Hace unos meses cayó en mis manos el libro La Rosalía: Ensayos sobre el buen querer, una colección de textos que giran en torno a su figura y el mundo propio al que nos transporta su obra (en especial a su segundo disco, El Mal Querer, ya tan conocido por todos), analizándola tanto a nivel musical como estético. Lo más interesante que se nos propone de primeras en el libro, coordinado por Jorge Carrión, es un análisis de La Rosalía «a la inversa», desde lo más general a lo más particular —desde lo que es el flamenco a lo que es la artista en concreto, con sus influencias y legado posterior que comienza a vislumbrarse entre distintos músicos urbanos del momento—. A partir de aquí, voy a tratar algunas de las cuestiones más interesantes de esta serie de artículos.
FLAMENCO Y APROPIACIÓN CULTURAL
Cuando Paco de Lucía estaba terminando de grabar su disco Fuente y caudal en 1973, le pidieron grabar una última canción para terminarlo y, tras una improvisación momentánea, salió a la luz «Entre dos aguas». Esa canción sería la que concretamente cambiaría el rumbo de su carrera profesional, demostrándole al mundo que en el flamenco se podía improvisar de la misma forma que se hacía en el jazz. Pero detrás de esta gran pieza musical se podían entrever otras canciones importantes del momento, desde los ritmos del «Te estoy amando locamente» de Las Grecas y la gran rumba «Caramba, carambita» de Los Marismeños hasta el «Fly Me to the Moon» de Frank Sinatra. Pero, ¿qué quería decirnos Paco realmente? ¿Qué significaba estar «entre dos aguas»? ¿Se estaba apropiando realmente de Las Grecas, Los Marismeños e incluso de Sinatra?
El inteligentísimo artículo de Pedro G. Romero es el perfecto punto de partida del conjunto de ensayos donde, a mi juicio, menciona una clave esencial para resolver el debate que ha surgido en torno a Rosalía: «El apropiacionismo es uno de los motores dinamizadores del flamenco […]. Los gitanos son fundamentales en el flamenco porque el flamenco, precisamente, les era impropio y, gracias a ello, pudieron reelaborar con extrema libertad los repertorios musicales que se les ofrecían, y ponerles su impronta y peculiaridades». También es interesante que remarque que «fue la gitanofilia, y no la gitanofobia, la que hizo posible la aparición del flamenco» (gitanofilia derivada de la bohemia, puesto que “bohemio” significa “llevar una vida gitana”». Por tanto, acusar a Rosalía de «apropiacionismo» o «gitanofilia» sería acusarla de «ser flamenca» y cualquier paradoja justificaría lo que es estar entre dos aguas, siendo el flamenco un género que siempre se ha movido entre tensiones y que ha apostado por traspasar, en muchos casos, unas supuestas barreras (ya en su momento fueron criticados por ello grandes artistas como Camarón, Paco de Lucía, Enrique Morente, Lole Montoya, etc., que parecían estar siendo «tachados de modernos» sólo por dialogar con el futuro).
Al tema de la apropiación se dedica un capítulo completo en el libro, escrito por Agustín Fernández Mallo, donde reflexiona sobre la idea de la réplica y lo original frente a lo artificial en el ámbito artístico y además califica esta polémica de «inculta», porque significa «desconocer qué son las expresiones artístico-culturales y cómo han ido mutando». Además, incide en el hecho de que pertenecer a una cultura no significa que esta te pertenezca, puesto que no existe la propiedad intelectual del flamenco, y el acusar a alguien de «profanarlo» sólo demuestra una visión puritana —ya que el sentimiento de pertenencia es algo subjetivo desde donde se puede entrar y salir continuamente—.
ROSALÍA Y LO ESPAÑOL
En la obra de Rosalía —y en concreto El Mal Querer— encontramos numerosos elementos que se asocian a «lo español», a nuestro imaginario: tauromaquia, nazarenos de Semana Santa, molinos de La Mancha, joyas de Varón Dandy, brandy Veterano, Anís del Mono, camiones con nombres de «Merche» o «Vanessa». Sin embargo, todos comprendemos que es inútil pretender darles una lectura ideológica a esos símbolos, puesto que no la tiene. Ni siquiera podríamos detectar una mirada nostálgica o cariñosa, ya que Rosalía no cuenta su arte, no lo narra, sino que va mucho más allá y lo es y lo encarna y nos lo presenta mediante un imaginario lleno de metáforas que, aunque no entendamos teóricamente, asumimos porque nos pertenecen.
Además, encontramos también numerosas referencias a la pintura (disciplina artística que representa la realidad mejor que la propia realidad); ¿qué hay más español que una estampa de Goya o cualquiera de las mujeres andaluzas de Julio Romero de Torres? ¿Qué hay más flamenco, a su vez, que Julio Romero de Torres pintando a Pastora Imperio, gracias a quienes han existido artistas tan españolas como Lola Flores? También hay otra disciplina artística que tal vez represente la realidad mejor que la realidad: la poesía. De analizar esto se encarga Martha Asunción Alonso, relacionando a la cantante, efectivamente, con el universo lorquiano (¿qué poeta existe que haya aportado más al flamenco que Lorca?) lleno de lunas y caballos y desamores a lo Bodas de sangre, y también con el hernandiano —donde el toro simboliza lo bello y lo terrible—. Si de por sí El Mal Querer nace de la lectura de la novela medieval Flamenca por parte de Rosalía, ya antes la habíamos encontrado cantando a Manuel Machado (al que ya han cantado muchos flamencos antes) y a San Juan de la Cruz (mediante su versión de «Aunque es de noche» del gran Enrique Morente).
Otro elemento característico en el imaginario de Rosalía es el quinquismo, al que se dedica un capítulo escrito por Mery Cuesta y donde explica cómo los delincuentes juveniles del cine quinqui marcaron las nuevas formas de ocio y consumo que se desarrollaron en la Transición. En Rosalía, sin embargo, ya sólo quedan de quinqui sus guiños a esta estética, más generacional que otra cosa, puesto que el quinquismo se está volviendo un referente para muchos jóvenes actuales que visten chándal y oros, pero que, como bien ha explicado recientemente Iñaki Domínguez en su artículo «Rosalía y C. Tangana: ¿por qué hoy mola presumir de ser pobre?», no son quinquis reales, sino simplemente fruto de una clase media que concibe los personajes marginales como atractivos símbolos de autenticidad y peligro. Sin embargo, esta visión de lo quinqui ahora es mucho más sofisticada —ya Rosalía trató el tema de la cárcel en su canción «Juro que», con un videoclip más cercano a Almodóvar que al propio cine quinqui—.
LO MASCULINO vs. LO FEMENINO
Es innegable la magnífica carga feminista del álbum El Mal Querer, donde Rosalía juega (como ya explica Isabel Navarro en su capítulo del libro) con el punto de vista masculino y femenino encarnando las voces tanto de hombre como de mujer, que nos hace asistir a una lucha de poderes. No se denuncian directamente los daños sufridos por un sistema patriarcal, sino que nos hace partícipes de una historia, presentándonos ese feminismo en forma de rito, en un disco multisensorial que se va «vaciando» en un recorrido hacia el minimalismo y donde encontramos bodas, rezos, lo sagrado y lo mágico. Pero también a una fuerte reivindicación de las pasiones más instintivas y el deseo femenino, que muchas veces es subordinado frente a ese poder masculino. «Di mi nombre (Cap.8: Éxtasis)» es el mejor ejemplo de todo esto: se presenta una canción de temática sexual en un entorno de simbología sagrada, con una Rosalía vestida de blanco que canta: «Y hazme rezar sobre tu cuerpo en la esquina de tu cama / y en el último momento dime mi nombre a la cara». Pero no hay que olvidarse de lo que trata el título del álbum: El Mal Querer cuenta una historia de maltrato representada en ocasiones mediante una voz masculina que canta frases del estilo «Quiera o no quiera, quiera, ella no quiera, va a estar conmigo hasta que se muera, es lo que hay». Sonidos de cuchillos, ambulancias que predicen tragedias, motos que atropellan, hombres que apuntan a Rosalía con una escopeta y entran con un bate de béisbol a destrozar su casa o naranjas que se caen de un camión, simbolizando la muerte.
Si nos centramos en su legado posterior, todas nuestras grandes flamencas también fueron musas de los artistas del momento; la ya citada Pastora Imperio, Maruja Garrido siendo musa de Dalí —y a su vez Dalí siendo muso de Maruja—, la bailaora La Chunga siéndolo de Blas de Otero, Alberti, León Felipe y otros intelectuales, etc. En el caso de Rosalía, esta influencia se deja ver en grandes artistas del momento que la incorporan en sus canciones (Yung Beef tiene una canción en tono irónico titulada «Rosalía» donde habla como si fuese ella en primera persona, Funzo & Baby Loud cantando en su gran éxito «Malibú con piña» la frase «Tiene más piquete que Rosalía», El Coleta sampleando su versión de «Aunque es de noche» en su peculiar tema «Butanero», dándole además esa visión quinqui-nostálgica).
Al final del libro, es interesante que se mencionen artistas mujeres de interés que están jugando a traspasar barreras en la música (como Queralt Lahoz, otra artista indudablemente influenciada estéticamente por Rosalía). Pero, a mi modo de ver, lo más interesante de su música —y de El Mal Querer en concreto— es la capacidad que tiene de hablar sobre nosotros y nuestra cultura, entendamos o no sus capas y metáforas —tan difíciles de descodificar en ocasiones—; puede tanto hacerte empatizar con una relación de maltrato, hacerte rabiar por sentir que te arrebata una cultura que ni siquiera es tuya, o incluso recordarte una estampa de tu abuelo bebiendo licor de anís, puesto que recorre historias que son íntimas pero que a su vez acaban confluyendo en lugares comunes que todos acabamos compartiendo.
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V.V.A.A. Título: La Rosalía: Ensayos sobre el buen querer. Editorial: Errata Naturae. Venta: Todos tus libros.
Por un beso, yo no sé que te diera, ¡Rosalía!
Glin glíin gliiglín…