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La verdad no sospechada

¿De qué depende la vigencia literaria?, ¿por qué los libros perduran o envejecen? Me lo pregunto al comenzar la lectura de Nada, de Carmen Laforet, cuando se celebra el centenario del nacimiento de la autora; pero advierto al momento que la pregunta resulta retórica. ¿Quién determina esa vigencia? ¿Los lectores, la crítica, los manuales de historia de la literatura…? En realidad, los clásicos no se diferencian de la literatura actual si nos atenemos a nuestra propia valoración. Lo mismo puede deslumbrarnos una obra canónica que otra reciente, o incluso olvidada. La cuestión de fondo cuando ocupamos las horas de nuestra vida leyendo, más allá de juicios académicos, es si el libro leído nos interpela.

Desde este punto de vista leo Nada, y parto del enigmático título de la novela. ¿A qué se refiere esa nada? La explicación más directa alude al poema homónimo de Juan Ramón Jiménez que antecede a la obra:

A veces un gusto amargo
Un olor malo, una rara
Luz, un tono desacorde,
Un contacto que desgana,
Como realidades fijas
Nuestros sentidos alcanzan
Y nos parecen que son
La verdad no sospechada…

"Llega a Barcelona al comienzo de la posguerra, en un ambiente luctuoso que aún se respira por todas partes"

Juan Ramón remite a lo sensorial como presentimiento, a unas apariencias que cobran el aspecto de lo real. Esto es justo lo que le sucede a Andrea, la joven huérfana protagonista del relato. Llega a Barcelona al comienzo de la posguerra, en un ambiente luctuoso que aún se respira por todas partes. Como si alguien acabara de barrer una sala y el polvo del suelo todavía flotara en el aire.

Pero lo sensorial no encierra su explicación, no es la verdad, sino sus fantasmas. De ahí lo inaprensible de un relato que no se refiere apenas al contenido sino al continente; al fondo sino a la forma literaria. Por ejemplo, casi no se cita la Guerra Civil o la participación que en ella tuvieron Juan, Angustias, Román y Gloria, los tíos de Andrea. Apenas sabemos si pertenecieron a uno u otro bando, ni cómo actuaron, ni se emite juicio valorativo alguno sobre republicanos o franquistas. Solo nos queda ese aire, esa atmósfera posbélica de tragedia que lo impregna todo.

"Es probable que la vigencia de Nada se deba a ese despojo de contenido y de fondo frente al continente y la forma"

Nada es, en esencia, una tragedia. La familia de Andrea, su abuela y sus tíos que habitan el piso de la calle Aribau donde se desarrolla la trama, representan a la burguesía venida a menos, que a causa de la fatalidad y de las pasiones se ven abocados a un funesto final: el desamparo y la muerte. Las pasiones se nos muestran con total desnudez, fruto de los sentimientos, de la irracionalidad, del destino.

Es probable que la vigencia de Nada se deba a ese despojo de contenido y de fondo frente al continente y la forma, porque las pasiones siguen siendo hoy las mismas que en 1945 cuando se publica la novela, y tanto da que el trasfondo sea la Guerra Civil Española o cualquier otra guerra de las que ahora abundan en los países en vías de desarrollo.

"Mas, al cabo, como advertía Juan Ramón, las pasiones son sensaciones. Son la verdad no sospechada"

Otro aspecto a destacar de esta nada, no solo la del título sino la que proviene de ese despojo argumental, de su indiferencia hacia una época o una cultura, la encontramos en la reflexión final de Andrea, cuando hace balance de su estancia en Barcelona. Laforet escribe:

Bajé las escaleras, despacio. Sentía una viva emoción. Recordaba la terrible esperanza, el anhelo de vida con que las había subido por primera vez. Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada. Al menos, así creía yo entonces.

No deja de sorprender la cavilación anterior cuando, durante veinticinco capítulos, Andrea ha vivido y ha sido testigo de esas pasiones extremas: la violencia explícita o soterrada, el sexo, el deceso… Mas, al cabo, como advertía Juan Ramón, las pasiones son sensaciones. Son la verdad no sospechada; pero solo nuestra verdad, no la de la Historia. La paradoja es que mientras la Historia con mayúscula pasa y muta, las pasiones perduran. De ahí la vigencia de Nada y de Carmen Laforet.

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