Las levas heroicas de Igueriben, por Ferrer-Dalmau: el lienzo para la Historia
Augusto Ferrer-Dalmau (Barcelona 1964) se ha consolidado como una de las referencias mundiales de la pintura histórico-militar. Y en España se ha erigido merecidamente en este género como el artista más relevante de todos los tiempos. En tres lustros de carrera ha creado lienzos de tal importancia y difusión que se han catapultado a la categoría de iconografías históricas.
2021, centenario de Annual
Una de las constantes del pintor ha sido contribuir a los homenajes que, a raíz de distintos aniversarios, ensalzan y recuerdan la Historia de España y de nuestros héroes. Este 2021, centenario de Annual, podría decirse que Ferrer-Dalmau estaba desligado de este compromiso moral. No en vano su serie dedicada al Regimiento Alcántara, de las más hermosas salidas de sus pinceles, había sido factor decisivo para que a este regimiento se le concediese en el siglo XXI la Laureada que se les había negado injustamente. Aun así, nadie dudaba de que Ferrer-Dalmau iba a estar ahí, en este centenario, homenajeando y recordando a los hombres de Annual con un nuevo lienzo. Y como suele pasar con sus obras —algo que por primera vez ha pasado con un creador español—, se convertiría nada más ser pintado en una imagen para la Historia. Pero ¿qué episodio abordaría esta vez?
Y es que una de las singularidades del pintor catalán es despertar en sus seguidores, que ya son legión, una gran expectación ante sus futuras obras. Es habitual oír: «Se oye, se comenta, me han dicho…» que va a pintar esta escena, a un determinado personaje o una famosa batalla.
Sólo Arturo Pérez-Reverte y un grupo de los privilegiados que participamos en la ejecución del cuadro —como especialistas en diversas áreas— poseíamos la codiciada información. Cuando por fin decidió dar a conocer su obra, rompió el techo de cualquier expectativa.
Igueriben fue el tema elegido
Desde distintos puntos de vista, muchos factores favorecían que dedicara su homenaje a Igueriben. Por un lado, la querencia emocional del pintor por la temática africana —su abuelo perteneció a la Caballería española en el Protectorado—, por otro, los valores artísticos: la impactante luz de África, el dominio de las gamas terrosas en las que el pintor se mueve como pez en el agua y el reto compositivo, al plantearse una escena de ingente dinamismo, con la especial dificultad de plasmar una masa de compleja figuración dispuesta en ascensión.
Junto a ello, estaba la inherente e identitaria intención testimonial: Annual es una de las derrotas más dolorosas del ejército español, pero también una de las más páginas más gloriosas de nuestra larga historia militar, en la que muchos soldados españoles murieron heroicamente, nombres relevantes que han sido olvidados y otros que jamás fueron recordados. Junto a Salafranca, Primo de Rivera, Arenas, Flomesta, Escribano, Manella y Morales… muchos otros combatieron y nunca tuvieron su lugar en la historia. Entre ellos, los soldados de reemplazo. Al elegir Igueriben, el artista recordaba uno de los episodios más dramáticos que cercenó las vidas de tres centenas de soldados, y en el que el valor y el empuje de los “soldados de levas”, junto a oficiales como Nougués, Ruiz Osuna, Cebollino, el ferrolano Alfonso Galán o el malagueño comandante Benítez brillaron con luz propia.
Como rasgo tan distintivo de la marca Ferrer-Dalmau, la veracidad y realismo exacerbado del escenario, la uniformidad, disposición de los contingentes, armamento, impedimenta… haría que este lienzo —auténtico compendio de diversas disciplinas históricas— se convirtiera a velocidad meteórica en la imagen del episodio.
El contexto histórico del lienzo
Igueriben se encontraba a 60 kilómetros de Melilla, al sur del pequeño poblado y valle de Annual, donde se concentraba el grueso de las fuerzas españolas. Desde el 14 al 21 de julio la posición, defendida por el comandante Julio Benítez y 350 hombres, sufrirá un asedio extremo.
El 14 de julio los rifeños estaban bien armados, gracias sobre todo al material arrancado de las manos de nuestros compatriotas muertos, y especialmente espoleados por las arengas de sus jefes religiosos. Abd el-Krim, al frente de varias cabilas, iniciaba un ataque y bloqueaba la posición con dos objetivos: cortar los suministros de agua, víveres y munición e impedir que llegaran tropas de refuerzo. El pozo más cercano estaba a varios kilómetros y el asedio les impedía abandonar la posición para hacer el aprovisionamiento, popularmente conocido como “la aguada”. El día 17, mientras los obuses comenzaban a caer dentro del recinto y la carencia de agua se hacía insufrible, llegaba el ansiado convoy. Sería el último. Ya su única esperanza era que desde Annual llegaran tropas de auxilio que rompieran el cerco.
Los ataques del enemigo no sufrieron interrupción alguna, y el comandante Benítez no dejó de alentar a sus hombres, elevando el ánimo y dando ejemplo de virtudes militares. Pese a lo crítico de la situación, todos los defensores depositaron fe ciega en su jefe, sin conato alguno de indisciplina. Un infierno en el que, con un valor sobrehumano, decidieron pelear por mantener la posición hasta las últimas consecuencias. Sabían que era crucial resistir para poner a salvo la vida de los miles de compañeros acantonados en Annual. “Los de Igueriben mueren, pero no se rinden” fue una de las frases de Benítez para la Historia. De poco serviría su encomiable resistencia, pero ellos entonces no podían saberlo.
El día 21 se revelaba la incapacidad de las fuerzas de Annual de socorrerlos, tras enviar sin éxito hasta cuatro columnas de rescate. Se les ordenó entonces destruir todo el material y unirse a las fuerzas del General Silvestre. Se repartieron los últimos cartuchos, se incendiaron las tiendas, se inutilizó el material artillero y se acometió la salida. Algunas fuentes de la época afirmaron que Benítez llegaría a pedir fuego amigo, en lo que se conoce como las legendarias «doce cargas» —“Solo quedan doce cargas de cañón… Contadlas, y al duodécimo disparo, fuego sobre nosotros, pues moros y españoles estaremos envueltos en la posición”—.
La evacuación se convertiría en una masacre. La mayoría de los oficiales permanecieron en la fortificación, intentando proteger la desesperada salida de sus hombres. El comandante Benítez la abandonaría con el último grupo, y murió tiroteado entre la alambrada y el parapeto. Menos de una decena de soldados lograrían escapar con vida y sufrirían un duro cautiverio hasta ser liberados.
Ferrer-Dalmau aborda uno de sus trabajos de mayor complejidad
El artista catalán jamás ha ocultado su admiración por los pintores clásicos, especialmente por los olvidados que le precedieron en la pintura de Historia. Ya existía una gran imagen sobre el asedio: Los de Igueriben mueren… (1924) de Muñoz Degrain, una obra dominada por la valencianidad luminista del autor y el orientalismo de sus creaciones africanas, con un planteamiento muy abigarrado de grandes diagonales que marcan un espacio con dos contingentes enfrentados, imbuido de un simbolismo hermético de difícil comprensión.
Ferrer-Dalmau no podía inspirarse en este cuadro. Sabe lo que tiene que contar y cómo hacerlo para que su lienzo contribuya a la difusión de la Historia. Y sabe además que su relevancia y atractivo no residen solo en su magnetismo estético, sino en ser fuente documental de primer orden, en la que el valor narrativo resulta innegociable.
Los bocetos de Igueriben
Muchos se sorprenden cuando conocen la praxis pictórica de Ferrer-Dalmau. Pinta de izquierda a derecha, y hasta que acaba una figura no comienza la siguiente, que permanece apenas bosquejada con unos trazos esquemáticos. Pero antes “se entrena” con los bocetos, producciones de pequeño tamaño. Son ejercicios para familiarizarse con la temática, la uniformidad, el armamento y desarrollar la composición.
En el caso de Las levas de Igueriben, el artista fue ejecutando distintas subescenas, que luego engarzaría con más o menos modificaciones en el gran fresco global. Algunas de ellas las terminó al óleo en tonos grises y negros, con el encanto del símil estético con el carboncillo, y se convirtieron en obras autónomas. En ellas aparecen anotaciones y frases a lápiz que acercan al espectador al proceso creativo. El autor las compartió con el gran público, y avanzó lo que sería parte del lienzo final. Fueron adquiridas por coleccionistas privados en tiempo récord. Y es que, aunque de menor entidad que sus conocidas producciones, atesoran ingentes cualidades artísticas y narrativas que las convierten en singulares y codiciadas obras de arte.
“Sangre por agua”
Junto a los bocetos habría que destacar Sangre por agua. Se encargó por suscripción popular, pero el artista decidió regalarlo al Cuerpo de Intendencia. Es una extraordinaria obra de pequeño tamaño que representa la entrada de parte del último convoy en la posición de Igueriben. Existen sutiles diferencias entre esta imagen y la que finalmente plasmaría en el cuadro. El fondo es indefinido y la figura del alférez Enrique Ruiz Osuna está más reconocible. El resto de figuras —que aparecen solapadas por otras en la obra final— se vislumbran en su totalidad. Sus características estilísticas coinciden en su totalidad con las de Las levas de Igueriben, por lo que serán explicadas en detalle en el análisis del lienzo.
El escenario
Ferrer-Dalmau presenta un escenario compuesto por el cielo tiznado de humo, el parapeto y sus defensores, la potente diagonal de la compleja masa figurativa en ascensión y un primer término en el que exhibe lo pedregoso del camino, una tierra infértil en la que piedras y matojos resecos se convierten en el espacio en el que se sitúa el espectador.
El artista se inspira para la representación en los propios dibujos del único oficial superviviente, el teniente vigués Luis Casado.
La fortificación de piedras y sacos terreros —casi a modo de almohadillado clásico— aparece rodeada de dos hileras de alambre de espino. La vía de acceso es una senda muy tortuosa de acusada pendiente y abundantes barrancos. El pintor reivindica el valor de la Intendencia y Artillería, eligiendo como protagonista de su cuadro al último convoy que intenta avituallar la posición mientras son acribillados por los rifeños, que intentan impedirles el paso por la estrecha hendidura entre la alambrada.
La composición
Ferrer-Dalmau apuesta por un formato vertical poco usual en sus obras. ¿Por qué? Para incidir en la dificultad de acceso a la fortificación y la ardua lucha por llegar entre balas en un medio hostil. Es un formato que junto a la espectacular composición de la figuración transmite al espectador una sensación vertiginosa, de lucha angustiosa contra el tiempo y contra el espacio y ayuda a situar a quien lo contempla exactamente en Igueriben, en ese mismo lugar y en ese momento preciso. Augusto Ferrer-Dalmau vuelve a exhibir su mirada moderna, que consigue que el espectador se convierta en partícipe de la contienda.
El artista articula la composición en seis planos de tierra, hombres y cielo y dos grandes ejes. En la parte superior encontramos la gran masa de sacos terreros, sobre la que se apoyan los soldados que intentan cubrir la entrada de sus compañeros. Entre ellos y el cielo tiznado por el humo de los disparos se recortan las tiendas cónicas que se contraponen en volumen y color a la horizontalidad de la muralla. Una pequeña bandera española —de las de mochila del Regimiento Ceriñola 42— se recorta cual pincelada cromática y simbólica.
El segundo eje, protagonista absoluto del lienzo, lo compone el grupo ascensional de mulas y hombres que, en lucha encarnizada, intentan superar la alambrada para que los suministros lleguen a su destino. Bajo fuego enemigo, sin la protección del parapeto, intendentes y artilleros tienen que descargar los mulos a mano mientras reciben una lluvia de disparos. La senda se hace interminable. Casi tres decenas de figuras que se entrelazan en una danza macabra de fuerza física, disparos, polvo, sangre y coraje. Resulta prodigiosa la caracterización de cada subescena, la organicidad de los animales en posturas límite al ser tiroteadas, heridas y desbocadas por el caos, mientras los soldados intentan salvar las ansiadas cargas: barricas con agua y munición para los cañones y armas ligeras.
Cada figura se merecería un artículo específico por sus valores artísticos. Los sobrecogedores cuerpos de los soldados heridos presentados en violentos escorzos, la expresividad de las caras, reflejo de su lucha por la supervivencia, la calidad matérica en tejidos, cueros, madera, metal, pelajes de las mulas, hasta en la sangre que emana de las heridas son magistrales. El detalle y el rigor es exhaustivo, y en ellos el pintor constata su excelente técnica. Cada personaje representado es único, real, y sus gestos acusan rotundas emociones, que se transmiten al espectador de una manera inmediata.
Un logrado dinamismo
Otra de las claves destacadas del lienzo es su espectacular dinamismo.
Como hemos comentado, la disposición de la figuración es ascensional. No es un recurso artístico, sino una imposición orográfica, lo que si por un lado añade al proyecto una gran dificultad, por otro imbuye a la obra de una sensación de transitoriedad y movimiento continuo. El pintor, a través de las posturas de la figuración y de su compleja y perfecta organicidad, ha sabido transmitir cómo el convoy y su protección se encuentran inmersos en un instante fugitivo de un combate infinito, un maremagnum de ataques, disparos, polvo en suspensión y sangre que el espectador contempla sintiéndose uno más del convoy.
Los soldados de Artillería e Intendencia, con el preciado material a lomos de sus mulos, no solo luchan contra los rifeños que los están atacando sin descanso, sino también con la dificultad de contener a los mulos y mantenerlos en el camino. Al estar las tarrias bien aparejadas —para evitar la caída de la carga por los cuartos traseros—, el pretal —para asegurar los vaivenes por los difíciles riscos de los barrancos— y la carga ajustada con ganchos, cualquier caída del animal es un obstáculo ingente para salvar la carga. Heridos, ellos y sus animales, viven una situación inimaginable al defenderse del ataque y tener que atar sus manos a las riendas de las acémilas para evitar que no se desboquen, o empuñar un fusil o bayoneta con una sola mano.
De nuevo Ferrer-Dalmau vuelve a demostrar que es el gran pintor de equinos de la Historia del arte español, aunque en este caso no sea exhibiendo su belleza, sino su estampa en una situación especialmente desesperada que hasta la fecha nunca había abordado.
Junto a la perspectiva ascensional y la organicidad figurativa, otro de los factores que contribuyen al dinamismo son los mágicos efectos aéreos de polvo en suspensión, logrados a través del dominio matérico de la atmósfera y rebajando las gamas de color en zonas puntuales.
El cromatismo y la luz
Analizando el conjunto de la trayectoria del artista catalán, huye de colores rutilantes y hay un dominio aplastante de los colores y gamas “de la tierra”. Ocres, marrones, grises, verdes y pardos en todos sus matices inundan sus lienzos. Las levas de Igueriben es un magnífico ejemplo. Junto a ello, sin apenas sombras, la potente luminosidad africana va matizando estos tonos en tierras, uniformes, pelajes y rocas con una delgada película a modo de calima algo que provoca una sensación térmica que desasosiega la contemplación de la escena. Aun así, es difícil imaginar tanta belleza cromática en unos tonos y colores que a priori son casi neutros y poco lucidos. El único toque de calidez son las franjas rojas en las prendas de cabeza, la sangre en cuerpos y animales y la sencilla bandera de mochila que despierta en el espectador —que conoce el final del episodio— sentimientos encontrados.
Espolear la conciencia
Ferrer-Dalmau, el Pintor de Batallas, con Las levas de Igueriben ha vuelto a hacer Historia. Y vuelve a contar la Historia de todos. Con su poderosa eficacia narrativa nos transmite el imaginario de hechos, valores y sentimientos del durísimo viaje de los hombres del último convoy a Igueriben, y la encarnizada defensa del malagueño Benítez y los suyos.
Todos ellos homenajearon al cuerpo en el que sirvieron, a su nación, y dieron su vida por sus compañeros y por los principios en los que creían. De forma mágica y retroactiva, la fuerza emocional de Las levas de Igueriben nos hace viajar del presente al pasado y espolea nuestra conciencia. Fue una derrota, una pieza más de lo que sería el gran desastre que segaría la vida de miles de compatriotas. Pero ello no oscurece —tal vez al revés— la grandeza de su valerosa actuación.
Grande Ferrer-Dalmau, porque así nos lo has transmitido, con la dignidad y el orgullo que siempre han merecido y merecerán estos gloriosos héroes, laureados y anónimos. Inmortalizados en la iconografía histórica de Igueriben, ya han alcanzado el don de la eternidad, el valor supremo de la obra de arte.
Impresionante cuadro e igual de impresionante artículo. Artículos como estos son tesoros
Enhorabuena por el artículo. Tengo la suerte de trabajar en el Museo del Cuerpo de Intendencia en Ávila y poder disfrutar del cuadro Sangre por Agua. Invito a todo el mundo que pase por la ciudad se acerque a verlo. La entrada es gratuita y además está ubicado en un palacio del siglo XVI.
Gracias María, gracias Augusto por colaborar en manter viva la memoria de tantos compatriota héroes.