No siempre que alguien se va hay una despedida. Y con esto no me estoy refiriendo a las despedidas a la francesa. Pero también es cierto que hace un tiempo que trato de asumir que lo que digo a veces se interpreta de una manera sorprendente para mí. Es el gran misterio, por qué a veces las palabras no significan lo mismo para el emisor que para el receptor. Pero a la vez es simple. En una emisora católica me preguntaron si era experta en el sistema educativo italiano por haber escrito un libro como Los Pissimboni, y, de manera generalizada, El lugar de la espera se ha interpretado como un retrato de mi generación.
Dos momentos claves para mí estarán siempre vinculados a este libro: una mudanza y un viaje a México pocos meses después. Mudanza y traslado no son sinónimos. En mi caso fue una mudanza. ¿Es necesario describir lo que puede suponer un cambio de casa? La expresión cambio de casa me parece suficientemente explícita. Hace algunos años que leo y estudio sobre el exilio republicano español de 1939. Un buen libro sería el que analizara con rigor y un conocimiento amplio algunas maneras ejemplares de marcharse, de irse de un punto hacia otro. También maneras de huir, de evadirse e intentar una nueva vida.
El otro momento importante, además de la mudanza, fue un viaje a México, sola, en noviembre de 2019. El viaje como metáfora de una ausencia temporal de la propia vida también es suficientemente explícita. Durante aquel viaje tuve la suerte de compartir largas conversaciones con Vicente Rojo y Bárbara Jacobs; el siempre generoso poeta y editor José María Espinasa y su mujer, Ana María Jaramillo, me acogieron en un estudio en un edificio colonial maravilloso; Pedro Serrano y Alejandra de la Paz me enseñaron una galería de arte participada por Gabriel Orozco; conocí la obra de la fotógrafa Nirvana Paz, y fui incapaz de subir a las pirámides de Teotihuacán. Varias de las personas que encontré, que me acompañaron y que conocí allí empujaron y dieron forma a los cuentos que tenían que completar los que ya había escrito para narrarme a mí misma el modo en el que otros individuos habían desaparecido de mi vida y cómo yo algunas veces desaparecía precisamente para intentar entenderla. Volví eufórica, convencida de que en mis largos paseos solitarios por Ciudad de México había encontrado el sentido de ese y otros muchos viajes. Tal vez la pregunta para la que se buscaba la respuesta era qué quedaba de la realidad que yo conocía después de tales ausencias y de la mía propia.
Pronto hará dos años de aquel viaje, las ausencias se siguen sucediendo, la gente se sigue marchando, yo escucho con frecuencia a Xoel López cantar «Hace tiempo que yo ya me fui, yo siempre me estoy yendo», y la realidad sigue ahí, atrayendo poderosamente y, a la vez, empujando constantemente a la huida.
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Autora: Sònia Hernández. Título: Maneras de irse. Editorial: Acantilado. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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