Las huellas de David

En mi caso quería contar una dura historia de la Guerra Civil escuchada de forma fragmentaria en mi familia. Quería enlazarla con un tiempo actual. No sabía cómo. Empecé a escribir y, ante la confusión de datos de lo que realmente había sucedido en el pasado, fue creciendo una narración construida con unos cuantos trazos de memoria y muchos de invención. Así surgió el personaje de Lisardo, el hombre que huye de Málaga a Almería en 1937 en la llamada desbandá.

De forma paralela, Cecilia, el personaje principal de El tiempo de la rabia, vive sabiendo que no es importante para nadie. Al principio, a lo largo de los primeros folios, esta protagonista no era así. Era una mujer libre, feminista y con mucha seguridad en sí misma. Cambié su perfil y lo hice de una forma casual, como una prueba, un pequeño borrador escrito con prisas en una cafetería del centro de Madrid. Un rato antes, en Gran Vía, cerca ya de Callao, vi cómo una mujer resbalaba y caía al suelo. Era una mañana muy fría y el pavimento tenía restos de nieve. La ayudé a incorporarse y por un instante, encontré el rostro asustado de Cecilia. Tenía delante la caída, el deslizamiento de la protagonista. Hacia dónde, para qué. Casi enseguida introduzco unas dosis de realismo mágico. Cecilia va a tener una compañera imaginaria. Con sus limitaciones y sus inseguridades no puede aspirar a una compañía más grande: un perro, un amigo. Cecilia se conforma con un ser insignificante, una hormiga.

Y luego. ¿De qué manera encajar eso con la trama de Lisardo? No tenía ni idea.

A diferencia de mi primera novela, La seducción de la sal, en la que tenía claro el último capítulo y se trataba de indagar la forma de alcanzar ese desenlace, en esta otra solo disponía de unas piezas dispersas y algunas imágenes. Sabía que la discapacidad iba a ocupar un eje de la historia y que el frío y la decepción constituirían el fondo de la trama principal. Poco más.

Elaboro conjeturas y subtramas que me ayudan a comprender las motivaciones de la protagonista. Algunos de esos hilos argumentales terminan en la nada, pero otros tienen fuerza. En unos meses dispongo ya de un dibujo vago pero bastante completo de la novela. He usado también el azar. Mejor dicho, el azar ha venido a mí. Por ejemplo, en el capítulo titulado «La sangre de las mariposas». Ese era el título de una novela que inicie hace años y que nada tiene que ver con esta. Pero un día, de regreso de Alhama de Granada, tengo una avería en el coche. En el taller el mecánico me aclara que se trata del cuerpo de la mariposa, una pieza que se abre y se cierra para admitir la parte adecuada de aire que fluye hacia la cámara de combustión del motor. El mecánico golpea con un destornillador la gruesa capa de grasa incrustada en el cuerpo de la mariposa. Parece sangre seca. Considerando los episodios de ansiedad de Cecilia, le adjudico a ella la avería.

Si profundizo un poco en la historia puedo encontrar en el fondo un sedimento conocido. El de David contra Goliat. La débil protagonista llena de miedos contra un gigante compuesto, no solo por un marido triunfador o por una madre que no la quiere, sino por todo un grupo de presión que está en todas partes, incluso dentro de ella misma. Allí da vueltas y vueltas con un zumbido implacable. No puedo decir que la protagonista venza todos los obstáculos y se transforme en una mujer audaz. Ni que observe con delectación el desplome de Goliat. No es exactamente así. Pero en el corazón de esa Cecilia están, o eso creo, las breves huellas de David.

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Autora: Mati Morata. Título: El tiempo de la rabia. Editorial: Huso. Venta: Todostuslibros y Amazon