Tal vez recuerden cómo avanza David Sedaris en sus historias, haciendo de su experiencia personal un ejercicio sociológico que va más allá del vecindario y familia, para abarcar una parte importante del mundo y transparentarlo a nuestros ojos. Ayad Akhtar no es homosexual, ni tan divertido, ni tan abiertamente osado como el autor de Calypso, pero ha dado en el clavo con el tono utilizado para abordar la epopeya personal de su herencia paquistaní y lo que supone para una familia estadounidense de primera generación hacerse un espacio de vida y sueños en el país que abandera la falacia de suponer que todo parece posible con algo de suerte y mucho empeño. Es normal que para Junot Díaz sea el libro del año, lo mismo que para The New York Times, The Economist, el Publishers Weekly o The Washington Post, que habla del libro como “una fusión excepcional de memorias, ficción histórica y análisis cultural”. Los elogios también le llegan de Salman Rushdie, que ha visto en la prosa de Akhtar “un autorretrato honesto de un brillante escritor musulmán-estadounidense”. La clave está en el adjetivo musulmán-estadounidense. O en otras palabras, en el desafío que supone recordar sin tapujos ni apenas paños calientes la propia identidad islámica en una cultura racista y en una nación en la que el narrador se empecina en llamar hogar, a sabiendas de que los cimientos que lo fijan se desmoronan por completo, sobre todo tras los estragos que arrastra el mundo desde aquel fatídico 11 de septiembre de 2001.
Con una mezcla de ficción y realidad, o más bien, de realidad y verosimilitud —así quería Aristóteles que fuera la esencia narrativa—, el ganador de Premio Pulitzer de Drama confecciona una novela que, rindiendo cuentas a su propia biografía, acaba rindiéndolas a un modo de vivir en Estados Unidos y en el arco de influencia que la Primera Potencia tiene en el mundo entero, para mal y para algún bien. Por sus páginas transitan Bin Laden, Donald Trump, y también el padre de Akhtar, un eminente cardiólogo punyabí con su peculiar sentido pueril de lo que debe ser un verdadero americano o de lo que imagina que espera a quienes logren prosperar en el País de las Oportunidades, convertido en la “patria del pillaje”, en gran medida henchida de autoestima desde los años de saqueo de la administración Reagan. Un pueblo hincado de hinojos rindiendo pleitesía al deseo, al no tengo suficiente, al necesito más, tanto que no le alcanza a nadie conocer el final de los caprichos pero sí el destino empobrecedor de todo ello. Ahí, Akhtar se echa las manos a la cabeza. No es para menos, al observar cómo todo lo americano se vivía en su entorno (excepto en su madre) como una religión, en la firme creencia supremacista del ser estadounidense, creencia que acababa convertida en un malvivir inconsciente y arrastrado.
Las historias que se contienen en Elegías a la patria harán las delicias de los amantes de la historia, y a su vez las de los amantes de las historias. Su raigambre islámica es fuente de cualquier engarzamiento ficcional, en el que unas fábulas contienen el germen de otras, y así ad infinitum. Uno de sus lectores estrella, Barack Obama, toma partido como jamás lo haría Donald Trump, el presidente saliente y resiliente, azote de todo cuanto defiende Akhtar en su libro. Como pasa con la música del último Abdullah Ibrahim, los lectores de esta novela valiente sabrán dar con una ternura sin filtrar de inmensa rareza. Caben aquí sueños (pueden saltárselos), enamoramientos (no se los salten), apelaciones al auditorio (no en vano el autor es dramaturgo), cierto pensamiento mágico, un golpe de suerte y alguna que otra bacteria sifilítica que aguarda a contar su historia en el tejido adiposo del narrador, a su pesar.
Si hubiera que decir qué es esta novela, llamarla americana sería acertado. Novela americana, de los americanos de nueva estirpe. En las escuelas de muchos países existe un departamento para recién llegados. A veces, a estos chicos se les conoce con la fusión de ambas palabras: recienllegados. Ayad Akhtar es como ellos. No ha debido ponerse en su piel, puesto que su vida ha sido la de cualquiera en esas circunstancias. Todos buscamos nuestro lugar en el mundo. El autor y el narrador de estas Elegías a la patria ha decidido contar sus cuitas con el país que es suyo para tratar de hacerlo más suyo todavía. O simplemente, para que quienes imaginan que es más suyo que de nadie, entiendan que no tienen la exclusividad patriótica. Vanidad probada, lo sabemos. ¿Dónde poner el corte generacional? ¿En los ocho antecesores que exigían los nazis para considerarse alemán? No es que hayan muchos como Ayad. Es que —ahora sí cabe recurrir al tópico— Ayad somos todos. Lo demás es literatura.
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Autor: Ayad Akhtar. Título: Elegías a la patria. Traducción: Elia Maqueda. Editorial: Roca editorial. Venta: Todostuslibros y Amazon
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