Tras su rictus serio encontramos una personalidad abrumadora. Mario de la Rosa se cuela en nuestras vidas desde la pequeña pantalla: ha interpretado a Suárez, jefe de los GEO en La casa de papel, a un rockero venido a menos en El cuartito, o al popular Camazotz (Esteban Ruiz) en Hellboy. Su rostro, su presencia se han hecho habituales en producciones audiovisuales, tanto internacionales como nacionales: Isabel, El secreto de Puente Viejo o The Night Manager son solo algunos de los trabajos sobre los que consolida su talento. Tras una década manchándose las manos con la interpretación, Mario de la Rosa se aventuró a vivir la literatura en carne viva.
Tras esta publicación, y varios meses de reflexión y arduo trabajo, llega a las librerías Hemorragias, su primer poemario, una herida abierta ante el lector. En este título, que edita Cuadernos del Laberinto, Mario transita por heridas del ayer, heridas que aún hoy tienen espacio en nuestro presente.
Las Hemorragias (Cuadernos del Laberinto, 2021) que publica Mario de la Rosa, son un compendio de cincuenta poemas. En estas cicatrices abiertas encontramos no sólo el dolor que deviene de la decepción amorosa, sino el fracaso de la lucha imposible, el pesar que persigue a las traiciones desprevenidas, la soledad que procede del encaje continuo de nuestros desencantos.
Hay desamor y desilusión en este hondo poemario del autor, pero también en este juego de versos nos encontramos frente a la expresión más honda y vívida del ser humano: amar para perpetuar nuestra existencia, escribir para volver a vivir, sentir para fingir que podemos aspirar a la eternidad. En este juego de versos que adelanta muchas de nuestras emociones, el autor le juega un pulso a la vida, un pulso de antemano perdido, un pulso sobrevenido quizá de traición y desengaño.
En este juego de versos en el que encajan nuestras vivencias, De la Rosa se desnuda en silencio. Aparca el pudor entre las teclas de su ordenador y lo viste de quintetos y de exigencia poética. Hay oxímoron en la poesía de De la Rosa, como hay anáforas, algo que no sorprenderá a los lectores habituales de Mario, cuyo latido poético se dejaba entrever en su debut en la ficción. La poesía, en su anterior propuesta, se adelantaba ansiosa y expectante, como si latidos desacompasados cabalgaran en paralelo a nuestro destino.
Hoy día, con Hemorragias, con este envite literario de Cuadernos del Laberinto, su poética se antoja sólida más allá de la promesa. Nos encontramos ante una apuesta que nos atraviesa como lectores, que nos despega hasta emociones que creíamos dormidas, que nos pone frente a nuestros miedos más aterradores. Su apuesta nos instala en la diana.
Hoy día, con Hemorragias, la poesía de De la Rosa se arranca las espinas y se eleva sobre esta intemperie desolada que a ratos nos acongoja; la poesía de De la Rosa se arranca las espinas y se erige como emoción extendida en palabras; se alza como emoción que resuena en nuestros recuerdos, como eco que a oscuras escribe nuestras historias.
La poesía de De la Rosa se arranca las espinas, se enaltece e incomoda, se abre paso entre nuestras ruinas, encuentra su acomodo en este cúmulo de escombros. Su poesía se acrecienta y se diluye en estas palabras y versos, se hace verdad y presente; su poesía se amplía, nos amplía, nos hace suyos y nos eleva, nos alza, nos enaltece y nos acrecienta. Más allá de las palabras, la poesía de De la Rosa nos amplía y nos dilata. Su poesía nos hace suyos y nos acongoja, nos incomoda y sacude, nos atraviesa.
Hoy, en Zenda, hablamos de literatura y de interpretación con Mario de la Rosa. Viajamos con el autor a un universo de palabras, trascendemos desde sus versos a emociones universales; acudimos, de su mano, a la llamada de la poesía, descendemos desde esas palabras a la honestidad más pura y deshojamos, como primaverales margaritas, toda la emoción que reserva tras estas Hemorragias que se nos deslizan, a ratos dolorosamente, por la garganta.
—¿De dónde viene esa pulsión por escribir?
—No lo sé. Es algo que nace de manera natural y muy orgánica. Eso es una pulsión, es como un instinto que tiene que manifestarse. Esto lo he contado muchas veces: cuando era un niño, en el colegio, cuando nos mandaban escribir cuentos, todo iba bien. A otros niños les molestaba mucho y a mí me encantaba. Con 14 o 15 años, a finales de los 80, llegó el hip-hop a España y me atrapó enseguida. Me sentí muy atraído. En el hip-hop hay cuatro vertientes y se supone que para ser participativo debes hacer una de ellas. No valía con ser únicamente espectador. Lo de bailar, mal. Lo de bailar break, fatal. Lo de pinchar música, horroroso. Lo de pintar grafitis, lo intenté, pero no estuve muy lúcido… Y sin embargo, lo de cantar rap me atrajo. Empecé a escribir algunas canciones de rap y muy rápidamente tornaron en poesía. Empecé a escribir canciones de rap, y me molaban. ¡Fíjate lo que puedes escribir con 14 años! Escribes sobre tu barrio, tus historias… Luego descubrí a The Doors, me influenció la figura de Jim Morrison. ¡Menudo referente! Para algunas cosas muy bien, para otras… Sin embargo, me atraían sus letras, me tiraba mucho. Eran los 80, había un repertorio musical brutal (Bowie, Queen, Roxy Music…). Tenía tres hermanas adolescentes en casa cuando era niño. Me empapé mucho de esto. Me interesaba mucho qué decían las canciones. A partir de ahí empecé a escribir poemas. Mi primer poema lo escribí cuando tenía 15 o 16 años. Aparece en el libro. El primero de todos aparece en el libro. Y ahí fue: encontré un canal íntimo y personal. La poesía era el lugar en el que mirarte al espejo, como si fuera un diario, como si fuera un cuaderno de bitácora emocional.
—Empezó escribiendo poesía siendo adolescente. ¿Cómo fue el salto a la narrativa?
—El salto a la narrativa viene porque comencé escribiendo poesía. Leo poesía, pero no me considero un gran lector de poesía. Sí que leía, sin embargo, mucha narrativa. Esas historias me gustaban mucho, me gustaba leer libros y ver ese desarrollo narrativo. Sin embargo, estaba acostumbrado a trabajar de manera concisa, con textos más escuetos. Desarrollar una narrativa me resultaba más costoso: era capaz de escribir relatos cortos, pero me costaban mucho los finales. Recuerdo que con 20 años empecé a escribir una novela porque se publicó un certamen de novela corta (en torno a 100 páginas). Me puse a escribir y cuando llevaba unas 70 páginas aún no había terminado de arrancar la novela (risas). Mientras estaba en este proceso, un vecino me prestó un libro que creyó me iba a gustar. Me dejó una novela tras cuya lectura aparqué lo que estaba escribiendo. La novela era Historias del Kronen, de José Ángel Mañas. Lo que yo estaba escribiendo era igual: diferente historia, diferente argot… pero el mismo concepto. Ahora lo pienso y creo que tendría que haber seguido escribiendo. Entendiendo el mercado quizá mi historia (que tenía otros protagonistas, unos chicos de barrio que trabajaban por la noche en garitos, había sexo, había drogas…) habría funcionado bien. Así fue como intenté dar el salto a la narrativa. Así que volví a la poesía, seguí languideciendo en la poesía, porque estuve muchos años sin escribir, luego volví, también me enamoré. Esto es importante. Escribo muy bien cuando estoy hecho una puta mierda (Risas). Sobre todo poesía, la narrativa es otra cosa. ¿Pero la poesía? Hay un verso en Hemorragias que dice: “Necesito la rotura para hablarte del pasado”.
—Tras publicar hace dos años Perros con placa, ¿a qué retos se ha enfrentado con esta primera obra poética?
—El reto es interno. Había mucha expectativa. Publiqué Perros con placa en una editorial pequeña, y por tanto la distribución fue menor. Me quedó el sabor agridulce de no haber llegado a más gente, pero sí tuve un feedback muy bueno de todo el mundo. Se interesaron especialistas en novela negra, festivales… Me felicitaron voces autorizadas como Manuel Marlasca, Claudio Cerdán, directores de festivales especializados como el de Cuenca, Sergio Vera, de Ciudad Real… A todo el mundo le encantó. Esto consiguió que un agente literario se fijara en mí. En ese sentido me ha reportado cosas muy buenas. Después de esto, todo el mundo te pregunta por tu próximo proyecto editorial y todos esperan que sigas con novela negra. Además, el género de novela negra es un mundo en sí. Llego a entender que si publicas novela negra y lo siguiente que publicas es novela histórica o una novela romántica los escritores de novela negra dirían: “¿Qué has hecho? ¡Sacrilegio!” (Risas). Esto es una sensación. Y de repente, ¡yo voy a publicar un poemario! Pero yo decía: “Tengo la necesidad de escribir poesía, de publicar poesía”.
Publicar este poemario es una reconciliación. Metafóricamente hablando, es una salida del armario, como si tuviera que presentarme. Hemorragias habla de mi sensibilidad. Por presión social he sido el primero que he tenido sometida, tapada, mi sensibilidad. No es que venga de los bajos fondos, pero soy de barrio, soy un hombre alto, grande, fuerte, con una voz potente… Parece ser que ser sensible, o manifestar abiertamente tu sensibilidad, no está muy bien visto, sobre todo cuando creces en los 80. Si aún hoy tenemos grandes problemas con el patriarcado, imagínate entonces. Si cantabas sobre tus sentimientos estaba bien, pero si con 18 años —haciendo la mili, o cuando boxeaba, o cuando trabajaba de portero en una discoteca, de pescadero en un mercado con mi padre…— hablaba de poesía, o de que escribía poesía, o sobre el dolor que me causa la vida o el amor, era un poco… Cuando alguna vez abrí el pico, recibía caña. Que muchas veces eran unas risas o burlas, ese tipo de caña… ¡Eso es una puta mierda! Por eso siempre guardé la poesía de una manera muy íntima. Ahora que estoy en un momento de mi vida muy ecualizado (entre lo que soy, lo que siento y lo que hago), sí tengo esa madurez para decir: “Pues mira, sí. Este es mi corazón. Este es mi cajón de sastre”. Trato de darle una forma, quiero que sea bonita, que sea bella, yo lo siento así y lo comparto.
—¿Qué van a encontrar los lectores que se acerquen a Hemorragias?
—Van a encontrar mucha verdad. Van a encontrar la verdad de quien no se miente, de quien no se miente nada, pero se confunde, pero es errático, pero mantiene ilusión; que no desestima encontrar amor y bienestar a pesar de que se le resista o que le frustren algunos momentos. Me encanta cómo la poesía tiene esta magia de poder extrapolar emociones a tu propia experiencia. En este caso Hemorragias está hablando de mí, pero puede contarte cosas de ti. En estos días, desde que el poemario está a la venta, me escribió una persona diciendo que uno de los poemas de Hemorragias le había tocado el alma: una mujer que había perdido un hijo y sentía que el poema le hablaba de eso. Yo no he perdido un hijo, estaba hablando en ese poema de un desamor. ¡Qué bonito! Esto nos ha pasado a todos. Siempre ha habido alguien que ha expresado con palabras un sentimiento propio de mejor manera que si lo hubieras escrito tú. He recopilado en Hemorragias 50 poemas (tengo escritos casi 200), y sin embargo, todavía llega un cantante cuyas canciones expresan lo que yo estaba sintiendo ayer. Esta es una de las cosas bonitas que tiene la poesía.
—¿Cómo son estas Hemorragias? ¿Cómo podemos taponarlas?
—No hay que taponarlas, al revés, hay que darles su lugar, hay que habitarlas, hay que transitarlas. El error es cuando las taponamos. El error es hacer algo o sentir algo, y si duele, si es incómodo, si molesta, intentamos taparlo y seguir adelante. No. Hay habitaciones en las que uno no se debe quedar a dormir, pero sí echarse una siesta. Y a ver qué pasa cuando entras en esa habitación. Hay que transitar las cosas. Estas Hemorragias también son una purga. Muchas veces, a la hora de exponerte y de hablar de ello, y de hablar en voz alta, estás limpiando. Recuerdo una amiga que hace tiempo (cuando Hemorragias no era aún ni un proyecto) leyó tres de los poemas y dijo: “Tío, estás jodidísimo, vete a terapia”. La terapia está fenomenal y, sí, de vez en cuando voy, pero esto ya ha pasado. No te creas que estoy aquí. Lo escribí en un momento de hemorragia. Tuve una hemorragia y escribí esto. Una hemorragia de emociones, de sentimientos, de satisfacción… No todo es triste u oscuro. A lo mejor esa hemorragia ya está cortada. Hay una cosa que he aprendido de manera autodidacta y que ha sido una epifanía para mí: las emociones no caducan, los sentimientos no caducan. Como yo siento el miedo, la manera en que siento el miedo o la ira, o la ilusión, o el amor… lo siento de igual manera ahora —voy a cumplir 46— que cuando tenía 8 años o 30. El miedo es el miedo, lo que cambia es qué te lo produce y cómo lo gestionas. La sensación es la misma. Lo sentí así y lo he hablado con gente cercana, o lo he planteado a gente desconocida, y dicen: “Sí, es verdad, puede ser”. Raquel, tu sensación, cuando algo te asusta, esa sensación, ese escalofrío, esa angustia… ese parámetro se repite, a lo mejor ahora es por lo que sea, y cuando eras pequeña era porque te daban miedo los perros, pero la sensación es la misma. Ahora no te dan miedo los perros, ahora es el ir muy rápido en coche. Antes lo gestionabas asustándote mucho y abrazándote a tu madre llorando. Ahora lo gestionas controlando, respirando, tomando conciencia de tu responsabilidad. Pero tu sensación de miedo es la misma. Con mis poesías lo siento igual. Si no pones lugares, si no pones nombres, si no pones fecha… adquieren una imagen abierta, genérica, interpretable. Pero si hablas de un sentimiento puro… He tenido roturas emocionales con 40 años tras las que he releído un texto mío y he pensado: “Parece que lo escribí anoche”. ¡Y el texto tenía 20 años!
—Cuéntenos cómo llegó al sector editorial. ¿Cómo fue el proceso que le llevó a publicar su primera novela y este poemario?
—Con la primera novela cogí un listado de editoriales que me envió un conocido. Tengo además un amigo, que es escritor, que me explicó un poco cómo funcionaba esto, así que generé un dosier de presentación que incluía sinopsis, biografía de autor, primer capítulo, desarrollo de tramas… Mandé 20 dosieres, la mitad no me contestó. El 80% de los que me contestaron me enviaron un email tipo, y dos editoriales sí me escucharon. Una era una editorial importante, bastante potente, y la otra es la que finalmente me editó, una editorial pequeñita. La editorial importante me pidió la novela, pero pasaban los meses y no me daban respuesta. La novela estuvo ocho o nuev meses en sus manos y ya no les esperé. Hoy día aún no me contestaron. Luego ya te enteras de que la gente escribe muchos libros, hay más libros que personas. Esta editorial pequeña que sí me escuchó (porque salgo en La casa de papel) me publicó, aunque estoy convencido de que la persona que decidió publicarla no ha leído la novela.
—Eso es más habitual de lo que creemos. Muchas editoriales tienen lectores externos.
—Sí, pero yo creo que en este caso no la leyó nadie antes de la decisión de publicarme. Luego ya sí. La novela está de puta madre, ¿qué voy a decir yo? Grandes especialistas en el género la alaban y me ha abierto un camino. Me ha traído un agente literario que en su día me apuntó: “¡Qué pena que tu novela no haya tenido una vida mejor!”. Esa es mi experiencia editorial: haciendo camino. Esa es una frase que uso mucho. Perros con placa me ha traído un reporte personal importante, ese feedback, y ha llegado a un agente literario que ha creído en mí y que ahora me ha ayudado a publicar este poemario. Ahora estoy escribiendo una nueva novela, y ojalá que cuando la acabe se me escuchará donde antes no tuve oportunidad.
—Sobre esta nueva novela, ¿puede adelantarnos algo?
—Cuando escribí Perros con placa escribí lo que necesitaba escribir, lo que sentía que debía escribir. Cuando la terminé no sabía si había escrito una novela negra, soy muy malo para poner etiquetas. En poesía tampoco sé de métricas. Soy autodidacta 100%. Aunque alguien pueda decir después: “Esto es así porque… tal”. Uno tiene sus referentes. Has leído a José Hierro, a Lorca, a Morrison… y encuentras tu voz y tu gusto. Crees que lo has inventado y estás influenciado por algo. Con la novela me pasó igual. Escribí la historia que quería escribir, pero no sabía si había escrito una novela negra. Yo sabía que era policiaca, porque había policías y narcos. Hasta que un día me apareció en Twitter un decálogo de novela negra. De las diez pautas que tenía, Perros con placa cumplía 9 y media. Y dije: “¡Coño! He escrito una novela negra”. Ahora sí que tengo este prejuicio de preguntarme qué estoy escribiendo. ¿Qué es? Diría que es un thriller de nombre. Y de apellidos «erótico-romántico», «romántico-erótico». Es una historia de amor muy potente en la que hablo de sexo con mucha libertad. No es pornográfica. No busco el morbo de calentar al lector. Pero cuando hablo de sexo es porque hay unos protagonistas que se enamoran, y uno de los catalizadores de ese amor, uno de los canales más potentes que tiene su relación, es el sexo. Son sexualmente muy activos y se encuentran en un punto sexual brutal. Pero es un thriller: está lleno de intriga, acción y un buen puñado de muertos. Hay novelas y autores que me influencian o que me han gustado mucho, pero también películas. No lo sé separar. Cuando escribo pienso en películas y cuando hago películas pienso en personajes literarios. Van de la mano.
Me gusta mucho el cine de Cronenberg, historias cotidianas que se convierten en universales. Son historias que me atraen muchísimo. Mis novelas son un poco así, tienen esta cosa de cine de acción, pero con mucho arco psicológico, me interesa ese tipo de personajes. Me interesa qué les pasa, cómo se sienten…y que sea tangible. No es tanto qué pasa en las novelas, no es tanto la estructura (que sí que me la curro). Es cómo se sienten los personajes, desde dónde les nace hacer lo que hacen, cómo se sienten mientras lo hacen, cómo les cambia el haberlo hecho… Ese arco de personajes —que tanto necesito yo para crear los míos en el mundo audiovisual— es el que me interesa cuando escribo. Que Pepito le eche un polvazo a Pepita (o Pepita a Pepito) está muy bien, o que Fulanito haya matado a uno saltando desde un avión. Pero ¿de dónde le nace hacer eso? ¿Cómo se siente al apretar el gatillo? ¿Cómo se siente al saber que arrebata una vida? ¿Cómo te cambia esto? ¿Cómo ha sido tu vida para llegar hasta ahí? ¿Cómo te has entrenado? ¿Lo estás haciendo a sangre fría o en un momento de euforia? No dejan de ser hemorragias también. Mi próxima novela está en esa línea.
—¿Para qué sirve leer poesía?
—Creo que es un ejercicio de introspección. La poesía te ayuda a conocerte. Creo que los versos normalmente están apuntalados para provocar, para mover, para hacerte sentir… y ¿qué versos te mueven y cuáles no? Es un ejercicio de autoconocimiento. También es un ejercicio que puede ser de regocijo, de placer, de disfrute. Pero sobre todo —incluso cuando lees algo que no te gusta— está siendo un ejercicio de autoconocimiento. Cuando encuentras algo que te mueve, que te toca, que te incomoda, que te hace sentir, que te hace volar… como la música. Creo que sirve para esto. O que, también, sirve para esto.
—¿Y escribirla?
—Es terapéutico 100%. Parte de esta pulsión natural, de esta necesidad, de una inquietud. Quizá tenga que ver con esta cosa de dejar huella, de trascender, de ser consciente de lo efímeros que somos y querer trascender de alguna manera, dejar tu legado. Por un lado tiene que ver con eso y por otro tiene que ver con esta cosa terapéutica.
Una vez, en una conversación con Carlos Bardem —con el que tengo una relación cordial— me comentaba que cuando uno escribe sobre algo tiene la necesidad de entender ese algo. Me dio mucho que pensar, y creo que capté su razonamiento. Hay veces que uno escribe y no necesita entender porque ya sabe de lo que está escribiendo, ya lo ha entendido, ya lo ha colocado, depende de qué mundos y de qué cosas. Si he escrito una novela de policías no es que mi foco sea entender el mundo policial o narcotraficante. De alguna manera sí quiero constatar lo que yo he visto que la gente siente, tener el dibujo más claro, más perfilado, sobre qué le puede llevar a un tío a matar a otro, qué le puede llevar a traficar sin importarle los daños colaterales que tiene socialmente… Esto es interesante. Perros con placa me ayudó a constatar algo que ya sabía, que es que somos seres racionales, que les damos muchas vueltas a las cosas, que tenemos opiniones, criterios, un imaginario, creatividad… pero cuando somos llevados al límite, el instinto animal prevalece. La persona más inteligente, culta, moderada, emocionalmente ecualizada… cuando se trata de una cuestión de vida o muerte, o tú o yo, el instinto animal prevalece por encima de todo lo racional. Por eso una madre es una madre y por sus hijos mata, por eso una persona cuando es llevada al límite nunca sabes cómo va a reaccionar. El primer instinto de todos es la supervivencia, es el más potente. Creo que escribir me sirve para todo esto.
—“La vida me ha enseñado a empujar con fuerza”, dice un verso de uno de sus poemas. ¿Qué le ha enseñado la vida a Mario de la Rosa?
—La vida me ha enseñado a tirar para adelante. Hay que pasar página y empujar con fuerza, sobre todo para solventar el conflicto interno, para afrontar los miedos, las responsabilidades, para, de una manera estable, poner el foco en las ilusiones. La vida me ha enseñado a empujar con fuerza, a saber que hay que ser responsable de los actos y hay que intentar gestionar cada vez mejor.
—¿Qué debe tener un poema para que diga: “Este se queda”?
—Lo hemos hablado antes: que sea de sentimiento puro, que sea orgánico, que sea visceral, que sea una hemorragia, un aquí y un ahora, que sea de verdad lo que te está pasando, la vida es un devenir. Raramente va a haber una sensación que no vuelvas a sentir otra vez. No es lo mismo qué te la produce o cómo la gestionas, eso cambiará, pero todo vuelve a venir. Si uno habla de eso y es capaz de transmitirlo bien, ese poema se queda porque va a volver a pasar. Tarde o temprano va a volver a pasar. La vigésimo novena vez que lo leas, lo leerás desde otro lugar, lo leerás con otro poso, con otra calma interna, con otro equilibrio… pero sabes de lo que habla y sabes que es verdad.
—¿Dónde deja el pudor cuando se sienta a escribir?
—En una fase más temprana el pudor estaba, por eso creo que empecé a escribir poesía en lugar de un diario. La narrativa la pones en personajes y es más fácil, no eres tú, es una chica rubia de Barcelona que trabaja de abogada. Tú no, tú eres un actor y escritor de Alcorcón. Pero con la poesía, al principio, siendo muy personal, puedes ser un poco ambiguo y empiezas con ese pudor ahí. Sí es verdad que cada vez, cuando vas haciendo el ejercicio honesto, el pudor llega un momento que no tiene cabida, no quieres que lo tenga. Si tengo que hablar de lo roto que estoy, hablo de lo roto que estoy, y si tengo que hablar de lo muchísimo que me provocaba y me estimulaba practicarte el sexo oral, también te lo voy a contar, sin pudor ninguno. Tratamos de que en las formas sea bello. Buscamos la belleza, siempre se busca la belleza. Y me gusta recordar que la belleza está en los ojos del que mira, los parámetros de la belleza son muy dispares.
—Usted es conocido por su trabajo como actor principalmente (ha participado en series como La casa de papel, Amar en tiempos revueltos, Isabel o Acacias 38; películas como El cuartito o Hellboy) y ahora por su trabajo como escritor. ¿Cuántos Marios de la Rosa vamos a encontrar en los próximos años?
—(Risas) No lo sé. Ojalá que los que haya se manifiesten todos. Más allá de la repercusión, que es bienvenida y muy ilusionante, es el camino que voy haciendo. No son las metas sino los pasos que doy. Me veo donde estaba antes y donde estoy ahora y me pongo contento. Estoy muy ecualizado conmigo mismo, mucho más. Me desecualizaré, seguro, de eso trata la vida, que te sacude cada poco tiempo y tienes que volver a ecualizar. En la interpretación encontré un canal donde sentir y hacer y ser y crear que me encantó, me apasionó. Lo descubrí tarde, lo descubrí pasados los 30. Tarde según la comparación con otros actores de mi edad, que me doblan en camino recorrido. Empecé a trabajar como actor a los 35. Al principio no me sentía actor, era como un hobby. No decía que era actor hasta los 39 años. Escritor siempre me he sentido, de una manera muy íntima, eso sí. A lo mejor dentro de un tiempo saco un álbum cantando, que nunca me atreví a hacerlo (Risas). No sé qué más Marios…estoy contento con esto. Suelo etiquetar mis publicaciones en redes sociales como: “Actor”, “escritor” y “amante”. Amante de la vida, de los momentos, de las sensaciones…
—¿De dónde sale toda la desolación de Hemorragias?
—De la verdad, de mirarse, de la mala gestión emocional, de la mala gestión en el sentido de que a veces la sensación te supera y no la estás llevando bien, y eso te provoca una hemorragia, algunas veces de frustración, otras de violencia, o de reproche, o despecho… y eso también se va convirtiendo en una mejor gestión. En esa mejor gestión nacen otro tipo de hemorragias y de poesía y una desolación más controlada.
—¿Cómo espera que reciban sus lectores este nuevo título?
—No tengo ni idea. Que la reciban ya es un paso. Yo siempre digo lo mismo: ojalá le llegue a mucha gente y les mueva, les cuente algo diferente. En lo personal espero que me sirva para seguir haciendo camino.
—¿Qué le diría a quienes jamás le han leído?
—Atrévete. Creo que aquí no hay una voz única, pero sí es una voz auténtica, sincera. Y es posible que esa voz te cuente cosas, es posible que te cuente cosas de ti, no de mí.
—¿Escribir es jugar?
—¡Hostia! No, no lo etiquetaría como juego. Tiene algo lúdico, pero tanto como un juego… soy muy exigente, soy meticuloso. A veces el curso de escribir me genera cierta ansiedad. Pero suelo disfrutar mucho cuando llego a puerto. Es un viaje que a veces me pone de una manera muy convulsa, pero cuando llego al lugar al que quería llegar, digo: “¡Bien! ¡Qué maravilla! Ha merecido la pena todo este sacrificio”.
—¿Cómo cree que se retroalimenta su trabajo como actor y su trabajo literario?
—Es un hecho que ambos trabajos se retroalimentan. Si me pude lanzar bien con la narrativa viene a raíz de que empecé a trabajar como actor. Como actor uno se forma para encontrar eso que hablábamos antes: de dónde nacen las cosas… En los monólogos hay una famosa frase que dice: “No tires la primera frase”, no tengas ganas de empezar la escena, piensa de dónde nace esa primera frase. En el texto de Segismundo “ay, mísero de mí”, ¿por qué dice “ay, mísero de mí” y no dice “pues aquí estoy”? ¿De dónde nace eso? Ese es el trabajo que tenemos los actores: ¿por qué mis personajes hablan así? ¿Por qué andan así? ¿Por qué se sientan así? Porque han crecido en este barrio, porque han tenido un padre autoritario o no han tenido la figura de un padre… En esas construcciones de personajes que como actores nos toca hacer, para que no nos vean siempre igual, para que no vean a Mario haciendo de policía, a Mario haciendo de bombero, a Mario haciendo de monje, sino que vean a un policía, un bombero y un monje; en esa responsabilidad y ese trabajo, uno tiene que construir todo esto. Después, de manera literaria, cuando te pones a construir personajes, encuentras —gracias a este trabajo— mucha riqueza y muchos matices: que tus personajes no hablen igual, no se comporten igual, no se emocionen igual…Hay grandes novelas (grandes en cuanto a repercusión y magnitud en ventas) en las que los personajes hablan todos igual, porque corresponden a un imaginario colectivo, no corresponden a una realidad tangible, no corresponden a la puta verdad. Esto no es la vida, esto es lo que tú has recibido de películas que has visto y de novelas que has leído, y estás escribiendo desde ahí, pero no estás escribiendo desde tus entrañas o desde tus ideas reposadas o tu camino transitado. La literatura y la interpretación tienen que ser personales. Tienen que ser muy personales. Hay gente a la que no le funciona ese método. A mí sí, he encontrado ese canal. Tiene que ser muy personal. Lo demás son juegos de palabras, son cosas impostadas. Lo demás son interpretaciones de cómo debería ser o cómo creo que debería ser porque he visto a 80 personajes hacer eso.
—¿Para escribir hay que meterse en el barro?
—Claro. Sí. Hay que mancharse las manos para escribir y para interpretar. He oído mil veces a muchos actores hablar de que para hacer una escena no necesitan pensar en, por ejemplo, la muerte de su madre, porque entrar ahí es un proceso doloroso y te puede desestabilizar… Pues si tú no necesitas ese canal no lo utilices, pero no creo que haya que criticarlo. Otra cosa es que haya un automaltrato que te vaya a dejar una tara psicológica. Yo he aprendido a trabajar con mis emociones, con las más duras, las que más me provocaban. Pero no se puede trabajar con ellas hasta que no las controlas. Si te va a dejar peor trabajar con ellas, entonces no puedes trabajar con esa emoción. A mí me funciona ponerme personal.
Hice un personaje en una película (una comedia con tintes de drama), que es un cantante de rock venido a menos. ¿Cómo afrontaba este personaje? ¿Yo canto? ¿Yo sé tocar una guitarra? ¿Soy una estrella de rock? No. ¿Cómo puedo vincular esto con mi vida personal? Pues he sentido el amor, el desamor, la frustración… y pude utilizar eso para contar que mi personaje había vivido el éxito y el fracaso en su carrera musical. A través de lo personal enriqueces al personaje. Pasa igual cuando escribes: a través de lo personal construyes. Y ya no solamente lo que has sentido sino lo que ves. Mañana podré escribir de mi sensación, no de la tuya, claro, de cómo Raquel llegó a esta entrevista, de cómo se sentó, cómo olía, cómo me habla de usted a pesar de que nos conocemos… cómo coge el boli… Se retroalimentan constantemente mi actor, mi escritor, mi persona.
—¿Leer es querer?
—Yo qué sé. (Risas). ¿Leer es querer? Sí, es querer… es querer saber, conocer, entender, entretenerse, disfrutar. Leer es muchas cosas. Leer es muchas cosas, pero, sobre todo, es necesario, imprescindible.
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