La novela histórica Luz en las tinieblas, recientemente publicada, está escrita por alguien que conoce muy bien la lengua y la literatura españolas, la cultura española. Peter Mollov es hispanista búlgaro, y ha estudiado con esmero materias como el Siglo de Oro o el personaje del Cid en la literatura. Pero si Peter Mollov es habitualmente filólogo y profesor, aquí se muestra plenamente como novelista.
Algunos de esos elementos son:
- La literatura y los escritores de la época. Cervantes, Quevedo o Góngora aparecen como personajes.
- La trama de los secretarios de Felipe II, Antonio Pérez, y de Don Juan de Austria, Juan de Escobedo.
- La importancia de los libros para el protagonista, Pedro, y para la novela en general.
- El papel de la Inquisición.
Digamos que Peter Mollov ha seleccionado y utilizado elementos del mayor atractivo para el lector, para el lector español, el de habla hispana y tal vez el de otras lenguas.
Luz en las tinieblas está escrita en una prosa limpia, “fácil”, fácil para el lector, pero con su peculiar belleza, una belleza que le viene dada por su exactitud, por su claridad y por su sencillez.
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—¿Por qué quiso hacer una novela ambientada en el Siglo de Oro español precisamente?
—Porque es una época que, me permitiría decirlo, conozco bien, siendo profesor de literatura española precisamente de este período. A lo largo de años he investigado y enseñado a mis alumnos las obras de los grandes autores de este siglo, tengo publicado un estudio sobre la sátira de los vicios y los defectos humanos en la poesía de la edad barroca y para realizarlo he ahondado bastante en los aspectos políticos, sociales, religiosos y culturales de aquellos tiempos. Y cuando decidí escribir una novela histórica, me pareció natural ambientarla en una época con la que ya estaba familiarizado gracias a mis intereses profesionales.
—La novela está escrita en español. ¿Por qué decidió escribirla en esta lengua, y no en su lengua materna?
—El primer paso —la elección del cronotopo— condicionó el segundo, la elección de la lengua: si iba a escribir sobre la España del Siglo de Oro, ¿no era mejor que lo hiciera en castellano? Además, me parecía que la novela podía suscitar mayor interés entre el público lector hispanohablante que en mi país. Soy consciente de que esta decisión puede parecer un atrevimiento excesivo por parte de un extranjero como yo. El género de la novela histórica española ofrece verdaderas obras maestras y los nombres de los novelistas que han destacado en este campo son numerosos, no doy ejemplos porque la lista sería larga. Pero creo que mi novela presenta una diferencia: la visión de la España del Siglo de Oro de una persona del otro confín del continente y perteneciente a otra cultura.
—¿Le supuso mucho esfuerzo escribirla en español?
—La verdad es que sí, he tratado en todo momento de cuidar al máximo el estilo, de seleccionar siempre las palabras más adecuadas según la naturaleza del personaje y la situación. Y, por supuesto, arcaizar hasta cierto punto el lenguaje para que suene acorde con la época. No sé hasta qué punto lo he logrado, pero espero que mis lecturas de autores de la época me hayan ayudado a conseguirlo al menos en un grado aceptable. Esto no es fácil, me imagino, ni para los escritores nativos y menos aún para alguien como yo, que escribe en una lengua que no es la suya. Requiere tener mucho cuidado, releer, pulir, retocar.
—Tiene todavía mayor mérito tratándose de una novela histórica. ¿Fue el género un añadido a la dificultad del libro?
—Una novela ambientada en tiempos pretéritos inevitablemente enfrenta al autor a una serie de dificultades que hace falta superar investigando previamente y también a medida que vas avanzando en la escritura, ya que surgen pormenores en que no has reparado y que requieren averiguación. Solo así se puede conseguir la veraz recreación de sucesos históricos, usos y costumbres, detalles de la vida cotidiana de la gente, relaciones sociales, medios de comunicación y de transporte, itinerarios y duración de los viajes y un largo etcétera. Pero esto es parte del proceso de escribir una novela histórica y hay que disfrutarlo, aprovecharlo para ampliar tus conocimientos sobre la materia novelada.
—¿Cuánto tiempo le llevó escribir el libro?
—Documentarme me llevó medio año, ya que leía en los ratos libres y además tuve que conseguir varios libros de España. Y la novela la escribí en ocho meses. En realidad, la empecé precisamente cuando se produjo el primero y más duro confinamiento del 2020, al cundir por el mundo el virus que cambió nuestra vida (y también quitó muchas) y que, además, infligió graves daños psíquicos a la gente. Para mí, trabajar sobre la novela en el tiempo libre del que disponía estando todo el día encerrado en casa fue una especie de terapia, de desahogo.
—¿Cómo fue el proceso de su realización?
—Después de reunir el material que necesitaba para documentarme, leerlo y releerlo, cernir los datos y las interpretaciones más verosímiles de los sucesos históricos que he plasmado en la trama, me puse a hacer un plan detallado de la novela, capítulo por capítulo. Ahora, cuando el proceso y el resultado ya son hechos consumados, puedo decir que no debí proceder así. Creo que el plan tiene que contener solo las líneas principales del argumento, ya que a medida que vas avanzando se te ocurre introducir muchos cambios en la trama, en el carácter y las relaciones de los personajes, incluso añades personajes que no estaban en el plan inicial. Se produce una cosa rara: es como si los personajes, sobre todo los protagonistas, cobraran vida propia actuando y hablando de acuerdo con los rasgos que los caracterizan al margen de la voluntad de su creador, el escritor. Puede que otros autores sean más consecuentes y disciplinados siguiendo el plan previamente trazado, pero mi experiencia fue diferente. Ahora bien, escribir una novela histórica sin al menos un plan aproximado me parece imposible. Pero yo me he tomado la libertad de improvisar en algunos momentos, sorprendiéndome, en cierto modo, a mí mismo.
—El lector nota que aprende leyendo la novela, sobre todo de la época y de su literatura, literatura viva, al aparecer grandes escritores como personajes. ¿Se propuso enseñar con este libro, aunque de un modo diferente a como lo hace en sus clases y estudios?
—El lector de una novela histórica siempre llega a aprender cosas sobre la época y los personajes históricos. Por descontado, no hay que olvidar que se trata de una visión subjetiva, la del autor, que la novela no tiene y no ha de tener el carácter objetivo de un estudio científico. Pero es una manera más divertida y accesible de acercarse a la historia y a los personajes reales. Yo creo que los lectores aficionados a este género se dan cuenta del subjetivismo inherente a este tipo de relatos, ya que, por muy riguroso que sea o procure ser el novelista manejando los datos históricos, la narración novelesca conlleva una mayor libertad de interpretación que los estudios historiográficos. Sin embargo, todo hay que decirlo, en los tratados y manuales de historia también encontramos diversas interpretaciones de la historia, del carácter, los méritos y los errores de las personas que dejaron alguna huella de su existencia, porque a fin de cuentas todo relato de unos sucesos es inevitablemente subjetivo, no olvidemos que también lo son los documentos y crónicas que los historiadores manejan. En cuanto a los escritores que aparecen como personajes, en mi novela he tratado de trazar su imagen tal como la veo yo a base de lo que he leído de y sobre ellos. He puesto en su boca ideas y afirmaciones que los hechos de su vida y sus escritos hacen, a mi modesto parecer, creíbles.
—Se adivina un cariño especial por Cervantes en la novela. Se percibe un gran aprecio como hombre de letras, como ser humano y como hombre sabio. ¿Ese cariño y aprecio por Cervantes lo siente el autor verdaderamente?
—Creo que Cervantes fue un hombre que supo afrontar con dignidad los muchos avatares y desgracias que vivió, conservando hasta el final de su vida cierto optimismo, lo cual potenció su creatividad y le permitió enriquecer muchas de sus obras con un humor sano propio de las personas a quienes la experiencia ha dotado de sabiduría.
—El personaje de Cervantes está muy cuidado y es muy verosímil. Además, parece cumplir una función importante en la novela. ¿Puso especial empeño en que resultara un buen personaje?
—Cervantes tiene un papel importante en la novela porque influye en el protagonista, que es un personaje inventado. Se convierte en un ejemplo y guía para él, con sus reflexiones sobre la vida y la literatura le ayuda a encontrar su propio camino, a seguir la luz en las tinieblas de la vida. De ahí que trazar su imagen haya sido uno de los mayores retos de la novela. Cervantes es, sin duda, el español más conocido universalmente, un símbolo de España. Escribir sobre su obra y quizá más aún convertirlo en personaje literario no es fácil porque existe el riesgo de caer en los tópicos e idealizarlo. Pero sí, creo que Cervantes fue en el fondo una buena persona, con todo el relativismo de esta calificación, tuvo una vida dura y llena de reveses y sin embargo sus escritos no revelan la amargura y el pesimismo de otros autores de su tiempo. Y es que una de las muchas enseñanzas de su Don Quijote es que las cosas de la vida son como uno quiera verlas, que un mismo hecho de la realidad puede ser diferente según la apreciación personal de cada uno, que no hay una sola verdad, sino múltiples verdades individuales.
—Teniendo en cuenta el comportamiento del protagonista, y no sólo el suyo, el libro podría decirse que es una novela sobre la bondad, una novela en la que se da un ejemplo moral muy positivo. ¿Comparte el autor esta visión de su libro?
—Sí, esta observación me parece certera. El protagonista siente desde adolescente una necesidad de destacar de alguna manera, de no ser un cero a la izquierda si se me permite el coloquialismo. Pero cuando, por los caprichos del destino, se ve envuelto en las intrigas políticas de su amo, su bondad natural le hace buscar otro camino. Precisamente esta búsqueda de la luz del bien en las tinieblas de la vida miserable y mezquina es lo que guía al protagonista, le hace trabar amistad con personas que le ayudan a cambiar de vida (entre ellas Cervantes tiene un papel primordial como ya he dicho) y a su vez ayuda a su mejor amigo a madurar y buscar como él la luz en las tinieblas de su propia existencia. Por lo tanto, sí, se puede decir que la novela da un ejemplo moral positivo. Sé que para algunos lectores este rasgo de una obra literaria es un signo de simpleza. Yo no comparto tal valoración. No creo que la literatura tenga que mostrar preferiblemente los aspectos negativos de la naturaleza humana para ser calificada de profunda.
—En este sentido la novela sería lo contrario del Lazarillo de Tormes, precisamente por la actitud del protagonista, pues el mundo en el que vive Pedro se parece mucho al de Lázaro, sobre todo en la primera parte del libro.
—Sí, el ambiente en que viven mis personajes (los inventados, no los históricos) en la primera parte es bastante picaresco, pero ellos emprenden un camino diferente al del pícaro clásico. Éste es conformista, acepta la realidad tal como es y se adapta para sobrevivir, mientras que mis “pícaros” luchan por forjar su destino demostrando la veracidad de las palabras con las que termina el Buscón de Quevedo —“nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres”—, pero en el sentido contrario, ya que mis personajes cambian de vida y costumbres y así consiguen mejorar su estado. Ellos eligen su camino en vez de dejar que otros decidan por ellos como solía ocurrir con la gente de su clase social.
—¿Le resultó difícil convertir en personajes literarios de su novela a personajes históricos como Felipe II, Antonio Pérez, Juan Escobedo, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora?
—En el caso de los primeros tres, después de documentarme debidamente, ya tenía en la cabeza una idea de cómo habrían sido estos personajes históricos. Quisiera destacar dos obras que me fueron especialmente útiles a este respecto: El rey imprudente de Geoffrey Parker y Felipe II de Manuel Fernández Álvarez. En cuanto a los escritores, la simbiosis entre los datos biográficos y el conocimiento de su obra (los tres son autores que enseño en el curso de Literatura Española de los siglos XVI y XVII que imparto en la Universidad de Sofía) terminó por perfilar su imagen tal como la he plasmado en la novela.
—El libro, los libros… son esenciales en la novela. ¿Por qué son tan importantes?
—Creo que los libros, como un vehículo de conocimiento del mundo y de autoconocimiento, de perfeccionamiento, de desarrollo personal, son esenciales en la vida, lo han sido en la mía desde que tengo uso de razón, y he tratado de demostrar la importancia que tienen a través del destino de mis personajes que “salen a buen puerto”, como diría Lázaro de Tormes, gracias a su crecimiento intelectual. Es la única manera, a mi modo de ver, de escapar de la miseria material y espiritual. Y me atrevo a afirmar que este aserto tiene una validez universal.
—¿Por qué este título, Luz en las tinieblas? Y lo pregunto sin afán de que cuente lo que no se debe contar, para no estropearle al lector la lectura de la novela.
—El título Luz en las tinieblas no tiene connotaciones religiosas cristianas, como podría pensar el lector que no conozca el libro. Se trata del sentido de la vida que cada uno de nosotros, conscientemente o no, busca a lo largo de su trayecto vital en medio del caos sin sentido que a veces parece imperar en nuestro mundo.
—La ambientación me parece muy lograda, algo además muy importante en el libro porque prácticamente constituye la propia novela a mi modo de ver. ¿Cómo la consiguió?
—La ambientación estuvo condicionada por la trama: la primera parte se desarrolla en Madrid porque allí ocurrieron los hechos históricos que narra la novela: las intrigas políticas en que están implicados el rey Felipe II, su hermanastro don Juan de Austria y sendos secretarios. Para la segunda elegí Sevilla porque quería que los protagonistas se encontraran con Cervantes en su época de comisario de provisiones de la Armada Invencible. Y en la tercera la acción se traslada al Valladolid de principios del XVII, sede de la corte de Felipe III, adonde acuden grandes autores de la época —el propio Cervantes, Góngora, Quevedo—, cada uno tratando de realizar sus propios proyectos y ambiciones, lo cual coincide con el cambio de rumbo de la vida del protagonista, quien, como librero, puede ya tener contacto con el mundo literario de la nueva capital. Desde antes de trazar el plan de mi novela, ya había concebido la idea de introducir a Góngora y a Quevedo como personajes. Son dos personalidades que me han atraído desde los años de la carrera universitaria y sobre cuya obra he escrito numerosos trabajos de investigación. Por eso me interesaba meterlos en la trama y presentar su imagen tal como la veo yo.
—¿Disfrutó mucho, o fue un trabajo tan arduo que no se hizo muy agradable?
—Disfruté de cada una de las etapas del trabajo sobre la novela: desde conseguir y leer el material necesario para documentarme, pasando por el plan y llegando a la etapa final, la escritura. En realidad no lo llamaría trabajo, era un placer, un entretenimiento. Yo no tengo un horario fijo para escribir como sé que hacen otros escritores. Escribía cuando tenía tiempo, y es que esperaba con impaciencia acabar mis tareas del día para dedicarme a mi novela. Francamente, yo ni siquiera me considero todavía un escritor de verdad. Soy un profesor que quiso experimentar en un campo nuevo, aunque indudablemente vinculado a sus ocupaciones profesionales. Tenía ganas de hacerlo desde hacía muchos años, y lo hice sin grandes expectativas. Quizá por eso supe sacarle el jugo a todo el proceso.
—¿Cree que repetirá pronto la experiencia? ¿Tiene algún proyecto nuevo del que nos pueda hablar?
—Sí, incluso ya tengo una idea aproximada de lo que será mi segunda novela. Será muy diferente de Luz en las tinieblas, puesto que se ambientará en la actualidad y la escribiré en búlgaro. No quiero decepcionar otra vez a mis padres y familiares, que celebraron la aparición de la primera, pero protestando por no poder leerla.
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Autor: Peter Mollov. Título: Luz en las tinieblas. Editorial: Lacre. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.
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