Un padre y un hijo tratan de conseguir comida en un escenario plagado de basura; una antigua actriz vive con un mono mientras intenta sobreponerse al abandono de su acompañante; dos hombres incendian un hotel de un pueblo para cobrar el dinero del seguro contra accidentes. Edilio Peña retrata el deterioro del mundo actual en su libro Hambre en el trópico: Teatro del apocalipsis, publicado en España por Kálathos ediciones.
El volumen reúne tres obras cortas del dramaturgo venezolano: “Hambre en el trópico”, “La noche de la bestia” y “La ópera del suicida”, piezas que trasmutan la realidad en un universo absurdo evocador de la dramática de Samuel Beckett.
Zenda adelanta un fragmento del libro.
***
LA ÓPERA DEL SUICIDA
(Pieza teatral)
PERSONAJES
MA
PA
CHICO
EL AHORCADO
EL DUEÑO DEL HOTEL
LA MADRE SUPERIORA
EL VIGILANTE
EL HOMBRE SIN CABEZA
Escena I
(En penumbra, la habitación clausurada de un viejo hotel. De pronto, el silencio encerrado es interrumpido por un ruido estruendoso y la puerta de la habitación se abre. En ese instante, una imagen espeluznante e inquisitiva irrumpe con una explosión de luz: del techo cae el cuerpo rígido de un hombre colgando del cuello. La expresión de su rostro es patética, con sus ojos desorbitados y su boca desmesuradamente abierta. De inmediato, se oye un lejano grito operístico salir de su garganta.
En el umbral de la puerta, aparecen tres personajes más: CHICO, PA y MA. Ingresan a la habitación ignorando a EL AHORCADO.)
MA.-
(Vestida de monja. Lleva una maleta.) ¿Hay alguien más aquí?
CHICO.-
(Encapuchado con un martillo en la mano.)Nadie. Solo la ausencia de un muerto.
MA.-
Creí sentir su presencia… hay un olor a rosas marchitas. Penetrante.
PA.-
(Vestido de vigilante y armado con una escopeta.) Los muertos son así, regresan sin avisar siguiendo el olor de las rosas que aún los recuerdan.
CHICO.-
Esta habitación fue clausurada por la policía hasta tanto no se aclaren las razones del misterio de lo que aquí sucedió.
PA.-
CHICO, no debiste traernos a este lugar prohibido.
MA.-
Igual pienso yo.
CHICO.-
No tenía otra opción. No teman. Aunque no lo crean, eso la hace un refugio más seguro para los dos. ¿A quién se le puede ocurrir buscarlos en este lugar? Aquí ni siquiera el fuego los alcanzaría.
MA.-
¡Santo Dios! Estamos invadiendo la escena de un crimen. ¿Y si a nosotros nos acusan de asesinato?
CHICO.-
No ocurrirá, MA. Porque lo que aconteció en esta habitación no fue un crimen. Fue algo más que eso.
PA.-
¿Qué fue entonces?
CHICO.-
Algo que las palabras no pueden expresar. Tan espantoso que las bocas enmudecerían de solo pensarlo.
PA.-
¿Cómo lo sabes?
CHICO.-
En esta oreja me lo dijo el hermano del muerto.
MA.-
¿Quién?
CHICO.-
Mi jefe. EL DUEÑO DEL HOTEL. Fue el primero que encontró al infeliz que se negaba a abrir, antes de forzar esa puerta. Un sacerdote, que vino con el forense y la policía, reculó y se negó a santiguar el ataúd del muerto. En el cementerio, los sepultureros arrojaron sus palas y huyeron al ver, detrás del cristal, la expresión última de su cara. Era el único hermano que tenía y no podía dejar de enterrarlo a la sombra de ese árbol amarillo que está allá afuera. Desde entonces, sus ramas se llenan de pájaros negros. El pobre vivía en esta habitación y, a media noche, se levantaba de la cama y como el alma en pena que camina al filo de una navaja, abría la ventana de par en par. Entonces, con sus ojos extraviados, comenzaba a cantar el aria de LA ÓPERA DEL SUICIDA. Una ópera que él mismo había compuesto. (Canta el aria de la ópera. EL AHORCADO también comienza a cantar el aria, en una especie de contrapunteo.) El loco despertaba a todos los huéspedes del hotel y estos salían de sus habitaciones con un barullo a protestar a la recepción: ¡Queremos dormir!, ¡queremos dormir!… EL DUEÑO DEL HOTEL, con las manos en los oídos, los calmaba exonerándolos del pago de la habitación. Entonces, los huéspedes volvían a sus camas a tratar de conciliar el sueño con aquella ópera que se oía tronar desde la habitación que hoy ocupamos.
MA.-
Qué historia…
CHICO.-
El desgraciado estudiaba canto lírico por correspondencia… En realidad, nunca recibió un diploma que lo acreditara como cantante de ópera. El diploma llegó después de su muerte. Su hermano lo colocó allí en la pared con una corona de rosas rojas que después se marchitaron. Fue el último tributo a una vida que no lo quiso.
MA.-
Qué triste…
CHICO.-
A decir verdad, se comenta que el cantante de ópera era un solitario que se ahorcó con el largo cabello de una mujer que nunca le correspondió…
PA.-
¡Dios! No me imagino colgando del cabello de una mujer.
MA.-
Ahora comprendo porqué a algunas mujeres no les gusta ir a la peluquería a cortase el cabello.
(PA y MA se acercan a una pared en la que cuelga el supuesto diploma. Lo miran con interés e intriga. En realidad, es un enorme cartel de publicidad de una época remota. Con la imagen de una boca abierta que muestra el foso oscuro y profundo de la garganta.)
PA.-
Una boca que grita…
CHICO.
El grito es el emblema de la academia de ópera donde estudiaba Willy.
MA.-
¿Se llamaba Willy?
CHICO.-
Sí.
MA.-
Pobrecito.
CHICO.-
No se acerquen mucho al hueco negro de la garganta.
PA.-
¿Por qué?
CHICO.-
Puede tragarlos. Uno de los policías que vino a investigar la vez pasada desapareció por allí sin dejar rastro.
(De la garganta se escucha un aliento grave, como un fuerte remolino que sale de su interior y succiona lo que halla a su paso. Los objetos de la habitación comienzan a temblar. Algunos caen y son arrastrados. PA y MA se toman de las manos tratando de resistirse a ser tragados por la garganta. Se estiran como muñecos de goma. CHICO intenta socorrerlos y, con fuerza, sujeta a ambos por la cintura, pero la garganta lo despoja de su capucha y se la traga. CHICO tapa su rostro con las manos antes de ser reconocido. De inmediato, cesa el turbulento aliento caníbal de la garganta. Los tres se quedan mirando el cartel de publicidad con estupor e incredulidad.)
PA.-
¡Díos mío, qué peligro es estar cerca de la ópera!
MA.-
Casi muero del susto…
CHICO.-
¡Qué lástima! Me había acostumbrado a estar sin rostro
(Lentamente, CHICO aparta las manos de su cara. Al momento se oscurece el rostro de EL AHORCADO y desaparece su cabeza. CHICO ahora tiene el rostro del muerto que cuelga.)
PA.-
¿CHICO, y si la policía nos encuentra?
CHICO.-
No los van a encontrar. Yo me deshice de cualquier rastro antes de llegar acá con ustedes.
PA.-
Mataste a LA MADRE SUPERIORA.
CHICO.-
No, sólo la noqueé. Además nadie me reconoció. ¿Quién podía reconocer a un encapuchado? Es muy difícil que unos ancianos con demencia senil puedan darle una pista a la policía. Además, estos tendrían miedo de prolongar la investigación hasta acá. No quieren que a ningún otro le vuelva a pasar lo que ocurrió con su compañero. EL VIGILANTE de la garita se quedó dormido con aquel café que le obsequié cargado de barbitúricos. Despertará dentro de tres días, si es que despierta… ¿no lo mataste?
PA.-
No, sólo le arrebaté el arma.
CHICO.-
¡Que raro! Yo oí un disparo, mientras te esperábamos dentro de la camioneta.
PA.-
No… No… Pero yo sí vi que tirada en el piso estaba LA MADRE SUPERIORA, sangrando a borbotones por la cabeza. No debiste haber llevado ese martillo. Con una pistola de juguete hubiera sido más que suficiente para despojarla de su vestimenta.
MA.-
Pobrecita, le encantaba rezar. Seguro que si se salva de ese golpe en la cabeza, comenzará a rezar El Padre Nuestro al revés.
CHICO.-
Ah, ahora me reprochan que los haya secuestrado del destino que les esperaba. Si no hubiese sido por mí, todavía estarían confinados en ese ancianato donde el tiempo envejecía más rápido que ustedes. ¿Podrías dejar de apuntarme?
PA.-
Perdón. No soy yo. Es la escopeta. Tiene esa costumbre…
MA.-
Sangro… ( Se toca la frente por donde ha comenzado a sangrar.) mucho…
CHICO.-
Es una ilusión, MA. No tienes porqué sangrar de verdad. Solo estás disfrazada de LA MADRE SUPERIORA. (La despoja de la cofia de monja que lleva en la cabeza.) Ahora volverás a ser tú…
MA.-
Miren… (Intrigada, deteniéndose en la figura de EL AHORCADO que se balancea con el crujir de la viga del techo…) ¿ustedes ven lo que yo estoy mirando…?
CHICO.-
¿Qué cosa?
MA.-
Un hombre cuelga del techo.
PA.-
El espíritu del suicida. O es una sombra que te confunde… y se proyecta en alguna parte de tu mente.
CHICO.-
Aquí no hay ningún muerto. Solo ronda su ausencia. Se los he dicho. MA, tómate la pastilla… creo que has comenzado a ver alucinaciones. (Se oye un timbre.) Me llaman de la recepción… debo volver a mi trabajo. Me llevaré el reloj, para que la idea del tiempo no los atormente. (Descuelga un inmenso reloj de pared.) Hasta luego…
PA.-
Espera, ¿en qué número de habitación estamos?
CHICO.-
¿Por qué lo preguntas?
PA.-
Por si necesitamos llamarte para que nos socorras.
CHICO.-
Esta habitación no tiene número
PA.-
¿No existe?
CHICO.-
Exactamente.
PA.-
Y, entonces, ¿qué hace ese teléfono ahí? (Señala un viejo teléfono ubicado sobre la mesita de un rincón.)
CHICO.-
De adorno. Es simplemente un adorno. No se puede llamar ni recibir llamadas. El último que lo usó ya no reside en este mundo. Adiós. (Sale abandonando la habitación y de inmediato se oye repicar al teléfono.)
(PA queda petrificado. El teléfono vuelve a sonar. MA anima a PA a tomarlo. PA se acerca al teléfono y levanta el auricular. Se ilumina de nuevo el rostro de EL AHORCADO.)
PA.-
(No sabe cómo reaccionar. Tartamudea con el teléfono en la mano.) Aló… ¿ quién es?
EL AHORCADO–
La voz del ahorcado…
PA.-
¿El muerto?
EL AHORCADO.-
Sí.
PA.-
¿Willy?
EL AHORCADO..-
Sí.
(PA suelta el teléfono y lo apunta de inmediato con la escopeta.)
EL TELÉFONO.-
¿A quién piensa matar?
LA ESCOPETA.-
(Separándose de las manos de PA.) A nadie…yo solo soy una escopeta descargada. No tengo balas ni siquiera para suicidarme.
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Autor: Edilio Peña. Título: Hambre en el trópico. Teatro del apocalipsis. Editorial: Kalathos. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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