«¿Necesitas refrescar tu existencia durante unos días? U-feeling es la experiencia absoluta. Olvídate de tu viejo yo y disfruta de las sensaciones inolvidables de tener un cuerpo virgen. ¡Tú eliges quién quieres ser!».
Así reza la publicidad de esta nueva empresa internacional que ha aterrizado en la capital para comercializar —nadie para el progreso— el intercambio de cuerpos. Se acabó la guerra de sexos, la guerra de clases, adiós a la xenofobia. U-feeling te abre la mente convencida de que con su tecnología puede propiciar la aproximación de enemigos irreconciliables y acercarnos a la paz universal, esa vieja utopía kantiana que parece por fin al alcance de la mano. Empatía, ese es el producto que comercializa.
La experiencia U-feeling estará disponible en diciembre de 2021, pero ya puedes conocer su decálogo, las diez normas fundamentales de U-feeling.
Y a continuación reproducimos el primer capítulo: Un hombre llamado Momar.
Transcripción de la declaración de Momar
Mbayé ante la inspectora de Policía
Estatal Julia Gordon (número profesional
X-2347544) y la agente del departamento
de Delitos Tecnológicos Angie Peña
González (número profesional Y-212336).
Comisaría Centro
Jueves 20 de junio, 21:12
—Buenas noches, Momar. Soy la inspectora Gordon de la Policía Estatal y ella es la agente Peña, del departamento de Delitos Tecnológicos: creo que os habéis cruzado en su momento. Siento haberte hecho subir otra vez, pero han surgido elementos nuevos para la investigación. Coge esa silla, por favor. Si quieres agua, te puedes servir. La botella y el vaso son para ti. No te prives, porque esto puede durar un ratito. Como te dije antes, soy la inspectora que estuve en el piso que asaltaste en el barrio de Salamanca. Les tomé declaración a la señora Gallardo y a su esposo, y como responsable policial mi obligación es presentar un informe lo más completo posible sobre lo sucedido. Si te subimos de nuevo, es porque en la declaración de esta tarde evitabas hablar de todo lo que tuviera que ver con la empresa You-feeling. Es el documento que ves encima de la mesa y al que nos vamos a ceñir pese a las lagunas. Lo he estado repasando con mi compañera, y además de la total omisión de tu relación con You-feeling hay detalles en lo que concierne a los hechos acaecidos en el piso del señor Gallardo que nos gustaría cotejar contigo. ¿Tienes algún inconveniente?
—¿Qué dice mi abogada?
—Tu abogada de oficio ha quedado sorprendida al ver que obviabas tantas cosas en tu declaración. Ella está de tu lado, pero no piensa obstaculizar nuestro trabajo.
—Entonces, qué remedio.
—Hola. Como ha dicho la inspectora Gordon, soy la agente Peña. Solo necesito algunas aclaraciones sobre tu relación con You-feeling. Ya me ha dicho la inspectora que tu español es perfecto. Y sin embargo en tu ficha dice que naciste en Senegal.
—Llegué a España cuando tenía tres años. Crecí aquí.
—En Villaverde, donde vives con tu mujer y tu hijo.
—Eso ya lo dije en mi anterior declaración.
—Y ahora estás teniendo la amabilidad de repetírmelo a mí, y te lo agradezco. Eres muy joven para estar casado y con hijo de siete años.
—Tengo veintiocho años. Soy un hombre.
—A raíz de tu primera declaración, la inspectora Gordon envió agentes a Villaverde. Tu mujer ya está al tanto de tu detención y vendrá a verte cuando sea posible aunque por el momento le hemos aconsejado que espere hasta mañana, cuando te trasladen a los juzgados. Me imagino que tu abogada te ha explicado cuál es el protocolo habitual. De madrugada pasará uno de los furgones que hacen la turné de las comisarías recogiendo a los presos del día y te llevará a los calabozos de los juzgados de Plaza de Castilla donde a lo largo de la mañana te verá el juez con tu abogada de oficio y el fiscal para la vistilla. Dada la gravedad de los hechos y el contexto social conflictivo en el que nos encontramos, el juez dictará con toda seguridad tu prisión preventiva y pasarás a disposición judicial. Él se encargará en adelante de preparar el sumario para el juicio y, posiblemente, vista la gravedad de los delitos que se te imputa se te lleve a una de las prisiones de máxima seguridad de la Comunidad. Pueden ser unos meses muy duros antes del juicio. ¿Lo sabes, verdad?
—Todo eso ya me lo explicó la inspectora. Sé a lo que me enfrento. He dicho que soy un hombre.
—Entonces, empecemos por lo que no nos has dicho. Yo formo parte del equipo del Cuerpo que lleva meses investigando a la empresa You-feeling cuya sede principal está donde se instala la mayoría de las grandes empresas que aterrizan en la capital: la Gran Vía, pleno centro. Resulta que estuve allí hace diecisiete días, exactamente el lunes tres de junio, y da la casualidad de que esa mañana te reconocí entre una decena de personas que aguardaba en la sala de espera. ¿Recuerdas haber hablado conmigo?
—Puede ser.
—Puede ser no es una respuesta.
—Yo estaba entre un montón de extraños. Fuiste la única persona que se me acercó. Jamás se me hubiese ocurrido, con ese pelo azul eléctrico, bluyín rasgado y camiseta desteñida, que fueses policía.
—Los agentes encubiertos nos caracterizamos por saber camuflarnos. ¿Te importaría explicar por qué estabas en la sede de You-Feeling ese lunes tres de junio?
—¿Es absolutamente imprescindible?
—No, pero sería una gran ayuda. Y una declaración completa y sincera esta vez evitaría que tuviésemos que volver a interrogarte de nuevo. Va en tu interés.
—Llevo demasiadas semanas con un problema importante en casa, como expliqué a la inspectora en mi anterior declaración. Mi único hijo está gravemente enfermo. Necesito dinero para ingresarlo en el hospital. Por desgracia, la Sanidad pública hace tiempo que dejó de funcionar, y ahora mismo en este país la mayoría de los centros médicos son privados. Aquí nadie tiene reparos en arrancarte los hígados en cuanto pisas un hospital. Mi hijo tiene leucemia. Yo necesitaba treinta mil euros para poder ingresarlo. Creo que no hace falta explicar más.
—¿Y no tenías esos treinta mil euros?
—¿Cómo voy a tener yo treinta mil euros? No me hagáis reír. Si los tuviera, no estaría aquí. Soy albañil. Mi jornada da para lo que da.
—Eres albañil, pero has estudiado dos años de Sociología.
—Estudié hasta que dejé embarazada a Tsitsi. Después me casé y me puse a trabajar. De todas formas, tampoco habría encontrado trabajo como sociólogo, lo sabéis perfectamente.
—¿Tu mujer no trabaja?
—Antes limpiaba algunas casas, traía algún dinero. Pero desde que el niño está con la enfermedad tan avanzada, y visto que no nos lo cogen en ningún hospital, ha tenido que dejar de trabajar para dedicarse todo el día a cuidarlo. Y luego el alquiler de nuestro piso en Villaverde se lleva la mitad de mi salario. El resto es para comida.
—¿No tienes más familia en España?
—Poca. En Madrid, mi madre, que vive en el edificio de enfrente. Mi padre murió. Mi madre estuvo a punto de volverse a Senegal pero al final se quedó aquí por mis hermanos, con los que vive. También lo expliqué antes. A los dos los detuvieron en la manifestación del mes pasado. Protestando contra la violencia policial. Desde entonces, siguen en prisión preventiva. Bastantes problemas tienen sus esposas y sus hijos con eso como para ocuparse de nosotros.
—¿Es en esa tesitura cuando entras en contacto con You-feeling?
—Como necesitaba ese dinero, vi una mañana un anuncio de You-feeling en los televisores del Metro. Entendí que ofrecían retribuciones atractivas por cuerpos anfitriones y decidí acercarme.
—¿Y sabías lo que era esa empresa?
—Vagamente. He visto anuncios, porque está en todas partes: en los paneles de publicidad de las autopistas, las pantallas gratuitas de las plazas, en los móviles. A todos nos suena You-feeling. Es una de las empresas más grandes del mundo. Su nombre tiene el mismo aura que Cocacola o Amazon. Durante el día busqué por Internet las opiniones de gente que ya había tenido la experiencia. Todos aseguraban que era una compañía seria. Por la noche me metí en la página web de You-feeling. Había que rellenar un formulario de aplicación y lo hice.
—¿Qué pedían en el formulario?
—Las razones por las cuales nos interesaba ser cuerpos anfitriones. Luego datos personales y detalles concretos sobre el estado físico: edad, peso, altura, anchura de hombros, perímetro ventral, color de ojos, cicatrices, estado de forma, horas semanales de entrenamiento deportivo, hábitos alimentarios, situación laboral, y un extracto de la cuenta bancaria con los movimientos de los últimos tres meses. Era bastante exhaustivo. Supongo que es lógico tratándose de un negocio así. Además, yo no tengo nada que esconder.
—¿Rellenaste el formulario completo?
—Entero. De principio a fin.
—¿Y firmaste la cláusula de confidencialidad?
—La firmé, desde luego. No se puede tramitar la demanda si no se accede a las cláusulas de confidencialidad.
—¿Qué respuesta obtuviste?
—A las pocas horas recibí por correo electrónico una cita telemática para el lunes a las diez de la mañana en el edificio de Gran Vía.
—Que fue adonde acudiste y donde te vi ese lunes tres de junio.
—Era la cita acordada. Yo era la primera vez que entraba en la sede comercial de You-feeling. Me pareció espectacular. Ya resulta hipnotizante desde fuera, cuando uno ve las gigantescas pantallas que cubren la fachada, que no hacen más que emitir publicidad de la empresa… Y por dentro es igual de espectacular, aunque de otra manera. El amarillo de las paredes te emborracha la vista. Alguien me contó una vez que el amarillo es el color de los locos, y es verdad que tienes la impresión de estar viviendo un sueño lisérgico. En recepción, me dijeron que esperara en la sala con los demás. Me senté junto a una decena de personas al pie de una pantalla que cubría toda la pared y que emitía en bucle la misma publicidad.
”Es imposible no quedarse con ello: «¿Necesitas refrescar tu existencia? You-feeling es la experiencia absoluta. Olvida tu viejo yo y disfruta durante unos días las sensaciones inolvidables de tener un cuerpo virgen. ¡Tú eliges quién quieres ser!». En la publi, un matrimonio entra en You-feeling con gesto contrariado. La voz en off dice: «Antes se llevaban a matar. Ahora, gracias a You-feeling… », y los ves saliendo cogidos de la mano por las puertas rotativas de Gran Vía. Los dos, con dentadura perfecta y aspecto de bien alimentados, se besan idílicamente. Saludan mientras que la misma voz con acento de presentadora de la Televisión Estatal dice que han aprendido a empatizar y se adoran. El anuncio termina con el eslogan de la empresa: «Se acabó la guerra de sexos, la guerra de clases, adiós a la xenofobia. You-feeling te abre la mente. Empatía, ese es nuestro producto». Os puedo decir que después de verlo en bucle durante media hora se te queda grabado.
—¿Recuerdas el tipo de gente que había?
—Te habrás dado cuenta mejor tú. Yo estaba demasiado concentrado en mis problemas como para observar a nadie. Lo único que sé es que no había nadie de color. Si acaso una pareja de orientales. El resto me dio la impresión de ser gente trabajadora, españoles normales. El lunes es el día de la experiencia Plus. Supongo que eran gente necesitada como yo. A uno que era votante de Vox se le notaba porque llevaba la banderita estatal en el polo y en la visera. Se han venido arriba desde que están en el Gobierno. Había alguna pareja, no muchas. Alguno me miró mal como se nos está mirando mal a causa de las revueltas. Pero estoy acostumbrado.
—¿Qué pensaste cuando me viste?
—No sabía que fueses policía. Pero sí me fijé, por el pelo teñido de azul cobalto y porque a diferencia de otras mujeres blancas, no rehuías mi mirada. Encima te sentaste a mi lado en uno de los largos sofás de piel sintética, muy confortables y ergonómicos. Mientras manoseabas un pitillo electrónico me preguntaste si yo también estaba ahí para la experiencia You-feeling Plus. No recuerdo qué contesté.
—Te pregunté, siendo precisos, para qué tipo de experiencia Plus estabas esperando.
—Intentaste interesarte por mi caso, hacerme hablar. Pero yo no estoy acostumbrado a que una blanca se interese por mí y tampoco tenía claro todavía qué era lo que me podían proponer en You-feeling. Además, seguía inmerso en mis propios problemas. Mi mujer me estaba enviando por guasap información sobre los requisitos que nos pedía el médico para poder hospitalizar al niño. No estaba para charlar con desconocidos. Aparte de que soy alguien reservado. No es que sea asocial, pero nunca voy a dar el primer paso hacia los demás. No hablo con quien no conozco. Tengo un carácter reconcentrado. Lo dice todo el mundo.
—Por desgracia para You-feeling, yo estaba realizando una labor de investigación en torno a las actividades de esa empresa. Hace tiempo que sospechamos que hay algo peculiar funcionando al margen del negocio suyo normal. El Estado ha decidido vigilar sus actividades. Y justo después ¿qué hiciste?
—Luego llegó la secretaria. La chica llevaba el mismo uniforme naranja que todas en You-feeling. Parecen azafatas de avión o de tren. Vino a ver quién había. Echó una mirada a los presentes y enseguida se fijó en mí: «Usted es el siguiente». Como alguien protestó, indicó un cartel en el que se subraya que no se atiende a los aspirantes por orden de llegada o aparición sino de acuerdo con las necesidades que estime la empresa. Después me guio hasta el ascensor. Lo tomó conmigo en silencio. Subimos hasta el quinto piso. En cuanto se abrieron las puertas de vidrio transparente me indicó que saliera, que me estaban esperando, y eso hice.
—¿Ella no se quedó contigo?
—No. Volvió a pulsar el botón de la planta baja. Se cerraron las puertas a mis espaldas, y desapareció. Pero allí mismo me estaba esperando el Gerente de You-feeling. Salió de su despacho a recibirme con un apretón de manos.
—¿Qué te pareció el Gerente?
—Que apretaba la mano con fuerza. Como aparece en prácticamente todos los anuncios de la empresa, se hace raro verle en persona. Desde luego, se mostró tan amable como en la publicidad. Tenía el mismo aspecto bronceado, con pelo engominado, dientes relucientes, que en pantalla. Su traje era igual de impecable. Pero en persona palpas las aristas. Notas enseguida que tiene mucho en la mente y su sonrisa no es tan vacía como en la publi. Vamos, que me inspiró más respeto de lo que esperaba. Además, se portó bien. Me acogió con gran amabilidad y tenía una sonrisa de oreja a oreja, ya digo. De esas que forman arrugas en torno a los ojos. Pero la afabilidad la fue perdiendo según me explicaba el asunto para el que me habían seleccionado. Digamos que se fue poniendo serio.
—No corramos con esto, Momar. Cualquier detalle puede ser importante. Cuando salió a recibirte, ¿qué te dijo exactamente?
—«Señor Mbayé, qué alegría que haya decidido acercarse a vernos». El tipo tenía la simpatía de los buenos vendedores. Después del apretón de manos, me palmeó la espalda. Dijo: «Pase, pase. Es usted muy joven. ¿Le importa si le tuteo». Contesté que no. Me hizo pasar por unas oficinas donde había alguna secretaria con sobrepeso y gente trabajando en sus ordenadores: ninguno levantó la vista. La puerta de su despacho estaba entreabierta un poco más allá. El Gerente la abrió del todo, me hizo pasar primero. Me rogó que me sentara en un asiento refrigerante.
—¿Cómo es su despacho?
—Tiene una cristalera enorme orientada hacia la Gran Vía desde donde se ve la fachada con esculturas de mujeres desnudas en el edificio de la acera de enfrente. Y abajo, la calle Callao, con el antiguo edificio de la FNAC. Él se instaló al otro lado de una mesa de lo más moderna. Tenía incrustados tres ordenadores que en ese momento permanecían apagados y, encima, varias pilas de documentos de todo tipo. Me di cuenta de que uno de los documentos era mi ficha impresa, porque llevaba mi foto en portada.
—La foto que usted les envió previamente por Internet.
—Es uno de los requisitos de las aplicaciones telemáticas. Pedían varios formatos. Una foto de carné de identidad, que se viera la cara descubierta, con buena iluminación, otra de cuerpo entero y vestido como habitualmente viste uno, y una última desnudo y también de cuerpo entero.
—¿Esa también la enviaste?
—Es parte del protocolo. La cláusula de confidencialidad inspiraba confianza. Es un negocio planetario, el de esta gente. La encriptación resulta imprescindible. La opacidad forma parte de sus credenciales. Cuando uno entra en su página, es lo primero que destacan. Se precian de respetar como nadie la privacidad. Se jactan de que cada vez que un Estado intenta sonsacarles información siempre han sido capaces de proteger los datos de sus clientes. Ellos aseguran que no comercian con esos datos.
—Lo mismo dicen todos. De acuerdo. Sigue.
—El Gerente comentó que se me veía más musculoso y saludable que en las fotos. Me felicitó por mi estado de forma. Dijo que tenía una expresión todavía más bondadosa. Me explicó que la empresa me había escogido entre una multitud de candidatos por mis extraordinarias condiciones físicas, por ser de los pocos cuerpos de mi edad que no tenía tatuajes, y por mis circunstancias especiales. Añadió que gracias a mi dossier sabían que mi hijo estaba enfermo y que necesitaba un dinero que me podía ofrecer You-feeling en condiciones muy favorables.
—¿Te explicó cómo funciona habitualmente la empresa?
—Fue lo primero que hizo, ya cuando estuvimos ambos sentados cara a cara. Dijo: «Somos una empresa de intercambio de cuerpos de implantación mundial. Como habrás visto en la publicidad, la mayor parte de la actividad de You-feeling es lúdica y siempre consensuada entre dos personas que conocen todo sobre el propietario del otro cuerpo con un mes de antelación como mínimo. Todo se hace con garantías de seguridad extremas, lo habrás visto en el protocolo que firmaste, y al cabo de los años las tarifas son mínimas. Es nuestro día a día, por decirlo así. Luego está You-feeling Plus, que es el alquiler de cuerpos sanos a gente inválida, minusválida o anciana, por motivos generalmente terapéuticos. Eso llevamos diez años trabajándolo. Y ya por último tenemos otros servicios más restrictivos y mejor remunerados tanto para la propia empresa como para el cuerpo anfitrión, que es, en tu caso, lo que me gustaría proponerte. Es una especia de Plus pata negra, por llamarlo de alguna manera. Te precisaré que es algo que se hace de manera muy puntual y con clientes muy especiales, por lo cual las condiciones son claramente superiores a las de un Plus normal y la confidencialidad aún más importante. Obviamente, sin esa confidencialidad absoluta no podrían darse este otro género de intercambios».
—¿En ningún momento sugirió que eso fuera una actividad personal suya sin conocimiento de You-feeling?
—Al revés. Me dio a entender que formaba parte del espectro comercial de You-feeling. Me explicó qué se trataba de ceder el cuerpo para un intercambio de menos de diez horas en el cual el huésped podría hacer cosas que posiblemente franquearan en algún momento el marco de la legalidad. Aquello no me gustó nada y me hizo fruncir el ceño. El Gerente se apresuró a aclarar que era por ello por lo que se pagaba especialmente bien al cuerpo anfitrión. «¿Qué tipo de servicios?» pregunté de inmediato. Dijo que no podía desvelármelos hasta que estuviéramos los dos de acuerdo sobre el principio, pero que podrían ser delitos tipificados en función de la gravedad de los cuales yo recibiría una remuneración más o menos importante pero en cualquier caso sustanciosa.
—¿Habló de ‘delitos’?
—No recuerdo qué término empleó. Igual ‘actividades paralelas’. Pero, vamos, concluí rápidamente que se trataba de actividades ilegales.
—Entonces existe ese famoso deep You-feeling. No son rumores. Hay intercambios no legales. ¿Tú cómo reaccionaste?
—Cuando entendí que me estaba proponiendo participar en actividades al margen de la ley, sencillamente me levanté. Me ofendía que me hubiese podido plantear una cosa semejante. El Gerente también se levantó. Me siguió fuera con rapidez.
—¿Los empleados os vieron?
—Deben estar acostumbrados: nadie levantó la vista. El Gerente me alcanzó antes de que llegase al ascensor. Me repitió que era precisamente por eso que la remuneración era tan importante. «En tu caso, Momar, arrancaría como mínimo con los treinta mil euros que necesitas para ingresar a tu hijo». Añadió que era una pena que ya no hubiese sanidad pública y que los hospitales fuesen tan caros. Y cuando vio que yo seguía sin querer quedarme, dijo que dada mi circunstancia podría incluso recibir esos treinta mil euros el día mismo, nada más producirse el intercambio, y el resto se tarifaría después, en función de los servicios prestados. Yo le dije: «¡Estás enfermo!». Era lo que pensaba.
—¿Rechazaste su oferta?
—Con rotundidad. Como el ascensor ya había llegado, él insistió: «Piénsalo porque puede ser una oportunidad única. En cualquier caso, si lo reconsideras, esta es mi tarjeta. Llámame cuando quieras…». Yo ni siquiera le miré mientras se cerraban las puertas transparentes del ascensor.
—¿Cómo te sentías?
—Ofendido. No es la primera vez que me encuentro con gente dispuesta a aprovecharse de la miseria ajena. Pero en ningún momento llegué a considerar en serio la proposición. Mi madre nos ha educado de la manera más estricta a mí y a mis hermanos. En casa sabemos distinguir el bien del mal. Como negros, conocemos a la perfección el riesgo de cruzar la raya porque no podemos permitirnos el lujo tan fácilmente. En nuestros barrios, cuando crecemos, lo primero que hacen nuestros padres es explicarnos cómo comportarnos cuando nos para la policía. En el coche, nos enseñan que mostremos siempre las manos no sea que algún agente cobre miedo y dispare. O que pase como con Fernandino Ndong, al que asfixiaron con la rodilla en el cuello. Ese tipo de detalles nos hacen ser muy conscientes de lo que significa romper la ley.
—Me alegro de que estés siendo sincero, Momar. Eso facilita mucho las cosas. Ahora presta atención a lo que te voy a hacer escuchar. Es una de las grabaciones que ha podido hacer a lo largo del último mes mi departamento al intervenir el teléfono de ese mismo Gerente que te acogió.
—… Por el momento no parece predispuesto para el Plus especial, pero esperemos unos días a ver qué pasa… Tengo la intuición de que acabará aceptando…
—¿Reconoces esa voz?
—Sí.
—Esa fue la llamada que hizo el lunes tres de junio a las once menos trece minutos de la mañana: justo después de que salieses. Una llamada a su cliente, el que estaba esperando poder ocupar un cuerpo como el tuyo. Todavía no hemos logrado identificarle. El número utilizado está encriptado. Corresponde a un aparato ilegal. No sabemos quién es, pero sabemos que reside en la capital.
—¿Por qué no lo desencriptáis?
—Con la Ley de Protección de Datos, no resulta tan sencillo. Tenemos autorización judicial para desencriptar la voz del Gerente, no así su interlocutor. Si el juez lo autoriza, vista la gravedad de los hechos, saldremos de dudas, y es posible que tengas ocasión de verle en algún careo. Pero por el momento lo que nos importa es desenmascarar las actividades paralegales de You-Feeling. Llevamos tiempo sospechando que existen, y tú eres la primera persona que se atreve a dar un testimonio claro al respecto. Los demás se asustan y es normal. A fin de cuentas, todas estas actividades se hacen con sus cuerpos. Su posición es muy delicada, dado que han consentido el intercambio. Legalmente es difícil no considerarlos cómplices. Además, todo el mundo sabe que You-feeling tiene medios de sobra para movilizar a un ejército de abogados. En el pasado han sido capaces de ganarle pleitos a las mayores empresas del planeta. Pero tú no tienes nada que perder, está claro. Volviendo al lunes, ¿después de aquello que hiciste?
—Estaba tan nervioso que al salir a la calle por las puertas giratorias que dan a Gran Vía me tropecé con alguien que subía por la acera y que me hizo un comentario feo. Escupió al suelo y musitó un insulto racista al que no hice caso.
—La gente está muy soliviantada con las revueltas. Este fin de semana volvieron a quemarse coches en los barrios del sur. Hubo tres policías heridos. La convivencia racial no pasa por su mejor momento. La muerte de Fernandino Ndong ha reabierto la herida, y eso pese a que el Gobierno hace todo lo que está en su mano para calmar las aguas.
—Ya lo sé. Y por eso no se lo echo en cara individualmente a nadie. Nunca lo he hecho. Pero es difícil sufrirlo en propia piel y no sentirlo como una injusticia. Ser minoría étnica en España sigue siendo complicado. Y más desde que está gobernando la extrema derecha.
—Volvamos a la Gran Vía. Sigue con tu relato.
—A esas horas la gente se apresuraba por la acera. El termómetro más cercano marcaba los treinta y cuatro grados. Llevábamos muchos días con calor de verano, y en cuanto salías a la calle se notaba lo bien que se está con aire acondicionado en el interior de la sede comercial de You-feeling. El sol te caía encima a plomo.
—¿Y ya te fuiste? ¿No volviste a contactar con el Gerente?
—No. Yo estaba convencido de que no volvería jamás a You-feeling. Y no lo hice.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Muéstrele la imagen en su videófono, inspectora, por favor.
—¿Eso que es?
—Una imagen capturada por las cámaras que rodean el local de intercambio de cuerpos de You-feeling en el barrio de Campamento. Si te fijas en la fecha, es de ayer: miércoles diecinueve de junio, dieciocho horas cincuenta y cinco minutos. Todo irá mejor si sigues contando la verdad, Momar. ¿Quieres que te enseñemos otra vez las imágenes?
—No hace falta. Es muy sencillo de aclarar. Puedo explicarlo todo.
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Próximo capítulo: Tener un hijo enfermo
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