a una madre y su hijo tumbados en la cama, abrazados y mirándose de cara. En la segunda edición, la fotografía es de un niño subido a un poste en forma de cruz con un barrio de Glasgow como fondo; la cruz simboliza el sufrimiento.
Douglas Stuart ha revelado que Shuggie Bain va a llegar a la pantalla en forma de serie televisiva, para la cual él mismo adaptará el guion, seguramente en colaboración con otros escritores. Yo la imagino ya con banda sonora de la gran música británica de aquellos años ochenta, sobre todo The Smiths.
Además, el autor ya tiene otra novela terminada. A diferencia de la primera, esta segunda solo le ha llevado cinco o seis años. Se titula Loch Awe, está situada una vez más en Glasgow, en los años noventa, y es sobre el amor de dos chicos que se ven separados por bandas territoriales. El tema principal es el daño que sufren las comunidades y los niños cuando se les empuja a «comportarse como hombres», escondiendo sus sentimientos, incitándolos a la violencia; en fin: es sobre la masculinidad tóxica. La versión en inglés saldrá a principios de 2022 y yo ya estoy deseando leerla.
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