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Del Unabomber a la España vaciada

Del Unabomber a la España vaciada

Que paren el mundo, que yo me bajo. Por desgracia, ese chascarrillo punk ha dejado de sonar a exageración nihilista. Tampoco suenan exageradas las cábalas sobre nuestro destino a unos veinte años vista, ni todos esos filmes postapocalípticos parecen ya tan de ciencia ficción. Mientras el agua cotiza en bolsa o fenómenos meteorológicos a lo Filomena prometen volverse pauta, conceptos como el del capitalismo terminal o el ecofascismo empiezan a sonar desazonadoramente concretos y cercanos. Son muchos los libros que ahondan en la cuestión, divulgativamente hablando, y pocos los que ya se han remangado para ponerse a ello: al modo en que podríamos encarar el turbulento ínterin que viene. Solo una fe religiosa en la tecnociencia puede convencer de que los contratiempos se evitarán, especialmente cuando la pandemia, en tanto hecho fundacional, marca nuestra entrada como civilización en territorio desconocido. Respecto a esto, más que de un reinicio (ni el de Klaus Schwab ni el de los conspiracionistas, que no necesariamente negacionistas), sería oportuno hablar del nacimiento de nuevas formas de totalitarismo, “cada vez más conscientes de la escasez general que se avecina y cada vez más decididas a preservar esos recursos escasos en unas pocas manos”, tal como leemos en Iberia vaciada: Despoblación, decrecimiento, colapso (Carlos Taibo, Catarata, 2021).

"En La sociedad industrial y su futuro, Ted Kaczynski razonó a las claras por qué las medias tintas no funcionarán"

Como ya sabemos que el mundo no está dispuesto a detenerse, puede que haya llegado el momento de hacerse con una pequeña biblioteca colapsológica. La andanada de publicidad tan pretendidamente ecofriendly como continuista de todas esas marcas, ese Canon en Re Sostenible, precioso por lo demás, todos esos anuncios reverdecidos, deberían ponernos en guardia más que ninguna otra cosa. En La sociedad industrial y su futuro, Ted Kaczynski razonó a las claras por qué las medias tintas no funcionarán: ni las comercialmente perversas ni las más bienintencionadas de los movimientos que abogan por ir frenando poco a poco, decrecer para que todo se desenvuelva sin las sangres de una historia parturienta, como diría Marx, en su alumbramiento de lo que viene. Pero no, las cosas no funcionan así. Aquel, el Unabomber, mostró al mundo un inquietante careo entre el universo activista y la fractura de todo, en el que la segunda se impone como futuro altamente probable, mientras que el primero no pasa de lo melifluo y limitado de su dimensión casi estrictamente simbólica. En su manifiesto, con el lenguaje desacomplejadamente violento que cabe esperar de un terrorista, ve la encrucijada, barrunta las vicisitudes y en algún momento observa que “es imposible predecir qué surgirá de ese tiempo de problemas, pero, sea como sea, a la raza humana se le dará una nueva oportunidad”. La sociedad industrial se publicó en el Post y en el Times en 1995, a partir de una serie de hechos que no corresponde desarrollar ahora, convirtiéndose instantáneamente en uno de los textos prohibidos más importantes de la cultura contemporánea.

En otro orden de cosas, Taibo también atiende la cuestión en su título, un libro cuya complejidad no facilita por dónde abordarlo. Hay una clave interesante en el aserto de que la impedimenta decrecionista “más bien ha de servirnos para movernos en el escenario posterior al de un colapso que se anuncia acaso inevitable”. La relación entre autores parecerá menos forzada si parafraseamos parte de la descripción del probable mañana de este: “escasez de energía, general desglobalización, graves problemas para la preservación de muchas de las estructuras de poder y dominación, manifiesta expansión de la violencia, quiebra del sistema financiero”, etcétera. De hecho, muchas de estas predicciones ya se han consumado: más allá del canto de las ballenas, que se ha vuelto grave y lúgubre, los refugiados climáticos se desplazan y recién hemos visto las orejas al lobo del desabastecimiento con la crisis del papel higiénico. Además, como Kaczynski, Taibo ve oportunidad en el crack, y despliega sus planteamientos militantes sin que ya lo parezcan tanto. Más bien constituyen alternativas lógicas a un fallo del sistema; casi obvias, llegado el momento, del mismo modo que las propuestas de los urbanistas anarquistas decimonónicos se llevan hoy a cabo en muchas capitales europeas sin que nadie se extrañe lo más mínimo.

"De la distopía ambiental nos desplazamos a esos mundos grises en los que todo está bajo control, las voluntades sometidas a quién sabe qué clase de analgesias"

En el lado positivista de nuestra pequeña biblioteca de colapso tendríamos a autores como el doble Pulitzer Edward O. Wilson, que despliega toda una utopía técnica en Medio planeta: La lucha por las tierras salvajes en la era de la sexta extinción (Errata Naturae, 2017) y que citamos por considerar el cortoplacismo que Taibo también refiere como “una tendencia darwiniana de nuestro cerebro”; algo tan aparentemente sensato como amenazante en su determinismo científico. De una actualidad más inmediata, veríamos lomos como el de El día después de las grandes epidemias (José Enrique Ruiz-Domènec. Taurus, 2021) o El mapa fantasma (Steven Johnson. Capitán Swing, 2020), que responden a una idea de avance técnico lineal y siempre a mejor, basándose en sendos análisis divulgativos de la historia reciente. Probablemente encontraríamos a algún que otro autor transhumanista para el que el desastre es también una ocasión, aunque solo en calidad de posibilidad neutralizada y confirmación de que la Naturaleza tiene que ser ilimitadamente intervenida; un poco en la línea de un San Agustín de nuestros días, aunque sustituyendo su axis místico por otro eje tecnocientífico.

Aunque no se pueda decir muy alto, la pandemia ha sido un evento muy oportuno, y esto implica discutibles mejoras respecto a nuestro habitar del mundo, pero también un avance, como mínimo inquietante, de nuestro contrato fáustico: nuevos pasos en la negociación con Mefistófeles, en tanto representación de lo maquinal y promesa (a cambio del alma, por supuesto) de acabar con el sufrimiento humano al fin. Esto nos llevaría a referencias descatalogadas como El racismo del gen: Biología, medicina y bioética bajo la férula liberal (Jacques Testart y Christian Godin. FCE, 2006) o El cibermundo: La política de lo peor (Paul Virilio, Cátedra, 1997). De la distopía ambiental, nos desplazamos a esos mundos grises en los que todo está bajo control, las voluntades sometidas a quién sabe qué clase de analgesias, la alienación clásica reducida a un concepto naíf. Y si la mención de estas lecturas resultara tan arbitraria como cualquier otra, se incide en que todas sustentan la tesis de que, como sociedad, estamos llegando a una bifurcación, sin que ninguno de los dos destinos resulte halagüeño: de La carretera de Cormac McCarthy a una versión más actualizada de 1984, y todo ello sin descartar un híbrido pesadillesco de ambos en el medio plazo. Todo lo que nos queda mientras tanto es leer para ir aclimatando o, de pasar otro tipo de páginas, para no olvidar que fuimos libres y que antes o después volveremos a serlo.

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