Tiene Miguel Munárriz un curriculum redondo en el periodismo cultural, que no se ciñe, por otra parte, como suele ser frecuente en sus colegas, a una larga labor en medios de comunicación. Persona inquieta, es poeta —menos trabajador del verso de lo que debiera—, editor de libros en la acepción anglosajona del término, antólogo, articulista y también agente literario. Además de pieza clave de este Zenda donde colaboro: dicho queda a favor de la bendita transparencia. En suma, un activista de las letras.
Luego encontré a Munárriz pastoreando escritores veteranos y noveles, también a críticos, en los Encuentros Literarios de Oviedo, que organizó durante varios lustros. Aquellas reuniones tenían enorme repercusión pública no por casualidad sino porque estaban pensadas para que las letras se insertaran en la vida corriente y salieran del círculo de las minorías ilustradas. Las letras eran algo vivo, seductor y estimulante en aquellas sesiones que marcan una edad de oro en la vida cultural asturiana. No montaba Munárriz programas excluyentes ni por edad de los convocados ni por sus inclinaciones artísticas, pero sí ocupó en ellas un espacio grande la generación del medio siglo, de alguna manera el referente literario fundamental del propio Munárriz.
No se llevó el viento el interesante fruto de aquellas reuniones y debates, vigorosos y en ocasiones acalorados. Dejaron los “Encuentros” huella perdurable en volúmenes propiciados por su organizador que suponen una referencia para los estudiosos y materia de consulta necesaria para la historia literaria reciente de España. Así ocurre con los esmerados y atractivos tomos Encuentros con el 50: La voz poética de una generación (reeditado en 2015), Últimos veinte años de poesía española, Narrativa 80, el pionero Otra mirada sobre el mismo paisaje: Encuentros con mujeres escritoras o, en plan prospectivo, 50 propuestas para el próximo milenio.
Con Poesía para los que leen prosa preparó Munárriz una antología, publicada por la canónica colección de Visor, cuyo insólito título dice mucho más de lo que en broma aparenta. No se trata de un gancho comercial, aunque también, ideado por alguien que pone en juego el periodístico arte de rotular. Encierra toda una declaración de principios. La prosa —la novela— es el producto literario mayoritariamente preferido por la parte lectora de las sociedades actuales. En ella se encuentran historias amenas, ideas, pensamientos, análisis y crítica del mundo que proporcionan entretenimiento, amén de otros alicientes, de todo lo cual participa un lector común, mayoritario. La novela no está dirigida a minorías, ni inmensas ni selectas. Se trata, dicho de otra manera, de una literatura comunicativa que trasmite emociones y vivencias del autor al lector. Este modo de entender las letras ya lo había compendiado Munárriz en el rótulo de uno de los encuentros ovetenses y plasmado queda en su correspondiente libro de actas, Viva la literatura viva.
Recalco la importancia de la comunicación —gran debate literario nacional de los años cincuenta que enfrentó con acritud a sus partidarios con los defensores del “conocimiento”— en el sentir de Munárriz porque este mismo valor inspira La escritura contra el tiempo: Ayer fue miércoles toda la mañana. Aquí reúne textos de su sección semanal en el blog literario Zenda. Artículos variados aunque con un denominador común: hablar en tono conversacional —y en manifiesta pero recatada y no exhibicionista primera persona— de escritores, de libros, de artistas, de paisajes. Se refiere con plumazos cálidos a autores y a las circunstancias en que los conoció por su actividad profesional en la prensa y en el mundo de la edición. Siempre positivo, como decía aquel entrenador de fútbol, trasmite una impresión que suele definir al personaje, nos obsequia con un personal apunte de lectura y añade un plus de entusiasmo y admiración. El libro, de modélica confección, nos regala un puñado de sensacionales fotografías del maestro del retrato de literatos Daniel Mordzinski.
También cuenta Munárriz con claridad y sencillez, con prosa expresiva y directa, el efecto y el recuerdo de una lectura que le impactó, y reivindica el valor o el significado de su autor. En una ocasión actúa como monitor de lecturas: de agradecer es la lista glosada de “veinte cuentos que hay que leer”, encabezada por “El corazón delator” de Poe y clausurada con una doble propuesta de Clarice Lispector, “una mujer hermosa y elegante que supo observar y poner en solfa un mundo absurdo, lleno de miseria y dolor”. Entre ambos extremos se encadenan, sin orden, muy versátiles elecciones: Arreola, Maupassant (por supuesto, “Bola de sebo”), Stevenson, Kafka, Kipling, Hemingway, Borges, Monterroso, Carver, Cheever, Onetti, Salinger, Capote, Dorothy Parker, Cortázar, Rulfo y Horacio Quiroga. Doy la lista completa no para discutirla, porque la comparto, sino para sugerirle al antólogo que la próxima vez amplíe el criterio de selección e incluya a un español, al fundador del cuento literario español, su paisano Clarín.
El que la mirada de Munárriz sea afirmativa no quiere decir que no dé algún zurriagazo. No escapan a sus observaciones las sordideces del mundillo literario, que retrata en sendas instantáneas humorísticas sobre cómo tres autores se escabulleron de una invitación a un “encuentro” ovetense. Pero no se encuentran más reprimendas, ni veladas. Hay devoción y admiraciones: desde Marco Aurelio o Goethe a William Sorayan, con paradas en Bioy Casares, John Berger, Fernando del Paso o los poetas “novísimos” españoles. Tampoco faltan gentes de la proximidad del autor como Juan Cueto y otros coterráneos notables, ocasión para que el comentarista dé rienda suelta a la confesionalidad y el memorialismo.
Abre también La escritura contra el tiempo el arcón de las fidelidades del autor. Cómo no, ahí tiene guardado a Julio Cortázar, uno de los grandes mitos de la generación del 68, a la que pertenece Munárriz, aquella que quería encontrar a la Maga para que la imaginación volara sobre la mortecina España de los amenes franquistas. Me parecen certeros los calificativos que el poeta Ricardo Labra aplica a Munárriz en el prólogo del libro: cortazariano, cosmopolita y soñador. La mayor parte del arcón la ocupa Ángel González, que en el libro sale repetidas veces, la primera en un soneto con acróstico que lo abre. No es casual esta devoción, aparte complicidades amistosas. González fue el más perseverante defensor de la literatura como expresión de las desazones del tiempo histórico, el más explícito en sostener por encima de todo el principio de la comunicación, mientras sus colegas generacionales entonaban arrepentimientos y palinodias. Munárriz y González pertenece en este sentido artístico a la misma familia.
Los escritores y la escritura proporcionan a Miguel Munárriz la sustancia misma de su experiencia vital. Vida y literatura se funden en él en una única realidad. Las letras le sirven como un modo de vivir mejor, más densa y plenamente. Le proporcionan un antídoto contra la triste realidad. Una manera de salvarse de la prosa del mundo. Metafóricamente lo dice el título del libro: “La escritura contra el tiempo”.
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Autor: Miguel Munárriz. Título: La escritura contra el tiempo: Ayer fue miércoles toda la mañana. Prólogo: Ricardo Labra. Fotografías: Daniel Mordzinski. Editorial: Luna de Abajo. Venta: en la página web de la editorial.
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