El escritor norteamericano Paul Auster rescata del olvido al escritor y periodista Stephen Crane, que vivió a finales del siglo XIX, «sin el cual Ernest Hemingway no habría sido el mismo, ni tampoco Joseph Conrad», ha asegurado este jueves en la presentación de su último libro.
Empujado por la falta de dinero, Crane malvivió durante el último tercio del siglo XIX escribiendo artículos, novelas, relatos y poesía, trabajó como corresponsal de guerra y defendió los derechos de los más desfavorecidos en una época de conflictos laborales y sociales. Enamorado del salvaje Oeste y de los bajos fondos, sobrevivió a un naufragio, se enfrentó a la policía en Nueva York, estuvo en Cuba después de la Guerra de 1898, y finalmente murió en Alemania de tuberculosis con 28 años. Una vida de película en la que incomprensiblemente Hollywood nunca reparó, admite Auster, que espera que su libro sirva ahora para que Stephen Crane se convierta en una película. «Sería fantástico, yo iría a verla».
En esta biografía, Auster ha aunado dos objetivos iniciales, «contar la vida de Crane con la mayor precisión y presentar su obra, pero no como haría un crítico literario, que es aburrido, sino intentando dar respuestas como autor y como lector que expliquen qué transmite al lector». Admite que la principal dificultad fue contar la vida del autor decimonónico, pues la primera biografía de Crane fue escrita por Thomas Beer en 1923, pero «al no saber cómo rellenar los huecos de su vida, se inventó episodios e incluso correspondencia, y esa biografía fue la única durante los siguientes treinta años, lo que favoreció que circularan historias fantásticas, pero falsas sobre Crane». Tuvieron que pasar muchas décadas hasta que aparecieron los trabajos de dos eruditos, Paul Sorrentino y Stanley Wertheim, que «resolvieron muchas de las discrepancias planteadas por Beer y descubrieron más historias, escritos, cartas inéditas».
Inscribe Auster a Crane en un tipo de periodismo muy genuino del momento, al que aportaba su intuición: «El periodismo, aunque alimenticio, fue parte fundamental de su obra y se adaptó mucho a sus talentos personales. Mostraba el mundo tangible pero su imaginación era muy rica, así que recorría la ciudad, miraba y explicaba lo que había visto, pero creo que gran parte era inventado». Y eso sucedía, apunta el autor de Trilogía de Nueva York, cuando en la Gran Manzana «se publicaban diariamente 18 periódicos en inglés y 19 más en otros idiomas».
A pesar de su veteranía, Auster no oculta su «admiración por las cosas que hizo Crane, cosas que se han dejado de lado, cuando debería estar en la historia de la literatura junto a Melville, James o Poe», pero jugaron en su contra «morir tan joven, estar al margen de los debates estéticos y no vivir una vida muy literaria».
Para Auster, su influencia en la generación siguiente fue determinante: «Hemingway no sería el mismo sin haber existido Crane, un autor que dejó de lado el análisis social, las descripciones de vestuario y mobiliario de la literatura del XIX, para centrarse en lo esencial; y esa influencia también se ve en Fitzgerald». Cuando se instaló en Reino Unido, cultivó una férrea amistad con Joseph Conrad y Henry James, al que llamaba The Master. «Si con James, al que visitaba semanalmente, se fraguó una relación de tío-sobrino, Conrad fue su mejor amigo y su influencia se dejó notar, hasta el punto de que «Conrad escribió Lord Jim bajo la influencia de esa amistad, utilizó pedacitos de la vida de Crane y la muerte de Jim es una respuesta a la muerte de su amigo, que le afectó mucho».
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