Foto: Mauricio de la Garza.
Jeannette L. Clariond es una poeta, ensayista y traductora nacida en Chihuahua, México, en 1949. Algunos de sus libros de poesía más destacados son Mujer dando la espalda (Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde, 1992), Desierta memoria (Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta, 1996), Todo antes de la noche (Premio de Poesía Gonzalo Rojas, 2001). Por su traducción de Zodiaco negro de Charles Wright obtuvo la Beca Fundación Rockefeller-Conaculta (2004), por la Antología de poesía norteamericana: La escuela de Wallace Stevens, la Beca de Traductores Banff (2004), por sus traducciones de la poeta Alda Merini, el Premio de apoyo a la traducción del Instituto Italiano de Cultura (2008). Por su obra poética, y por su aportación a la traducción y a la cultura le fue concedido el Premio Juan de Mairena por la Universidad de Guadalajara (2014). Y en el mismo año la Universidad Autónoma de Nuevo León la distinguió con el Premio al Mérito Editorial y publicó su último poemario, Astillada claridad. Ha traducido a W. S. Merwin, Anne Carson (Premio a la traducción por su trabajo en Decreación) y Primo Levi, entre otros. En 2003 fundó la editorial Vaso Roto Ediciones. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, portugués, rumano, griego, italiano, búlgaro, árabe.
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Abandono I
Saliste corriendo por la playa como potranca desbocada.
Tus gafas se quedaron flotando bajo la luna.
Tomé el auto, y me fui al hotel.
Al llegar me asomé por la ventana, pero no regresaste.
Nunca regresaste. Aunque por la mañana nos dimos los buenos días
como si nada hubiera ocurrido.
Como si al correr lejos de mí, tu cuerpo lastimado lastimándome se hubiera ido
para siempre. Regresaste con tu cuerpo llagado.
Nunca la sangre había corrido con tal fuerza por la playa.
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Abandono II
No solo me hablaba tu alma sino también tu cuerpo.
El cuerpo sabe más sobre sí mismo que lo que de él sabemos.
Mi alma se reconocía en la idea que se hacía de mi cuerpo tu mirada.
Esa noche dormimos en la misma cama sin tocar la carne.
Se trataba de medir la resistencia a la pasión, o de ser honestos respecto
a lo que verdaderamente nos une. Nos besamos en la mejilla y apagamos la luz.
Las carreteras, si corren paralelas, una va hacia la nada y la otra la acompaña
como espuma en el borde del agua. De otra forma, la primera seguiría
su curso pretendiendo ignorar el sinsabor del desencuentro.
El cuerpo es el lugar donde confluyen el silencio y el grito. Hierba errante
lo ahogado se suma a esa carne que cohesiona los sucesos.
Vanidad, nos dijeron, es desechar lo que no ha prescrito la mancha.
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Abandono III
Y en ese universo aparece la luna orbitando la tierra.
Son materias similares, como la ética y la estética. Juntas. Paralelas.
Se atraen, y una a la otra se sostienen en el terreno de la precisión.
Pero el aire exige el máximo rigor en el peso, esa agua en línea recta
por donde corres como potranca desbocada sin tus gafas. Los cristales. Flotan.
Abres la puerta del hotel sin acaso decir nada de lo sucedido. No hay palabras.
Las palabras flotan con las gafas. Todo gravita ahora en la habitación.
Intentas retener la silla verde-lima que se inclina contra el sofá. Miedo.
El miedo es lo que intentas desvanecer como luz en el pliegue de la ola.
Y me miras desde la sombra, y en la curva de tus ojos la ira se acumula.
No sabes que esto nada tiene que ver con lo sucedido la noche anterior.
Callas, solo miras. No intentes explicar que el dolor se almacena en las gafas.
La gravedad está en el objeto, en lo que no sientes. En lo que quizá puedas
perder y jamás recuperar. ¿Quién ha perdido qué? Él no nota la desgarradura.
La mancha de helio semeja la mancha de melanina en sus espaldas. No lo nota.
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Abandono IV
La amenaza sigue al acecho, el miedo, la molécula que abandona su trayectoria.
Temes la explosión. Tu cuerpo me habló de la belleza. Pero esa noche de mar mi
miedo se concentraba como níquel en el astro. No sabemos que dentro de miles
de millones de años, un anillo de gas y polvo podría traducir la gigante roja en
enana blanca con la mínima masa necesaria. Hay cosas que pueden ser notadas
a millones de años luz. Mas entender el impacto del alma en el cuerpo, es un acto
demasiado débil para la vista, como las carreteras paralelas, o las manos que unen
su devoción. Hemos tomado el desayuno, nos hemos preparado para hacer un tour y
conocer otras historias. Quieres olvidar los supuestos: Descartes, Spinoza, Nietzsche.
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Abandono V
Digamos que las carreteras paralelas que concibió Spinoza al hablar del
cuerpo y del alma son los sentimientos que eslabonan los hechos de Musil.
Pero el irse a la cama y dormir cada quien de frente al muro no es signo
de alejamiento, sino individualidad en curso necesaria para después mirar
al centro, ojos reflexivos, palabras no enunciadas. Y fijas una ácida mirada
sobre el hielo. Hay un racimo complejo de deseos, como el pote de violetas
frente a la ventana, sin que ello quiera decir que, vinculadas por su singularidad,
no haya belleza en su conjunto, intimidad, el anhelo de un bello verano sin que
formen parte del todo para mostrarnos las yemas entreabiertas de la naturaleza.
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Abandono VI
La habitación está hecha de pequeños instantes que llamamos recuerdos.
En cuál de ellos detenerse es asunto de quien contemple las violetas.
Una flor sola puede discordar del universo entero sin marchitarse.
Los especialistas en el amor suelen llamar a ese instante amor-recuerdo.
Aquella mañana en el hotel aprendí que la primera desnudez nos deja en
el desamparo para siempre. Que vivimos toda una vida buscando cobijo.
Un conjunto de violetas frente a la ventana puede ser un círculo de gracia
en nuestra divagación. Ser santo o mártir conlleva abandono. Esto es, salir
desbocados sobre la arena de la playa hacia ningún lugar conlleva desentrañar
lo que los filósofos llaman perder rumbo y los científicos abandonar la órbita.
Seamos serios cuando hablemos del amor. Pensemos que es el síntoma
inscrito en el cuerpo como recordación, mancha, fruto, umbral, fresca sed.
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