Agosto: Madrid se vacía, como cada vez que cambio de bolso por provocar en mí la sorpresa de lo inesperado, sorpresa que apenas dura esos primeros minutos.
Madrid se vacía, pero muchos permanecen en sus calles, en sus edificios, en sus terrazas y parques. Madrid se convierte en un territorio a descubrir, en un vergel de emociones preparadas para vivir. Al tiempo que la ciudad, y que mi bolso —que se despoja de las rutinas—, las agendas se vacían, los amigos vuelven a casa, a las verbenas de verano, a los paseos vestidos de promesas junto al mar.
Madrid en agosto (tan vacía y estimulante) se convierte en el espacio donde cumpliremos promesas: todas las cervezas pendientes, los cafés a media mañana que postergamos por el virus, las visitas a exposiciones y al Rastro, las colas interminables en el Museo del Prado.
Madrid en agosto, este agosto, se convierte en el ansiado retorno a aquellas rutinas que olvidamos.
Agosto: Madrid se vacía. Se despoja de ruido y muchedumbres, se acicala como en una primera cita (no le hace falta, es casi siempre deslumbrante). También yo me arreglo (he de hacerlo) para ella: sandalias, sombrero de paja, vestido ondeante, crema de protección. Pienso, querida, que si enamoró a Lope, a Cervantes, a Góngora y a Quevedo, ¿Cómo no me va a enamorar a mí?
Disfrutamos de este tiempo juntas: de recorrer sin reloj sus calles, de saludar cada sala de cine y cada teatro, de encontrar la aventura a cada paso.
Late mi corazón apresurado al hallar librerías, amigas, abiertas, al cruzar sus puertas y regresar —con ello— a aquellas vacaciones intermitentes de la infancia. Con todo, la niñez continua aquí, burbujeante en cada página de la novela que llevo conmigo, en este bolso inesperado, mientras recorro Madrid.
Desde hace días Madrid se engalana, los bares que no se fueron de vacaciones abren sus puertas para el descanso de este paseo. En cada rincón, un guiño, en cada puesto del mercado, el deseo innato de supervivencia.
Agosto: Madrid, vacaciones. Tardes de diversión en piscinas y embalses. Madrugadas de deporte en la sierra. En ningún sitio anochece como en el Templo de Debod.
El sol, al caer, te besa en los ojos, Madrid querida; y te promete —con ese rutinario beso— que volverá mañana, como yo, a verte despertar.
Agosto: Madrid se vacía.
Templo de Debod: Imagen de Elia López (Pixabay)
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