Dediqué un capítulo con el mismo título en mi libro Conquistadores olvidados y hoy, en estas fechas tan señaladas, me apetece echar de nuevo una mirada a aquel 25 de diciembre de 1492.
La Pinta, la Niña y la Santa María costeaban desde primeros de diciembre el norte de la isla de Bohío, llamada por ellos La Española (la que comparten actualmente Haití y la República Dominicana). Allí habían llegado después de descubrir el 12 de octubre la isla de Guanahaní (San Salvador), pequeño islote del archipiélago de las Bahamas, otras muchas islas de las Antillas Menores y después la isla de Cuba —llamada por los españoles Juana—.
Escribí entonces que no hubo ninguna celebración especial a bordo de la Santa María al mando de Cristóbal Colón, quizás algún Te Deum u oración, pero ni siquiera esto es seguro ya que ningún religioso se enroló en el primer viaje de Colón en la búsqueda de las Indias a través del Atlántico.
En aquella noche de Navidad, el almirante se retiró a descansar, cosa que imitó la mayoría de la tripulación, dejando al gobierno de la nao a un joven e inexperto grumete que no pudo evitar que la nao encallara en uno de los múltiples bancos de arena de aquella zona. Pese al inesperado y grave contratiempo, la pronta e inestimable ayuda de los pacíficos indios de la zona, con su cacique tahíno Guacanagari a la cabeza, contribuyó para que se pusiera a salvo toda la tripulación y se salvaran las provisiones y utensilios de la embarcación.
Colón, al ver la ayuda y excelente acogida, cierto oro que aquellos indios traían como adornos y las promesas de mucho más en la región de Cibao —lo que él entendió como la mítica Cipango (Japón)—, mandó también recuperar las tablas, maderas, cuerdas, velas y clavos de la Santa María para construir un rudimentario fuerte y dejar en aquella isla que tanto aventuraba a unas decenas de sus marineros. La Pinta y la Niña no podían acoger a todos ahora y, además, el almirante vio en aquella desgracia una gran oportunidad y casi una señal divina:
“Y a esto, vinieron tantas cosas a la mano, que verdaderamente no fue aquel desastre salvo gran ventura, porque es cierto que si yo no encallara, que yo fuera de largo sin surgir en este lugar… ni este viaje dejara aquí gente, ni aunque yo quisiera dejarla no les pudiera dar tan buen aviamiento ni tantos pertrechos ni tantos mantenimientos ni aderezo para la fortaleza; y bien es verdad que mucha gente de esta que va aquí me habían rogado y hecho rogar que les quisiese dar licencia para quedarse…”.
39 hombres, entre los que había escribano, carpintero, calafate, lombardero, tonelero, físico, sastre y hombres de mar, fueron los que finalmente se quedaron en aquel fuerte que se estaba construyendo con cava, varias casas de madera, un pozo para guardar el oro que pudieran obtener hasta su regreso y una alta torre. El mando lo tendría Diego de Arana, con Pedro Gutiérrez y Rodrigo Escobedo como sus tenientes. Tenían bizcocho para un año, vino, artillería, una barca, semillas para sembrar, etc.
Colón partió días después y, en menos de un año, se encontraba de nuevo frente al lugar donde había quedado el primer y efímero asentamiento de los españoles en las Indias, el fuerte de la Natividad o la villa de Navidad, así llamado por motivos obvios.
El segundo viaje colombino —una potente flota formada por 17 naves y 1.500 hombres al mando del ya célebre almirante— era mucho más ambicioso y con el objetivo no sólo de descubrir sino de poblar aquellas prometedoras tierras. Tras descubrir la isla de Guadalupe y algunas más, Colón se dirigió con celeridad a la Española para reencontrarse con aquellos 39 castellanos que allí habían quedado meses antes. Pronto, sin embargo, los recién llegados se dieron cuenta de que algo terrible había sucedido:
“… una barca que fue a tierra firme encontró dos hombres muertos junto a un río, uno que parecía mozo y otro viejo, que tenía al cuello una soga de esparto, que es cierta ierva, i los brazos estendidos, i atadas las manos a un palo, en forma de Cruz, pero no pudieron los que iban en ella distinguir si eran indios o chirstianos; de que tomaron mal agüero”.
Si esto ocurría el día 22 de noviembre de 1493, poco después, el 28 de noviembre hallaban la Villa de Navidad quemada y arrasada, dando con algunos cadáveres cerca que enseguida se confirmaron como de aquellos infortunados castellanos.
“No lejos de la plaza hallaron después otros tres muertos, i conocieron que eran christianos en algunos vestidos… vino a hallar el Almirante a un hermano del cacique Guacanagari, con algunos indios, estos dijeron que los christianos empezaron a tener pendencias, i discordias entre sí, i a robar cada uno mujeres, i todo lo que podían… habiendo llegado Caonabo de noche a la Navidad, atacó las casas con fuego donde estaban los christianos con las mujeres, de los cuales ocho huieron temerosos al mar, donde se ahogaron i tres murieron en tierra… i que el mismo Guacanagari, peleando por defender a los christianos de Caonabo, fue herido e huió…”.
Nunca sabremos con exactitud qué ocurrió durante la ausencia de Colón en aquel enclave. De hecho, dos son las fuentes documentales de esta historia y ambas presentan dificultades (de autoría, entre otras): el “Diario de a bordo” y la narración que hizo su hijo, Hernando Colón, de la vida y los viajes de su padre años después en “La Historia de Don Fernando Colón en la cual se da particular y verdadera relación de la vida y hechos del almirante D. Christoval Colón su padre y del descubrimiento de las indias occidentales llamadas Nuevo Mundo”.
Pese a las lagunas existentes acerca de lo que pasó, lo que está muy claro es que todos los españoles murieron trágicamente en aquel primer asentamiento español en el Nuevo Mundo. La narración de Hernando Colón señala que las tensiones surgieron entre los españoles, formándose dos bandos y dividiéndose entre los que se internaron a buscar el oro y los que se quedaron en el fuerte. Los abusos cometidos por algunos contra los indios y sus mujeres hicieron que las relaciones con los naturales empeoraran, ocurriendo luego un ataque furibundo de los temibles Caribes… aunque esto, como tantas otras cosas de aquellos tiempos, es sólo lo que apuntan las fuentes citadas, indirectas en cualquier caso.
Cristóbal Colón, al comprobar la terrible muerte de los suyos, decidió no asentarse en aquel lugar y dirigirse más hacia el este donde fundó la Isabela, en la costa norte de la actual República Dominicana, asentamiento que tampoco tuvo una larga vida…
¡Feliz Navidad, cuídense!
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: