Foto: Pedro Huerta
Tumulus Mercurii, Cabezo de los Moros, Cartagena, primavera del 209 a.C.
Frente a él las imponentes murallas erigidas por los púnicos de Asdrúbal el Bello menos de 20 años atrás, que conectaban entre sí las cinco colinas sobre las que erigieron Qart Hadasht. A su izquierda, la bocana del puerto, protegido de los vientos por su prodigiosa orografía y el islote de Scombraria. A su derecha, circunvalándola por el norte y el oeste, el estero. Los iberos que construyeron el poblado de Mastia y los cartagineses que sobre aquél edificaron su nueva capital habían tenido un ojo excelente: la urbe se asentaba en una península a la que sólo se podía acceder vía terrestre por el istmo. Su guía mastieno le fue señalando las diferentes colinas con su nombre. La más alta y escarpada, al este, era el monte Eshmún, al que los helenos identificaban con Asklepios, porque en su cima había un templo a tal dios. Esta colina se precipitaba al mar y, al igual que el resto, estaba reciamente fortificada por una sólida muralla construida con dos muros paralelos, en cuyo interior había estancias para los caballos y otros bagajes en la planta baja y en una segunda, almacenes o cuartos para la guarnición. La muralla tenía más de 30 pies de altura, lo que hacía muy complicado el asalto con escalas.
El Chusor, dios asociado para los fenicios a la pesca y a la metalurgia, llamado por los griegos Hefesto y Vulcano por los romanos, era el segundo más alto de las cinco colinas. Un templo dedicado a tal divinidad, a quien se encomendaban los propietarios y trabajadores de las minas cercanas, coronaba una de sus cimas. El templo estaba fortificado para defender uno de los puntos más vulnerables, por estar cerca del istmo.
El Aletes o Aleto se llamaba así en honor a un posible héroe que descubrió las ricas minas de plata. En él debería de haber un santuario, pero desde donde estaban no lo podía ver.
El guía le señaló el monte Moloch o Baal. Y por fin el Arx Hasdrubalis, donde Asdrúbal el Bello, yerno de Amílcar Barca y cuñado del maldito Aníbal, había construido su residencia y un cuartel para el Batallón Sagrado, su guardia de corps. También observaban un templo dedicado a Atargatis, divinidad lunar en forma de pez con cabeza, brazos y pecho de mujer.
La ciudad estaba rodeada por agua en tres de sus lados. El estero protegía la zona de la colina de Asdrúbal y una entrada del mar a poniente, comunicado con la laguna, servía de puerto seguro para la escuadra de guerra. Un pequeño puente comunicaba este mar con tierra firme. Los defensores lo habían demolido para dificultar el asedio.
Ahí estaba Qart Hadasht, capital púnica en Hispania, desde la que el infame Aníbal emprendió el ataque a Italia, que tantos padecimientos acarreó, tras los desastres de Ticino, Trebia, Trasimeno y Cannas. Qart Hadasht, donde atesoraban ingentes riquezas provenientes de las minas de plata y de los tributos que los púnicos habían exprimido de los iberos sometidos a su égida, junto a los rehenes como garantía para preservar la paz.
Sus constructores habían pensado que su geografía y las robustas murallas la convertirían en inexpugnable. Primer error: no lo habían tenido en cuenta a él, Publio Cornelio Escipión, hijo de Publio Cornelio Escipión y sobrino de Lucio, legados caídos a manos de las tropas de los hermanos de Aníbal. Juró que vengaría a los suyos conquistando esa urbe y celebrando en su foro unos juegos de gladiadores, para honrar a los difuntos con el derramamiento de sangre humana como establecía el mos maiorum. Ya llegaría el momento de ajustar cuentas en el campo de batalla con esos Barca.
Los púnicos habían cometido un segundo y funesto error: tan seguros estaban de la nula reacción de Roma mientras que Aníbal campara por Italia, que habían dejado desguarnecida su capital hispana. Los contingentes de Asdrúbal y Magón Barca se hallaban a muchas jornadas de marcha, empeñados en combatir a celtíberos e íberos rebeldes. No les daría tiempo de acudir a liberar su metrópolis antes de que sobre sus torres ondearan los estandartes del águila.
Otro Magón comandaba los efectivos para defender la población: unos irrisorios 1000 soldados. Calculaban que podrían armar a otros 2000 o 3000 civiles más. Pocos seguían siendo frente a los 35.000 legionarios que había traído consigo, a los que había que sumar los embarcados en la escuadra capitaneada por Cayo Lelio.
Cuando unos pescadores le comunicaron en Tarraco que el estero que cercaba la capital de los Barca era vadeable según la marea por cierto punto, tuvo clara su estrategia para empezar a liberar a Roma de la letal garrapata que era Aníbal.
Había concentrado a sus legiones y a su escuadra en las ruinas de Saguntum, cuya destrucción por los cartagineses supuso el casus belli. Desde allí se plantaron ante los muros de Carthago Nova en tan sólo siete extenuantes jornadas.
Ayer, nada más llegar, mandó a sus hombres fortificar un terreno elegido previamente por sus agrimensores, a fin de instalar un campamento para las ocho legiones y otro anexo para los auxiliares. Un manípulo tomó el Tumulus Mercurii, el promontorio desde el que asistía a las operaciones de sus ejércitos.
Esa misma mañana había intentado un ataque a la puerta del istmo, pero la altura de los muros hacía imposible que sus hombres usaran escalas. Se había arriesgado él mismo acudiendo al combate al ver un sector desguarnecido. Su escolta lo salvó de un furibundo contraataque cartaginés.
A esas mismas horas, siguiendo su estrategia inicial, Carhago Nova estaba siendo batida por su zona portuaria por la flota de Lelio y por el istmo por sus infantes, pero él, Publio Cornelio Escipión, imperator de las águilas en Hispania a sus 27 años, sabía que los que iban a dar el golpe de gracia a los púnicos, distraídos en repeler los ataques actuales, pillándolos por la espalda, eran los 500 efectivos de su mejor manípulo. Al mando de su primipilus de confianza habían atravesado el estero y escalado los muros, inadvertidos a los defensores. Los dioses sonreían a los Hijos de la Loba.
Polibio de Megalópolis
“El perímetro de la ciudad no medía inicialmente más de veinte estadios. El casco de la ciudad es cóncavo y se encuentra rodeado por cinco colinas, dos muy montañosas y escarpadas y tres muy abruptas. La colina más alta está al Este y se precipita en el mar; en su cima se levanta un templo a Asclepio. Hay otra colina frente a ésta, de disposición similar, en la cual se edificaron magníficos palacios reales, construidos, según se dice, por Asdrúbal, quien aspiraba a un poder monárquico. Las otras elevaciones del terreno, simplemente unos altozanos, rodean la parte septentrional de la ciudad. De estos tres, el orientado hacia el Este se llama el de Hefesto, el que viene a continuación, el de Aletes, personaje que, al parecer, obtuvo honores divinos por haber descubierto unas minas de plata; el tercero de los altozanos lleva el nombre de Cronos. Se ha abierto un cauce artificial entre el estanque y las aguas más próximas, para facilitar el trabajo a los que se ocupan en cosas de la mar. Por encima de este canal que corta el brazo de tierra que separa el lago y el mar se ha tendido un puente para que carros y acémilas puedan pasar por aquí, desde el interior del país, los suministros necesarios”
«Sabía, en cambio, que la ciudad de Cartagena, que ya he citado, era útil al enemigo y que, precisamente en la guerra de entonces, perjudicaba mucho a los romanos. Durante el invierno había reunido informaciones de gente que conocía bien sus peculiaridades. Lo primero que supo fue que era prácticamente la única ciudad de España dotada de un puerto capaz de albergar una flota, es decir, fuerzas navales; averiguó además, que su situación era excepcionalmente favorable para los cartagineses, para sus navegaciones desde el África y sus travesías por mar. En segundo lugar se enteró de que los cartagineses guardaban en este sitio prácticamente todos sus fondos y los bagajes de sus ejércitos, además de sus rehenes procedentes de toda España. Lo más importante era que hombres verdaderamente expertos en la guerra allí había sólo mil como guarnición de la ciudadela, porque jamás nadie llegó a sospechar que hubiera quien planeara asediar la plaza, dominando, como dominaban, prácticamente, los cartagineses toda España. Le informaron de que había allí un gran número de hombres, pero que eran artesanos, obreros o marineros, sin ninguna experiencia bélica. Supuso que esto, más bien, embarazaría a la ciudad en caso de una aparición inesperada».
(Pol. X, 8, 2)
«Magón estaba más allá de las columnas de Heracles, entre el pueblo llamado de los conios; Asdrúbal, hijo de Gescón, estaba en Lusitania, en la desembocadura del Tajo, y el segundo Asdrúbal asediaba una ciudad en la región de los carpetanos; los tres se encontraban a más de diez días de marcha de Cartagena».
«Algunos pescadores que habían faenado allí —se refiere a Carthago Nova— le indicaron que el lago era muy fangoso y que se podía vadear casi por todas partes cada día, principalmente a la hora del crepúsculo vespertino, en que normalmente había un reflujo».
«Publio Cornelio Escipión llegó en el otoño del 210 a.C., con la intención de controlar el territorio de la Península Ibérica, y establecerse en la ciudad de Tarraco y pasar el invierno. Aprovechando la falta de cooperación entre los jefes púnicos y la gran distancia que separaba a los distintos ejércitos cartagineses, Asdrúbal, el hermano de Aníbal, se situaba en Carpetania, en torno a la minas de Cástulo; Magón, su hermano, defendía el estrecho de Gibraltar; Asdrúbal Giscón, desde la desembocadura del Tajo, vigilaba a los lusitanos. Escipión, empleando la misma estrategia que años antes había empleado el propio Aníbal en su incursión en la Península Itálica, es decir, combatir al enemigo en su propio territorio, inició una marcha rápida sobre Carthago Nova, de cuyas condiciones de defensa estaba bien informado: llegó en siete días, posiblemente desde Sagunto».
Llevaba casi todo su ejército por tierra con 25.000 hombres y 2.500 caballeros, mientras enviaba por mar una escuadra de 36 navíos mandados por Cayo Laelio. Cartago Nova estaba defendida por Magón con 1.000 púnicos, los únicos expertos en la guerra, a los que se añadían 2.000 soldados indígenas, bisoños en la milicia y mal armados, y no más de 16 naves. Quizá había una excesiva confianza en sus murallas. Escipión cercó la ciudad por tierra y por mar, puso su campamento en las afueras, al norte de la ciudad. Al lado opuesto del perímetro del campamento trazó un foso y una empalizada doble, que iban de mar a mar. Por el otro lado que daba a la ciudad no puso nada, pues la misma configuración del lugar le ofrecía seguridad suficiente».
“Los primeros que intentaron con osadía subir por las escalas no tuvieron que sufrir tanto de la multitud de defensores al aproximarse como de la altura de los muros. Los que coronaban las murallas conocieron bien la incomodidad que ésta causaba a los romanos, y eso mismo les infundió más aliento. Efectivamente, como las escalas eran altas y subían muchos a un tiempo, algunas se hacían pedazos. En otras sucedía que después de estar arriba los primeros, la misma elevación les hacía perder la vista, y si a esto se añadía el más leve impulso de los defensores, venían rodando por la escalera abajo. Si se arrojaba por las almenas alguna viga o cosa semejante, entonces todos a un tiempo eran derribados y estrellados contra el suelo.”
Polibio X, 13.
David Fernández Rodríguez, La toma de Carthago Nova
Al iniciarse el reflujo, Escipión, que había prometido a sus tropas la ayuda de Poseidón, ordenó a 500 hombres situarse en la orilla de la laguna. Acto seguido, lanzó un nuevo ataque con las fuerzas que permanecían en el istmo, obligando a los sitiados a concentrarse en la defensa de la muralla oriental. Al mismo tiempo, por el norte, aprovechando la bajada del nivel del agua de la laguna, los 500 escaladores se acercaron a la base de la muralla —probablemente de menor altura por el lado de la laguna— y comenzaron a escalarla sin que los defensores, que estaban concentrados intentando repeler el ataque por la puerta principal, nada pudieran hacer para evitarlo. Una vez en el interior, los romanos se dirigieron a la entrada de la ciudad y abrieron las puertas para que sus compañeros accedieran a la plaza. Ante lo sucedido, sólo unos pocos defensores al mando de Magón pudieron refugiarse en la Acrópolis.
Escipión ordenó reunir el botín en el ágora para ser repartido entre sus hombres al día siguiente. El general romano procedió también a la entrega de la corona muralis, distinción con la que se premiaba al primer hombre que coronaba la muralla. Fueron dos los hombres que se la disputaron; Quinto Trebelio, un centurión de la Legión Cuarta, y Sexto Digitio, un marinero al mando de Lelio. Según Livio, Escipión concedió finalmente la corona a ambos.
A continuación, Escipión se ocupó de los casi 10.000 rehenes, siendo los ciudadanos puestos en libertad. Los artesanos —unos 2.000— fueron convertidos en esclavos públicos, pero se les prometió la libertad al final de la guerra. Finalmente, de los prisioneros restantes —esclavos en su mayoría—, fueron escogidos los más aptos para servir como remeros en la flota romana.
Estrabón
«Polibio, al mencionar las minas de plata de Cartagena, dice que son muy grandes, que distan de la ciudad unos veinte estadios, (unos cuatro kilómetros), que ocupan un área de cuatrocientos estadios, (unos setenta y cinco kilómetros) que en ellas trabajan cuarenta mil obreros y que en su tiempo reportaban al pueblo romano 25.000 dracmas diarios. Y omito todo lo que cuenta del proceso del laboreo, porque es largo de contar; pero no lo que se refiere a la ganga argentífera arrastrada por una corriente, de la que, dice, se machaca y por medio de tamices se la separa del agua; los sedimentos son triturados de nuevo y nuevamente filtrados y, separadas así las aguas, machacados aún otra vez. Entonces, este quinto sedimento se funde y, separado el plomo, queda la plata pura. Actualmente las minas de plata están todavía en actividad; pero tanto aquí como en otros lugares, han dejado de ser públicas».
Estrabón, Geografía, Libro III. 2.10.1-20.
Tito Livio
“Soldados, si alguien supone que se os ha traído hasta aquí con el único propósito de atacar a esta ciudad, está fijándose más en el trabajo que os espera que en la ventaja que obtendréis al haceros con ella. Es cierto que vais a atacar las murallas de una sola ciudad, pero capturándola aseguraréis toda Hispania. Aquí están los rehenes tomados de todos los nobles, reyes y tribus, y una vez estén en vuestro poder, todo lo que era de los cartagineses será vuestro. Aquí está la base militar del enemigo, sin la que no podrán continuar la guerra pues han de pagar a sus mercenarios, y ese dinero nos será de la mayor utilidad para ganarnos a los bárbaros. Aquí está su artillería, su arsenal, todas sus máquinas de guerra, que de seguido os proporcionará cuando deseéis dejando al enemigo carente de todo lo que necesita. Y lo que es más, llegaremos a ser los dueños no solo de la más rica y hermosa ciudad, sino también del más cómodo puerto desde el que se suministrará todo cuanto se precisa para la guerra, tanto terrestre como marítima. Grandes como serán nuestras ganancias, todavía serán mayores las privaciones que sufrirá el enemigo.
Aquí reside su fortaleza, su granero, su tesoro y su arsenal, todo está aquí almacenado. Aquí llegan por ruta directa desde África. Esta es la única base naval entre los Pirineos y Cádiz; desde aquí amenaza África a toda Hispania. Pero ya veo que estáis completamente dispuestos; pasemos al asalto de Cartagena con toda nuestra fuerza y el valor que no conoce el miedo”.
Tito Livio, Ab urbe condita, XXI, 43
“….Se apoderó también de una enorme cantidad de municiones de guerra; ciento veinte catapultas del tamaño más grande y doscientas ochenta y una del más pequeño, veintitrés ballestas pesadas y cincuenta y dos ligeras, junto a un inmenso número de escorpiones de diversos calibres así como proyectiles y otras armas. Se capturaron también setenta y tres estandartes militares.
Se llevó ante el general una enorme cantidad de oro y plata, incluyendo doscientas setenta y seis pateras de oro, casi todas de al menos una libra de peso, dieciocho mil libras de plata en lingotes y moneda, y gran cantidad de vasos de plata. Todo esto fue pesado y valorado y entregado luego al cuestor, Cayo Flaminio, así como cuatrocientos mil modios de trigo y doscientos setenta mil de cebada [cada modio civil son 8,75 litros]. En el puerto, se capturaron sesenta y tres mercantes, algunos de ellos con sus cargamentos de grano y armas, así como bronce, hierro, velas, esparto y otros artículos necesarios para la flota. En medio de esa enorme cantidad de suministros militares y navales, la misma ciudad fue considerada como el más importante botín de todos.”
Tito Livio, Ab urbe condita, XXVI, 47
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NOTA: La primera parte de este artículo vio la luz en el diario La Verdad en agosto del 2019 gracias al aliento del periodista Manuel Madrid.
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