La editorial Lumen celebra el centenario del Ulises de James Joyce, «la gran novela del siglo XX», con una cuidada edición. La editorial ha optado en esta ocasión por publicar la magna novela del genio irlandés en un solo volumen que, pese a su grosor, resulta sorprendentemente manejable. Esta edición también lleva un mapa desplegable donde se señalan los lugares emblemáticos de la reducida trama urbana por la que se mueven los personajes de la novela, que seguramente hará las delicias de algún lector que piense planificar un viaje, tras la lectura del Ulises, al Dublín de Joyce, o de Stephen Dedalus y Leopold Bloom. Por lo demás, esta edición preserva el prólogo antológico, y la «ya clásica versión de José María Valverde, considerada la mejor en español por haber sabido conservar el virtuosismo léxico y fonético del original, obtuvo el Premio Nacional de Traducción en 1976»; versión que fue nuevamente revisada, conviene tenerlo en cuenta, por el propio poeta filólogo en 1988. El Ulises, por su accidentada y problemática publicación, así como por las continuas correcciones y añadidos del exiliado irlandés, está sujeta a una permanente dilucidación por los estudiosos de la obra joyceana, lo que obliga a una permanente revisión de sus contenidos para actualizar «la información aparecida sobre la obra en las últimas décadas». De esta delicada misión se ha encargado con pulcro decoro y acierto el filólogo y traductor Andreu Jaume, que también ha prologado este libro con una mesura y rigor que refuerza, y ese es su mayor acierto, los canónicos planteamientos de José María Valverde: «con el objetivo de que su traducción sirva a un nuevo siglo y a una nueva generación de lectores».
¿Pero qué tiene esta novela que merece por sí sola un centenario, celebrado por todo lo alto no solo por sus estudiosos, sino por la mayoría de editores y lectores de nuestro orbe occidental, y que cuenta con un día señalado —todos los 16 de junio— en el laico santoral de la literatura: el Bloomsday?
El Ulises es una novela que siempre ha contado con el entusiasmo de los poetas, siendo estos, en los difíciles pasos iniciales de su publicación, sus máximos valedores: desde William Butler Yeats a Valéry Larbaud, y desde Ezra Pound a Thomas Stearns Eliot. Esta atracción de los poetas por la obra de Joyce, especialmente por el Ulises, no ha decaído y se ha perpetuado en el tiempo. Piénsese que dos de los más renombrados traductores de Joyce en el ámbito de nuestra lengua son notables poetas, además de reputados filólogos: Dámaso Alonso, que firmó su primera traducción de El retrato del artista adolescente con el seudónimo de Alfonso Donado (1926), y José María Valverde. Incluso Jorge Luis Borges, siempre tan refractario al arte de novelar, cayó rendido ante el embrujo verbal del Ulises y de Finnegans Wake.
Los poetas, no me canso de decirlo, son autores que van escribiendo su obra por entregas y que al final la reúnen en un solo libro. James Joyce, al que muchos consideran un poeta que escribe prosa, se aproxima mejor que cualquier otro novelista a este proceder creativo y literario característico de los poetas. Su obra configura un todo del que cada parte se retroalimenta. Ese es el principal motivo de que pueda considerarse El retrato del artista adolescente una reescritura de Stephen Hero, y el Ulises como una prolongación, al menos en los tres capítulos iniciales, de El retrato del artista adolescente y como un cuento de Dublineses que se le escapa a su autor de las manos. En este sentido la obra literaria de Joyce, y el Ulises como su cumbre creativa, puede considerarse una poiesis, un devenir escritural que en cierta medida explica su gusto por la experimentación y los juegos verbales y los procedimientos desautomatizadores —aunque desconociese los trabajos de Víktor Shklovski— del lenguaje. El arte de contar estaba exhausto cuando James Joyce, más allá de realismos, naturalismos, simbolismos, modernismos y de cualquier otro movimiento literario de preguerra, lo revitaliza desde una innovadora perspectiva creativa en la que subyace un insoslayable nexo escritural, más que autobiográfico, autográfico. A Leopold Bloom no solo le gustaría adoptar al Telémaco Stephen Dedalus, al que lleva a su casa de 7 Eccles Street, sino que, además de trasladarle su experiencia, también, secretamente, anhela ser una proyección de su vital inteligencia: «¿Para qué criatura fue la puerta de egreso una puerta de ingreso?», se pregunta James Joyce al final del periplo de sus personajes.
El Ulises quizá, por ello, sea un libro compilador. En sus páginas se encuentra reescrita toda una tradición literaria, desde Homero a Dante, y desde Shakespeare a la revisión crítica que de la novela realista había planteado Flaubert en su Bouvard y Pécuchet, algo que sabía muy bien James Joyce, hasta el extremo de llevarlo a abusar de su jesuítica formación y de su tomista erudición. José María Valverde, casi como le pasó a Unamuno con Cervantes, discrepa en todo momento con el paralelismo que Joyce pretendió establecer —y con notable éxito, por cierto— con la Odisea, así como de la propuesta de lectura que en 1920 le hizo por carta el exiliado irlandés a su amigo Carlo Linati, con un método explicativo para conocer la estructura de la novela —conocido como «Esquema de Linati»—; y que, además de Valéry Larbaud, canonizaría ulteriormente como guía de lectura y de interpretación del Ulises el naturalizado poeta inglés T. S. Eliot. En realidad, y en esto estoy con Valverde, creo que resulta un tanto forzada la relación que se establece en sus capítulos con los episodios de la Odisea, si no es para establecer la dolorosa dimensión que alcanzan los legendarios personajes homéricos y los mitos proyectados —Telémaco, Néstor, Calipso, Ulises…—, al alcanzar la vulgar proporción de lo humano.
El argumento de la novela, que no su meollo, no puede ser aparentemente más trivial ni tampoco más sencillo. La peripecia de esta etopeya urbana gira en torno a las sombras y los náufragos —ellos mismos lo son—, que se mueven por Dublín en torno al azaroso encuentro de Stephen Dedalus y Leopold Bloom; por lo que el interés de la novela no radica en su trama argumental, sino en la dimensión verbal que adquiere el tiempo en el logos de sus principales personajes. James Joyce sustituye en el Ulises la causalidad dramática, seguida hasta entonces por Stendhal, Balzac, Flaubert o Zola, pero también por Dostoyevski y Tolstói, por la causalidad temporal. Esto hace que muchos de sus lectores sigan casi obsesivamente el minutero del reloj que señala los pasos, con ritmo de metrónomo, de Stephen Dedalus y Leopold Bloom por los escenarios urbanos de la novela. Pero el tiempo en el que se mueve James Joyce dista de ser meramente exterior, para ensancharse en la mente de sus personajes hasta alcanzar dimensiones en su perspectiva temporal que recuerdan —desde otro ángulo distinto al explorado por Marcel Proust en La Recherche— la durée bergsoniana. Por eso, como magistralmente constató Jorge Luis Borges, refiriéndose al Ulises: «En un día del hombre están los días / del tiempo…». Creo que nadie ha escrito otra definición mejor sobre el alcance de esta novela.
A James Joyce y a Marcel Proust se les suele comparar permanentemente, por lo que es difícil referirse a uno sin que aparezca el otro como contrapeso de su obra. No deja de resultar curioso que dos de los grandes escritores del siglo XX hayan creado dos nutricios símbolos, para que los lectores comulguen con su escritura, con los que reflejar mejor que en cualquier tratado su modo de entender la literatura. Marcel Proust nos ha dejado una dulce magdalena y James Joyce un sangrante y humeante riñón de cordero. Así, para almorzar, parecen bastante incompatibles, como si uno tuviese que optar por una u otra literatura. Son muchos los antagonismos creativos y personales —como demuestra su decepcionante encuentro en el Hotel Majestic— establecidos entre estos autores cuyas obras lograron transformar para siempre el hecho literario. Marcel Proust precisa salvar un mundo perdido que naufraga ante sus ojos en las agitadas aguas del nuevo siglo, y para ello recorre un largo espacio temporal, en el que vemos crecer y envejecer, no solo a sus personajes, sino también a su principal narrador. Es una literatura explicativa, la prosa de un asmático, cuyas frases, como decía Joyce, terminaba antes el lector que el propio escritor. En cambio, aparentemente, James Joyce solo intenta describir las peripecias de sus personajes —Stephen Dedalus y Leopold Bloom, con Molly Bloom como telón de fondo y epítome— en apenas el trascurso de un día. La literatura del irlandés —su escritura— es netamente expresiva, por lo que Marcel Proust precisa de muchos días para salvaguardar una época, mientras James Joyce solo necesita un día para para vislumbrar los meandros del tiempo. Tal vez por ello, los admiradores del Homero irlandés asientan con cierta condescendencia a aquellos que afirman —siguiendo cierto chauvinismo francés— que la obra de Marcel Proust hace más inteligente a quien la lee, para a continuación aseverar con cierta ironía dedaliana que para abordar cualquier novela de James Joyce, especialmente el Ulises y Finnegans Wake, hace falta ser inicialmente inteligente.
Desde luego, el Ulises suscita pasiones, en su historia subyace el fervor contagioso por la literatura y las emociones desatadas de sus primeros lectores. ¿Cómo no recordar a Sylvia Beach y a su legendaria librería de lengua inglesa Shakespeare and Co.? Su emoción lectora del Ulises, así como su perseverancia para publicarlo, se ha trasmitido a la mayoría de los lectores de esta magna obra de la literatura universal como otra de sus escrituras encubiertas.
El Ulises puede interpretarse de muchas maneras, también como un libro generador, y no solo de innovadores procedimientos escriturales, entre los que sobresale el monólogo interior sublimado por Molly Bloom en el capítulo final de la novela, sino de novedosos planteamientos creativos que todavía se muestran vigentes en nuestra época. James Joyce crea un dédalo temporal con el dominio de su shakespeareano lenguaje, a través de un proceso escritural plurilingüístico, pluriestilístico y plurivocal. Pero como sucede con la palabra «encantamiento» en nuestro Quijote, en el Ulises también hay otra palabra que sirve de cedazo connotativo a todas las demás: «metempsicosis». Y yo me pregunto, ¿no será el Ulises una metempsicosis que no cesa de reencarnarse en sus lectores?
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Cuando se cumple el centenario de la primera edición de la obra de James Joyce, Galaxia Gutenberg ha publicado Ulises, traducido por José Salas Subirat e ilustrado por Eduardo Arroyo, en una edición con 134 ilustraciones a color y casi 200 en blanco y negro. Su publicación coincide con el centenario de la primera edición en París. La editorial neoyorquina Other Press se suma a la publicación en la edición inglesa.
Zenda ha ilustrado la reseña de Ricardo Labra con una de las ilustraciones de Arroyo
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Autor: James Joyce. Título: Ulises. Editorial: Lumen. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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