Soy un escritor perezoso. Lo reconozco. Una vez acabado el manuscrito y entregado a la editorial me suelo relajar, a la espera que otras manos acaben de pulir la obra. Sin embargo, hace tiempo que sentía unas ganas locas de autoeditar. Siempre he sido de retos, como cuando me dio por cruzar la bahía de la Concha a nado y casi muero en el intento. Elegida la plataforma, obviamente la más popular, no hay que pecar de modesto, lo primero era crear una cubierta para la versión en papel. Dicha cuestión la tenía clara. Contratar un profesional. Ni por asomo me había planteado meterme en semejante berenjenal. Además, los comentarios sobre la aplicación para crear portadas coincidían en que era “una verdadera patata”. Lo segundo fue plantearme un corrector. Más de ortografía que de estilo. Por si las moscas. Soy químico y las clases de gramática en el colegio me las debí de perder. Opté por perder la vista y los fines de semana en repasar yo mismo el manuscrito a conciencia para ahorrarme los cuartos. Una vez pulido el texto, lo siguiente era subirlo a la plataforma. Me atiborré a ver videos tutoriales en YouTube de escritores, todos muy majos, que se grababan a sí mismos subiendo sus manuscritos. Ahí descubrí la maquetación. Recuerdo que en una visita a la editorial tradicional con la que he publicado mis anteriores novelas me presentaron a un señor mayor muy entrañable que se dedicaba a maquetar. Me enseñó unas cuartillas, unos papeles amarillentos y me habló de ángulos, hipotenusas y de no sé qué más zarandajas. Pensé que era una forma bastante tonta y afortunada de ganarse la vida. Qué equivocado estaba. En la actualidad escribo en Word. Cuando me creía Stephen King, compré un programa procesador de textos llamado Scrivener, muy usado por los escritores americanos. La novela que escribí con él es la única que no he podido vender. Tardé unas horas en domesticar en Word los guiones que cortan las palabras al acabar la línea y emparejan el texto. Luego vino enumerar las páginas. ¿Fácil? Abran un libro. Cualquiera. ¿Ven que las primeras páginas no están numeradas? La regla del siete. Me volví loco para eliminar la numeración de esas primeras páginas sin cargarme otras y que el prólogo fuese el primero en llevar pie de página, el número siete. Lo de insertar páginas en blanco para que los capítulos empiecen en página impar no me costó tanto. Abran otra vez el libro y comprueben. Cuando maquetas te das cuenta que es mejor usar el comando “Salto de Página” a pulsar la tecla “Enter” como si no hubiera un mañana. Después vino el turno de los márgenes simétricos. Lo peor. Transcurrieron tres días, sí, tres horribles días, hasta percatarme que en un libro la página par queda a la izquierda y la impar a la derecha mientras que la vista de Word muestra primero una página impar y la siguiente, la par, es la que va al pasar la hoja. Escritores majos, esto hay que explicarlo. Por favor. Casi vuelvo a Scrivener. Una vez maquetado, santo aquel señor mayor, no se debe subir el manuscrito en Word. ¿Han probado a leer bajo la ducha? Pues eso. Hay que encontrar una opción definida como “Vista Incrustada”, vaya nombrecito, y pasar el documento a formato pdf. Al subirlo, si tienes suerte, algo así como acertar trece en la quiniela, te aparece un mensaje en la plataforma de “Buenas noticias” y otro de “En reparación” —en color verde— que no sirve para nada pero que acojona mucho. Ahora es cuando se puede pedir una copia de autor, a precio de coste, no vaya a ser que estés vendiendo un churro con forma de libro. Mi copia indica que se imprime en Poland, entiendo que es ese país que limita al Norte con el mar Báltico, pero por los excesivos —ineludibles— gastos de envío parece que viene de Pernambuco. Por si fuera poco, el ejemplar muestra una gloriosa franja —a modo de cinta policial en la escena de un crimen— con la leyenda “Prohibida la reventa”, en mi caso se repite hasta 6 veces, que da la vuelta entera a la cubierta. Yo tuve que hacer un par de cambios y comprar sendos libros sospechosos antes de publicar. Según la plataforma pueden transcurrir hasta 72 horas para que tu libro esté disponible, o sea, a la venta. Yo, que siempre he sido muy bueno en matemáticas, subí el manuscrito 3 días antes de mi cumpleaños. Me lo publicaron al día siguiente, y la fecha tan señalada se fue al garete con la primera micción del día. Lo de dar forma al manuscrito para la versión ebook lo dejo para la siguiente, que es harina de otro costal y también tiene su miga.
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Autor: Ricardo Alía. Título: El cementerio de los ingleses. Venta: Amazon
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