El pasado mes de noviembre, el sello Penguin Clásicos —perteneciente al grupo Penguin Random House— lanzó una nueva colección que reúne seis de las novelas más emblemáticas del siglo XIX bajo un diseño común, en tapa dura y con la colaboración de la ilustradora y diseñadora Martina Flor, que, en palabras de la propia editorial, ha diseñado cada una de las cubiertas «utilizando florituras que destacan las iniciales de sus autores, y tanto el formato, de gran tamaño, como el lomo acanalado de los volúmenes contribuyen al placer de la lectura. Con un diseño cuidado y armónico, la colección ofrece a los lectores de todas las edades una presentación moderna de obras que desafían el paso del tiempo».
Apenas diez años después, entre 1856 y 1857, la revista La Revue de Paris acogió por fascículos Madame Bovary, la gran obra maestra de Gustave Flaubert, quizá la novela decimonónica por antonomasia y la representante de esa larga estirpe de narradores franceses del siglo XIX —de entre los cuales, amén de Flaubert, parecería inevitable citar a Balzac— dentro de esta colección. También una única novela, en este caso Crimen y castigo de Fiódor Dostoievski —publicada por primera vez en 1866—, es la elegida para hacer participar del proyecto a la más memorable generación de novelistas rusos, que en aquella segunda mitad del siglo XIX anticiparon corrientes filosóficas centrales del siglo siguiente y colocaron a la literatura rusa en primera línea. Las letras estadounidenses de la época forman parte de esta selecta lista de la mano de Mujercitas, de Louisa May Alcott, aparecida en 1868 y desde entonces uno de los clásicos fundamentales dentro de la historia de la literatura norteamericana.
La colección, en el sentido cronológico de la publicación original de los libros, la cierra la única novela española que ha entrado en nómina, muy a propósito del centenario del fallecimiento de su autora, Emilia Pardo Bazán. Los pazos de Ulloa, publicada en 1886 —casi cuarenta años después de que apareciesen tanto Cumbres borrascosas como Jane Eyre—, supuso la asimilación por parte de la novela española de una serie de motivos propios de la Europa de la época, que ya reconducía su naturalismo hacia los movimientos de vanguardia que estaban por venir. Era testigo, pese a todo, de la literatura que había brillado a lo largo de los 50 años previos y que, con tan buen tino, ha sido recogida por esta colección de Penguin Clásicos.
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