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Marina Perezagua: “Nueva York es una ciudad desmedida, donde dialoga lo peor y lo mejor del ser humano”

Marina Perezagua: “Nueva York es una ciudad desmedida, donde dialoga lo peor y lo mejor del ser humano”

Cuando la industria editorial española tiene la imperante necesidad de descubrir nuevas escritoras para ensalzar a la categoría de imprescindibles y convertirlas en asiduas a las listas de los libros más vendidos, surgen de manera espontánea verdaderas autoras de calidad en pequeñas editoriales. Este es el caso de Marina Perezagua (Sevilla, 1978), que ha publicado hasta el momento sus cuatro trabajos en Los Libros del Lince: dos libros de relatos (Criaturas abisales y Leche) y dos novelas (Yoro y Don Quijote de Manhattan. Testamento yankee), con los que se ha convertido en una de las voces más poderosas del panorama literario actual. Su pasión literaria va unida a su condición de nadadora y buceadora de apnea. Tanto es así, que el verano de 2015 cruzó a nado el Estrecho de Gibraltar. Esta mujer que vive en Nueva York desde hace catorce años puede con todo. Y con todas. Esta entrevista se realizó a través de decenas de correos electrónicos.

En su nueva novela, Don Quijote y Sancho Panza despiertan “amnésicos” en pleno centro de Manhattan. ¿Por qué resucitarlos ahora? ¿Qué motivo le inspiró? ¿Y por qué hacerlo en las calles neoyorquinas?

Sólo puedo responder la última pregunta. No sé por qué los resucité ahora, ni tampoco recuerdo si hubo un motivo concreto que me llevara a hacerlo. Sí sé que los situé en Nueva York por varias razones. Es una ciudad que conozco bien, después de catorce años aquí. También, por ser una ciudad desmedida, donde dialoga o directamente batalla lo peor y lo mejor del ser humano. Me parece muy apropiada para la hipérbole, que tanto juego da a la comedia como género.

Cuesta imaginar a Don Quijote y Sancho Panza en el estadio de los Mets…

Ellos no ven el partido, me interesaba más bien el estadio totalmente vacío en un mundo ya apocalíptico, donde sólo un día antes ese mismo estadio estaba ocupado por 40.000 personas que ya no existen. Pero en realidad, no me cuesta imaginarlo, pienso que un hombre cualquiera de hoy viendo una corrida de toros responde a los mismos estímulos a los que respondía un romano presenciando una naumaquia hace veinte siglos.

Don Quijote de Manhattan.inddMuestra también algunos guiños contemporáneos, como cuando sus protagonistas se visten de C-3PO y de ewok.

Sí, toda la novela es un diálogo entre la alta cultura y la cultura más popular. Pienso que, obviamente salvando las distancias, este diálogo también existía en la obra de Cervantes, lo que ocurre es que por la distancia temporal todo lo pasado tiende a adquirir una pátina de grandeza intelectual.

Este recorrido por Manhattan le permite señalar algunas características propias de la sociedad estadounidense, como la venta de armas o los problemas raciales.

Sí, aunque la novela está escrita en un tono cómico, me serví del humor para construir los soportes del gran sueño americano, que se ha convertido en el gran sueño humano. Se tratan temas como la venta de armas, pena de muerte, el feminismo mal entendido, las nuevas corrientes animalistas, los abusos de la policía, los problemas raciales…

Después de una novela tan dura como Yoro, ahora se decanta por el humor, aunque como le pasa al Quijote de Cervantes, dentro de su ligereza la novela esconde mucha trascendencia. ¿Por qué este cambio en su registro, acostumbrados como estábamos a sus historias densas?

No me parecía ético, literariamente hablando, seguir explotando la misma fórmula. Por otra parte, la Marina Perezagua más oscura es una gran parte de mí, pero la otra parte, como autora, está ocupada por un gran sentido del humor y luminosidad, y creo que por ello en este libro me muestro más integral como autora.

Ha escrito esta novela en dos meses y medio de trabajo, con jornadas de catorce horas diarias. ¿Sigue una disciplina/rutina para escribir?

Sí, soy muy disciplinada, no sólo para la escritura, sino para todo. Prefiero empezar a escribir muy temprano, y dentro de las catorce horas incluyo la lectura. El proceso creativo me tomaba casi todo el día, pero no es que escribiera catorce horas al día, ni mucho menos, sino que estaba sentada esas catorce horas, en las que todo lo que hacía tenía que ver con la novela.

"Mi romance con las obsesiones ha sido una historia muy larga. Hasta que fui adulta sufrí bastante las consecuencias de un trastorno obsesivo compulsivo."

Esa disciplina habrá sido muy necesaria para haber atravesado a nado el Estrecho de Gibraltar. Reconoce que estas prácticas —junto con la apnea— han influido en su escritura. ¿De qué manera?

Creo que todo texto debe tener un aliento, un ritmo, una cadencia. A menudo esto se considera un detalle extra, que suma puntos si se consigue, pero que no resta nada si no se tiene en cuenta. Para mí en la respiración está la vida del texto, por eso la disciplina en el agua me da el aliento estable que voy a necesitar cuando escribo. No es la única manera, por supuesto. A veces me imagino que escribo con un metrónomo al lado. Establezco el compás según lo requiera cada escena y escribo a un ritmo que normalmente huye de la arritmia.

La intensidad está muy presente en sus dos libros de relatos y en su primera novela, Yoro. ¿Se considera una mujer intensa?

Sí. Esta vida nos da un tiempo limitado y siempre tengo esto presente. Cada momento es precioso, un regalo, y quiero vivirlo intensamente.

Y también “un pelín obsesiva”.

Un pelín, no. Muy obsesiva. Mi romance con las obsesiones ha sido una historia muy larga. Hasta que fui adulta sufrí bastante las consecuencias de un trastorno obsesivo compulsivo. Esto, según dicen los expertos, que se desacreditan a sí mismos cada día, no se cura. Bueno, en mi caso sólo puedo decir que no me lo curaron ellos, ciertamente, sino yo, tratando de comprender de dónde venían esos actos de confirmación convulsivos, por qué, tratando de razonar lo que en realidad no tiene razón de ser. Me sometí a un proceso de desintoxicación, por así decirlo. De levantarme veinte o treinta veces de la cama para ver si había apagado el gas (lo cual me impedía de todo punto el sueño y me agotaba) lo reduje a una. Obviamente permanecía en la cama llorando, pensando que no confirmarlo de nuevo haría que la casa estallara por los aires. Pero después de meses comprobando que mis ritos no alteraban la realidad, comencé a razonar. Hoy esto no afecta en nada mi vida diaria. Conservo algunos rituales, pero no me ocupan ni el 1% de mi día. Sí soy obsesiva en mi trabajo, pero esto sólo me trae satisfacciones.

No hay nada reconocible de su vida en sus textos. De hecho, escribió en un artículo publicado en ¡A los libros! que “en cuanto me detecto a mí misma en una historia, me expulso y, si me niego a salir de ella, no lo publico”. ¿Por qué este interés tan arraigado de no aparecer en su obra?

Me gustan los retos. No me parece ningún reto hablar de uno mismo. Además, prefiero crear nuevos personajes que mirarme al espejo. Me interesa la vida, y hablar conmigo misma no es tan divertido como hacerlo con otros. Ojo, no quito valor a los libros que muestran al autor, pero no me interesa escribirlos. Es un deporte distinto. No desprecio el golf, veo por qué puede interesar, pero prefiero otros deportes.

Sus escritos de corte personal, aparentemente sinceros, los deja para las redes sociales, donde en muchos casos cuenta historias bastante íntimas.

Sí, esto es distinto. Siempre aviso en las redes sociales que lo que publico ahí no es producto de la reflexión, ni de un proceso estético. Son cosas simples, que me pasan en el día a día, que suelo escribir en el metro porque paso mucho tiempo ahí, y que comparto con los amigos o conocidos como una especie de diario público, reservándome, claro está, lo más privado. Me gusta la interacción en las redes sociales. Me parece (al contrario de lo que usualmente se piensa) un lugar que puede ser muy cálido si uno se toma el interés de hacerlo acogedor.

Háblenos del ambiente en el que se crió.

Soy hija única. Un ambiente muy solitario, pero lleno de historias. Mi padre tenía una enorme biblioteca y yo tenía acceso a todos los libros, normalmente clásicos. No recuerdo haber leído nunca literatura infantil. Los primeros cuentos que leí fueron los del volumen Cuentos al amor de la lumbre, que no son precisamente cuentos para niños, y creo que marcaron gran parte de la escritora que soy. Mi madre también me contaba muchísimas historias, tiene una gran imaginación, y me cantaba romances antiguos. Además solía pasar muchísimo tiempo en la montaña, en periodos muy salvajes, donde a pesar de mi corta edad me daban libertad para coger todos los bichos del campo, lastimarme, aprender a valerme por mí misma en terrenos hostiles. Creo que esto también me ha conformado en la persona y la escritora que soy hoy.

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Lleva catorce años viviendo en los Estados Unidos. Ahora que se dedica plenamente a escribir, ¿ha pensado en regresar a España?

Sí, mi idea es comenzar a vivir en España seis meses al año, quizá a partir del año que viene.

¿Se puede vivir de la literatura?

Hay que pensar que sí. Es la pescadilla que se muerde la cola. Si optas por la seguridad del cheque a fin de mes en un trabajo que te consume la escritura se resiente, y si no se resiente la escritura se resiente tu bienestar, tu vida personal. Yo dejé la universidad, a pesar de que dar clases me apasiona, pero había llegado al límite de mis fuerzas. Me arriesgué y me fui. Estuve un año pasándolo realmente mal, viviendo de los poquísimos ahorros que tenía, hasta que se me acabaron. Ahí pensé que dejar la universidad había sido un gran error, pero entonces llegaron algunos contratos internacionales que no pueden llevarme a decir que viviré de la literatura, pero sí que viviré de la literatura durante los próximos dos años.

¿El salto de la enseñanza a la literatura fue buscado o fortuito?

Fue buscado. Me apasiona dar clases, el contacto con los estudiantes. La enseñanza es mi otra gran vocación, pero estaba agotada y tuve que elegir un solo trabajo. Llevaba años compaginando los dos.

¿Qué me dice si le pregunto por su editor, Enrique Murillo?

Siempre se ruboriza cuando se lo digo: es el hombre de mi vida, si entendemos por esto lo que realmente es: el hombre que más quiero y que más positivamente ha afectado no ya a mi carrera, sino al bienestar de mi espíritu.

De entre los títulos que conforman su obra, ¿sería capaz de destacar uno de ellos y alegar alguna razón para tal selección?

Lo que pasa es que cuando escribo un libro ya pienso en el siguiente. Destaco, entonces, mi próximo libro, por la razón de que si hay un próximo libro es porque será mejor. Espero no publicar nunca (no sabiéndolo de antemano) un libro peor que el anterior.

"La curiosidad es precisamente lo que nos lleva a crear de verdad."

Es usted una persona muy viajera. ¿Cuál fue su último gran viaje? ¿Cuál ha sido el gran viaje de su vida?

No soy tan viajera. Ni siquiera, hoy en día, me gusta muchísimo viajar. He viajado mucho por trabajo, becas… pero hace cuatro años que no viajo por gusto, cuando fui a la isla de El Hierro. Me dan pánico los aviones y además los viajes me sacan de la rutina que necesito para estar serena. Tal vez si viajara menos por motivos de trabajo me apetecería hacerlo como placer, puede ser, pero ahora mismo mi mejor viaje es quedarme en casa.

Usted ha vivido durante algunos meses en Japón. ¿Qué le aportó esta experiencia a nivel personal? ¿Y como escritora?

Fueron estancias de unos dos o tres meses, en tres ocasiones consecutivas. Me aportó un reencuentro con una literatura que siempre había amado, la que me formó como adolescente (devoraba a Mishima). Me aportó también cierta flexibilidad de mente a partir de un dato sólo en apariencia contradictorio: hay mentalidades que funcionan de un modo distinto al mío, y que nunca podré entender. No puedo hablar ni siquiera de diferencias culturales, sino de un modo de razonar tan distinto al occidental que siempre hay un punto en el que uno no va a entender. No se trata de estar de acuerdo o no, se trata de poder entender ciertos mecanismos que nos son ajenos.

¿Recuerda por qué empezó a escribir?

Me gustaba crear personajes. No diferenciaba muy bien la realidad de la ficción, ni siquiera hoy lo hago. Algunos personajes eran mis amigos. Esto no lo hacía muy diferente de jugar con otro niño en el parque.

¿Cómo tiene la imaginación?

Desbordada. Esto, que parece positivo, lo es sólo en el proceso de escritura. Cuando termino un libro sufro mucha ansiedad porque me vienen mil imágenes, cada una con su historia completa, de principio a fin. Tengo que quedarme sólo con una. Y solamente cuando me decido por esa única historia me calmo y puedo dejar que la imaginación trabaje al servicio de ese proyecto, ya sin ansiedad.

La curiosidad es otra de las virtudes fundamentales para un escritor. ¿Lo es también para usted?

Sin duda. La curiosidad es precisamente lo que nos lleva a crear de verdad. Si uno no es curioso se dedica a escribir sobre sí mismo, y respeto las autobiografías, las leo, las disfruto, pero no creo que pudiera llegar a disfrutar escribiendo sobre mi vida.

¿Cómo es el proceso creativo de Marina Perezagua?

Me despierto muy temprano, las cinco es la hora ideal, bebo un té y empiezo a escribir. Luego desayuno de manera contundente. Sigo escribiendo y luego paso a la lectura. Al final del día voy a la piscina y en los entrenamientos me vacío la cabeza al tiempo que la voy llenando de nuevas ideas, porque son entrenamientos bastante largos.

Rafael Chirbes afirma que “leer y escribir han sido casi siempre un modo de refugio”. ¿De qué busca refugio Marina Perezagua?

El mundo está difícil, imagino que escribir es un modo de evadirte al tiempo que lo comprendes mucho mejor. Escribir para mí no es tanto un refugio sino la posibilidad de entender el entorno sin que te duela tanto que te impida actuar positivamente en él.

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¿Qué ha aprendido de sí misma leyendo que no hubiera podido aprender sola?

Uno se comprende a sí mismo porque es capaz de razonar, y el razonamiento viene determinado por la articulación del lenguaje. No podría decir qué cosas no sabría de mí misma sin haber leído, pero sin duda sería una persona menos consciente de sí y tal vez menos vital. La lectura te promete otras vidas y personalmente cuando termino de leer me niego a que mi realidad sea una realidad única, siempre tiendo a vivencias caleidoscópicas.

¿Cómo es ahora un día de diario en su vida?

Muy rutinario. Escribo, leo y entreno. Apenas salgo de noche, tal vez una vez cada tres meses. Y apenas voy a actos literarios.

"Yo no soy la misma que era hace diez años, cómo voy a querer escribir lo mismo que quería escribir entonces."

¿Hay algún estereotipo de escritor en el que odiaría caer?

Los escritores malditos, los que dicen sufrir cuando escriben. Me parece o bobo o arrogante. Por una parte nadie les obliga a escribir, por otra decir que se escribe con dolor es como presentarse a sí mismo como un mesías que se sacrifica para redimir al otro. Yo no tengo alma mesiánica, la vida es corta y escribo porque me lo paso bien.

¿Qué le gustaría alcanzar a nivel editorial en los próximos años?

Seguir con los contratos internacionales. Creo que esto es lo que salva a muchos escritores.

¿Alguna idea en la cabeza desde hace muchos años?

No. Me extraña mucho cuando alguien dice “llevo diez años pensando en una novela”. Las personas no somos estáticas, cambiamos continuamente, crecemos. Yo no soy la misma que era hace diez años, cómo voy a querer escribir lo mismo que quería escribir entonces. Seguramente las personas que lo hacen tienen una explicación, pero yo no la he encontrado.

Decía Marguerite Yourcenar que una de las mejores maneras de conocer a alguien es ver sus libros. ¿Hay muchos libros en su biblioteca?

Sí. Muchísimos. Pero es algo que intento corregir. Trato de leer más libros prestados de amigos o bibliotecas, porque realmente no tengo espacio. O frigorífico o libros, qué risa.

¿Qué género predomina en su biblioteca?

Ficción.

¿A qué le tiene miedo?

A la envidia.

¿Quién es Marina Perezagua?

Una persona como todas: la suma de las que han sido y las que son. Una conciencia colectiva que sabe que todo lo que escriba o diga parte del diálogo con los demás.

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