La malaria fue una de las «desgraciadas herencias» que Miguel Bosé recibió de su padre, el famoso torero Luis Miguel Dominguín, quien recién cumplidos diez años le llevó a un safari por Mozambique sin administrarle quinina, un viaje que planeó alarmado porque leía mucho: «el niño va a ser maricón».
Lo que efectivamente ocurrió, recuerda Miguel Bosé, en el mes en el que estuvieron en tres campamentos en Mozambique, donde relata cómo enfermó gravemente, un viaje durante el cual el famoso torero intentó que al niño le «iniciase en la hombría» una chica de 16 años, lo que otro de los acompañantes impidió. Y rememora cómo se desmayaba durante las marchas y su padre le amenazaba con darle un tortazo por «nenaza»: en ese instante «me rendí para siempre. Entendí que nunca conseguiría estar a la altura de sus expectativas», relata Bosé, que dice que le cogió «pánico» y que finalizó el viaje pesando menos de quince kilos.
Su madre echó a su padre de casa «nada más llegar de África, y le dijo que no quería verle en el resto de sus días y que si al niño le pasaba algo le pegaría dos tiros», indica Bosé, que explica cómo pasó el resto del verano en una silla de ruedas convaleciente de esa «herencia».
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