La vuelta de Arturo Andrade

Gracias a lo antedicho pude crear a Félix Arcadia, un diplomático y escritor español de gira literaria por México en 1950, con Arturo Andrade y su camarada Manolete como ángeles guardianes. El secuestro de don Félix por una facción de republicanos exiliados catalizará una frenética búsqueda por todo el territorio de Morelia, una aventura que me permitió sumergirme en una tierra, una sociedad, una cultura. Antiguos generales revolucionarios, espías soviéticos, mercenarios, traficantes de armas, el gobierno de Miguel Alemán, las tensiones geopolíticas de la España franquista… Capítulo aparte fue el exilio republicano: a Morelia habían llegado los primeros niños republicanos, y en su institución, la universidad de San Nicolás de Hidalgo, dieron clase María Zambrano, José Gaos, Enrique Díez Canedo, Fernando de los Ríos, José Carner… Aunque se trataba de los que había tenido suerte, pues lo habitual era que antiguos jueces vendieran aspirinas puerta a puerta. Al respecto, recuerdo a Dolores Pla contar que no quería volver a España, a Valencia, para no destruir los recuerdos, para no crear una nueva nostalgia e idealización. Igual que Max Aub, cuando dijo aquello de “he llegado, pero no me he vuelto”.

México fue un campo de batalla de las ideologías. Un México lleno de mitos y poesía, preso de una contradicción esencial: feudal, revolucionario, capitalista, socialista. Una tierra donde nadie queda impune, como bien nos recordaría Goethe en Las afinidades electivas, cuando retomó la inspiración y las indagaciones de su amigo Humboldt: “Pero el viajero también se convierte en otro hombre. Nadie vaga impunemente entre las palmeras y la manera de pensar cambia en un país donde los elefantes y los tigres se encuentra en su casa”. El fascismo y el comunismo en una lucha titánica, utopías perversas, aterradoras, que acabaron por sintetizarse en la frase que pronuncia uno de los personajes: “La política no es pegar tiros, sino saber el precio que tiene cada uno”. Entremedias, un rastro de sangre oscura, millones de almas rotas.

De esta manera, Arturo Andrade continúa recorriendo la segunda mitad del siglo XX: apareció en El arte de matar dragones, que trataba el traslado del museo del Prado durante la guerra civil, prosiguió con El tiempo de los emperadores extraños, con un crimen en la División Azul, en Rusia (la novela fue llevada al cine por Gerardo Herrero); luego vino Los demonios de Berlín, con Andrade implicado en la caída de Berlín, en 1945; Los días sin ayer, en la que tenía que sacar a un general de las SS del Berlín ocupado por los Aliados, y después Soles negros, que trata el tema del robo de niños en la posguerra. Cuando giran los muertos prosigue con mi obsesión por tratar episodios históricos poco conocidos, pero que tienen mucho que decir en el devenir de España. Y Arturo Andrade continúa siendo mis ojos en cada momento, un tipo sensible y cruel, muy contradictorio —aunque con un cierto concepto del honor y la lealtad—, como la misma realidad en la que se tiene que desenvolver. Y, sobre todo, es un azote de lo políticamente correcto, que es lo que me encanta de él, y más en estos tiempos. Un Arturo Andrade rodeado por otros personajes de ficción, y entreverado con los reales, Alfonso Reyes, León Felipe, Buñuel, Lorca, José Antonio, Margarita Nielken… todos girando, vivos y muertos, en un juego terrible, una noria que en algún momento se detendrá, y cada personaje sabrá entonces a qué reino pertenece.

—————————————

Autor: Ignacio del Valle. Título: Cuando giran los muertos. Editorial: Algaida. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.