Han pasado seis semanas desde el primer encuentro virtual del curso de Periodismo Cultural organizado por Cursiva y dirigido por el escritor y periodista Álvaro Colomer. La primera conexión tuvo lugar el pasado día 10 de noviembre con el propio director, y el pasado miércoles 15 de diciembre fue la última, so pena de los alumnos. Seis semanas que han sido comprimidas en seis días. Jornadas de no más de una hora de duración en las que profesor y alumnos han podido verse, conocerse, intercambiar dudas y, sobre todo, escuchar y aprender del reducido grupo de invitados formado por los periodistas y escritores más relevantes del panorama cultural de nuestro país. Profesionales que han invertido su tiempo, compartiendo su experiencia y trayectoria en los medios en los que han trabajado; que han escuchado con atención y diligencia cada preguntada planteada y que, a su vez, han respondido con paciencia y cercanía a pesar de la conexión a internet o los fallos que el directo suele tener. Maestros y artesanos, cada uno en su estilo, que se han sentado frente a su dispositivo y han ofrecido lo mejor de ellos mismos.
Juan Cruz inauguró la primera masterclass haciendo hincapié en lo que él considera que es el elemento principal del periodismo: informar sin olvidar el factor humano e interesarse siempre por el estado anímico del entrevistado preguntándole un “¿cómo estás?” con sinceridad. Después de Cruz le llegó el turno a Rosa Belmonte, la columnista de moda, con quien más de un alumno se habría ido de cañas tras la charla. Aun así, entre risas y consejos, Belmonte afirmó que lo más importante a la hora de escribir era el punto de vista. Tanto la visión, u observación de aquello que rodea a quien sabe mirar con atención y sensibilidad, como el modo de volcarlo sobre la página en blanco.
Siete días más tarde, Sergio Vila-Sanjuán dio un repaso a la historia del periodismo y animó al alumnado a rebuscar en el pasado para rescatar temas de interés bajo el prisma moderno de nuestro tiempo. Ahí está clave, la tarea más difícil del periodista. Vila-Sanjuán le pasó el testigo a la periodista más joven que ha tenido el curso, Karina Sainz Borgo, quien no dudó a la hora de encenderse un cigarrillo y fumarlo de lado como si de una femme fatale se tratase. En este caso Sainz Borgo, a diferencia de sus predecesores, encandiló a la audiencia por su rápida y proyectada experiencia a tan temprana edad. Pero también por su pasión hacia la cultura, por la debilidad que siente hacia la escritura o bien por la necesidad de sobrevivir gracias a la lectura. Al fin y al cabo «cultura», «escritura» y «lectura», e incluso «viajar», no dejan de ser sinónimos del periodismo cultural, y en un momento dado reconoció “sigo necesitando la calle. No me canso de decirles a mis jefes ¡mándenme afuera! A cubrir cosas complicadas (…). Lo mejor del periodismo cultural es que te permite conocer el terreno”. De modo que las carreteras, desvíos, calles o avenidas son las tablas sobre las que ensayar, tropezar y levantarse para que, llegado el día del estreno, desde la publicación del primer artículo, crónica, entrevista o reportaje se empiece a reconocer un estilo y una firma, que es el principal objetivo del periodista amateur.
Finalmente, el pasado miércoles 15 de diciembre, apareció en pantalla Jorge Fernández Díaz, la voz de la sapiencia y experiencia, que se conectó desde «la Argentina». “Hay que amar los libros. Si vos amás los libros, si leíste, tenés una gran armadura con la que protegerte y luchar desde las trincheras del oficio (…). Cuando yo me metí en el periodismo no lo hice para ganar plata, sino para vivir una bohemia”, afirmó como si fuese descendiente de Rimbaud. Y es que Fernández Díaz aconsejó templanza en el estilo de cada cual hasta el punto de lograr la fluidez necesaria para que el corpus esté bien engrasado, para que una palabra lleve a otra y todo parezca un encadenado. Porque en el periodismo, como en toda profesión, hay que ser un verdadero artesano. Ya lo dijo Karina: “Hay que hacer carpintería”. Tratar la madera, que en este caso es la escritura, y pulirla; darle forma con aprehensión y barnizarla para que llame la atención del lector o de un director. Únicamente hay que dar el paso, aventurarse y frecuentar las escuelas de los más ilustres artesanos. Es decir, coincidir con los periodistas culturales en cursos, actos o presentaciones y hacerse un hueco en sus periódicos analógicos o digitales.
En definitiva, este curso ha resultado ser uno de los mejores talleres culturales de los padres, maestros y artesanos de nuestro oficio.
Un buen resumen de los puntos cruciales y humanos de la escritura periodística.