En setenta y cinco folios el autor francés Marcel Proust escribió entre 1907 y 1908 el primer borrador de En busca del tiempo perdido, unos textos manuscritos inéditos que aparecieron recientemente y que se publican ahora en español, en el centenario de su muerte, para revelar cómo concibió su obra maestra.
Bajo el título de Los setenta y cinco folios y otros manuscritos inéditos, la editorial Lumen publica el próximo 20 de enero en un volumen estos documentos que fueron descubiertos en el domicilio del editor Bernard de Fallois tras su fallecimiento en 2018 y que se encuentran ahora en la Biblioteca Nacional de Francia.
A Fallois llegaron estos documentos en 1949, cuando la sobrina del escritor francés Suzy Mante-Proust le encargó la clasificación del fondo manuscrito que había recibido de su padre, hermano menor de Marcel Proust, quien lo heredó a la muerte del autor, en 1922.
Se trataba de una carpeta de documentos de la que se tenía conocimiento desde mediados del siglo XX (el propio Fallois lo mencionó en el prólogo de su edición de Contra Sainte-Beuve), pero a la que no se pudo acceder hasta hace poco tiempo y que se reproduce en este volumen, que ha sido prologado por el académico y experto en la obra de Proust, Jean-Yves Tadié.
En estas páginas, que en realidad son 76, se descubre cómo brota lo que luego se convertiría en «En busca del tiempo perdido», un referente universal de las letras en la que Proust (1871-1922) hace un retrato sin precedentes de la alta sociedad de finales del siglo XIX y principios del XX a través de un largo monólogo interior de un hombre ocioso que se mueve en ese ámbito y que, en muchos aspectos, se trata de una obra autobiográfica.
Y es que Proust, nacido en París en una familia adinerada, abandonó pronto sus estudios de Derecho para relacionarse con la sociedad elegante de París y dedicarse a escribir.
Tras publicar Los placeres y los días en 1986, cuentos y la inacabada Jean Santeuil, y aquejado de asma desde la infancia, se convirtió en un enfermo crónico que se pasó prácticamente el resto de su vida recluido y así escribió su obra maestra.
«Uno de los grandes méritos de estas páginas del libro futuro» —explica Tadié en su prólogo— «es que son las primeras que se escribieron, aunque sean las últimas que lleguen a nosotros».
En estos textos, «el torrente inagotable de recuerdos de infancia y de duelo aún no ha sido controlado y fluye sin interrupción. Por una sencilla razón: ese monólogo sin fin es el de la confesión, la autobiografía, no el de la novela«, algo que queda demostrado, dice el prologuista, en el hecho de que Proust utiliza los verdaderos nombres de su familia y el narrador se llama Marcel.
«El recurso a la técnica de la novela conferirá al monólogo proustiano una forma, límites y procedimientos, la densidad y también el pudor que aún no tenía en ese comienzo de 1908», recalca Tadié.
Los manuscritos encontrados en el domicilio de Fallois, ocultos en el interior de una carpeta de cartón etiquetada con el título «Dosier 3«, estaban ordenados en cinco grupos a los que el editor había puesto los siguientes nombres: «Veladas de Combray», «La parte de Villebon», «Las muchachas», «Nombres propios» y «Venecia», aunque en la edición del libro solo se han conservado parcialmente esos títulos.
Algunas de las hojas estaban visiblemente dañadas pero eso no impidió que, en el momento de su aparición, los investigadores fueran conscientes de que se encontraban ante un tesoro, al igual que, dice Tadié, los lectores se encontrarán «con ese ‘momento sagrado’ en el que Proust concibió las primeras escenas de su obra», algo que no frecuente en la historia de la literatura.
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