Hacía demasiado que no veía a Santiago Roncagliolo (Lima, 1975). Me gusta mucho porque me gusta mucho hablar con él y me gusta mucho porque me gustó, desde antes de conocerle, mucho. Le agradezco de corazón La cuarta espada: La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso (Debate) y Abril Rojo (Alfaguara) y, de paso, también le agradezco La noche de los alfileres (Alfaguara) porque le gustó a Nicasio, mi padre. Ahora publica Y líbranos del mal (Seix Barral) sobre los abusos sexuales de la Iglesia católica en su país, Perú. Al igual que esta entrevista es una excusa para comer con él y con Juan Eslava Galán, también creo que ese tema principal es un pretexto para hablar sobre otros temas, entre ellos la relación entre padres e hijos. Mi primera pregunta va por ese camino.
—Durante toda la promoción la prensa destaca lo más mediático de Y líbranos del mal, que son los abusos sexuales, pero realmente es un libro sobre un hijo buscando a su padre y descubriendo que la historia de su padre es también su historia. Es decir, Jimmy, el protagonista, al principio de la novela no consigue hacerse adulto. No consigue desatascarse. Está en este limbo de no saber cómo ser adulto porque ya no sabe quién es él por no saber quién es su padre. En el fondo es una historia de autodescubrimiento. El sufrimiento de su padre es un sufrimiento de sí mismo también.
—Me parece una idea muy, muy buena de su novela la idea de regresar sobre el regreso. Es un libro donde Jimmy regresa y vuelve a regresar y vuelve a regresar sobre la misma historia, que es la historia de su familia. Creo que el confrontar de esa manera el pasado de uno es durísimo.
—En mi caso es posible que sea el único territorio que pueda habitar ahora mismo. Me mandan a mi país, de regreso, en todos los países. En España me dicen que me largue al Perú y los peruanos también me dicen «lárgate a España a decir tus tonterías». Y llega un punto en que no terminas de ser de ninguna parte. Después de vivir mucho tiempo fuera de Perú ya tengo hijos: por eso la historia de Jimmy y su padre, también tiene que ver con que yo sea padre. Con saber que mi historia es la suya y que la tienen que saber. Llevo varios libros buscando el país al me tengo que largar, buscando un territorio mío y he descubierto que ese territorio está en el pasado. Ese territorio está en algún lugar que no se encuentra en el espacio, sino en el tiempo.
—Es muy interesante, y tiene cierta maldad, que el viaje no sea desde un país de los que se pueden llamar de «cultura latinoamericana», sino que sea desde el Estados Unidos actual, lo cual hace quizás aún más extraño el viaje.
—Además allí es más fácil desaparecer, que es lo que quiere el padre del protagonista. Es más fácil perderse en un lugar como Brooklyn que en cualquier país de América Latina o España. Porque él necesita fingir que todo lo que ocurrió en su pasado no ha ocurrido. Y entonces creo que se establecen distintas relaciones con los secretos de la familia según el lugar físico en que están unos y otros. Es decir, Sebastián ha desaparecido: no habla con peruanos, no va al Perú, no toca nada que pueda devolverle lo que quiere borrar de su vida. Su madre es la que se ha quedado atrás con todos esos secretos en el país. Vive en una cristalería como si fuese un elefante tratando de agarrar los platos y los vasos antes de que se estrellen contra el suelo. Y lo que hace Jimmy es cruzar de un territorio al otro y, por lo tanto, de un tiempo al otro. Jimmy salta del espacio donde ese pasado es eliminado al espacio donde su abuela sigue conviviendo con él. Cruzar el límite entre esos dos espacios colapsa todo el equilibrio que había entre los misterios y los secretos de la familia. Hace que se rompa la frágil y precarísima armonía con la que conservaban sus secretos en su lugar.
—En esta novela acompaña al lector a través de ciertas figuras que si piensas en ellas son muy características del género. Quien rompe el silencio familiar, quien dice la verdad, es un loco. Esa idea de que quien abre puertas no son, digamos, quienes deberían abrirlas sino que es un pobre hombre, un pobre loco de las calles de Perú, esa también es una idea estupenda.
—El silencio sobre los abusos sexuales va mucho más allá de la familia. Va al colegio. Va a la parroquia. Va a la clase social entera. Ese es el problema con los casos de este tipo que han ocurrido en todos sitios. Hablar implica poner en cuestión toda una clase social, toda una comunidad: sólo puedes hablar si has sido expulsado de ella. Esto es lo que pasa con este vecino pobre: se ha caído de esa clase social. Vive casi en las ratoneras, se ha descolgado de esa clase, y en ese sentido tiene una libertad que los demás no tienen. Ya no tiene que conservar el silencio, tampoco.
—Llegamos a uno de los temas centrales de la novela: los abusos sexuales dentro de la Iglesia. ¿Cómo llega a interesarle un tema que ha sido tratado periodísticamente con abundancia y, además, encontrando una voz dentro de él?
—Ha habido muchas denuncias de las víctimas, pero a mí los que me interesan son los victimarios. Y de eso hay poco, porque no hablan y no sabemos cuál es su versión de los hechos. Además, muchos de esos victimarios han sido víctimas también. En general, me interesa mucho explorar el mal. Me interesa el porqué gente buena, o por lo menos normal, hace cosas atroces. Es una constante de mi trabajo. Había un caso en mi entorno muy similar al que describo en la novela. Esta persona tenía amigos, tenía parientes que habían estado cerca de una congregación similar. Uno de ellos me contó que él, uno de los peores abusadores, escapó antes de que todo se hiciese público y tuvo un hijo en los Estados Unidos. No busqué a su hijo, porque espero que ese chico tenga la mejor vida posible. Pero claro, la idea de que alguien podría tener este padre… La pregunta: ¿este chico sabe ya de dónde salió, por qué nació en los Estados Unidos, sabe algo del país de su padre? Me daba una mirada que yo podía hacer propia. Me costaba mucho entrar en la cabeza de uno de estos tipos pero sí podía entrar esta mirada de un hijo. Esa era la mía, de alguien que se acerca al caso. Jimmy, el chico protagonista, nunca ve la bestia entera. Va descubriéndola por ventanitas, por resquicios que le abren los personajes. Y es así como yo también la vi, teniendo que deducir muchas cosas, adivinar muchas cosas. De hecho, el lector también tiene que decidir por sí mismo muchas cosas y llenar muchos vacíos. Hay algo que me llamaba la atención estructuralmente con esto: en una película de terror si ves al monstruo completamente la película es una mierda. Lo que interesa es la expectativa del monstruo.
—Ir viendo sus partes, que son incluso más horripilantes que el todo.
—Este suspenso me interesa mucho. Esta sensación inquietante mientras lees me gustaba, y a la vez esta mirada de este chico me daba un punto de vista. Para mí lo más difícil de resolver es siempre cuál es el punto de vista de quien cuenta la historia. El «¿por qué lo cuenta?». Una vez que eso está resuelto, todo lo demás surge con naturalidad.
—Además del uso de las voces diferentes, otra de las cosas que me gusta muchísimo de Y líbranos del mal es el uso de los tiempos. No está hecho de una forma, permítamelo, de «escritor para escritores». Lo hace, creo, con la intención de acompañar al lector. Nunca me pierdo cuando me lleva a través de los diversos saltos temporales adelante y atrás. ¿Cómo lo prepara?
—No hago muchos esquemas, porque para mí escribir tiene mucho que ver con la música. Cuando era adolescente fui músico. Sigo escuchando mucha música. Y cuando a veces he tratado de hacer una especie de escaleta, como harías para un guión, luego cuando empiezas a escribir la música te va llevando a otro sitio y no sirve para nada. Entonces me guío por qué puertas van abriendo las palabras. Lo que tenía claro que me iba a permitir sostener la historia es que partimos de la gente que la vivió veinte años después. Jimmy va buscando a gente que vivió algo terrible y que está viendo qué hizo esa experiencia horrible con ellos. Qué fue de ellos. Cómo los destruyó. Cómo arrasó, como una mancha de aceite, con todo el ecosistema social que fue tocando. Creo que eso también sostiene mucho el suspenso porque antes de saber qué es lo que te van a contar sabes cómo acabó.
—Es una cosa que cada vez agradezco más. En su novela no hay sorpresa, hay «sorpresas».
—Me gusta la estructura del thriller para que quieras seguir leyendo. Que te empuje. Odio las novelas en las que te tienes que pelear contra las páginas. Me gusta este ritmo de thriller. Realmente lo que menos me importa es el misterio concreto. Me interesa la exploración de los personajes, qué ha pasado en su vida con el tema del que hablo y, sobre todo, me interesa la culpa. La culpa es un bien repartido. Está repartida entre todos. Todos han tenido la culpa de lo que ha ocurrido y todos han callado. Cómo se comparten esos silencios sociales me interesa muchísimo.
—Usted escribe una microhistoria, la de Jimmy, enclavada en la macrohistoria de Perú. ¿Cómo ha cambiado la sociedad peruana en los últimos veinte años? ¿Cree que ha progresado algo tratando estos silencios, o lo sabremos dentro de veinte años?
—Durante veinte años he sido súper optimista sobre Perú, pero este ha sido un mal año… (nos reímos) Durante veinte años hemos vivido como si fuésemos los mejores de la clase de los liberales, con crecimientos macroeconómicos gigantescos y nuevas clases medias y la sensación de que estas clases medias estaban llenando el abismo social. Pero resulta que era una mentira todo y la pandemia desnudó a dos clases muy separadas. Dos clases que se odian. Al final esta novela es el retrato de una clase que ha vuelto, que estaba escondida pero que ha resultado que siempre estuvo ahí, que no cambió. Una clase que vive acorazada de los demás, levantando muros para no tener que verlos, fingiendo que no están por la calle, colocando a sus hijos en otros colegios.
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(INTERLUDIO) Entonces arriba el escritor Juan Eslava Galán, con el que vamos a comer. Hacía demasiado que no le veía. Viene, qué alegría, con una bolsa llena de sus libros para regalarnos. Entre ellos el asombroso La tentación del Caudillo: Nueve meses que no estremecieron al mundo (Planeta). Le saludamos, presento a uno y a otro, y le pedimos a Eslava que nos aguante diez minutos. Mientras Santiago y yo conversamos, Juan se pone a leer Y líbranos del mal.
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Esta clase peruana es muy católica y tiene mucho poder para ocultar las cosas si necesita ocultarlas. Incluso tiene poder para decidir que ha habido un fraude electoral, porque pueden hacer que salga en todos los periódicos, pueden hacer que los mayores bufetes de abogados actúen en ese sentido… Su fortaleza sigue en pie. Su fortaleza nunca se derrumbó, solamente la pintaron con colores bonitos durante un tiempo.
—En España la pandemia destrozó ese eco repetido una y otra vez durante décadas de que «tenemos la mejor sanidad del mundo»…
—¡Nosotros en Perú ni llegamos a tener sanidad! (nos reímos) Cuando en España dicen eso de que «nos han engañado con la sanidad», pienso «¡qué bien que te engañen así! ¡Yo quiero que me engañen así durante cuarenta años!».
—¿Le preocupa la situación de su país natal?
—Me preocupa mucho, pero no en el sentido de lo que dicen los voceros de un lado o de otro: no creo que vaya a ser una dictadura chavista, ni una dictadura trumpista. Lo que va a ser son dos facciones matándose. Una en el Congreso contra el presidente, con el Tribunal Constitucional contra el Tribunal Supremo… Una pelea entre dos extremos que se reivindican como única solución y que defienden que sólo se puede destruir uno al otro. Ya venimos de cinco años con cuatro gobiernos. ¡Si uno duró una semana! Estamos en esta situación: los congresistas saben cómo vacar a un presidente y el presidente sabe cómo disolver el Congreso. Sospecho que vamos hacia esa guerra en la que no ganará ninguno.
—A raíz de las elecciones en Perú, Vargas Llosa y otros escritores se posicionaron de un lado o del otro. ¿Se da una importancia exagerada en redes a la opinión de los escritores?
—En redes sociales se da importancia a la opinión de cualquier idiota y se monta un escándalo… A mí me impactó mucho cuando Miguel Bosé se puso negacionista. Pensé: «Bueno, estoy en desacuerdo con su negacionismo, pero no me parece tan importante la opinión epidemiológica de un cantante». Me parece más alarmante toda la gente que está discutiendo eso todo el tiempo, porque simplemente debemos escuchar a más epidemiólogos y a menos cantantes en este tema. Creo que los escritores sólo son importantes en los países donde no se lee. Esto era verdad en la América Latina del siglo XX, donde venía un escritor que leía periódicos y libros y tenía un discurso articulado, sobre todo contra poderes fácticos que muchas veces hacían atrocidades. Y él podía hablar. Hoy en América Latina, con todos sus problemas, se lee como nunca. Hay una cantidad de lectores enorme. Esta es la primera generación en la que han ido todos al colegio. Si todos opinan y discuten con esa formación, el escritor tiene poco que decir. De hecho, los escritores se están convirtiendo, cosa que me parece muy sana y muy lógica, en señores que escriben libros, que se juzgan según el valor de sus libros. Si el escritor quiere opinar opina, pero lo más importante no es por quién va a votar ni cuáles son sus ideas políticas. Me parece muy sano que esto esté pasando.
—Y líbranos del mal ha sido un éxito en Perú. ¿Cómo se siente ser un éxito en el país de uno? Y estando lejos, además.
—Para mí es especialmente importante, porque estos lectores me hacen sentir que sigo siendo uno de ellos. Entienden menciones a un jingle publicitario de galletas de los años ochenta. Chistes sobre un conductor de televisión del noventa y dos. Entienden el universo a un nivel que obviamente nadie más entiende. Después de tantos años lejos, eso para mí es muy importante. Eso sí, a poco que opiné de política en la televisión peruana luego me encontré a varios peruanos en redes sociales diciéndome «¿por qué estás hablando de mi país?». ¿De tu país? «¿Vinieron aquí y se llevaron el oro?». No me lo podía creer. ¡Los únicos que me consideran español son algunos peruanos! (nos reímos)
—¿Cómo se explica esta reescritura de la Historia? ¿Usted se siente conquistado?
—Se nota bastante que, en todo caso, yo sería más descendiente de los conquistadores (nos reímos). Pero en este momento ya todos somos muy descendientes de las dos cosas. Somos los hijos de un choque sangriento. Pero los que descendemos de esos conquistadores seríamos los peruanos de ahora, pero no los españoles de ahora que justo descienden de los que se quedaron en su casa. Me parece un debate absurdo, generalmente animado por políticos que, como no pueden resolver la pobreza de hoy, tratan de culpar a gente de hace quinientos años. Me parece más importante resolver los problemas de hoy.
—Hoy en día no se puede ser escritor sin tener su polémica. En su caso me refiero a las librerías de Carlos Slim en México, que decidieron no vender su libro, entiendo que por «anticatólico». Estas polémicas ¿a usted le alegran, en el sentido de que son publicidad gratuita, o le apenan, porque su libro no va contra la Iglesia Católica? De hecho, su novela es bastante empática, ya que habla de las personas que sufrieron abusos y de los que los cometieron. Deja al lector que juzgue.
—Lo que me sorprendió de esas librerías es que, al investigar, resultó que tampoco vendían libros sobre diversidad sexual y básicamente cualquier tipo de sexo fuera del matrimonio. Este era el criterio, al parecer. Tuve suerte, porque tengo unos editores maravillosos en México que montaron un pifostio en las redes tan grande que empezó a hacerse más grande y luego empezamos a aparecer en los medios mexicanos y latinoamericanos. Y después en los medios internacionales. Entonces ¡la librería hizo un pedido! No discutió nada, ¡hizo un pedido! «¡Ya tienes tu libro, ya cállate la boca!». En serio: el debate de fondo es que ellos tienen derecho a vender lo que quieran, pero los consumidores de una librería o de una plataforma tienen derecho a saber qué cosas no les están dejando ver. Y no sólo ocurrió ahí. Hay periodistas digitales que al principio de nuestras conversaciones me avisan: «Vamos a hablar de otra cosa al principio, porque si el algoritmo detecta de qué estamos hablando, van a reducir la visibilidad». O sea, que en todos lados hay pequeños vetos sobre lo que podemos leer y, por lo tanto, lo que podemos pensar. Deberíamos saber exactamente qué cosas no nos dejan ver en cada espacio. Pero yo no me puedo quejar. Esta es una historia con final feliz porque los lectores mexicanos lo salvaron. Si quieres hacer historias inquietantes y perturbadoras, no hay mayor elogio que decir que tu novela es tan perturbadora que no se atreven a venderla. Perfecto: hemos triunfado.
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(FIN) Corto la grabación. Juan Eslava Galán y Santiago Roncagliolo comienzan a conversar antes de comer juntos y felices. Esa podría haber sido otra entrevista. Pero, como dije, corté la grabación. Hacía demasiado que no les veía.
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