La propia finitud, esa conciencia es la que atraviesa el poemario de Antonio Luis Ginés, una mirada que en cada signo no vislumbra sino la poquedad de la existencia, ese equilibrio milimétrico y milagroso del universo, del que dependemos y depende el mundo. Un hombre pasea, mira a sus vecinos, contempla la calle, la carretera, le explica los planetas a su hija. Un hombre viaja a Sintra, recorre el camino del poeta, observa a los turistas que hacen fotos en el sillón vacío del café.
Un hombre en la mitad de la vida advierte los signos. Los de la naturaleza y los otros del día a día de nuestra civilización. Las ondas en el agua, al caer la hoja o la piedra. Los círculos concéntricos en el tronco cortado de los árboles. «Y dejo que la presencia / del fósil, atrapado en la piedra, / siga empapándose / igual que el siglo pasado, / que mañana, / que siempre» (pág. 29).
Lo cotidiano y sus hábitos son el punto de arranque para elevar el vuelo de la consciencia, para construir un mundo de meditación y reflexiones. La muerte, la vida, su devenir y sus constantes. Consciencia de la fugacidad de la vida, de su fragilidad, a partir también de la naturaleza animal: «Un búho real posado en un viejo poste / de la luz. (…) Una descarga, durante un segundo, / y su latido puede desaparecer.» (pág. 41)
Un hombre que se sitúa también en el pasado y habla con el niño que fue: «Enciende / una hoguera y vete a casa. / Mañana habrás crecido» (pág. 42).
Poesía que atraviesa y contempla los milagros del tiempo, como en la formación de los fósiles, en el campo y la tierra o en la piedra, tanto como en su fragilidad. «Nuestras vidas / caben en un dedal» (pág. 17)
El libro compone un vaivén del hoy al mañana y al ayer, una meditación existencial desde lo real y cotidiano, pero también el intento de atrapar y plasmar en versos y palabras el instante, su fugacidad, como si reflejaran fotografías de realidad.
«Alguien lucha contra un tumor (…) y entonces alguien tiende la ropa (…) O enciende un cigarro / en la ventana, / o hace una última llamada, / o se arranca el tumor y lo lanza contra el cielo.» (pág. 26)
En ese viaje de ida y vuelta a la cotidianeidad y el pensamiento cabe lo cercano, la lejanía, el viaje, la infancia, las relaciones, el mundo animal: «Me retorceré sobre la cama o el suelo, / por si acaso pudiese combatir / ese último dolor, el último / aliento que será el de millones de seres / que se deshacen de su cuerpo / y sus plumas, que emprenden / un vuelo distinto, / sin trampas.» (pág. 27, en “Trampa”).
Se me antoja que el vuelo de Antonov, el misterioso avión que sobrevoló las noches de Córdoba y que fue un enigma para los cordobeses durante un tiempo, está aquí como otro suceso cotidiano, que cada cual interpreta como puede o como quiere, y que el sujeto poético lo ve como la metáfora del tiempo. El tiempo que pasa, la incógnita que nos sobrevuela, la existencia, el misterio que nos acompaña y al que, irremediablemente, hay que dirigirle preguntas porque, querámoslo o no, es nuestro interlocutor. «Ten mis sueños (…) Y las estaciones no se suceden, / soy yo el que cambia de tono, / el que florece, el que se seca.» (pág. 36)
Porque también se puede reflexionar en medio de la fiesta: «Mientras algunos bailan, / se ríen, / (…) y alguien llega a pensar que la felicidad / también es este instante y vuelve a llenar / el vaso y brinda» (pág. 37, “Reunión”).
El último poema, “Finalmente”, es alegoría al fondo de la escritura: «Escribo, escribo, escribo… por si…, por si… Escribo y escribo, / no sé detenerme, / no aprendí a morirme.»
Aunque la palabra muerte aparezca muy frecuentemente en el poema, en cada poema, en todo poeta y en la historia de la poesía, a morir no se aprende. No se aprende, la muerte no se aprende, es lo único a lo que no se aprende.
Antonov, un libro en medio de la pandemia, es otra vez la temática eterna de la poesía: el tiempo. El tiempo que conocieron nuestros antepasados, tal vez con otro petirrojo que cantaba en las cavernas. Tiempo también representado en la portada del libro, dibujo-retrato del poeta sobre plastilina, obra del artista plástico Rafael Jiménez Reyes.
Desentrañar el misterio y el milagro del tiempo como medida para seguir viviendo. Como medicina para paliar la muerte. Con versos que ahondan en la plenitud inalcanzable, en un idioma cifrado porque es el idioma del autor, y a nosotros, sus lectores, nos llegan ráfagas, fósiles, bocetos de una historia, pedazos de latidos, rumores en la noche. Noche que Antonio Luis enciende con su escritura para mostrarse y mostrarnos ese relámpago del devenir de cada uno, del devenir del mundo.
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Autor: Antonio Luis Ginés. Título: Antonov. Editorial: Bartleby. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Una más de kas sartas