Junto al agua negra,
olor de mar y jazmines
noche malagueña.
Antonio Machado
Año de 1944. Año oscuro. Año muerto. El sustanciero introduce el hueso del jamón en la sopa, el estanquero raciona la picadura de tabaco, los coches tiran con gasógeno como pueden. Nada queda en pie en España. Los versos que corren por las calles son funestos: ciudades con un millón de cadáveres, las cebollas que come el niño que espera a su padre en la cárcel, y otras miserias. Málaga, evidentemente, no se ha salvado. Es una ciudad destruida, como todas. Ya no tanto material, que también, como humanamente. Desde su refugio en Velintonia, entre 1939 y ese mismo año 44, Vicente Aleixandre ha evocado su tierra, su Málaga de la infancia, ahora destrozada. Idea un poemario. Es muy consciente de esta destrucción cuando escribe: «No he de volver, amados cerros, elevadas montañas, gráciles ríos fugitivos que sin adiós os vais». Pero en esos cinco años la ciudad resurge. La ciudad emerge de la penuria y se reconstruye en la memoria de aquel hombre que un día fue niño. Hay esperanza en los últimos poemas: «Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos». Sombra del Paraíso es, para este que les escribe, el mejor poemario de Aleixandre.
No pretende el arriba firmante parecer frívolo con el episodio que como cada jueves abre la columna. Tampoco pretende resultar trágico ni tremendista. Pero Málaga es Málaga, tierra de poetas y marinos, de sol y comisuras abiertas. Sobrevivirá a todo, no puede detenerla ni un conflicto armado ni el fuego que estos días arrasa sus campos. De aquella tierra dijo Luis Cernuda que no podía medirse la dicha con el parámetro del tiempo; y Jorge Guillén, de su centelleo, que, más que brasear, plateaba. Pepe Bergamín resumía lo que esa tierra le ofrece al poeta con menos lirismo, pero con más lírica: «La había soñado para poder llegar a verla, la he visto para no volverla a soñar».
Resurgirá. Claro que resurgirá. Quizá la más ilustre de sus hijas, María Zambrano, dijo de Málaga que no hubiera desarrollado su razón vital sin ella, es decir, que el pensamiento filosófico no es más que una revelación poética. Es la visión esteticista del mundo, la del color y el aroma, la del sentido, la del estímulo. Gerardo Diego dijo de las montañas que ahora se abrasan que nacieron de la pura geometría. El propio Rilke, maestro alemán, al visitar la zona fue consciente de este resurgir constante, de este renacer malagueño: «Quién supiera florecer como vosotros». Si el arte es una mentira para comprender la verdad, que diría el malagueñísimo Picasso, entonces en su poesía, en su cadencia infinita, encuentra el visitante la realidad de un lugar mágico, indestructible. Como también suele ser habitual cada jueves, el protagonista de la anécdota que abre el texto, Aleixandre, es el encargado, también, de cerrarlo. Esta vez con un verso ideado al ascender por la alcazaba de Málaga: «Subes por esa escala, callando, hacia arriba, hacia la luz».
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