Raúl González Tuñón (Buenos Aires, 1905-1974) fue uno de los poetas argentinos más importantes del siglo XX. Su obra poética comprende tres decenas de libros, entre los que destacan El violín del diablo (1926), La calle del Agujero en la Media (1930), Todos bailan (1934), La rosa blindada (1936), La muerte en Madrid (1939) y Canciones del tercer frente (1941).
«Raúl González Tuñón, bendito sea; porque uno, en su ignorancia bautismal, ni sabe ni quiere saber cuáles son los mecanismos sutiles y misteriosos por los que un racimo de versos imborrables queda tatuado a fuego en la memoria de los veinte años como jamás, por sublime que fuera, lo haría después otro poemario. ¿Cómo no iba a gustarme si hablaba del farolito de la calle en que nací, del balcón donde volverían a colgar sus nidos las más oscuras golondrinas, de las Magdalenas imposibles con las que nunca dormiría, de las patadas en la puerta que, a medianoche, me desvelarían? ¿Cómo no iba a amarlo si yo también coleccionaba tarjetas postales y quería viajar y ser feliz y, antes que nadie, sí, que nadie, estuve enamorado de Rosita? Luego llovió, diluvió sobre mojado y leí y canté y viví y rodé y bebí y olvidé y jugué y perdí y cada vez que, a ratos, escampaba, allí seguían los versos de Raúl grabados para siempre en la piel del corazón de la memoria. Porque le deben todo mis canciones, porque lo quiero tanto todavía, por su muerte tan viva y tan insomne, porque me hace llorar a pleno día, por los años impíos y fugaces, por la primera piedra en tantos barrios, por mi guerra de España tan perdida, por su Rosa blindada, porque todos somos humanos, inhumanos / fatalistas, sentimentales, / inocentes como animales / y canallas como cristianos»
Joaquín Sabina
Zenda adelanta cinco poemas de La música amontonada del mundo. Antología poética, editado por Visor.
***
RELATO DE UN VIAJE
Pasa una estación en el regazo del viento.
Jefe telégrafo teléfono carpeta mapa horario todo vuela.
Pasa un árbol con una escopeta
pasa un niño
pasa una canilla abierta
pasa un pequeño féretro blanco con manijas doradas
pasa adentro una niña que maduraba para los guardabosques.
Estoy en el sur del Brasil en el corazón de la montaña
estoy asomado a la calera
los obreros trabajan
las cigarras cantan todo el verano y al invierno estallan
dónde irán a parar las cigarras de los trópicos
oh las cigarras enamoradas del día dónde irán a parar las cigarras
después de cantar todo el verano.
Me entregan un telegrama que dice Venga viernes Renée
qué viernes cualquier viernes ella estará esperando
ella estará recostada
ella tendrá la mano en el sexo cálido
ella estará soñando con la cabeza en la ventana.
Vertiginosamente me alejo Venga viernes Renée
veletas pasan pasan caminos pasan torres Venga viernes Renée
ella no sabe que yo también paso pasa Raúl Tuñón
dicen los obreros de la calera
las muchachas de los bosques dicen
las cigarras del trópico dicen Raúl Tuñón pasa.
Veo sepulturas recién abiertas
veo cruces
veo atajacaminos estrellándose contra los trenes rurales.
Estoy apurado no sé dónde voy siempre de un lado a otro
siempre cambiando barcos trenes aviones
y mis amigos los viejos camaradas los viejos compañeros de escuela
todos estarán apurados
toda la vida estaremos apurados jamás nos quedaremos en un sitio
las muchachas nos saludan con sus pañuelos
adiós adiós.
Mañana cuando estemos muertos qué terrible
tal vez tampoco podamos permanecer en un sitio.
***
LLUVIA
A Amparo Mom
Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los
cementerios abandonados. Otras veces cae con furia,
y uno piensa en los maremotos que se han tragado
tantas espléndidas islas de extraños nombres.
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
De cualquier manera sus tambores acunan nuestras
noches y la lectura tranquila corre a su lado por los
canales del sueño.
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban.
No habían despertado todavía al amor.
No sabían nada de nosotros.
De nuestro gran secreto.
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos,
la ternura de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes
que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos
entrevisto o sospechado, los ademanes y las palabras
de ellos, todo, todo ha desaparecido y estamos
solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en
nuestro apretado destino, en nuestra posible muerte
única, en nuestra posible resurrección.
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la furia de la lluvia.
Te quiero con todos los tambores de la lluvia.
Te quiero con todos los violines de la lluvia.
Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada.
Recién estamos descubriendo los puentes y las casas,
las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.
Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana,
increíble, pero tan real, numerosa, pero tan mía.
Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida
vida, hacia el destino único.
Ambos nos ayudaremos para subir la callejuela empinada.
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca
pasaremos la línea del otoño.
Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan
poderosa, que no nos daremos cuenta cuando todo
haya muerto, cuando tú y yo seamos dos sombras, y
todavía estemos pegados, juntos, subiendo siempre la
callejuela sin fin de una pasión irremediable.
Oh, visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero
distinta, ya al caer sobre los jardines, ya al deslizarse
por los muros, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas,
las fugitivas luces rojas de los automóviles, ya al
inundar los barrios de nuestra solidaridad y de nuestra
esperanza, los humildes barrios de los trabajadores.
La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello
y triste y acaso esa tristeza sea una manera sutil de la
alegría. Oh, íntima, recóndita alegría.
Estoy tocado de tu destino.
Oh, lluvia. Oh, generosa.
***
POEMA PARA UN NIÑO QUE HABLA CON LAS COSAS
Adolfo Enrique, n. 3-1-1955
En su lenguaje de pequeños gritos,
de claras risas sueltas, porque sí,
como el trino.
De silencios vehementes.
De interjecciones adorables.
Viajando y preguntando con los ojos.
Radiante como el bebe que posara hace años,
¡muchos años!… para el afiche del jabón Cadum,
que yo vi en las esquinas de un París inefable,
Adolfo Enrique habla con las cosas,
conversa con las flores de la tela estampada,
entabla extraños diálogos
con sus juguetes diminutos,
con las nabizas de un vecino huerto,
con el durazno en flor pintado
por el viejito Chi Pai Shi,
con el duende del techo,
con la dama dormida del sillón
—en la copia del cuadro de Picasso—,
con un hilo de luz, con una sombra
en la pared, y acaso,
con otro niño igual, pero invisible,
que se llama Futuro,
y hacia él va cantando.
Llega hasta él cantando
entre veletas y panaderías.
Llega hasta él cantando
entre ferrocarriles, entre buques.
Llega hasta él cantando
entre tabernas, entre multitudes.
Llega hasta él cantando
entre estaciones, entre puertos.
Llega hasta él cantando
entre gaviotas, entre florerías.
Llega hasta él cantando,
entre poleas, entre chimeneas.
Llega hasta él cantando
entre retornos, entre despedidas.
Llega hasta él cantando
entre palomas y guitarras.
Llega hasta él cantando
entre gentes que saben por qué viven y mueren.
Llega hasta él cantando
entre gentes que saben por qué ríen y bailan.
¡Llega hasta él cantando!
El verano plural que estalla en el prodigio
de la Argentina vio nacer su nombre.
Adolfo, por Adolfo Rodríguez, un romántico,
un soñador, un hombre.
Enrique, por Enrique, mi hermano, una bandera,
una pasión, un hombre.
El vivo sol de enero vibraba en la vereda.
Y la ilustre León de las ásperas gredas
y el río Caudal de la caudal Asturias
y el aire enamorado de morriña y donaire
de las gallegas tierras,
corrieron por los finos canales de su sangre.
Y hacia la noche lo besó la luna.
Toma este mundo, Adolfo Enrique, es tuyo.
Te lo presento («¡Gracias!»). Cuando yo solo sea
una querida voz que se ha callado,
un plinto vegetal de enredadera,
un nombre en una lápida, quizás obliterado,
un yuyo del sendero,
has de seguir la marcha hacia el Octavo Día.
Cantando, si tu voz quiere ser canto.
Combatiendo, si sigue la pelea.
Y después, ya maduro, el mundo nuevo
que ayudaste a forjar, verás alzándose
por sobre las montañas del hierro y el cemento
y las fábricas libres y las mieses soñadas
y los puentes calientes y los ríos fantásticos.
Cuando vayas al fondo del destino
y un corazón, crecido con pan, esté esperando.
Toma este mundo, es tuyo. Te lo entrego.
El oficio de hombre es bello y duro.
La calle es ancha y larga.
Su frontera, el recuerdo y el olvido.
Sus horizontes, algo que vendrá.
No es puro idilio, no, pero es real y mágico.
Digno de ser vivido y defendido
y superado y transformado
y andado por caminos de amor hacia la aurora,
en los días risueños y en las tristes jornadas.
Y amado, amado, amado.
Toma este mundo. Te lo doy por nada.
Y pasarán las horas y las horas
y crecerán tus años. ¡Ay, que ninguna pena
destiña la amapola
celeste de tus venas!
Y un mundo más hermoso, más para ti, más alto,
para ti, pequeñito,
porteño estilizado y compadrito,
pero como si fueras
rebrote de torito,
rebrote de torito de Guisando,
pues tu dulzura devendrá tu fuerza.
Gala de Buenos Aires, flor del día,
gajo triunfal de bien plantada madre:
esta mujer que tiene algo de árbol
(la terca voluntad de hacer de ti,
el capitán de la imaginería,
la madera más noble, el viento más alegre,
perfumado en el sol y la armonía).
Toma este mundo, cuídalo.
Es una cosa seria y es una simple cosa.
Conquístalo, contémplalo, ámalo para siempre,
musical niño mío,
predilecto del pan y de la rosa.
Te lo regalo, es tuyo.
Y te regalo un barco
y te regalo un barco dentro de una botella.
Una bota de vino
que vino del Mesón del Segoviano.
Un farol marinante.
Las golondrinas y las mariposas.
Una sirena anclada en el estante.
La banda lisa de los circos pobres.
La luna en el espejo.
Un mapa, un numeroso y palpitante mapa,
un mapa con las rutas
que siguiera Juancito Caminador, tu viejo.
La Esperanza.
Y una caja de música que traje de la estrella.
Toma este mundo, tómalo. ¡La vida es vasta y bella!
Mira siempre allá lejos, hijo mío… Allá lejos.
***
UN JUGUETE ROTO EN EL BASURAL
Un poema está en el sueño. También fuera del sueño.
A veces está allí donde el poeta mira.
Y nada más poético que ese juguete roto
—extraña flor brotada a la intemperie—
que junto a los residuos de los inquilinatos
grises y fraternales
y la hierba menuda del baldío
recatado en el bosque de cemento
piensa cuando jugaba con él un dulce niño
que después fue soldado.
Nunca vuelven.
Y un poema está allí, donde no está el poeta.
***
LOS SUEÑOS DE LOS NIÑOS INVENTANDO PAÍSES
Cuando paso frente a un local donde
exponen pinturas de niños, sigo de largo.BATLLE PLANAS
Porque el niño conserva todos los libres bríos
de la invención, baraja sus monstruos increíbles
y sus enloquecidos ángeles.
La bárbara inocencia sin prejuicios de la primera pureza
y el espléndido caos, el delirio de la razón, la fantasía.
El niño es el primer surrealista.
Y crece, es hombre, y sigue viviendo mas no sabe
y quien lo lleva adentro así lo ignora.
A veces, de manera sutil, eso supongo,
en cada acto adulto la infancia nos vigila
—una voz, un suceso rotundo, familiar, una lámpara,
una paloma herida con mensaje—.
Todo hombre en el final minuto de su invierno
piensa en algo lejano cuando muere.
Y la muerte es el último país que el niño inventa.
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Autor: Raúl González Tuñón. Selección y edición: Adolfo González Tuñón. Título: La música amontonada del mundo. Antología poética. Editorial: Visor Libros. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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