Desde que la publicación de El manuscrito de piedra lo convirtió en uno de los nombres más reconocidos y reconocibles de la novela histórica española, no siempre se recuerda que Luis García Jambrina (Zamora, 1960) se dio a conocer en el panorama literario con dos recopilaciones de cuentos. Es un olvido disculpable: ambos libros se publicaron en editoriales pequeñas e independientes y medió toda una década entre la publicación de uno y otro, lo que sin duda contribuyó a que a su autor se le siguiera vinculando más con su trayectoria académica que con una faceta narrativa que no eclosionaría por completo hasta las postrimerías de la primera década del siglo.
Tal y como se explicita desde el mismo título, los cuentos de Jambrina aparecen recorridos por el tema de la muerte y juegan, en la mayoría de los casos, a estirar y transgredir las fronteras de los géneros para ofrecer una amalgama de historias que unas veces se adentran en los predios de la ciencia-ficción, otras se regodean en las convenciones de la literatura de terror y, en ocasiones, hasta se permiten el lujo de coquetear con ciertas asignaturas pendientes de las asignaturas filológicas. Pese a que resulte innegable la coherencia global del libro, es interesante analizar los temas y los tratamientos de ambas partes, porque en cierto modo dan cuenta del modo en que la literatura conecta con el tiempo histórico en que se desarrolla. Si los relatos de 2005 se complacen en explorar terrenos metaliterarios («La verdadera historia del Quijote», «Un extraño legado»), indagar en las convenciones de la literatura fantástica (el estupendo «Postales desde Nueva York», «Overbooking»), vagabundear por los confines de las viejas narraciones góticas desde una perspectiva netamente contemporánea («Sólo cuatro o cinco almas», «El cáliz de cristal romano») o incluso incurrir en lo que el aquí firmante entiende por sutiles homenajes cortazarianos («Ventajas e inconvenientes de tener una casa con sótano»), en la segunda, escrita casi veinte años más tarde, se aprecia un giro hacia temáticas vinculadas al ámbito de la memoria histórica («Una fosa poco común», «Tras el toque de queda», el brevísimo y rotundo «Desenterrar a los muertos») o la violencia doméstica («Quid pro quo»). Es tan curioso como significativo, en este aspecto, que el último de los cuentos que en su día conformaron la edición original de Muertos S.A., y que funcionó entonces como un magnífico cierre, se convierta ahora en una suerte de bisagra que clausura una etapa y abre otra. Porque «El último café» cuenta una historia que era un rumor en ciertos ambientes de Salamanca, la del envenenamiento que habría sufrido Miguel de Unamuno el 31 de diciembre de 1936, y de alguna manera difusa, pero certera, simboliza ese tránsito entre la primera parte del libro y la segunda. Si en 2005 ese cuento se leyó desde una óptica meramente conjetural, su trama adquiere un nuevo sentido tras las revelaciones que el propio Jambrina y el cineasta Manuel Menchón han hecho públicas recientemente en el libro La doble muerte de Unamuno (Capitán Swing, 2021) y el documental Palabras para un fin del mundo (2020).
Escribió Andrés Neuman, a propósito de la primera versión de este libro, que en los cuentos de Jambrina «el lector nunca tiene la sensación de extraviarse ni de perder el tiempo». Su dictamen se actualiza ahora, en este desenterramiento actualizado de unos muertos que, por mucho que intenten matarlos, se empecinarán en mantenerse frescos en la memoria de quienes se acerquen a conocer sus historias.
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Autor: Luis García Jambrina Título: Muertos S.A. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Todos tus libros y Amazon.
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