Armando González Torres es un poeta y ensayista nacido en Ciudad de México, México, en 1964. Publica en diversas revistas y suplementos de su país y del extranjero. Ha ganado varios premios literarios nacionales en las ramas de ensayo y poesía, como el “Alfonso Reyes” y el “José Revueltas”. En varias ocasiones ha ganado la beca del Sistema Nacional de Creadores. Es autor de alrededor de veinte libros, entre ellos volúmenes de poesía, como Los días prolijos y La peste, y de numerosos textos de ensayo y aforismos, entre los que destacan ¡Que se mueran los intelectuales!, Las guerras culturales de Octavio Paz, La lectura y la sospecha, Sobreperdonar y Salvar al buitre.
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Amanece: ahora ya podemos ocultarnos bajo la claridad.
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Amanece y la vista es tan pura y penetrante que nos revela el polvo finísimo y radiante del que estamos recién hechos.
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Amanece: todavía ciegos por los sueños, saludamos el sol a tientas.
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Amanece y te asalta una duda:¿dónde posar, agradecido, los ojos que le arrancaste a la oscuridad?
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Hay que reconocer que lo que conservaba de talento y sobriedad, Dios lo puso en los amaneceres.
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Desde su más temprana creación, el mundo decidió confiar a los pájaros la alabanza del amanecer.
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El amanecer se inventó por gratitud a los pájaros.
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¿Qué es el amanecer? Un poco de luz adornada de trinos.
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Los trinos de los pájaros son los ensordecedores cláxones del alba.
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Los pájaros anuncian que ya hay millones de ávidos ojos, de todas las especies, instalados en la sala de espera del amanecer.
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Despiertas, es decir, pasas de la soberanía del sueño a la servidumbre de la vigilia.
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Muy temprano hay que asearse y vestirse para esperar todo aquello que no vendrá.
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Pese a toda la opulencia que se desborda en los sueños, siempre salimos de ahí con las manos vacías.
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Hasta el primer café del día no se puede dar por suprimida la noche.
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El aroma del café es la única evidencia empírica de que el mundo amaneció y yo estoy despierto.
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Amanece, qué debo hacer ¿correr, llorar o escribir?
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Habría que ver el cielo y pensar un título para cada amanecer.
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Conserva uno de tus sueños rezagados para custodiar tu día.
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Muchas de nuestras hazañas más vistosas, de nuestros más nobles juicios, de nuestros más bellos gestos se quedan en el regazo del sueño y de la noche, el alba y el despertar los condenan a no nacer.
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Y lo que fue tan nítido en el sueño se va quedando sin nombre en la vigilia.
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