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Fernando Aramburu: «Del País Vasco me llevé el dolor, la evocación y el deseo de intervenir con la palabra»

Fernando Aramburu. Foto de Jeosm

A lo largo de más de 500 páginas y a través de la vida de dos familias separadas por la enorme grieta que ETA ocasiona en sus vidas, Fernando Aramburu levanta con Patria (Tusquets) un mosaico de los años del terrorismo etarra.

Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) nació el mismo año en que se fundó ETA. Ha tenido que pasar una vida entera para poder contar esta historia: la suya y la de más de ochocientas personas asesinadas por la banda terrorista; hombres y mujeres despojados, incluso, del derecho a mirar a los ojos a sus verdugos. Porque los mataban así: con un tiro en la nuca; por la espalda. Así. Ha tenido que pasar una vida entera para contarlo, para hablar de los muertos y de quienes los sobreviven, los depositarios de un doble dolor: el de la pérdida y el del repudio que ejercen en su contra quienes temen que la solidaridad les salga cara.

Todo eso está ahí, revolviéndose en el agrio humor de Patria (Tusquets), la novela que Fernando Aramburu dedica al terrorismo etarra y a los estragos que éste produjo en la vida de las personas. Aunque no es el primer libro de Aramburu sobre el tema –lo preceden Los peces de la amargura y Años lentos–, sí es la primera novela que dedica enteramente a aquel infierno. A lo largo de más de 500 páginas y a través de la vida de dos familias separadas por la enorme grieta que ETA ocasiona en sus vidas, Fernando Aramburu levanta un mosaico hecho con las voces de víctimas y verdugos; valientes y cobardes; hombres y mujeres que comenzaron siendo niños y llegan a la vejez (y la adultez) escarmentados; carbonizados por sus propios fuegos y los que arden en la paila colectiva. La novela cubre exactamente 30 años en la vida de nueve personajes. Aramburu se mete ahí donde la angustia es más angustia, y el miedo más miedo. “Patria  intenta llegar donde no llegan la historia ni el periodismo: a los dormitorios, a las cocinas, a los espacios de quienes sufren”, dice. Ha tenido que pasar una vida entera, para contar esta historia.

"Patria intenta llegar donde no llegan la historia ni el periodismo: a los dormitorios, a las cocinas, a los espacios de quienes sufren."

Patria comienza el día en que ETA anuncia el cese de su carnicería. Ese mañana, Bittori acude al cementerio para visitar la tumba de su marido. Tiene algo importante que decirle. En la lápida de Txato no hay ninguna referencia al motivo de su muerte. En ningún lugar dice que es una víctima. Por su bien, la familia aconsejó no hacer referencia a ETA e incluso hasta su hija le sugirió a Bittori que no colocara la fecha de la muerte –del asesinato–, para evitar pintadas y humillaciones (… las que faltaban por llegar, piensa el lector). Más que enterrarlo, dijo entonces Bittori, a Txato parecía que lo escondían. Por eso la viuda acude a la tumba de su marido. Ahora que esos -Bittori se refiere a ETA- no matarán más, ella ha decidido volver al pueblo y quiere que él lo sepa. Sí, volverá. En contra de la opinión de sus hijos, lo hará. Y no sin temor e ira, atraviesa las calles, coge los autobuses, se asoma a las esquinas donde se siente observada. Todo parece increparla, todo parece decir ¿por qué has vuelto? Hasta que Bittori decide hacer de tripas corazón y anunciar su presencia con un gesto: un geranio rojo en la ventana. Nunca una maceta fue más clara. Patria comienza ese día, aunque su origen sea muy anterior.

Aramburu espera sentado en una de las sillas tapizadas que decoran el lobby de un hotel de la calle Velázquez. Viste zapatillas y vaqueros. Y aunque el aire informal podría suavizarlo, hay algo severo en él. Las manos muy gruesas, la nariz grande, la voz de lija raspando las pocas y bien escogidas palabras que arrastra en una conversación que comienza… sin arrancar del todo. Puede que ésta sea la segunda o tercera entrevista de la mañana. Hay que concentrar la promoción, claro. Fernando Aramburu vive en Alemania, país al que se marchó en 1985. Lo hizo por motivos personales, ha dicho en algunas ocasiones. En aquel corazón debieron viajar juntos el enamoramiento –el que sentía Aramburu por la persona a quien seguía– y la ruptura que él pretendía consumar con su tierra de origen. “Cuando decidí irme a vivir a Alemania pensé que había roto todo nexo con el País Vasco. Me quedaba alguna relación familiar pero esporádica. Pensé que no dejaba nada. Pero no es verdad, nunca corté. Me llevé el dolor, me llevé la evocación, el recuerdo, el deseo de intervenir con la palabra en la vida social y política y literaria”, dice Aramburu. “Me di cuenta de que al escribir Patria, se había abierto una esclusa”. Y así fue. Así ha sido. Es lo que ocurre cuando tiene que pasar una vida entera para contar una historia.

A partir de la acción que pone en marcha el libro, el regreso de Bittori al pueblo, Fernando Aramburu levanta una estructura coral, sintética, un rompecabezas con nueve historias, las de los miembros de dos familias. Las mujeres: Bittori y Miren, son los pilares alrededor de los cuales gravitan las columnas, el tronco, de esta historia. Se conocen desde niñas. Se casaron el mismo día, cada quien con su cada cual: Bittori con Txato y Miren con Joxian. A la par de las nupcias, los maridos construyeron una larga y profunda amistad. Los hijos de ambas parejas jugaron juntos, compartieron sus miserias y se ayudaron entre sí. Todo había sido de aquella manera hasta que ocurren, al mismo tiempo, dos episodios: Txato comienza a ser objeto de extorsión y acoso; y uno de los hijos de Miren, Joxe Mari, se mete de lleno en la lucha armada. ETA es el punto de fuga: el comienzo y el final de todo.

Fernando Aramburu. Foto de JeosmEn Patria ningún personaje tiene apellidos. Sólo sabemos sus nombres. Los cinco hijos de ambos matrimonios, como explicó José Carlos Mainer en su sintética y magnífica reseña publicada en Babelia, encarnan un repertorio de biografías para retratar una sociedad que pasa de “la vida pueblerina a la de una clase media semiurbana”. Hay un médico, discreto y severo, Xabier; un escritor en euskera que acepta su homosexualidad, Gorka; el terrorista, que cumple condena, Joxe Mari. Y dos mujeres –explica Mainer– que “heredan” cada cual a su modo “la resistencia, el empeño y el fracaso de sus madres: Nerea, la aparentemente errática y egoísta pero que crece moralmente con el paso de las páginas, y Arantxa, la marcada por su mala suerte y a la que un ictus convierte en una inválida”. La Patria que se levanta en este libro hace lo que el calor de hogar y los abrazos familiares: abrasar, asfixiar. Sobre ese tema conversa Fernando Aramburu en esta entrevista.

“Yo no puedo hablar desde los efectos de la lectura, ¿de acuerdo?” –empezamos mal, dice para sus adentros quien escucha las palabras de un hombre que no levanta los ojos de una taza en la que un café se enfría, desapacible, casi infecto–. “No puedo hablar de la interpretación de la lectura, porque yo voy antes que eso. En Patria manejo los elementos que todavía no están y que tuve que crear. Al margen de lo que pueda ocurrir en la novela como episodio, como peripecia, en Patria hay una indagación humana. Los nueve protagonistas no están al servicio ni de ideas, ni de aventuras, ni de ninguna tesis. Mi tarea y mi intención, desde el principio, fue ir llenando a los nueve personajes con un volumen humano: detalles, reacciones emocionales, gestos, silencios. Siempre en la convivencia de unos con otros”.

–En esa convivencia hay una violencia manifiesta y otra latente: que Nerea no asista al funeral de su padre (asesinado por ETA), que desee incluso esconder la fecha en la lápida, es una forma de violencia.

–Eso es algo que está en mi experiencia, aunque eso no quiere decir que yo haya vivido personalmente los episodios que relato. He estado cerca de numerosas historias que me permiten saber que aquello que describo es posible o que habría sido posible fuera de la literatura. En Patria he hecho literatura con dolor, el dolor de las vivencias que he conocido.

–Usted nació el año en que se fundó ETA. Ha tenido que pasar una vida entera para poder contar esta historia ¿Este libro no habría sido posible hace 20 años?

"La circunstancia de que ETA diera por terminada la acción armada desencadena el comienzo de esta novela. Ese hecho me permitió elaborarla con una sensación de recuento"

–La circunstancia de que ETA diera por terminada la acción armada desencadena el comienzo de esta novela. Ese hecho me permitió elaborarla con una sensación de recuento. Parece que algo ha terminado; que sí, es cierto, ha terminado la ristra incesante de atentados… pero quedan cosas por contar. Eso me permitía relatar todo lo que había ocurrido, pero usando historias cotidianas, familiares. Patria intenta llegar donde no llegan la historia ni el periodismo: a los dormitorios, a las cocinas, a los espacios de intimidad de quienes sufren. La violencia social repercute en todos. Pero yo quería contar a los seres que intervienen en su complejidad humana: cuando aman y no los aman; cuando sufren un accidente; cuando tienen ilusiones que pueden cumplirse o no. Es decir: aquellos sentimientos que no tienen nada que ver con la historia colectiva.

–¿ETA es ese extrañamiento que sienten en su novela los padres hacia los hijos; los amigos entre sí, incluso los hermanos? Nadie se reconoce ¿Es ese el doble dolor de esta historia?

–Ya, puede ser. Pero no lo singulariza, porque es lo que nos ocurre a todos .

Fernando Aramburu. Foto de Jeosm

Fernando Aramburu habla. Los ojos permanecen fijos en la taza de café. Tiene más contacto visual con ese objeto que con quien habla. Algo en su tono denota más aburrimiento que incomodidad. Aramburu habla con lentitud, como quien aparta las palabras con un tenedor, tal y como lo haría con las verduras pochas de una menestra que no quiere comer. A pesar de eso, responde:

–A los personajes de Patria se añade la tragedia social, que además también repercute en sus problemas personales. Hay también pequeños tramos de felicidad pero se disuelven. Nadie queda inmune cuando ha perdido a un familiar. Nadie queda inmune cuando un ser querido ha sido asesinado ni cuando tiene un hijo en la cárcel. Es imposible que esto no pese en sus acciones diarias, todavía más cuando en el pueblo del cual proceden no hay escapatoria para nadie, ni siquiera para los vecinos. Todo el mundo vive sometido a una situación de acoso, justamente porque todos se conocen, todos.

–Unos desafían, como Joxe Mari; otros se blindan, como Gorka; otros se esconden, como Nerea.

–Unos buscan un lugar donde refugiarse y a pesar de eso no lo consiguen. El personaje de Xabier –Aramburu se refiere al hijo de Tatxo, el hombre asesinado por ETA–. Él es alguien que se prohíbe a sí mismo la felicidad, incluso a pesar de tenerla al alcance de la mano. Su hermana, Nerea, intenta poner un muro entre ella y la muerte de su padre, hasta que, en una ciudad muy lejana de un país extranjero, la imagen de la muerte se impone con un cuerpo atropellado por un tren. En ese momento Nerea entiende el asesinato de su padre. Y entonces toda su explicación psicológica, prácticamente ficticia, se viene abajo. Busca salvación en el sexo, busca cierto acomodo. Pero no busco dictaminar nada, más bien procuro que los nueve protagonistas intervengan como narradores. Que todos y cada uno de ellos no sean solamente vistos, sino que tengan la opción de expresarse, de contarse, de participar desde su perspectiva.

–¿Cuánto ha costado elaborar un relato sobre ETA?

"El relato sobre la violencia de ETA todavía no existe. Sería extraño que se consiguiera tan rápidamente. Uno de los fenómenos que constatamos, incluso hoy, es que hay una renuencia general a elaborar un discurso sobre lo ocurrido con el terrorismo"

–El relato sobre la violencia de ETA todavía no existe. Sería extraño que se consiguiera tan rápidamente. Uno de los fenómenos que constatamos, incluso hoy, es que hay una renuencia general a elaborar un discurso sobre lo ocurrido con el terrorismo. Ha habido mucho miedo y muchos silencios. Silencios que procedían del terror, la culpa, la complicidad o de la falta de empatía. El relato de los años de ETA está por construir y no lo puede hacer una sola persona. Porque tiene distintas naturalezas. Quizá el terreno que más se ha trabajado es el relato historiográfico. Hay una suma de crónicas periodísticas que sirven también de base para acercarse al relato del otro. También hay películas . En ese sentido, sí podría existir un lugar donde es posible reunir un discurso. Pero hay que pensar, también, que ese proceso no puede buscar necesariamente un espacio donde la gente detenga el tiempo y se fije en un presente que ya pasó, y que esté todo el día recordando atentados, extorsiones, acoso. Se trata de crear un lugar al cual los ciudadanos de ahora y los ciudadanos del futuro puedan acudir para informarse. Que puedan asistir a un lugar donde exista la emoción. Probablemente es eso lo que pueda aportar la literatura. Por eso veo mi libro como una aportación, como una pieza más del mosaico del relato.

–¿De qué manera Patria bebe o se inscribe en libros como La carta, de Raúl Guerra Garrido?

–Hay dos escritores que se ocuparon por vez primera del terrorismo. Fueron los pioneros en la narración de este asunto. Lo hicieron, además, en un tiempo en el que ETA actuaba. Uno de ellos es Raúl Guerra Garrido, que se centra esencialmente en las vivencias de las víctimas. Lo hace en La carta y con anterioridad en Lectura insólita del Capital. El otro escritor es Ramón Saizarbitoria, con Cien metros, que focaliza la narración en la experiencia de un terrorista. Desde el comienzo, se forman estas dos vías, que apenas se han juntado. Mis primeros libros sobre este asunto siguen directamente la estela de Raúl Guerra Garrido. Me interesó siempre el influjo del terror y la violencia en los que la sufrieron, en las víctimas. En Patria quise ahondar y plantear una historia que englobase a todos en su gradual implicación con el tema del terrorismo. No se trataba de dividirlos en dos bandos, sino introducirlos a todos en un lapso relativamente largo, de tres décadas, que permitiese mostrar la evolución personal de cada uno.

–En Patria se percibe la acción de una fuerza que empuja a las personas. ¿Cuántas fuerzas actúan en esa pérdida colectiva de la razón?

–Hay muchas fuerzas que empujan con potencia, por supuesto que las hay. Nerea con sus amigas participa en todas esas actividades del mundo filoetarra. Frecuenta los mismos bares y asiste al funeral del que en su día fue jefe de la banda. Todo eso se le viene abajo cuando descubre que su padre es víctima de aquello que ella misma ha apoyado. De hecho, su padre tampoco es un opositor, pero se ve arrastrado por ese torrente de delirio y de violencia. Txato tiene una cierta tendencia nacionalista que es habitual en zonas rurales o con poca población.

–Los hermanos Gorka y Joxe Mari. A uno lo salvan los libros, el otro se mete de lleno en la lucha armada, sin saber siquiera qué es el marxismo-leninismo. ¿Son los libros, el conocimiento, lo que alejan a Gorka de esa violencia?

Fernando Aramburu. Foto de Jeosm-Dos personas –dice. La capa de hielo comienza, al fin, a derretirse. Fernando Aramburu ya no le habla a una menestra, todo sea dicho; y aunque ha despegado sus ojos de la taza del café, a veces vuelve a ella–. Dos personas –repite–, dos miembros de la misma familia, dos hermanos, que han crecido en el mismo ambiente y la misma situación, llegan a evoluciones vitales distintas. Esto lo muestro en la novela. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué uno entra en una organización armada y el otro no? Yo no doy la respuesta en la novela, pero aporto los suficientes detalles para que el lector saque sus propias conclusiones.

–¿Gorka es usted a su edad, cierto?

–Evidentemente la afición de Gorka por los libros tiene algo que ver o tuvo también algo que ver en mí. Yo tuve la misma edad y crecí en las mismas condiciones sociales. ¿Por qué cuando tuve 15 años no me fasciné con el terrorismo y con la lucha armada? Tengo ciertas respuestas, quizá me falten algunas, pero dentro de esas creo que está la presencia de la cultura y los libros, que me abrieron la mirada hacia otros mundos. Hay algo de mí en Gorka, el problema es que él no ha logrado cumplir su sueño, que es ser escritor, yo sí. Él se ha limitado. Él no queda exento de una herida interna al final de la novela. Es cierto que logra escapar del abismo, dentro de lo que cabe. Gorka es uno de los pocos personajes que sale mejor parado, aunque también le toca su ración de tragedia y dolor. Tengo confianza en la mejora de la calidad de las personas gracias a la cultura. Es algo en lo que creo, que llevo conmigo y comparto desde siempre. Yo agradezco a los libros que me hayan abierto la mirada hacia otros mundos, que me hayan hecho tolerante y esa es una de mis convicciones más firmes y las sigo manteniendo.

–En Patria todas las instituciones –la familia, la escuela, los amigos– están atravesadas por la bruma del terrorismo. En el capítulo 25, Bendición, queda claro que la iglesia o ciertos curas tomaron posición. La institución que debe promover la tolerancia y la solidaridad, termina aupando el terrorismo.

"La afición de Gorka por los libros tiene algo que ver o tuvo también algo que ver en mí."

–Hay un reportaje estremecedor de Antena3 sobre los sacerdotes del País Vasco. Se hizo con cámara oculta. Al escucharlos, te das cuenta de que aquellos eran mucho más radicales que el cura de mi novela. Este es un asunto que no se puede dejar de lado. Nadie nace con un chip que determine las ideas y creencias. Hay que introducirlas en los cerebros de los jovencitos y los niños, cuanto antes mejor, de manera que los deseos y convicciones lleguen a actuar como un elemento básico del desarrollo cognitivo. Si a los 4 años un niño cree en Dios, esa pieza es un cimiento, define su manera de mirar el mundo y la forma de conocerlo. En el fondo no hay elección, sino sistema de adoctrinamiento político que hace que muchos jóvenes se fascinen con la épica del terrorismo y de las armas. La noción de enemigo, una ficción que llevan en la cabeza. Eso también intento demostrarlo en la novela. Muchos curas tuvieron una intervención activa en ese adoctrinamiento político.

–Hay otros factores dentro de la novela, en Patria usted retrata una sociedad a su manera clasista, con una verticalidad abrumadora y un tanto xenófoba.

–Esa es una consecuencia natural del nacionalismo, que impone un filtro entre los ciudadanos. Sólo los puros, los auténticos, los que sirven genuinamente a la Idea (idea, con mayúscula) atraviesan los orificios del filtro. Hay una serie de señas de identidad que convierten a las personas en puras. A los impuros hay que eliminarlos. Hay distintas gradaciones de la eliminación, la más alta de ellas es el asesinato. También hay grados de discriminación. Esto se da en cualquier sociedad donde se ha gestado el nacionalismo. No sólo en la sociedad vasca. En Alemania, donde he vivido durante años, eso también ocurrió durante 1930. Se establece la idea de un pueblo y por tanto, hay quienes pertenecen y quienes no. El que no pertenece a ese pueblo que tiene una misión sagrada (en este caso la situación colectiva deseada es la independencia), a esos elementos espurios, hay que eliminarlos. Además, hay una pulsión agonista en todo esto: se considera que la identidad está en peligro, que el idioma está en peligro. La llegada de inmigrantes genera aprehensión, porque su presencia distorsiona la imagen que quieren tener de sí mismos. Se genera la sensación del invasor y el intruso. Hay hostilidad. Hay hijos de inmigrantes que hacen un esfuerzo por integrarse. Los padres siempre les asignan un nombre de pila vasco. Esos hijos de inmigrantes muchas veces se radicalizan doblemente para integrarse en el pueblo, para ser puros. No hay más que ver el elenco de integrantes de ETA para notarlo. Se nota en los apellidos. Eso impera en cualquier sociedad donde opera la versión exacerbada del nacionalismo.

–En Patria muestra ese acoso social sobre el individuo, pero también su reverso. Cuando la familia de Txato, una víctima del acoso etarra, viaja a Zaragoza… los llaman vascos asesinos.

–Porque es real. Eso ha llegado a ocurrir. Cuando las personas que eran acosadas en el País Vasco viajaban, mejor dicho huían, hacia otros lugares, y lo hacían en un coche con matrícula vasca, muchas veces se los destrozaron. Eran víctimas en un lado y en el otro.

–Hay algo en lo que quiero insistir. En esta novela predomina el extrañamiento: los amigos ya no se reconocen ente sí, los padres no reconocen a los hijos. Todo el mundo deja de ser quien es por culpa de lo que está ocurriendo. Como una guerra.

–Sí …–los puntos suspensivos parecen un trampolín batiente.

Karina Sainz Borgo y Fernando Aramburu. Foto de JeosmFernando Aramburu hace una pausa, de apenas unos segundos, pero en la que alguien podría verter litros de café –la taza sigue ahí–. Se hace larga la pausa, aun siendo mínima… se extiende, se hace elástica. Después de más de media hora de conversación, quien observa entiende que la calma de Aramburu no es antipatía. Es solo calma.

–Es que no podía ocurrir de otro modo –dice–. Hubo personas que con absoluta frialdad han mirado hacia otro lado, se han desinteresado o se han camuflado al adoptar los colores d e la zona, poniendo la bandera y la pancarta en el balcón. Así, conseguían paz. Podían dedicarse a sus negocios, a sus familias, a su vida. Esto es muy humano. Donde hay terror se generan comportamientos de supervivencia”.

–¿Cuál es la diferencia entre supervivencia y complicidad? ¿Existe?

–Es un tributo que se paga y muchas personas no tienen problema de conciencia en hacerlo. Porque tienen hijos, o un negocio, cosas que cuidar. Y se suman al rebaño, o a la manada, y consiguen así librarse de acosos y problemas. Cuando hay una dictadura, las calles se llenan de adeptos del dictador. Ha pasado, siempre –y en el siempre de Aramburu hay una tilde repujada en las últimas sílabas de la palabra, una montañita, una cuesta que asciende hacia un rotundo acento vasco–. Es natural.

–Nada de esto se corrige o se borra.¿Qué ocurrió dentro de usted para decidir narrarlo?

–Pues una cosa muy sencilla. Me da pena lo que le ha pasado a muchas personas, concretamente a 850. Me da mucha pena que, en nombre de unas ambiciones políticas, se haya asesinado durante décadas. Siento pena. Pero cuando vuelvo la mirada hacia las personas que cometieron esos crímenes, siento indignación. Yo no puedo estar callado. Si se supone que quiero dejar un testimonio personal del tiempo que me tocó vivir, yo no puedo obviar esto. Llego dolido a este tipo de relatos, dolido. Porque yo no quiero informar, quiero compartir sensaciones. Esa es la motivación básica. Luego, claro, hay que darle forma al trabajo, que es donde viene la técnica literaria, sobre la que se me pregunta poco, por cierto…

Patria es una novela oral, lo cual propicia una lectura aceitada, en la que la construcción del artefacto pasa desapercibida por la potencia de lo que cuenta y la forma en que resuena. Esa es la razón por la que quizá no se le pregunte lo suficiente.

"Si se supone que quiero dejar un testimonio personal del tiempo que me tocó vivir, yo no puedo obviar esto. Llego dolido a este tipo de relatos, dolido."

–Eso es deliberado. Incluso llegué a emplear un recurso que utilicé en Ávidas pretensiones, y que es a su manera algo insólito. Junto al narrador testigo y a los otros nueve narradores, el texto habla. Es decir, da la noción de una responsabilidad narrativa. El texto es consciente de que está siendo usado para narrar. Una y otra vez se inmiscuye, dialogando con los otros narradores, preguntándoles, pidiéndoles más detalles, mayor precisión. El texto sabe que está narrando y de vez en cuanto mete la patita. Eso ocurre en la escena final: “¿se dijeron algo?”, pregunta el texto. “Nada. No se dijeron nada”, contesta el narrador externo. El lector no se da cuenta, pero esas sutilezas literarias son la sal de mi trabajo.

–Entienda que la fuerza de los personajes hace que el artificio pase desapercibido, lo que ocurre a los personajes está en un primer plano.

–Es que, en efecto, no debe verse. A su manera, el lector debe olvidarse de que tiene un artefacto en las manos. Cuando me preguntan, debo obviar que he estado juntando palabras, y para poder dar respuesta a las cuestiones del libro, me veo obligado a colocarme en la situación de un posible lector. Y aunque sea el culpable del texto, me doy cuenta de cosas en las que antes no había reparado, que ni siquiera se me habían pasado por la cabeza.

–Las mujeres de esta novela son fuertes. Y hasta cierto punto es lógico. Lo que realmente llama la atención es que la oralidad del lenguaje resuene más en ellas.

–Esto no es inhabitual. Los hombres son más de la fuerza, del deporte. La potestad del lenguaje la tienen normalmente las mujeres. Son ellas las responsables de la palabra. Él cogerá el martillo, comenzará a clavar; o la sierra y comenzará a serrar. Ese esquema se repite. Muchas veces se recurre a la violencia física por falta de palabras, porque no se consigue verbalizar la tensión, la crispación, la ira. Ahí donde faltan palabras aparecen las patadas, los empujones, los puños…

Patria es una palabra complicada, mil veces saqueada. Pero en esta novela remite a territorio, costumbre, a comunidad, a herida, tierra y familia.

–Una patria que está completamente rota y de la que no hay manera de salirse.

–¿30 años en Alemania no le parecen suficiente escapatoria?

–Podré vivir fuera, pero sigo escribiendo sobre mi tierra. Llevo 30 años viviendo en Alemania y sin embargo, soy impermeable a la realidad de aquel país. No me llama. Escribí un libro divertido, jocoso, de agradecimiento, pero no me duele Alemania. Sí, es un país admirable, donde yo he podido desarrollar mi carrera literaria, pero no me llama. Después de 31 años allí, y aun teniendo más amigos alemanes que españoles, a mí me importa mi tierra, me llama. Tantas cosas atroces que han ocurrido.

–¿Qué pasó por su cabeza al momento de marcharse?

–Cuando decidí irme a vivir a Alemania pensé que había roto todo nexo con el País Vasco, con la gente. Me quedaba alguna relación familiar pero esporádica. Pensé que no dejaba nada. Pero no es verdad, nunca corté. Me llevé el dolor, me llevé la evocación, el recuerdo, el deseo de intervenir con la palabra en la vida social y política y literaria. No he podido desprenderme. Ahí adonde vaya llevo mi infancia, mi adolescencia y todo lo que he sido. También, y eso tengo que decirlo: escribo sobre otros temas además del País Vasco. Pero al escribir Patria sentí que abría una exclusa, que salía un torrente de líquido que llevaba por dentro y que deseaba compartir. El hecho de que ETA haya dejado de matar me ha puesto en la situación de decir: es el momento de contar algo que parece hacer comenzado a cerrarse. Por eso sí creo que el momento es importante. Tengo unas cuantas novelas escritas. Creo que estoy maduro para abordar temas delicados.

–Se habla de ‘conflicto vasco’, a veces. En un conflicto hay dos bandos que combaten en igualdad de condiciones. Partiendo de esa idea, no cuaja el concepto: aquí hay dos grupos, desiguales: el de las víctimas y el de los verdugos.

"Al escribir Patria sentí que abría una esclusa, que salía un torrente de líquido que llevaba por dentro y que deseaba compartir."

–La palabra conflicto me parece un eufemismo para justificar la violencia. En épocas duras uno podía pasear por San Sebastián y ver las playas llenas: la gente comiendo y bebiendo plácidamente. A diario había una manifestación violenta, que comenzaba a una hora, duraba 45 minutos o algo más. Al terminar, los manifestantes violentos se retiraban a beber en los bares. El conflicto podía llegar a existir, pero en la cabeza de algunos. No es verdad que hubiese dos bandos enfrentados. Sólo hay que ver la lista de muertos. Hay niños y personas inocentes incapaces de acudir a un campo de batalla. Un dirigente abertzale dijo en una entrevista que los días en los que Miguel Ángel Blanco estaba secuestrado y a punto de ser asesinado, él estaba en la playa… ¿Qué conflicto es este que permite al mayor dirigente de la izquierda abertzale ir a la playa? Vaya conflicto más raro es este, ¿no? ETA termina de matar y se habla de un proceso de paz, ¿pero cómo paz si no había enemigos…? Había objetivos.

Patria no justifica a los verdugos, pero sí es cierto que explica cómo llegaron allí. ¿Está consciente de que algunos podrían confundir eso con equidistancia?

–En Patria, incluso quienes practican la violencia, están retratados como seres humanos: en sus pensamientos, sentimientos, sus acciones íntimas… todo aquello que no tiene que ver con su actividad violenta. Ya sean víctimas o victimarios, intento mostrar lo humano que pueda existir en ellos. Los personajes no son recipientes de ideas ni convicciones. Con eso no se escribe una novela, quizá un artículo de periódico o un relato historiográfico, pero lo que yo quiero compartir con los lectores va por otros caminos. En estos días me preguntan si soy equidistante, porque he introducido en mi novela, sin denigrarlo, a un militante de ETA. Pero es que ese no es mi objetivo. Todo sea dicho, el militante de ETA es detenido, es golpeado. No me he inventado nada de eso. Yo no glorifico la violencia ni en este ni en ninguno de mis libros.

–En algún momento de la entrevista ha dicho que llegó dolido a este libro. ¿Cómo sale de él?

–Igual de dolido. Escribir un libro de esta naturaleza puede ser aliviador e incluso consolador y si uno se da cuenta que ha repercutido positivamente en los lectores y en las víctimas. Eso genera alivio. Pero el dolor sigue estando allí.

Portada de Patria, de Fernando Aramburu.Aramburu ya no mira la taza de café. Ahora abre los brazos, gesticula. Ríe también. Sigue siendo el mismo hombre severo, pero sin el humor de hormigón del comienzo. Aramburu parece haber olvidado que esto es una entrevista; o eso le da por pensar a quien siente que el escritor no hizo más que escabullirse de las comillas el tiempo que duró la conversación. Ha de ser el acto reflejo, el agotamiento de quienes deben explicar en entrevistas un libro que habla por sí solo. Él ya no se resiste. En la taza de cerámica no queda café. Fernando Aramburu nació el mismo año en que se fundó ETA. Sí, hace 57 años. Aquí están él y sus nueve personajes, tirando del hilo de quienes vuelven a casa. Ha tenido que pasar una vida entera. Ha tenido que pasar una vida entera para contarlo.

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