Aquellos que siguen pensando que el mal rollo es síntoma de inteligencia sin duda detestarán Ted Lasso. Esta comedia de Apple TV en la que un entrenador de fútbol americano se atreve a dar el salto a un equipo inglés va camino de establecerse como uno de los emblemas de la plataforma, que hasta ahora viene ocupando un voluntariamente discreto puesto en la guerra del streaming de Netflix y Disney+. Y sí, es una serie inteligente.
La comedia no se ciñe a las consabidas diferencias culturales entre ambos países. Tampoco es una serie sobre estrategia futbolística o un retrato del negocio del deporte rey, al final un mero escenario como podía serlo la industria papelera en The Office o el propio hospital de Scrubs. Ted Lasso apunta al corazón de sus personajes, con una ingenuidad calculada pero sincera, y a tejer una crecientemente compleja red de relaciones entre ellos.
Resulta un poco imposible separar la figura de Sudeikis del propio Ted Lasso. El intérprete se revela aquí como una nueva versión de Tom Hanks, otorgando al personaje un carisma chiflado y entrañable que se extiende al ejército de secundarios de la serie, cada vez más coral a medida que pasan los capítulos. Pese a que esta segunda temporada ha sufrido algún altibajo notable (ese moralista episodio sobre los patrocinios de Dubai), el pastel está todavía en el horno.
Ted Lasso es una serie complementaria de The White Lotus, una miniserie de HBO que pese a apostar por ese formato acaba de ser renovada para una segunda temporada, un dato que revela lo bien que le debe de estar funcionando a la empresa esta ficción coral ambientada en un lujoso resort de Hawái poblado por turistas pijos norteamericanos.
La serie de Mike White, curtido en mil inventos de cine indie, mira con distancia e ironía las fallas de todos sus personajes, desde los ricos clientes hasta el staff de empleados. Pero de alguna manera surge el cariño hacia sus ansiosos, egoístas y desagradables personajes, con la casi única excepción de una Alexandra Daddario tan hipnótica como siempre y de unos excelentes Jennifer Coolidge y Murray Bartlett, este último como Armond, el gerente del complejo.
Uno casi diría que es Ted Lasso la serie que en realidad está jugando a la contra, pero menospreciar los méritos de un culebrón de lujo como The White Lotus no sería precisamente inteligente. La serie maneja bien las abundantes miserias y neuras de su reparto y su crueldad inicial va mutando en una delicada humanidad, quizá un tanto extraña pero definitivamente presente. Quizá porque todos podemos ser alguno de esos miserables.
La música de Cristobal Tapia de Veer, exótica e irónica, cautiva al tiempo que hace un comentario sardónico sobre la ridiculez de los personajes. Todo está dirigido a construir la sátira mientras el espectador asiste con evidente envidia al desfile de máscaras en el privilegiado y paradisiaco enclave vacacional de la serie. El prototipo de serie de verano.
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