Foto de portada: Juan Manuel Fernández
La entrega del manuscrito al editor también forma parte del proceso creativo. O al menos así lo cree Julia Navarro, periodista devenida en narradora que escribe todos y cada uno de los días del año, normalmente tres horas por la mañana y otras tantas por la tarde, dejando cada noche una nueva página tan pulida y tan limada que prácticamente no necesitará revisiones posteriores. Así pues, un paso más hacia el final de la novela.
Julia Navarro no habla con nadie de su novela. El único que conoce el argumento es Argos, que levanta una oreja cuando ella lee un párrafo en voz alta y que la baja de nuevo cuando escucha el sonido del teclado. Nadie más sabe lo que esta mujer escribe. Hasta que un día pone el punto final, copia el documento en el pendrive y marca un número de teléfono. Llama a David Trías, su editor de toda la vida, la persona que más se emociona cuando el nombre de Julia Navarro parpadea en su móvil. Ella le dice que quiere verle, él responde que cuando quiera.
Y es en este punto del proceso creativo cuando la escritora se pone supersticiosa. Porque, si hasta la fecha ha publicado ocho novelas, se puede decir que ha repetido el ritual de entrega del manuscrito el mismo número de veces.
David Trías la espera en la recepción de la editorial y, tan pronto como las puertas correderas se abren, ambos se dan un abrazo. En la sala de reuniones ya está preparado el café, pero, antes incluso de entrar, Navarro mete la mano en el bolso, saca el pendrive y se lo entrega a quien ya considera su amigo. El editor coge el dispositivo con la solemnidad que merece el momento, casi como si se tratara de una pepita de oro, y pide a un compañero que lo imprima de inmediato. Toman entonces asiento y, al fin, se ponen a hablar de la novela.
Hasta este momento, Julia Navarro no ha revelado nada a su editor. De hecho, ni siquiera habían acordado una fecha de entrega. De ahí que esa reunión sea tan intrigante: él quiere conocer el argumento, ella desprenderse para siempre del mismo. Así que David Trías sirve café, mira fijamente a su autora y le lanza la pregunta: «Bueno, ¿de qué va?». Y entonces ella desvela la trama, describe a los personajes, justifica el estilo. El editor la escucha con entusiasmo.
Al cabo de un rato, alguien deposita el manuscrito ya impreso sobre la mesa. La autora se sorprende ante el grosor del mismo y Trías sonríe mientras coge el volumen y hace saltar las hojas con el pulgar. Hay párrafos con tipografías diferentes, algo que suele ser habitual en Navarro, a quien no parece importarle que el texto no sea estéticamente uniforme. La escritora pregunta al editor qué le parece el título y se inclina sobre la mesa para analizar su reacción. Los títulos de Navarro han evolucionado mucho: al principio eran convencionales (La Hermandad de la Sábana Santa, La Biblia de barro, La sangre de los inocentes), pero ahora son arriesgados (Dime quién soy, Dispara, yo ya estoy muerto, Tú no matarás). David Trías es sincero, puede permitirse el lujo de serlo, los une una amistad irrompible. Pero también sabe que Julia Navarro no le permitirá cambiar ni una coma. En este sentido, ella es tajante: la historia está escrita y no hay editing que valga. Menos mal que no nació en Latinoamérica.
David Trías guarda en su casa el manuscrito de la ópera prima que ella le trajo en 2004, cuando se presentó por primera vez en la editorial y dijo que abandonaba el periodismo para convertirse en escritora. Aquella novela funcionó tan bien, el público la recibió con tanto entusiasmo y las ventas superaron las expectativas con tanta rapidez que Navarro y Trías decidieron no cambiar el ritual de entrega del manuscrito: la llamada repentina, el pendrive con el texto, el café preparado, la pregunta sobre el título… Se trata de una ceremonia tan arraigada en sus vidas que ya forma parte del proceso creativo. Y es que, para escribir una novela, no basta con ser disciplinado ante el ordenador, sino que también hay que serlo a la hora de ceder el texto a la persona que lo convertirá en una realidad física.
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La última novela de Julia Navarro es De ninguna parte (Plaza & Janés).
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