Pienso en escritores y novelas de aventuras. Trato de citar algunos a bote pronto. En seguida se me aparecen en la mente las novelas que ha publicado el sello Zenda Aventuras, escogidas y editadas con mucho cuidado. Son las siguientes: El diamante de Moonfleet, de John Meade Falkner; El prisionero de Zenda, de Anthony Hope; El misterio del Agua Azul (Beau Geste), de Percival Christopher Wren; y Aventura en el Transasiático (Claudio Bombarnac), de Julio Verne.
Las cuatro plumas lo acaba de reeditar hace muy poco Zenda en alianza con Edhasa, con prólogo de Arturo Pérez-Reverte e ilustración de portada de Augusto Ferrer-Dalmau, ofreciendo un precioso libro de bolsillo, un poco más grande que el bolsillo habitual, que denota un gran amor por la literatura y por la edición.
Nuestro Pío Baroja también escribió novelas de aventuras, por ejemplo su Trilogía de la Tierra Vasca, donde brilla Zalacaín el aventurero, o la de El mar, donde hace lo propio Las inquietudes de Shanti Andía. Baroja poseía el ideal de la aventura, del hombre de acción, aunque él no lo fuera —lo fue a través de la pluma—, y perseguía la novela “divertida”, “que no podía ser mala”, en sus palabras, él que había disfrutado en su juventud y durante toda su vida de Cervantes y Dickens, por ejemplo, aunque también lo hiciera con Dostoyevski.
Otro español gran escritor de novelas de aventuras, y éste sí aventurero él mismo, es Alberto Vázquez-Figueroa, un autor que ejemplifica muy bien lo que afirma Baroja de las novelas “divertidas”. El mismo Vázquez-Figueroa dice que sus novelas son muy leídas en las cárceles, porque son de “evasión”, y es que se trata de novelas muy amenas, de puertas abiertas, por las que corre el aire de la aventura, novelas además en las que siempre aprendemos algo, mucho, fruto de lo que el mismo autor aprendió en todos sus viajes y estudios, fruto de su gran experiencia vital y literaria. Ya ha publicado más de cien libros.
Otro gran autor de novelas de aventuras es Arturo Pérez-Reverte. Combina muy bien la aventura con otros géneros y conjuga, precisamente, la aventura con la calidad literaria, con el cuidado formal, con lo que Julián Marías llamaba “calidad de página”. Pérez-Reverte parece cuidar cada página como si fuera la última que fuera a escribir o publicar, lo último o lo único que vayan a leer de él.
“Aventura” es palabra mágica por todo lo que contiene, por todo lo que implica, por todo lo que sugiere. Así define “aventura” el Diccionario de la Real Academia (vigesimotercera edición, edición del tricentenario):
(Del latín adventura “lo que va a venir”). 1. Acaecimiento, suceso o lance extraño. // 2. Casualidad, contingencia. // 3. Empresa de resultado incierto o que presenta riesgos. Embarcarse en aventuras. // 4. Relación amorosa ocasional. // Dicho de una obra literaria o cinematográfica: que centra su atención en los episodios de una acción tensa y emocionante.
Las historias de las novelas de aventuras han sido llevadas abundantemente al cine. Hay muchas películas basadas en novelas de aventuras. En realidad hay muchísimas novelas de aventuras, y por supuesto muchísimas películas de aventuras, muchas de ellas nacidas a partir de novelas. Es un género muy fecundo, muy seguido y gustado por los lectores. Quizá todos necesitemos aventuras, leídas o vividas directamente. ¿Acaso no es leer una forma de vivir?
En España hay pocas novelas de aventuras. Ya el profesor Javier Huerta Calvo, en sus clases sobre la Generación del 98 en la Facultad —en el curso 1997/98, lo recuerdo bien—, llamaba la atención sobre lo extraño que era la falta de novelas marinas en un país como el nuestro, rodeado casi enteramente de mar. Hablaba de esto al referirse a Las inquietudes de Shanti Andía, de Baroja, que sí es una gran novela española sobre el mar.
Baroja se basaba para escribir, en buena parte, en los relatos que había oído de niño sobre el mar o sobre las guerras carlistas. Luego él profundizó con libros de aventuras y viajes e investigaciones propias. Así surgen novelas tan estupendas como Zalacaín el aventurero y Las inquietudes de Shanti Andía.
Alberto Vázquez-Figueroa y Arturo Pérez-Reverte, que tienen trayectorias similares en muchos aspectos —son nómadas, o lo han sido, corresponsales de guerra, aventureros, novelistas de éxito—, leen aventuras, las viven, sus propias aventuras, y luego escriben sus novelas, aventuras imaginarias, imaginadas, basadas en parte en lo que han vivido.
Son dos escritores muy atípicos en la literatura española. Quizá por eso han destacado tanto. Pero no sólo lo han hecho en España: han destacado en el mundo. Son dos de los autores más leídos de la literatura española.
Yo creo que en su éxito, sin contar todo el trabajo de sus libros, es muy importante ese espíritu de aventura, de viaje, ese nomadismo, y todo lo que esto enriquece sus obras: las ensancha, les da alicientes.
En un artículo sobre novelas de aventuras hay que hablar de Stevenson, a mi juicio. Sus historias son muy interesantes y las cuenta muy bien. Siente el placer de la narración y se lo transmite al lector. Sus relatos tienen el sabor de la literatura de siempre. La isla del tesoro, El diablo de la botella y otros cuentos... El Dr. Jekyll y Mr. Hyde no es una novela de aventuras, o lo es en parte, de cierto tipo de aventuras, pero es una maravilla, y se percibe en ella la maestría de Stevenson.
Los indios de Samoa lo llamaban “Tusitala”, “El contador de historias”. Sus libros tienen el sabor de la literatura de siempre, he escrito. Estos escritores son narradores antes que escritores. Podrían narrar de forma oral y lo esencial se conservaría. De hecho, el mismo Vázquez-Figueroa es un gran narrador oral, como lo demuestra en presentaciones de libros, en conferencias, en la radio…
Tanto él como Pérez-Reverte se consideran contadores de historias. Eso es lo más importante en ellos. La historia es lo esencial, aquello que genera todo en el libro. Por eso han tenido tanta relación con el cine: el cine se alimenta fundamentalmente de historias, de buenas historias, historias que conectan con el público, que también necesita ser alimentado por ellas. Sentimos un hambre de historias, bien contadas, un arte y una técnica que tal vez deban mucho a un talento innato. Los relatos contados al calor del fuego ya debían de cumplir esta misión.
Pero ¿por qué nos gusta tanto la aventura? En parte es una necesidad; la aventura leída alimenta nuestra vida, lleva a la acción en la propia vida. Mueve al que ya es aventurero, pero también, en parte, al que no lo es. Y cuando leemos de otros lugares, de países lejanos, eso estimula nuestra imaginación, nuestra curiosidad, y queremos visitarlos. Vázquez-Figueroa leyó muchas novelas de aventuras en el desierto, cuando era un muchacho, y eso le empujó a conocer mundo, porque quería ver lo que ya había leído.
Por otra parte, yo creo que se puede vivir aventuras en un espacio muy reducido, pues eso depende de los acontecimientos y también de nuestra actitud. De las circunstancias de nuestras propias vidas. Por ejemplo, ahora todos estamos viviendo aventuras debido a la pandemia. Nos gustaría no tener que vivirlas, pero el hecho es que las estamos viviendo.
¿Qué significa contar estas historias? Como escribí antes a propósito de Stevenson, significa un placer. Siempre se ha hablado mucho del placer de contar historias, placer presente en el hecho de narrarlas oralmente y también de hacerlo por escrito.
Asimismo leerlas es un placer, un gran placer. De hecho, yo pienso que escribir es una forma de leer, de leer en nosotros mismos. Uno va escribiendo a medida que lee en su interior, con todo lo que ha vivido y todo lo que ha leído, con todo tipo de experiencias.
Además, estas novelas de aventuras —a menudo son también películas— están instaladas en lo más profundo de nosotros mismos.
Muchos de estos libros los hemos leído en nuestra infancia y adolescencia, o en nuestra primera juventud. Y puede que sean éstos los libros realmente divertidos, lo que entendemos por divertidos auténticamente, lo que hace que volvamos las páginas con impaciencia y dejemos pasar las horas sin sentirlas. En fin, tampoco me atrevo a afirmar esto de forma categórica porque yo me divierto mucho también con otro tipo de libros.
De todos modos resulta muy curioso que leamos estos libros en una etapa de formación, y que sus autores figuren ya siempre en la nómina de nuestros escritores favoritos. Volveremos a ellos periódicamente a lo largo de la vida, sin abandonarlos nunca, pidiendo consuelo, compañía, algo muy lúdico que no encontramos en otros libros. Volviendo también al que fuimos cuando los leímos por primera vez.
He leído que en 2021 se ha vendido un 20% más de libros. Parece que las novelas de aventuras, en estos tiempos de pandemia, son particularmente adecuadas para sobrellevarlos. Leo Olvidar Machu-Picchu, de Vázquez-Figueroa, ahora que me puedo mover poco, y me siento disfrutar de Sudamérica, de los paisajes andinos, de Machu-Picchu, de las descripciones de pincelada suelta que me hacen imaginar, soñar, viajar sin moverme de casa.
Es frecuente ver en los quioscos novelas de aventuras: Dumas, Verne, Salgari, London... No faltan estas lecturas: nos hacen felices, nos dan algo, en buenas dosis, que tal vez falte en nuestras vidas. O no, no falta, porque estos libros nos lo dan.
Pero ya digo que estas historias no se quedan en el papel, en la teoría, en lo inerte. Son inspiradoras: llevan a la acción. Crean inquietud. Y enseñan algo, algo un tanto indefinible, aparte ciertos conocimientos de geografía, por ejemplo, que puedan transmitir, o ciencia, como ocurre con Julio Verne, u otro tipo de conocimientos. Tal vez enseñen a vivir, aunque no nos demos cuenta de ello. Es probable que por eso los leamos en las etapas de formación. Y al final siempre nos estamos formando…
Para terminar me gustaría escribir unos pequeños apuntes sobre el viaje y la novela de aventuras. El viaje lleva a la aventura, aunque sea pequeña. El viaje es consustancial a la literatura, como todos sabemos, y por supuesto consustancial a la novela de aventuras. Si uno se queda parado en casa le ocurren muchas menos cosas que si sale a la calle.
Ya sólo el salir a la calle implica cierta dosis de aventura, porque en cuanto salimos nos empiezan a suceder cosas. Cuando cambiamos nuestro entorno los sucesos se llenan de riqueza, al igual que lo que vemos y sentimos. Todo eso enriquece nuestra experiencia, la más inmediata y la más lejana, lo que vivimos hace mucho y lo que viviremos en el futuro. Además, quizá sea el enfrentarse a lo desconocido, en mayor o menor medida, lo que acaba generando la aventura.
Por otra parte el ser humano precisa del viaje, tiene también hambre de viaje, como muestra el hecho de que viajar es una de las grandes aficiones de las personas, y que mucha gente lo hace en cuanto tiene tiempo y dinero. Quizá sea también una necesidad para mucha gente, según los momentos de forma más acusada. La literatura puede suplir algunos viajes, o completarlos, o prepararlos para el futuro, para vivirlos con mayor calidad e intensidad. La literatura se encuentra pues conectada con la vida de forma sobresaliente.
La novela de aventuras, por su parte, y yo diría que la novela en general, se nutre de lo inesperado, de lo original, de lo que estimula la curiosidad y el interés por seguir leyendo, por saber qué va a pasar después… y eso lo consigue muy bien el viaje. Por eso seguramente el viaje es tan esencial y básico en la literatura y en la novela de aventuras. Al final resulta que el viaje es sinónimo de aventura, y la aventura de viaje, de un tipo u otro, en mayor o menor medida.
Al principio de Aventura en el Transasiático, de Julio Verne, publicada por Zenda Aventuras, se puede leer esta reveladora frase del escritor francés sobre lo que quizá sea la esencia de lo que estoy escribiendo aquí:
Moverse es vida, y es bueno tener la capacidad de olvidar el pasado y matar al presente con un cambio continuo.
El movimiento es esencial, en la aventura y seguramente en cualquier libro que quiere ser dinámico y resultar ameno al lector. El movimiento, de un tipo u otro, es vida. Leer aventuras significa vivirlas, en mi opinión, de un modo u otro. Por eso estas novelas tienen tanto éxito, porque nos sumergen en la aventura, nos hacen vivirla con los personajes, viajar con ellos y sentir con ellos. Al final consiguen que nos sintamos más vivos, más felices. No se puede pedir más.
Ha sido una aventura leer este excelente artículo sobre aventuras. Un muy buen recorrido para tan poco espacio. Y, efectivamente, leer es vida y aventura.