Muy buenas, querido lector. Estoy gratamente sorprendido de cómo has acogido mi anterior artículo. Aunque en el fondo no debería por algo que ya te conté en él: somos unos morbosos. Sí, no hay más pruebas de ello que la cantidad de mails que me habéis remitido (BlasRuizGrau@Hotmail.com) pidiéndome más sobre esta serie —valga la redundancia—. He de reconocer que la mayoría de veces me suelo mover por donde me apetece en el momento, pero esta vez te haré caso. ¿Cómo no hacerlo? Así que, sin más, paso a contaros la historia del otro famoso «Sacamantecas».
Muchos consideran a Juan Díaz de Garayo (1821-1861) como el verdadero «Sacamantecas». Recordemos, gracias a mi artículo anterior, que Romasanta no se queda atrás en cuanto a brutalidad —y excentricidad en sus crímenes, ¿por qué no decirlo?—, por lo que decir que cualquiera de los dos es el «verdadero» me parece una auténtica memez. Pero pasemos a lo interesante, indaguemos un poquito en su vida.
Lo primero que llama la atención de Juan es que podríamos equipararlo a uno de los asesinos más famosos de la historia: Jack el destripador. Esto es debido a que, cuando lo detuvieron, confesó seis crímenes mortales, todos con prostitutas de por medio a las que violó y asesinó. De hecho, a Juan se le conoce como el Jack alavés. Craso error. Y es que, amigo, de utilizar la comparación debería ser justo al revés, ya que Juan cometió sus crímenes antes que el conocido psicópata. Pero bueno, olvidemos ese dato y centrémonos un poco más.
Juan Díaz de Garayo nació en Eguilaz, San Millán (Álava) el 17 de octubre de 1821. Su vida fue normal para la época. Llegó a casarse hasta tres veces por enviudamiento, pero hasta donde se sabe, no tuvo nada que ver con la muerte de sus esposas, pues parece ser que fue por causas naturales. Era analfabeto, nada raro en la época y se ganaba la vida como campesino —antes de eso lo hizo como criado—. De su primer matrimonio se ganó el sobrenombre de «Zurrumbón», ya que a su esposa se la conocía así, a su vez, por su anterior marido —del que también enviudó, joder, cuanto enviudamiento— al que llamaban con ese apodo. Como ves, su vida no era nada excepcional, hasta que, entre su segundo y tercer matrimonio, cometió su primer asesinato.
Cuenta una crónica de la época que Juan convenció a una prostituta, cuya inicial era “M”, para salir del pueblo y hablar con ella un rato. Una vez en las afueras y a bastante distancia de la carretera, tomaron asiento y comenzaron a hablar. Durante la conversación, Juan metió la mano en su bolsillo y extrajo tres reales, ofreciéndoselos a la prostituta para… bueno… ya sabes qué. Ella se sintió ofendida por la poca cantidad y le exigió más, a lo que Juan le ofreció un real más. La prostituta se ofendió más y comenzó una acalorada discusión. Juan, lleno de cólera se echó encima de ella y agarró su cuello con las manos, apretándolo con fuerza y dejándola al borde de la asfixia. Si este acto ya era preocupante de por sí, no se contentó con eso, ya que agarró la cabeza de la pobre mujer y la sumergió en un remanso de agua. Cuando se hubo asegurado que estaba muerta, la desvistió. Fue en ese momento cuando sació su apetito sexual. Creo que esto da muestra de sobra de la clase de sadismo que se gastaba el amigo Juan.
Entre este y el segundo asesinato pasó un año. La víctima fue una mujer con algo más de edad que la primera víctima, pero con las mismas necesidades económicas. O peores, quizá. Tenía hijos a los que llevarle sustento y no tenía forma alguna de ganarse la vida. Es por eso que, cuando Juan le propuso algunos reales por satisfacer su deseo, ésta aceptó. De la misma manera que con la primera, la llevó a un lugar apartado y, también de la misma forma, la engañó con una pobre cuantía que desembocó en una similar discusión. El resultado fue también el mismo, aunque la mujer murió en manos del alavés, que la estranguló sin piedad. Dejando el cuerpo en el lugar del crimen, se puso en pie y marchó a su casa, para dormir.
Al verse impune al haber cometido estas dos atrocidades sin testigos, en él surgió una sensación de poder irrefrenable, hecho que le llevó a cometer su tercer crimen. En esta ocasión fue una niña de trece años la que se cruzó en el camino devastador de este monstruo. El único error de la muchacha fue pasar a su lado por un camino algo alejado de la concentración de gente. Él, de inmediato, la agarró del cuello y la sacó del camino. Una vez la tuvo a su merced, abusó sexualmente de ella y la estranguló.
El pánico comenzó a correr como la pólvora por la zona. Todos estaban asustados ante los tres crímenes sucedidos, sobre todo por su carácter sexual. Las mujeres, como es normal, se sentían inquietas pues un maníaco actuaba impune. Eso no impidió que una joven de veintitrés años, acuciada por la falta de ingresos, aceptara tener un encuentro con éste en las afueras del pueblo. La muerte sucedió tal cual lo hicieron la primera y la segunda. Sin variación.
Juan dejó pasar un año para que los ánimos se enfriaran algo por sus actos. Pasado ese tiempo, volvió a la carga, pero dos intentos se vieron frustrados por los gritos de sus víctimas. Esos gritos fueron escuchados por soldados que acudieron en ayuda de ellas, aunque no pudieron detenerlo pues le dio tiempo a escapar. Ella no pudo identificarlo, pues Juan escogía cuidadosamente a sus víctimas entre mujeres con las que jamás hubiera tenido trato o que nunca lo hubieran visto. Aunque sí se quedaron con su descripción física. Luego te cuento por qué.
Después de eso, volvió a actuar en dos ocasiones, causando la muerte a dos pobres mujeres más, aunque no se sabe a ciencia cierta si estos actos fueron obras de Garayo o fue un imitador el que actuó. Eso se pensó al haber ciertos detalles distintos en la forma de proceder del asesino. Aunque es un dato que nunca se sabrá.
¿Pero este «Sacamantecas» no tiene ningún mito circulando alrededor de él?
Pues claro, aparte de que se le apodara así porque se decía que mutilaba a sus víctimas y les sacaba el sebo del cuerpo —tal cual decían de Romasanta— y que esto no fuera cierto, el mito más curioso es el que te voy a contar a continuación. Un hecho constado es que Juan Díaz de Garayo era, lo que llamaríamos peyorativamente: un ser repulsivo. Sí, su cara era llamativa, pero quizá debido a esa psicopatía que le llevó a cometer esos actos, esa cara se vio mezclada con una mirada y un gesto que le hacía llamar la atención por allá donde iba. La descripción de las crónicas periodísticas —y cito textualmente— dicen que era sanguíneo, atlético, de frente estrecha y occipucio plano, con la base del cráneo ancha, color animado, pómulos salientes, facciones fruncidas, ojos pequeños, hundidos, desviados y uno de ellos torcido con siniestra mirada. Vamos, que guapo no era. El mito cuenta que una niña, al verlo por la calle con semejante rostro no dudó en gritar: ¡Mamá, mamá, «El Sacamantecas»! Esto alertó a los viandantes que pasaban por ahí y dieron aviso a la policía, que lo detuvo. Éste acabó confesando los crímenes en las dependencias policiales. Bien. Lo de la niña no pasó, es algo que se cuenta para agrandar más —como si fuera necesario, dado el historial de este ser— su leyenda. Sí es cierto eso de que confesó sus crímenes derrumbado, pero la detención fue llevada a cabo gracias a la perspicacia de un alguacil de Vitoria llamado Pío Fernandez de Pinedo, que lo reconoció en la calle gracias a la descripción que le habían dado las víctimas que pudieron salvarse de sus garras. En las dependencias confesó dos intentos más que no salieron bien, por lo que, de ser cierto lo de los dos últimos crímenes —no se sabe si confesó de verdad o coaccionado— mató a seis mujeres y lo intentó con cuatro más.
Menudo pieza.
Fue condenado a morir con el método de garrote vil en público. Fue así como Juan Díaz de Garayo pasó a la historia como uno de los peores asesinos en serie de la historia de España.
Es aquí, querido lector, donde me detengo. Tú dirás: claro, ya nos has soltado la chapa, te habrás quedado sin nada que contarnos. ¿De verdad crees eso? Eso es que todavía no me conoces. Volveré en dos semanas con una nueva entrega de esta serie —joder, cada vez me gusta más referirme a esto así—, de momento, ¿por qué no me cuentas lo que te ha parecido en mi Twitter (@BlasRGEscritor) o en mi correo?
Nos vemos pronto, querido lector. Sé bueno. O no.
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