Fantasía oriental
Si la etapa final del reino musulmán de Granada cumple con todos los cánones del orientalismo —esplendor, misterio, fatalismo—, uno de sus linajes de notables, los Abencerrajes, encarna aquel periodo con tal intensidad que su memoria entra en el panteón de la literatura y las artes universales. No por casualidad Chateaubriand, el Romancero viejo, Lope de Vega, Meyerbeer, Fortuny o Irving son algunos de los creadores que caen fascinados ante su recuerdo.
El destino trágico de los Abencerrajes se adivina desde el momento en el que su acceso a los selectos círculos del poder nazarí coincide con el periodo de máxima descomposición interna del último gobierno islámico en la península, cuando las luchas intestinas y el acoso cada vez más exitoso de Castilla presagian la caída de Granada, que acaba sucediendo el 2 de enero de 1492.
Antes, durante la primera mitad del siglo XV, el clan protagoniza un imparable ascenso social que lleva a uno de sus miembros, Yúsuf ibn Sarraŷ, al puesto de visir en la corte de Muhammad IX, el Zurdo. Maniobrero y, al mismo tiempo, con don de gentes, la habilidad de Yúsuf queda de manifiesto cuando es capaz de urdir una triple alianza —con los reyes castellanos, con las oligarquías norteafricanas dependientes del Imperio Otomano y con el pueblo de Granada—, que le permite mantener en el poder a El Zurdo, un tirano odiado por sus súbditos.
Sin embargo, ocho años de desgobierno y una severa crisis económica sirven de espita para que acabe por estallar, en forma de motín popular, toda la insatisfacción latente. Uno de los tres pilares que sostienen la estrategia de Yusuf —el pueblo de Granada— se derrumba, pero los otros dos continúan en pie. Muhammad IX parte hacia África, donde encuentra el cobijo del monarca de Túnez, mientras que Yúsuf hace lo mismo, pero en dirección opuesta; el amparo lo halla en la corte de los reyes de Castilla. Allí logra que Juan II se implique para que su señor Muhammad IX vuelva a ocupar el trono de Granada, cosa que —contra toda probabilidad— acaba por suceder.
Con esta operación política, el prestigio de los Abencerrajes sale reforzado, aunque el reino musulmán no por ello deja de iniciar a partir de entonces un periodo confuso, de creciente inestabilidad. Un noble, Yúsuf V —no confundir con Yúsuf ibn Sarraŷ, el visir Abencerraje—, se hace por un año con el trono y finalmente, en 1444, Muhammad IX es depuesto de forma definitiva por su sobrino, Muhammad X, el Cojo, apoyado ahora desde Castilla. Los Abencerrajes huyen al pueblo de Montefrío, en el extremo occidental del pequeño reino, en la vecina comarca de Loja. A continuación, coronan a un primo-hermano del monarca, Ismael III, apodado Ciriza, nuevo sultán. Dos reyes peleando por el mismo sitial produce el inevitable efecto: comienza la guerra de legitimidades.
Que un monarca entre en la Historia con el apodo de El Cojo puede tener algo de positivo; el imaginario que dicho sobrenombre evoca no lleva a engaños; nadie se hará especial ilusión sobre la dulzura del personaje. Con el propósito de consumar su venganza, El Cojo urde un plan de refinada crueldad; para que bajen de las montañas finge ceder a las presiones de los Abencerrajes y organiza, en La Alhambra, la ceremonia de su propia abdicación.
Altivos, fieros y solemnes como solo pueden serlo unos príncipes árabes —pero carentes de su consabida astucia—, como niños caen en la trampa. Los miembros del clan, hasta un total de 36 caballeros, acuden al alcázar. Mientras atraviesan el Patio de los Leones, los siervos del palacio los agasajan con el mayor narcótico: todos los honores de una corte oriental. A continuación, los invitan a pasar, uno a uno, a una suntuosa habitación. Dentro, agazapados tras unos cortinajes, esperan unos verdugos que van cortando sus cabezas.
La carnicería tiene lugar en un bellísimo aposento de la Alhambra, que desde entonces —una leyenda fecha la matanza en el año 1458— es conocida como Sala de los Abencerrajes. Otra versión, en cambio, sostiene que los masacran algo más tarde, durante el reinado de Boabdil, debido al peligroso romance de un miembro de la familia con la hermana del último rey de Granada. Sea como fuere, la fábula afirma que la mancha rojiza de óxido que impregna una pared, junto a la fuente de la sala, no es tal, sino la sangre derramada de los nobles.
Ante la patente derrota del clan, los Abencerrajes que logran sobrevivir piden refugio al rey Fernando; son acogidos e inmediatamente solicitan el bautismo. Los hombres se integran como caballeros al servicio del soberano; las mujeres lo hacen como damas de corte de la reina Isabel. La tradición sostiene que la conversión, lejos de ser una reacción táctica o sentimental, viene madurándose desde tiempo atrás. De hecho, los 36 nobles decapitados en el momento previo a su muerte proclaman ante el matarife el nombre de Jesucristo.
El reino musulmán de Granada se derrumbará pocos años más tarde. Junto con él también lo hará todo un viejo orden medieval para acto seguido dar nacimiento a otro mundo, nuevo, que se extenderá con increíble fuerza por el conjunto de la Península Ibérica, América, las costas de África, numerosas islas de Asia y gran parte de Europa. Curiosamente, una familia de la nobleza hispanoárabe personificará en su periplo vital este cambio de época; como queriendo ejemplificar así, de forma tan involuntaria como real, que, en los comienzos de la empresa política que será la Monarquía Universal Española, podrá demandarse el sacrificio máximo, pero no existirán límites geográficos ni fronteras raciales.
Hoy en día, en la Granada del siglo XXI, sobre la cúpula dorada de una sala de la Alhambra —aquella donde los miembros del clan fueron asesinados—, cuando los turistas armados con cámaras en el móvil y bermudas alzan sus cabezas, pueden leer, escrito en caracteres arábicos, la sentencia coránica que guio la existencia de los Abencerrajes: “No hay más ayuda que la que viene de Dios, el Clemente, el Misericordioso”.
Fantástico Relato, que con su riqueza y buena prosa te transporta a esa desconocida y apasionante época de nuestra historia.