Agatha Raisin y el veterinario cruel, de la reina del cozy crime, M. C. Beaton, es la segunda entrega de una serie que cuenta con más de 10 millones de lectores en todo el mundo y una versión televisiva.
Tras haber desenmascarado al asesino de la quiche letal, la fortuna parece sonreír a Agatha Raisin. Aceptada por la pintoresca comunidad de Carsely, y felizmente acompañada de sus dos gatos, su vida transcurre sin otro objetivo que doblegar la indiferencia de James Lacey, militar jubilado por el que Agatha siente verdadera devoción. Un interés que parece evaporarse cuando aparece en escena Paul Bladen, el nuevo veterinario del pueblo, que no se muestra ajeno a sus encantos. Sin embargo, el hombre sucumbe a una inyección destinada a un caballo de carreras, y aunque todo apunta a un accidente, Agatha cree que se trata de un crimen. Ante la sorpresa de los lugareños, el coronel Lacey comparte, por una vez, la hipótesis de su tenaz vecina, hasta el punto de embarcarse con ella en una investigación mucho más peligrosa de lo que ambos habrían podido imaginar.
Zenda ofrece un fragmento de esta obra.
1
Agatha Raisin llegó al aeropuerto de Heathrow de Londres luciendo un bonito bronceado, pero la procesión iba por dentro, y en realidad empujaba el equipaje hacia la salida sintiéndose una completa idiota.
Al llegar a la vicaría se las encontró a todas cómodamente sentadas en medio del agradable desorden del salón. No había cambiado nada. La señora Mason seguía ejerciendo de presidenta —presidenta, no presidente; aunque, como decía la señora Bloxby, una sabe cuándo empiezan pero no cuándo terminan esos cambios de género, y el día menos pensado acabaremos llamando cantantas a las cantantes— y la señorita Simms, con sus zapatos blancos y su minifalda a lo Minnie Mouse, era la secretaria. Todas insistieron en que les explicara cosas de las vacaciones, así que Agatha alardeó tanto del sol y la playa que ella misma acabó creyendo que se lo había pasado bien.
Tras la lectura de las actas se habló de los preparativos para organizar una colecta para Save the Children y también una salida con los ancianos. Luego hubo más té y pastas. Fue en ese momento cuando Agatha se enteró de la noticia: el pueblo de Carsely tenía por fin una consulta veterinaria. Las obras de ampliación del edificio de la biblioteca habían terminado, y Paul Bladen, veterinario de Mircester, pasaba consulta allí dos veces por semana, los martes y los miércoles por la tarde.
—Al principio no pensábamos ir —dijo la señorita Simms—, porque estamos acostumbrados a acudir al de Moreton, pero el señor Bladen es muy bueno.
—Y muy guapo —intervino la señora Bloxby.
—¿Joven? —preguntó Agatha con un destello de interés.
—Oh, yo diría que ronda los cuarenta —dijo la señorita Simms—. No está casado. Divorciado. Mirada profunda y manos preciosas.
Pero Agatha seguía pensando en James Lacey y la figura del veterinario no despertó su curiosidad; sólo deseaba que su vecino regresara cuanto antes para así demostrarle que no estaba interesada en él. Mientras las señoras se deshacían en elogios hacia el nuevo veterinario, se sentó a fantasear con la conversación que mantendrían a su vuelta, recreándose en lo que diría ella y contestaría él —e imaginando la cara de sorpresa del caballero en cuestión— al hacerse evidente que la supuesta persecución tan sólo eran gestos amables de buena vecina.
Sin embargo, los hados se conjuraron a fin de que Agatha conociera a Paul Bladen al día siguiente en la carnicería. Fue a comprarse un bistec para comer y unos higadillos de pollo para Hodge.
—Buenos días, señor Bladen —saludó el carnicero, y Agatha se dio la vuelta.
Paul Bladen era un hombre atractivo. De cuarenta y pocos años, pelo rubio canoso, tupido y ondulado, ojos castaño claro, que entornaba como si le deslumbrara el sol del desierto, boca de expresión firme y agradable y mentón cuadrado. Era delgado, de estatura media, y llevaba una chaqueta de tweed con coderas, pantalones de franela y, como el día era gélido, una vieja bufanda de la Universidad de Londres alrededor del cuello. A Agatha le recordó los viejos tiempos, cuando los estudiantes universitarios vestían como estudiantes universitarios, antes de que llegaran las camisetas y los vaqueros deshilachados.
Por su parte Paul Bladen vio a una mujer de mediana edad, regordeta, con el pelo castaño brillante, los ojos pequeños, como de oso, y la piel bronceada. Una mujer que vestía, se fijó, ropa muy cara.
Agatha le tendió la mano, se presentó y le dio la bienvenida al pueblo con afectación, con su mejor acento de aristócrata. Él sonrió mirándola a los ojos, le sostuvo la mano y masculló algo sobre el tiempo tan espantoso que hacía. Agatha se olvidó por completo de James Lacey. O casi. Que se pudra en Egipto. Deseó que pillara una buena diarrea o le mordiera un camello.
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Autor: M. C. Beaton. Título: Agatha Raisin y el veterinario cruel. Editorial: Salamandra. Venta: Todostuslibros y Amazon
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