La novia de Corinto, por Alfred Kubin (1932)
A su llegada, y en plena noche, a resguardo de todas las miradas, el viajero se ve a solas con la hija de sus anfitriones. Él aún no lo sabe, pero tiene ante sí al espectro de una mujer que había regresado de la sepultura para seducirlo y llevarlo consigo; una mujer convertida en vampiro que anhelaba el calor de un cuerpo vivo. El joven cree que se encuentra ante la novia que le había sido prometida y ambos amantes se entregan a una pasión desbocada.
Goethe escribe La novia de Corinto en 1797, una balada que aborda las funestas consecuencias que se desatan cuando los seres de ultratumba, suspirando por la vida que han perdido, abandonan sus sepulturas en busca de un amante cuyo calor añoran tanto como puede hacerlo un alma en pena que no se resigna a la suerte de una muerte prematura. Ambientada en la Antigüedad, un joven pagano llega a Corinto, hogar de las primeras comunidades cristianas fundadas por san Pablo, para desposarse, en virtud de un matrimonio pactado, con una muchacha de una familia que ha abrazado la nueva fe. Goethe sitúa los acontecimientos históricamente cuando está naciendo una iglesia militante que adora a un Dios único y que excluye a todos los demás.
Durante la vigilia va a ser desvelada la historia de la misteriosa mujer. Había sido ofrecida por su familia en sacrificio a Dios para vivir en perpetua castidad, y no en el matrimonio, aunque inicialmente sí que hubiera estado destinada a casarse con el joven. La conversión de la familia al cristianismo determinó un cambio en el destino inicial de la mujer, que debía convertirse en virgen consagrada. Después ocurrió su muerte inesperada, y ahora, ahora sencillamente estaba allí, muerta pero radiante y sensual, en la plenitud de su belleza. Había vuelto en secreto de la tumba en busca del varón que en buena ley le hubiera pertenecido de no haber roto sus padres el juramento. No le complace frialdad alguna, ni la frialdad de la castidad ni la frialdad del mausoleo. La difunta descubre su secreto al joven y prorrumpe en amargas quejas contra los padres que la ofrendaron al Dios de los cristianos, un Dios único que pretendía la exclusividad sobre sus adoradores, a quienes exigía la muerte de los sentidos y que dirigieran sus anhelos solamente a Él. De labios de la mujer vampiro, desnuda sobre el lecho, mientras anuncia a su enamorado que ya le pertenece para siempre y que ambos morarán en la muerte, escuchamos también que la nueva religión no es otra cosa que la tiranía de un dios solitario que lo quiere todo para sí y que desea apartar de las luces de la vida a los seres humanos, para forjar con ellos una rigurosa comunidad creyente destinada a imponerse en el mundo, convencida de su misión histórica como nuevo pueblo de Israel, como una nueva raza escogida.
Al margen de la confrontación de erotismo y muerte, Goethe introdujo un elemento nuevo, y de ahí la modernidad de La novia de Corinto. La polémica contra una religión excluyente, que busca el control social de la opinión, la represión de los deseos y el sometimiento de las fuerzas de la razón, sirve como metáfora artística para denunciar la intolerancia en cualquiera de sus formas. Goethe anuncia el advenimiento futuro del fanatismo y su irrupción como motor de la historia universal. Logra tal cosa a través de una imagen que sirve de pretexto, la de un cristianismo convertido en religión cósmica, impuesto en su versión más sacramentalizada e institucionalizada, firmemente enraizado en los poderes del mundo y bajo la dirección de una casta sacerdotal en estrecha relación con las fuerzas temporales. La novia de Corinto es una voz que alerta contra la dominación tiránica cuya sombra se cierne siempre sobre la humanidad. La cuestión va mucho más allá del erotismo necrófilo, propio del relato de vampiros, para situarse en confrontación abierta contra la intolerancia, que amenaza con aplastar la vida y convertirse en el único vidrio a través del cual se filtre la luz de una razón sometida, mermada, reducida a la servidumbre y a la oscuridad por el miedo a un castigo eterno.
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