Europa no sólo era Roma. Aunque menos civilizados, otros pueblos existían en el norte y el este, más allá de las cordilleras alpinas y los Cárpatos. Cuanto más lejos estaban del Mediterráneo, más brutos eran y menos información hay sobre ellos. Hasta un período comprendido entre los siglos III y I antes de Cristo apenas existen rastros escritos que iluminen las brumas y las sombras de su historia. Son los antiguos textos latinos y la arqueología moderna los que aportan información, y así sabemos que eran poblaciones dispersas de granjas y aldeas dedicadas a la agricultura, el pastoreo, la caza y la pesca: variopinta multitud de rudos estados étnicos y confederaciones tribales cada uno a su aire, dominados por aristocracias rurales. Todo muy primitivo y de aquí te pillo aquí te mato, con un toque cultural más bien celta, de carácter guerrero, donde eran frecuentes el saqueo y hacer la puñeta al vecino, y también los grandes desplazamientos de poblaciones medio nómadas impulsadas hacia mejores tierras por el hambre o la codicia, con lo que implicaba de conflictos, esclavitudes, degüellos y otros bonitos usos sociales de la época. Eso fraguó poco a poco en nuevas formas de vida, y hacia el siglo II a. C. empezaron a ponerse de moda los oppida (palabra que nos viene del latín) y los viereckschanzen (del alemán: fuertes cuadrados), que eran recintos fortificados donde se trabajaban metales, florecía la artesanía y circulaba moneda. También, por esa época, los gobiernos de consejos de ancianos, que eran los de toda la vida, dieron paso a pequeñas monarquías de reyes o régulos que cortaban el bacalao con mayor autoridad y eficacia (era el más bestia de la tribu quien solía hacerse con el poder), hasta el punto de que algunos de esos pueblos, los situados más al sur, empezaron a verse las caras con la pujante Roma, que si te invado y que si no, iniciándose un animado período de paces y guerras fronterizas, trifulcas, áspera vecindad y cambiantes alianzas. Pero lo que alteró de verdad el paisaje de la Europa bárbara (o extranjera, según el viejo concepto griego, vista ahora desde la óptica romana), fue la gran invasión de cimbrios y teutones: movimiento migratorio muy bestia, al filo de los siglos II y I a. C., posiblemente con origen en la actual Dinamarca y el norte de Alemania (según el historiador Plutarco, cimbrio significaba bandido, y por ahí fue el ambiente). Cientos de miles de personas, incluidos mujeres y niños, empezaron a moverse hacia el oeste y el sur en busca de tierras, precedidos por salvajes grupos guerreros que saqueaban todo lo que estaba quieto y mataban o esclavizaban cuanto se movía; y a los que se sumaban, haciendo de la necesidad virtud, otros grupos étnicos de las regiones por las que pasaban dando estopa. Estos invasores nórdicos tenían el pelo rubio y los ojos azules, vestían con pieles y sus hábitos eran de lo más primitivo: mientras las señoras se ocupaban de casa, campos y ganado, los maridos iban de caza, a la guerra, o se dedicaban al oficio más útil en un pueblo guerrero como el suyo, que era la herrería, o sea, la fabricación de espadas, lanzas y puntas de flecha (no es casualidad que en Alemania abunde hoy el apellido Schmidt, asociado con schmied, herrero). Aquellos fulanos no tenían reyes, ni falta que les hacía, pues su sistema de gobierno era electivo sin transmisión familiar, en plan parecido, hilando grueso, a lo que hoy sería un presidente de república. Sus dioses (Thor, Freya y algún otro) nada tenían que ver con los de griegos y romanos: eran deidades tan toscas como quienes los adoraban, y el más pintón resultaba, naturalmente, el de la guerra, que se llamaba Woden, u Odín, y vivía en un palacio del cielo llamado Walhala, donde iban los hombres (y supongo que también las mujeres, aunque no hay pruebas) valientes cuando palmaban. Por influjo de esa gente, y de ese modo, se fueron definiendo un centenar de años antes de Cristo los pueblos de la Europa occidental no romana: cimbrios y teutones dando por saco de un lado para otro (hasta que el general romano Mario los escabechó en las batallas de Aquae Sextiae y Vercellae), germanos en el alto Rhin, galos en la actual Francia, celtíberos en Hispania, belgas en Bélgica, helvecios en lo que hoy es Suiza… El militar, político e historiador Julio César (del que hablaremos cuando toque) iba a describirlos pocos años después en sus Comentarios a la Guerra de las Galias. Los bárbaros, como digo. Las aún indecisas fronteras de una Roma todavía republicana, pero en la que empezaban a pasar cosas raras, con una guerra civil calentita y a punto de nieve. El porvenir de Europa iba a jugarse allí, entre pitos y flautas, y venían de camino episodios apasionantes. Así que no se pierdan ustedes el próximo.
[Continuará].
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Publicado el 15 de enero de 2022 en XL Semanal.
Entregas de Una historia de Europa:
- Una historia de Europa (I)
- Una historia de Europa (II)
- Una historia de Europa (III)
- Una historia de Europa (IV)
- Una historia de Europa (V)
- Una historia de Europa (VI)
- Una historia de Europa (VII)
- Una historia de Europa (VIII)
- Una historia de Europa (IX)
- Una historia de Europa (X)
- Una historia de Europa (XI)
- Una historia de Europa (XII)
- Una historia de Europa (XIII)
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- Una historia de Europa (XV)
- Una historia de Europa (XVI)
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- Una historia de Europa (XVIII)
- Una historia de Europa (XIX)
Perdón deben pedir los actuales italianos, dos mil años después, por la aculturación, el dominio y el genocidio que infringieron a los pobres pueblos que cayeron bajo su influjo. Perdón por llevarles, a la fuerza, el derecho, las artes, la escritura, la literatura, la cultura, la civilización. Perdón por las canalizaciones, los templos, las calzadas, los puentes, la arquitectura. Perdón, perdón, perdón. Perdón de todos a todos, por todo. Y sumémonos en una gran orgía indigenista de carácter planetario, volviendo todos a nuestros orígenes paleolíticos, a vivir en cuevas y refugios, a ser nómadas y cazadores-recolectores (perdón, solamente recolectores ya que el buenismo indigenista y posmoderno impide comer un buen solomillo de antílope). Mejor todavía: volvamos a los árboles a disputarles a los chimpancés su lugar en la foresta. Pero eso sí, con móviles y guasap.
No dea ud. argumentos. No vaya a ser que algún flipao demande al Estado Italiano por lo de Numancdia
Giovanni Rapizzi
Perdón deben pedir también los actuales sevillanos por tener dos compatriotas que fueron emperadores romanos y perdón también deben pedir los actuales genoveses por dar a la luz a Cristóbal Colón, o mejor dicho Cristoforo Colombo que por error descubrió America
¿Dónde quedan territorialmente pues, los chauvinistas francos? Allende del Rhin, no creo, sin haber establecido antes fronteras.
Franco francés, belga, suizo…
De Oriente vinieron, pues, empujando a los Visigodos -Que a su vez habían llegado empujados por los Hunos- hasta enviarlos a Hispania. Clodoveo dijo «¡Ya veo!» y se convirtió al Catolicismo que profesaba la población de las Galias, mientras los Visigodos seguían siendo Arrianos -No creían que Jesucristo fuese Dios, sino un hombre, nomás- así es que derrotó a éstos con su hacha de doble filo y los francos se quedaron en las Galias, que pasaron a llamarse Francia con el tiempo.
Me encanta leer los libros de Perez Reverte, y saber que es parte de la editora asegura muy buena lectura
Los dioses nórdicos tienen una equivalencia con los griegos, conlos que comparten,por ejemplo, la adscripcion de dias de la semana, aunque curiosamente el «jefe» del pan teoion noridc o, Wotan u Odin, tien adscrito el miercoles, en lugar del jueves como en el semanario romano, en que elmierc oles correspon de a Mercurio, dios no solamente del comercio sino tambien de la iluminacion mística ( un resto de la mitología de las tres funciones)
Excelente, Don Arturo. Certera manera de relatarnos la historia a los adultos (a los peques ya se la han adulterado mil veces.)
Cuanda sabiduría en los dichos y refranes populares: «De fuera vendrán que de tu casa te echarán». Esa ha sido, en resumen, la historia de Europa…y del mundo entero.