Ahí sigue, en esa costa de arena fina y blanca que es la playa de La Cornisa, donde saltan los delfines y, seguro, todavía ronda la mujer sirena de la que Brassens aprendió el amor y el desamor a los quince años. No descansa, como hubiera deseado, en la playa de Sète que lo viera nacer, sino en Saint-Gély-du-Fesc, pero su tumba la preside el pino piñonero que anhelaba el bardo en sus poemas, el mismo que habrán de envidiar los grandes nombres cuando sepan que murió para irse de vacaciones, para veranear en la eternidad, mecido por melodías mediterráneas, villanelas, fandangos, tarantelas o sardanas. Envidiosos todos, “cenizas de prosapia”, acabarán sabiendo que a orillas de la mar hay un panteón de blando azul que contiene la esencia del más libérrimo poeta francés del último siglo. Al final no acabó en la plaza mayor, como imaginaba este antihéroe defensor de los rateros, mecenas de las causas perdidas y azuzador de gorilas en celo a jueces melindrosos.
Daniel Gascón ha recordado que Fernando Trueba sostiene que sus canciones contienen respuestas a todas las preguntas de la vida, y también es al revés: contienen preguntas para todas las respuestas, siempre que los santurrones de lengua afilada y represiva no le griten al oído que calle ya de una vez por siempre. Él no hará caso, ni tampoco su cohorte de fieles camaradas, de Sabina a Loquillo, de Carbonell a Krahe, de Labordeta a Ibáñez. Comparte estirpe insigne con su compatriota Boris Vian, y pronto descubrió que eso del patriotismo es un invento de las clases privilegiadas para que las clases desfavorecidas les hagan el trabajo sucio y así mantengan la posición de poder que imaginan les pertenece por nacimiento. Quien enarbole el pajarillo bíblico que acabó como símbolo por su blancura habrá de saber que “la paloma de la paz estofada está mejor”, como cantaba en Los patriotas, recién muerto el dictador Franco. Ya en 1969 se había reunido con Jacques Brel y Léo Ferré y recuerda que Proudhon, Kropotkin y Bakunin están en su mesilla de noche: antiestatista, antimilitarista, anticapitalista, igualitarista y, sobre todo, individualista, hizo suyas esas ideas por no haber encontrado otras mejores. Así lo recoge Diego Luis Sanromán en su prólogo a la selección de textos que, bajo el epígrafe Escritos libertarios, ha traducido y acaban de ver la luz gracias a la editorial Pepitas de Calabaza y a la Fundación Anselmo Lorenzo (FAL). Por su parte, Nórdica Libros acaba de presentar una cuidadísima edición bilingüe de los poemas y canciones del juglar libertario, con ilustraciones de Emilio Urberuaga, que hace justicia al legado del artista filósofo y al filósofo artista. Y tienen razón, Brassens sigue siendo el poeta de lo cotidiano, el escritor francés perfecto, el defensor más acérrimo de la decencia humana, y la tercera pipa del mundo, después de Popeye y Simenon.
Convertido en santo patrón de los cantautores, Brassens es hoy más Brassens que nunca: la policía del pensamiento heterodoxo lo tiene en busca y captura. A su espíritu, queremos decir, que se hace más necesario que nunca en estos tiempos de ignominiosa mojigatería. Salvador Juan, profesor de la universidad de Caen y estudioso del trovador indómito, ha escrito recientemente que en nuestra búsqueda de referentes éticos, “Brassens es un moralista paradójico porque no pretende dar lecciones a nadie” y se ha convertido a su pesar en un faro que ilumina todo lo importante que trae consigo estar vivo. En sus canciones habla de que las manos son para pellizcar culos, no para forzar saludos militares. Al fin, lo que Brassens nos recuerda con su bigote, su pipa y su guitarra sempiternos es la grandeza de lo pequeño: el mar, los abrazos en los bancos del parque, la amistad y la ausencia de propensión al mito. Todo vale si surge de la voz de los descarriados y los humildes. En una ocasión, el semanario L’Express propuso a sus lectores un cuestionario. Había de decidir qué personaje público representaba mejor la felicidad. El nombre de Brassens ganó por goleada. De esa felicidad se cumple ahora un siglo.
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Autor: George Brassens. Ilustrador: Emilio Urberuaga. Traductoras: María Teresa Gallego y Amaya García. Título: Brassens: Poemas y canciones. Editorial: Nórdica Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Autor: Georges Brassens. Traducción: Diego Luis Sanromán. Título: Escritos libertarios. Editorial: Pepitas de calabaza. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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