Imagen de portada: Daniel Mordzinski
Las musas visitan a Marcos-Ricardo Barnatán (Buenos Aires, 1946) cuando éste se pone a escribir. Empezó a darle a la tecla a los 14 años y, desde entonces, ha tocado un sinfín de palos literarios pariendo poemarios –El libro de David Jerusalem o Consulado general–, novelas –El laberinto de Sión o Errante en la sombra–, cuentos –Que alguien escriba su verdadero nombre–, ensayos –Borges: biografía total– y traducciones –Artaud o La epopeya de Gilgamesh–, además de ser jurado, comisario artístico y crítico de arte en medios como El País, El Mundo o Triunfo. Chamán Ediciones acaba de recuperar su Antología de la Beat Generation, que vio la luz, en origen, en 1970 y que supuso que, por vez primera, en la patria de Quevedo se pudiera leer en castellano a Corso, a Ginsberg o a Lamantia. En el prólogo, Barnatán destaca cómo “todos los tiempos, todas las épocas y todas las latitudes del planeta han tenido poetas, esa raza condenada a acompañar al hombre eternamente, guiándolo, recordándole, deslumbrándolo a veces”. Aprovechando este relanzamiento, Zenda entrevista a este todoterreno de las letras.
—Señor Barnatán, ¿qué le inspira?
—Ponerme a escribir. Poniéndome a escribir, escribo. Desde los 14 años, que cogí una máquina de escribir de la oficina de mi padre, me la llevé a mi casa y me puse a escribir poemas como un descosido. Trances en la calle no me suelen ocurrir (risas). También, sobre todo, de joven, me inspiraba la imitación. Leía mucho y, entonces, quería imitar a los que leía. Cuando tenía, eso, 14-15 años, escribía novelas a la manera de las novelas que leía. Es muy importante ese deseo de imitación, que es el que te empuja a escribir.
—¿Las nieves del tiempo también platean las sienes de las musas?
—“Las nieves del tiempo platearon mi sien”. Es un tango muy verdadero. “Volver” es uno de los tangos que más me gustan. Lo he usado: una de mis novelas, la cuarta, se llama Con la frente marchita. Es una novela de retorno a Buenos Aires en la que el que escribe ya es mayor. No tan mayor como ahora, porque hace de eso unos 20 años, pero ya es mayor, ya tiene las sienes plateadas. Y se reencuentra con una ciudad que es y no es la suya. Es el tema de ese libro.
—¿Es usted nostálgico?
—A veces peco de nostálgico, sí. No soy nostálgico militante, pero a veces peco de nostálgico. De alguna manera, el ser un transterrado, el haber nacido en un país tan lejano y vivir en otro, influye. Claro, yo me marché de Buenos Aires con 18 años. Toda mi infancia la pasé en la Argentina, en Buenos Aires, y mi educación primera ha sido porteña. Tengo mucha nostalgia de mi ciudad. He ido muchas veces, pero, de vez en cuando, me cojo unos discos, pongo mis tangos, o cojo libros de autores argentinos que me gustan, y practico la nostalgia, sí.
—En los últimos años, acaba de reeditar el poemario El libro de David Jerusalem y otros poemas (Ars Poetica) y la Antología de la Beat Generation (Chamán Ediciones), y ha recopilado sus cuentos completos en Que alguien escriba su verdadero nombre (Zenócrate).
—Sí, es verdad. En el año 17, aparecieron los cuentos reunidos en Zenócrate, en Bogotá, y también la poesía completa, en un volumen que se llama Todas las noches del mundo. Ambos se presentaron en la Feria del Libro de Bogotá. Hice un viaje con mi mujer a Colombia, invitado por la Feria, pero, lamentablemente, ambos libros no se distribuyen en España. Presenté los poemas reunidos en Buenos Aires, en la Biblioteca Nacional, ese mismo año, pero no había ejemplares. Llevé unos ejemplares para que los tuvieran en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, y ahí están. También están en la Biblioteca Nacional de Madrid, pero es un libro que no se ha distribuido en librerías fuera de Colombia por problemas extraños, burocráticos, de la editorial. Pero sí, estamos en época de reediciones.
—¿Y a qué se debe esta época de reediciones?
—Se debe a que van pasando los años y los libros desaparecen del mercado. Cuando me preguntan “¿dónde encuentro tus libros?”, yo les digo: “Soy de iberlibro.com”. O sea, de librería de segunda mano. En las librerías de primera mano, prácticamente, no hay libros míos. Están agotados o fuera de distribución. El último que se ha reeditado es la Antología de la Beat Generation, que es un libro que tiene 51 años. Lo publiqué siendo muy joven en Plaza y Janés, en una colección muy bonita que hacía Enrique Badosa. Fue un libro que tuvo mucha repercusión, se hicieron varias ediciones hasta que, en un momento dado, desapareció del mercado. Desapareció, incluso, la colección esa. Muchos amigos me decían que tenía que reeditarlo y, de pronto, apareció Chamán Ediciones, se metió en el asunto y el libro se ha reeditado hace unas semanas. Es el mismo libro, muy poco retocado, apenas las biografías de los poetas. Claro, cuando yo lo publiqué estaban todos vivos, y ahora están todos muertos (risas). El último en morir fue Lawrence Ferlinghetti, que llegó a los 100 años. Es un caso muy curioso: con la mala vida que llevaban los poetas beat, que eran gente, precisamente, de mala vida, aficionados al alcohol, a las drogas, a la vida licenciosa, pues Ferlinghetti vivió 100 años, o sea, que no le fue mal.
—Burroughs también murió muy mayor, ¿verdad?
—Burroughs llegó a los 80 y tantos, sí. Ferlinghetti le ganó, eh (risas).
—¡Y tanto!
—Burroughs era el yonki perfecto. Burroughs pertenece a esa generación, pero no está en la antología porque no se consideraba poeta, sino narrador y activista de la droga. Acabo de leer un diario suyo, Últimas palabras, editado en Argentina. Es un diario final, digamos, el que escribió en los últimos meses de su vida. Se mantenía firme en su guerra paranoica con los antinarcóticos y con el FBI. Ese libro es muy curioso. He llegado a la conclusión de que estaba completamente loco, pero es un personaje muy atractivo y, dentro de la literatura norteamericana, muy singular, único, original. Al margen de la temática dura sobre la que escribía, era un innovador formal importante, un experimentador.
—Usted afirma que los beat hacían poesía “rebelde, y no revolucionaria”.
—Efectivamente, ellos eran rebeldes. Iban en contra del sistema capitalista, en contra de la forma de vida americana y en contra de las costumbres, tradiciones y prejuicios de la sociedad americana. De ahí que, muchos de ellos, terminaban internados en manicomios o eran expulsados de las universidades. Su mensaje era subversivo. Ten en cuenta que empiezan a escribir a mediados de los 50, cuando el puritanismo norteamericano imperaba.
—El macartismo estaba a la vuelta de la esquina.
—El macartismo y el puritanismo, las dos cosas. Entonces, Aullido, que es el libro de Allen Ginsberg más famoso, se publica en el 56. Inmediatamente después, aparece En el camino, la novela de Kerouac. Es la Biblia de esa generación y ha tenido una enorme vigencia: hoy en día, se sigue reeditando. Y luego, un poquito más tarde, en el 59, si no me equivoco, se publica El almuerzo desnudo, que es el libro de Burroughs más famoso. Esos son los tres pilares de la generación beat. Claro, el mundo de hoy es muy diferente al de entonces en cuanto a la moralidad, digamos.
—¿Se amplificó la influencia de los beat en España tras la publicación de su antología?
—Yo los traduzco en el 69. Los poemas se publican primero en una revista de León que se llama Claraboya, una revista muy importante de aquella época. Entonces, Enrique Badosa, que era el director editorial de Plaza y Janés de poesía, lo ve y se le ocurre que eso puede ser una antología para su colección, y se publica en 1970. Entonces, ninguno de estos poetas era conocido en España. No se habían traducido. Mis traducciones son las primeras que aparecen en España. Se había traducido a alguno de ellos en América Latina, pero en España no. Entonces, el libro tuvo mucha repercusión. Salieron tres ediciones seguidas en la década de los 70, o sea que el libro cala como libro. Luego, posteriormente, ha habido más ediciones de libros concretos, etcétera. Ahora, la influencia de ellos en el lector es importante, pero quizá no tanto en los poetas. No influyen en la poesía española de una manera directa. Influyen en el espíritu de la época. Ten en cuenta que los beat son el antecedente del hippismo. Los hippies son como beatniks descafeinados, pero son herederos de la misma tradición de protesta, de pacifismo. Son pansexuales, tienen cierto espiritualismo… En contra de los movimientos revolucionarios marxistas, este movimiento tiene algo de religioso no en cuanto a religión de iglesia…
—Son místicos.
—Exacto. Tienen un misticismo muy mixto. Por ejemplo, Ginsberg nació judío y se convirtió al catolicismo; los católicos, al budismo… Hay una amalgama religiosa. Hay un poeta que, de alguna manera, es heredero de los beat en América Latina: Ernesto Cardenal. Este sacerdote nicaragüense tiene un poco la herencia de los beat en la poesía en castellano.
—Me gustan mucho estos versos de Gregory Corso: “Poesía es buscar la respuesta / Alegría es saber que existe la respuesta / Muerte es conocer la respuesta”. Como poeta, ¿está de acuerdo?
—Bueno, es una manera de verlo… Quizá, demasiado radical a mi entender (risas). No da pie a matices, ¿no? Pero bueno, es efectivo. Es una manera muy efectiva de decirlo.
—Su hijo, Jimmy Barnatán, me dijo que conoció a Ginsberg en un tren. ¿Me puede dar su versión de los hechos?
—(Risas) Eso es muy gracioso. Mi mujer, Jimmy y yo veníamos en un AVE de Zaragoza a Madrid, y había un señor en el vagón que se movía mucho, tenía muchas maletas, algunas puestas en el estante que está encima de los asientos, junto a un aparato metálico con ruedas para trasladarlas puesto allí. Mi mujer se inquietó porque pensaba que se podía caer ese aparato encima del niño. Jimmy tendría 11 ó 12 años. Esto fue en el año 93, si no me equivoco. Entonces, mi mujer riñó a ese señor. Y yo le digo: “Hay que ver, cómo se parece ese hombre a Arafat”. Y dice Rosa: “No, no es Arafat. Para mí, es Allen Ginsberg”. Nos quedamos con la duda, no le dijimos nada. Cuando llegamos a Atocha, vemos que, en el andén, le esperaba gente del Círculo de Bellas Artes. Entre ellos, un poeta que era amigo nuestro, José María Parreño, que era el encargado de literatura del Círculo. Entonces, confirmamos que se trataba de Ginsberg. Venía acompañado de otro señor, su pareja. Estaba muy resfriado. Y ahí termina esa parte de la historia. 24 ó 48 horas después, llama por teléfono a casa Parreño y me dice: “Marcos, Allen Ginsberg me ha preguntado que si Barnatán vive”. Él le dijo: “Sí, claro. Es amigo mío, le conozco”. “Entonces, por favor, dile que me gustaría que viniera a la lectura que voy a dar en el Círculo. Fue mi primer traductor en España. Quiero conocerlo”. Entonces, Barnatán, resucitado (risas), se presentó en el Círculo de Bellas Artes. Hubo una ceremonia, una lectura de poemas, la única que hizo en España, y efectivamente, estuvimos allí con él charlando. Y obviando el incidente del tren (risas). Nos hicieron algunas fotografías.
—Si tuviera que quedarse con una vivencia inolvidable de su trayectoria literaria, esta sería…
—¡Qué difícil! (Piensa) Mi amistad con Borges. Descubrí a Borges con veintitantos años. Siendo muy joven, no participaba de la devoción por Borges, estaba en otro rollo. A los 22 años, cuando fui a la Argentina a hacer el servicio militar… Mi servicio militar consistió, casi, en perseguir a Borges. Éste daba una conferencia, y yo iba a oírle; Borges salía de la conferencia, iba a un restorán, y yo me sentaba en la mesa de al lado para oírle hablar…, pero siempre sin acercarme a él, con una especie de respeto extraño, supersticioso. Hasta que un día me decidí a llamarle por teléfono. El teléfono de Borges estaba en la guía de teléfonos de Buenos Aires. Me dijo: “Venga cuando quiera”. Entonces, me citó a desayunar un día, fui a su casa y, a partir de ahí, dábamos paseos por la ciudad. Necesitaba siempre un lazarillo para caminar. Le llevaba a las librerías. Cuando volví a España, decidí que tenía que difundir la obra de Borges que yo había rechazado de joven y que luego me había maravillado. Fue uno de los shocks literarios más importantes en mi formación como escritor.
—Por cierto, si le digo Jimmy Barnatán, usted me dice…
—Te digo que es mi hijo, mi único hijo. Que es un crack, que tiene una voz maravillosa, mucho gusto para cantar y que escribe muy bien. Ha escrito ya varios libros. Es un showman también.
—Y si le digo Rosa Pereda…
—La mujer con la que me casé, la madre de Jimmy, una periodista brillante, una gran entrevistadora. Una buena persona. Y compañera de vida.
—Para finalizar, ¿suscribe estos versos de Ginsberg: “El peso del mundo es amor… / No hay sosiego sin amor, / no se duerme sin sueños de amor, / (…) el deseo final es el amor…”?
—Sí, sí. Estos son más suaves que los de Corso (risas). Suena a canción, ¿verdad?
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