Mira el escritor la ciudad detenida en estado de alarma fúnebre y acristalada, con el tiempo detenido en las calles, y su escritura vigilante respira el vaho de su vacío, el pulso interior de la supervivencia en lo cotidiano. Y en esa levedad de lo transitorio, sin apenas movimiento, igualmente respira el petricor de la memoria. De ella nos cuenta las raíces, sus principios, las ramas de los afectos, el aprendizaje de la dignidad y de la identidad construidas entre el almanaque de santorales y la tierra personal que se trabaja. Desde un balcón del presente aislado en ese naufragio, que también lo es de los puertos del pasado, Muñoz Molina traza su bitácora de Defoe. Los instantes inmóviles en los que la felicidad se dilata, igual que en su reverso hace niebla la incertidumbre, y a la vez dibuja el reencuentro con las sombras chinescas de los recuerdos, con el orgullo de la pertenencia, con las caricias imperceptibles pero hondas en la huella del dolor, de la austeridad, de la esperanza zurcida de renuncias, de miedos, de los sueños truncados y de los que se siembran. Qué ternura tiene este libro de penumbras luminosas y de emociones desenvueltas, a pie de una mano que limpia y reordena, en cuyas páginas Muñoz Molina vuelve a sí mismo y se desvela.
De todo lo humano, y del coraje de la supervivencia, hay una trama en el libro acerca de la que el escritor cuenta sin anilinas de color y con naturalidad cercana. Unas veces intencionadamente costumbrista, y otras desde la intimidad de la memoria como una habitación propia donde el desenlace es una reflexión entre la ética, la denuncia, la introspección con perspectiva, y el puente con el testimonio de la actualidad de lo inmediato. Un viaje de ida y vuelta de la mirada en el que tomar conciencia de una posguerra con sus ecos tatuados, y de una pandemia que está cambiando el paisaje y los hábitos.
Siempre le ha gustado a Muñoz Molina caminar a través de los silencios entre los que en libertad observa lo real y lo imaginario que le provocan. Da igual que lo haga por las plazas de una Granada ensimismada y de repente en eclosión de vanguardias poéticas y plásticas que por la Lisboa de una novela negra o de su saudade en los pasos de una escalera donde el amor espera. Que sean las orillas del Hudson neoyorkino navegadas en bicicleta o el Madrid del Retiro y del parque Botánico, en el que los frutos en sus veredas constatan el tiempo circular, el afecto hacia el medio al que uno pertenece con respeto. Muñoz Molina en cada libro escribe un mapa en cuyo horizonte espera la certeza de una escritura que explora su destino, que fluye en sus hallazgos, que se piensa en un remanso de lo que cuenta y de repente detiene, y que se exige a sí misma precisión, credibilidad, música, un modelo constructivo perfecto. El del «Quinteto de clarinete» de Brahms, variaciones de una misma frase, que tanto admira, y el de un cuadro de Goya o de una fotografía, hay muchas en las escenas de este álbum a solas, que atestiguan que él estuvo allí. Partícipe de esa emoción o en otra, en aquellas a las que les abre la sombra o permite que nos muestre lo que albergó una encarnación de la luz. Frente al retrato del que pinta o enfoca su psicología, su aura, la vida que prende al evocar como un espectador desde su presente un gesto, un detalle, lo que a un ángulo se oculta y a otro se revela.
Tiene mucha transversalidad de cultura este Volver a dónde repleto de escenas de cine, de fotografías de Kertész desde el balcón, de cuadros de Vermeer en la ventana de la memoria y en lo doméstico de lo cotidiano y de lo cómplice, del jazz que improvisándose crea un pentagrama de la literatura como medida de la vida y del mundo. De la fragilidad de lo humano, de la importancia de la educación —qué machadiano es su espíritu juanmairena—, del desamparo y la necesidad de optar por una existencia más razonable, de la convivencia sincera con nuestro presente y nuestra memoria, sin, como Muñoz Molina dice en el libro, “truco ni ficción”. Un libro de géneros que se mestizan con honestidad de contar lo vivido, con sus cicatrices, sus descuidos y valores —muchos hoy perdidos o desmadejados— que nos alecciona sobre “aprender a quedarse en los libros, en los cuadros, en la música que nos gusta, y no pasar de prisa, de paso, como quien pasa por una calle”.
Volver a dónde es un tapiz con urdimbre de dos lizos para tejer la trama del árbol del que Muñoz Molina es una rama que a su vez ramifica, y del que en la isla de este libro narra la supervivencia en el confinamiento, y el retorno a las raíces para explicarse en la madurez y en el tránsito del abuelo al futuro que representa la nieta Leonor. Y también es un fresco de España: la negra de Goya y de Solana, la que en abrazo pintó Juan Genovés, la que lleva Sefarad en su conciencia, y la que un jinete polaco soñó con la vida por delante. Entre ambas una escritura a la altura de los ojos, una caracola de la memoria cercana a ser un rumor lejano en el oleaje, y un libro para conversar la vida con uno mismo y con un nosotros.
—————————————
Autor: Antonio Muñoz Molina. Título: Volver a dónde. Editorial: Seix Barral. Venta: Todostuslibros y Amazon.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: