Imagen publicada en tuiter por @guardiacivil el 21 de septiembre
Desde hace un mes, el Infierno no para de vomitar fuego en La Palma, provincia de Santa Cruz de Tenerife. Una tragedia profetizada en un poema anónimo español del siglo XV, las Endechas a la muerte de Guillén Peraza, acaecida en La Palma por entonces. En sólo doce versos, los amigos y parientes del finado concentraron un dolor inmenso, pero también un rencor hondo y, hoy, antiguo. “No eres palma, eres retama”, recriminaron a la isla que con mala fe, según ellos, les había arrebatado su ser querido. “Eres desdicha, desdicha mala”. No contentos con otorgarle personalidad, le dedicaron también una variada gama de maldiciones y le desearon terroríficas plagas bíblicas: que la arena arrasase sus flores y, ya en plan premonición, que “tristes volcanes” abrieran y destrozaran sus campos. O sea, lo que está pasando.
Endechas a la muerte de Guillén Peraza.
Llorad, las damas, sí Dios os vala.
Guillén Peraza quedó en La Palma
la flor marchita de la su cara.
No eres palma, eres retama,
eres ciprés de triste rama,
eres desdicha, desdicha mala.
Tus campos rompan tristes volcanes,
no vean placeres, sino pesares,
cubran tus flores los arenales.
Guillén Peraza, Guillén Peraza,
¿dó está tu escudo?, ¿dó está tu lanza?
Todo lo acaba la malandanza.
Desde que Peraza muriese y se difundieran las endechas, La Palma ha conocido seis o siete erupciones, cuya causa sólo puede ser la maldición. El llanto de los consternados amigos y parientes de Peraza fue rescatado de entre la masa cancioneril, en la que dormía desde el Siglo de Oro, por ilustres eruditos del XIX; en el XX, Dámaso Alonso y José Manuel Blecua lo incorporaron a sus antologías de poesía española de todos los tiempos. Allí lo descubriera servidor bajo la guía sabia de don Francisco Ledesma, egregio polígrafo de fina sensibilidad, que sabía decirlo con verdad y sentimiento, subrayando la rima y marcando adecuadamente la acentuación. No fue don Francisco el primero, ni es ya el último, en apreciar la sublimidad de una composición sencillamente perfecta. Hace veinte años, Luis Alberto de Cuenca la canonizó al incluirla entre Las cien mejores poesías de la lengua castellana (una brillantísima antología que, por cierto, se reeditó el año pasado y de la que no puedo jurar que de verdad contenga las cien inapelablemente mejores, aunque seguro que contiene cien inapelables).
En cuanto al viejo debate académico de si la manifestación de dolor por Peraza, con las expresivas maldiciones que la adornan, constituye una elegía, un planto o unas endechas (o todo a la vez), diré simplemente, para no enredarme, que se trata de un duelo (de “doler”) tan conmovedor que seis siglos después sigue poniendo los pelos de punta. Es paradójico, pero el pobre Peraza ha alcanzado la inmortalidad gracias a su muerte: hoy tiene hasta artículo en la Wiki. Uno imagina un gallardo caballerete sevillano, veinteañero y algo tarambana que, enardecido por la posibilidad de gloria, se embarcó para unas islas recién descubiertas allá lejos, muy al sur, años antes de que Colón diese con América. Dice el sabio Juan de Abreu y Galindo en su monumental Historia de la conquista de las siete islas de la Canaria (Santa Cruz de Tenerife, 1848), que Peraza salió de La Gomera a dar un paseo por La Palma, que queda enfrente, liderando una pequeña expedición de amigachos; la fatalidad quiso que, nada más poner pie en las costas que hoy cubre la lava, recibiera una contundente pedrada: los naturales no estaban para fiestas, así que no hubo más, salvo dolor en las chavalas cuando se enteraron, allá en Sevilla —“llorad las damas”—, de que tendrían que seguir viviendo sin el recreo de la flor “de la su cara”, repentinamente marchita. ¡Pobre Guillén! Sic transit gloria mundi.
La anécdota no pasa de nota a pie de página en el libro de la historia, pero el dolor por muerte tan tonta, inútil e imprevisible se deja sentir todavía en forma de oleadas de emoción que, saltando por encima de los siglos, vienen a gobernar la geología y nos dejan gran literatura. Para que luego digan que la poesía no sirve para nada. En fin, Dios guarde en su seno al buen Peraza, apague el volcán y devuelva la prosperidad y la alegría a La Palma. Y que todos lo veamos. Amén.
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Las cien mejores poesías de la lengua castellana (Antología de Luis Alberto de Cuenca). Renacimiento. Sevilla, 2020.
Cancionero sin nombre: Lírica popular anónima en castellano (Antología de Ignacio Echevarría). Grijalbo-Mondadori. Barcelona, 2000.
Lírica española de tipo popular. Edición de Margit Frenk. Cátedra. Madrid, 1990 (hay una primera edición de la UNAM mexicana en 1966).
Antología de la poesía española: Lírica de tipo tradicional. Edición de Dámaso Alonso y José Manuel Blecua. Gredos. Madrid, 1956 (2ª edición revisada, 1969).
Francisco Ledesma. Algunas joyas de la poesía cancioneril: entre el medievo y la modernidad. Ríos. Alcázar de San Juan (Toledo), 1958.
Cancionero y romancero español (Antología preparada por Dámaso Alonso). Libros RTV nº 26. Salvat. Madrid, 1969.
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