Inaugurada en 1931, la Casa del Gobierno es un colosal edificio de más de quinientos apartamentos destinado en origen a alojar a los principales dirigentes e intelectuales soviéticos y a sus familias. En La casa eterna (Acantilado), Yuri Slezkine rastrea la historia de los devotos e ideólogos de la causa bolchevique que gobernaron la URSS y terminaron convirtiéndose en víctimas de las purgas estalinistas. Es este un relato, en la tradición de Guerra y paz, Vida y destino y Archipiélago Gulag, de los avatares de los inquilinos de un edificio que, como la propia Unión Soviética, fue un inquietante experimento humano y terminó habitado por los fantasmas de los desaparecidos que, pese a los empeños del régimen, jamás cayeron en el olvido.
Zenda publica el prefacio a esta obra.
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PREFACIO
Con el Primer Plan Quinquenal (1928-1932), el gobierno soviético construyó un nuevo Estado socialista y nacionalizó totalmente la economía. Al mismo tiempo se construyó una casa para sí mismo. La Casa del Gobierno estaba en una zona baja llamada «la ciénaga» al otro lado del río Moscova, delante del Kremlin. Era el mayor edificio de viviendas de Europa y tenía once unidades de diversas alturas organizadas en torno a tres patios interconectados, cada cual con su propia fuente.
Compartiendo estas instalaciones, cuidando de sus familias, empleando a doncellas y gobernantas y cambiando de un apartamento a otro a medida que iban ascendiendo, había comisarios del pueblo, funcionarios del Gulag, directores industriales, comunistas extranjeros, escritores realistas socialistas, estajanovistas (entre ellos el propio Alekséi Stajánov) y otros personajes ilustres, como el secretario de Lenin y los familiares de Stalin. (El propio Stalin se alojaba al otro lado del río, en el Kremlin).
En 1935, la Casa del Gobierno tenía registrados 2655 inquilinos. Unos setecientos eran funcionarios estatales y del Partido asignados a apartamentos concretos; los demás eran, en su mayoría, personas a su cargo, por ejemplo, 588 niños. Atendiendo a los residentes y ocupándose del mantenimiento del edificio, había entre seiscientos y ochocientos camareros, pintores, jardineros, fontaneros, conserjes, lavanderas, enceradores y otros empleados de la Casa del Gobierno (y hasta 57 administradores). Era el patio trasero de la vanguardia; una fortaleza protegida por puertas metálicas y guardias armados; una residencia donde los funcionarios estatales vivían como maridos, esposas, padres y vecinos; un lugar donde los revolucionarios volvían a casa y donde fue a morir la revolución.
En las décadas de 1930 y 1940, se desalojó de sus apartamentos a unos ochocientos inquilinos de la casa y a un número desconocido de empleados y se les acusó de duplicidad, depravación, actividades contrarrevolucionarias o pérdida de confianza. A todos los encontraron culpables de un modo u otro. Que se sepa, 444 inquilinos fueron fusilados; a los demás se les condenó a diversas formas de encarcelamiento. En octubre de 1941, cuando los nazis llegaron a las proximidades de Moscú, se evacuó a los demás residentes. Cuando volvieron, encontraron a muchos nuevos vecinos, pero no a muchos altos funcionarios. La casa seguía allí, pero ya no era del gobierno.
Hoy aún sigue allí, con una nueva mano de pintura y nuevos inquilinos. El teatro, el cine y la tienda de comestibles continúan en el mismo sitio. Uno de los apartamentos es hoy un museo; los demás son residencias privadas. En la mayoría hay archivos familiares. La plaza de delante del edificio vuelve a llamarse «plaza de la Ciénaga».
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Este libro se divide en tres ramas. La primera es una saga familiar en la que participan numerosos residentes con y sin nombre de la Casa del Gobierno. Los lectores deberían imaginarlos como a los personajes de una epopeya o las personas de su propia vida: a algunos los vemos y los olvidamos pronto, a otros podemos o no reconocerlos (o ni molestarnos siquiera en mirarlos), a algunos podemos identificarlos pero no sabemos mucho de ellos, y a otros los conocemos muy bien y nos alegra o irrita volver a verlos. No obstante, a diferencia de los personajes de la mayoría de las epopeyas o de las personas de nuestra vida, ninguna familia o individuo es indispensable para el relato. Sólo la Casa del Gobierno lo es.
La segunda rama es analítica. Al principio del libro, se identifica a los bolcheviques como unos sectarios milenaristas que estaban preparándose para el apocalipsis. En los capítulos subsiguientes, los episodios sucesivos de la saga familiar de los bolcheviques se relacionan con las etapas históricas de una profecía fallida, desde su cumplimiento aparente hasta la Gran Decepción, una serie de aplazamientos y la ofrenda desesperada de un sacrificio final. Comparados con otras sectas de devociones similares, los bolcheviques fueron notables tanto por su éxito como por su fracaso. Consiguieron conquistar Roma mucho antes de que su fe pudiera convertirse en un hábito heredado, pero no supieron cómo transformar su certeza en un hábito que pudiesen heredar sus hijos o subordinados.
La tercera rama es literaria. Para los primeros bolcheviques, leer los «tesoros de la literatura universal» fue una parte crucial de las experiencias de conversión, de los rituales de cortejo, de las «universidades» carcelarias y de la vida doméstica de la Casa del Gobierno. Para sus hijos, era la actividad de ocio más importante y un requisito educativo. En los capítulos que siguen, cada episodio en la saga familiar de los bolcheviques y cada fase de la historia de la profecía bolchevique se acompaña de una discusión de las obras literarias que buscaban interpretarlas y mitificarlas. Algunos temas de esas obras—la riada de la revolución, la huida de la esclavitud, el terror de la vida doméstica, la reconstrucción de la torre de Babel—se incorporan a la historia de la Casa del Gobierno. Algunos personajes literarios ayudaron a construirla, otros tenían apartamentos en ella y uno—el Fausto de Goethe—se consideró varias veces el inquilino ideal.
El relato de la Casa del Gobierno también se divide en tres partes. El Libro Primero, «En marcha», presenta a los bolcheviques más veteranos como hombres y mujeres jóvenes y los sigue de un refugio temporal a otro mientras se convierten al socialismo radical, sobreviven a la cárcel y el exilio, predican la revolución inminente, ganan la guerra civil, construyen la dictadura del proletariado, discuten el aplazamiento del socialismo y dudan qué hacer entretanto (y si la dictadura es, en efecto, del proletariado).
El Libro Segundo, «En casa», describe el regreso de la revolución como un plan quinquenal; el edificio de la Casa del Gobierno y el resto de la Unión Soviética; la división del trabajo, el espacio y los afectos en los apartamentos familiares; los placeres y los peligros de una domesticidad no supervisada; el problema de la mortalidad personal ante la llegada del comunismo y el mundo mágico de «la infancia feliz».
El Libro Tercero, «A juicio», cuenta la purga de la Casa del Gobierno, el último sacrificio de los viejos bolcheviques, las «operaciones masivas» contra los herejes ocultos, las principales diferencias entre la lealtad y la traición, la vida doméstica de los verdugos profesionales, la larga vejez de las viudas de los enemigos, la redención y apostasía de los hijos de la revolución y el final del bolchevismo como fe milenarista.
El epílogo reúne las tres ramas del libro al estudiar la obra del escritor Yuri Trífonov, quien creció en la Casa del Gobierno y en cuya ficción transformó el edificio en el escenario para una historia familiar del bolchevismo, un monumento a la fe perdida y un tesoro de la literatura universal.
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En la Casa del Gobierno, algunos inquilinos eran más importantes que otros por su posición en el Partido y en la burocracia estatal, por la duración de su servicio como bolcheviques veteranos o por sus logros concretos en el campo de batalla y en el «frente del trabajo». En este libro, algunos personajes son más importantes que otros o bien porque hicieron lo necesario para preservar sus propios recuerdos o bien porque otros lo hicieron por ellos.
Aleksandr Arósev (apartamentos 103 y 104), uno de los líderes de la toma del poder bolchevique en Moscú y presidente de la Sociedad Sindical para el Fomento de los Vínculos Culturales con el Extranjero, escribió un diario que conservó su hermana y publicó una de sus hijas. Valerián Osinski (apartamentos 18 y 389), uno de los ideólogos del Comunismo Izquierdista y primer dirigente del Consejo Supremo de la Economía Nacional, mantuvo una correspondencia de veinte años con Anna Shatérnikova, que guardó sus cartas y se las envió a la hija de él, quien las depositó en un archivo estatal antes de escribir un libro de memorias que colgó en Internet y posteriormente publicó su propia hija. Aleksandr Voronski (apartamento 357), el crítico literario bolchevique más influyente y supervisor de literatura del Partido soviético en la década de 1920, escribió varios libros de memorias y fue objeto de numerosos ensayos (entre ellos varios escritos por su propia hija). Borís Zbarski (apartamento 28), director del Laboratorio del Mausoleo de Lenin, se inmortalizó a sí mismo al embalsamar el cadáver de Lenin, mientras que su hijo y colega, Iliá Zbarski, cuidó profesionalmente del cadáver de Lenin y escribió una autobiografía con recuerdos suyos y de su padre. Arón Solts (apartamento 393), «la conciencia del Partido» y fiscal general, escribió numerosos artículos sobre la ética comunista y protegió a su sobrina recién divorciada, que escribió un libro sobre él (y envió el manuscrito a un archivo). Ívar Smilga (apartamento 230), fiscal del juicio por traición celebrado en 1919 contra Filipp Mirónov, fue el objeto de varias entrevistas concedidas por su hija Tatiana, que había heredado su don para la elocuencia y llevó a cabo un gran esfuerzo por preservar su recuerdo. A Borís Ivánov, el «Panadero» (apartamento 372), presidente del Directorio de la Industria de la Molienda de la Harina, muchos de sus vecinos en la Casa del Gobierno lo recordaban por su extraordinaria generosidad.
Liova Fedótov, el hijo del antiguo instructor del Comité Central Fiódor Fedótov (apartamento 262), escribió un diario convencido de que «todo es importante para la historia». Inna Gaister, hija del comisario del pueblo de Agricultura Arón Gaister (apartamento 162), publicó una detallada «crónica familiar». Anatoli Granovski, hijo del director de la planta química de Bereznikí (apartamento 418), huyó a Estados Unidos y escribió unas memorias sobre su labor como agente secreto a las órdenes de Andréi Sverdlov, el hijo del primer dirigente del Estado soviético y organizador del Terror Rojo, Yákov Sverdlov. Cuando era un joven revolucionario, Yákov Sverdlov escribió varias cartas muy reveladoras a la madre de Andréi, Klavdia Novgoródtseva (apartamento 319) y a su joven amiga y discípula Kira Egon-Besser; ambas mujeres conservaron sus cartas y escribieron libros de memorias sobre él. Borís Ivánov, el «Panadero», escribió unas memorias sobre la vida de Yákov y Klavdia en el exilio siberiano. Andréi Sverdlov (apartamento 319) ayudó a editar las memorias de su madre, colaboró en la escritura de tres relatos policíacos basados en su experiencia como policía secreta, y apareció en las memorias de Anna Lárina- Bujárina (apartamento 470) como uno de sus interrogadores. Después de la detención del anterior jefe del Departamento de Investigación de la Policía Secreta, Grigori Moroz (apartamento 39), enviaron a su mujer, Fanni Kreindel, y a su hijo mayor, Samuíl, a campos de trabajo, y a sus dos hijos pequeños, Vladímir y Aleksandr, a un orfanato. Vladímir escribió un diario y varias cartas desafiantes que luego se utilizaron como prueba contra él (y que publicaron historiadores posteriores); Samuíl escribió sus memorias y las envió a un museo. Eva Lévina-Rozengolts, artista profesional y hermana del comisario del pueblo de Comercio Exterior, Arkadi Rozengolts (apartamento 237), pasó siete años en el exilio y produjo varios ciclos de obras gráficas dedicadas a los que volvían y a los que no. Yelena Stásova (apartamentos 245 y 291), la mayor de los bolcheviques veteranos, dedicó los últimos diez años de su vida a la «rehabilitación» de quienes volvieron y de quienes no lo hicieron.
Iulia Piátnitskaia, mujer del secretario del Comité Ejecutivo del Komintern Ósip Piátnitski (apartamento 400), empezó un diario poco después de la detención de éste y siguió escribiéndolo hasta que también a ella la detuvieron. El diario lo publicó su hijo Vladímir, que además escribió un libro sobre su padre. Tatiana («Tania») Miágkova, mujer del presidente del Comité Estatal de Planificación de Ucrania Mijaíl Poloz (apartamento 199), escribió con regularidad a su familia desde la cárcel, el exilio y los campos de trabajos forzados. Su hija, Rada Poloz, conservó y mecanografió sus cartas. Natalia Sats, mujer del comisario del pueblo de Comercio Interior, Izraíl Veitser (apartamento 159), fundó el primer teatro del mundo para niños y escribió dos autobiografías, una de las cuales trataba de la época que pasó en la cárcel, el exilio y los campos de trabajos forzados. Agnessa Argirópulo, mujer del funcionario de la policía secreta que propuso el uso de troikas extrajudiciales durante el Gran Terror, Serguéi Mirónov, contó la historia de su vida juntos a un investigador de la Sociedad Conmemorativa que la publicó en forma de libro. Maria Denísova, la mujer del comisario de la Caballería Roja, Yefim Schadenko (apartamentos 10 y 505), sirvió de modelo para la Maria del poema de Vladímir Maiakovski La nube en pantalones. Iván Kuchmin (apartamento 226), director de la vía férrea Moscú-Kazán, sirvió de modelo para el personaje de Alekséi Kurilov en la novela de Leonid Leónov Camino hacia el Océano. Mijaíl Koltsov (apartamento 143), corresponsal de Pravda, inspiró el Karkov de la novela de Ernest Hemingway Por quién doblan las campanas. El protagonista de «Las dudas de Makar», el relato de Andréi Platónov, participó en la construcción de la Casa del Gobierno. La calle de Todos los Santos, donde se construyó la Casa del Gobierno, se rebautizó en honor de Aleksandr Serafimóvich (apartamento 82), autor de El torrente de hierro. Yuri Trífonov, hijo del comisario del Ejército Rojo y presidente de la Comisión Central de Concesiones Extranjeras Valentín Trífonov (apartamento 137), escribió una novela breve, La casa del malecón, que inmortalizó la Casa del Gobierno. Su viuda, Olga Trífonova, sería directora del Museo de la Casa del Malecón, que continúa atesorando libros, cartas, diarios, relatos, cuadros, fotografías, registros fonográficos y otros materiales de la Casa del Gobierno.
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Autor: Yuri Slezkine. Traductor: Miguel Temprano García. Título: La casa eterna. Saga de la Revolución rusa. Editorial: Acantilado. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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