John Ford era un yanqui de Maine, con emociones sentimentales por la causa derrotada del Sur en la Guerra Civil, fenómeno histórico que le apasionaba y del que leía cuanto se publicaba, con especial predilección por Lee’s Lieutenants, un monumental tratado biográfico sobre los oficiales sureños que defendieron valientemente a la Confederación. Quizás ese homenaje sentimental a los hombres que combatieron por el Sur y que con frecuencia aparece en las películas de Ford le viniera de su naturaleza constitutiva de rebelde nato que le llevaba a enfrentarse con autoridades constituidas, con el puritanismo y la intolerancia en cualquiera de sus manifestaciones, y esa rebeldía procedía en buena medida de sus ancestros irlandeses, que le salía a borbotones en cualquier ocasión. Sus padres emigraron a Estados Unidos, como tantos otros compatriotas, huyendo de la pobreza, el hambre y un mañana sin futuro, pero conservaron íntegras sus tradiciones, la religión católica, nada beata, el folklore de canciones y leyendas, la animadversión a los ingleses y una muy profunda melancolía a menudo rayana en la ensoñación en la frontera de la depresión, las reuniones en las tabernas con canciones, tabaco, chismes y canciones, el respeto por la figura materna, el gusto por contar y escuchar historias fabulosas de sus gentes, la propensión por las peleas a puñetazos por cualquier minucia, los odios de clanes y tribus y el ingenio y el humor, un ingenio y humor de sabor celta y a veces indescifrable.
De esa feliz estancia durante el rodaje de El hombre tranquilo en Cong, cerca de las raíces familiares en Galway, a Ford le quedó la intranquilidad por volver a rodar en Irlanda y con su lejano primo, Michael Killanin, el futuro Lord Killanin, Presidente del Comité Olímpico, fundaron una productora, Four Provinces, con la que planearon filmar historias irlandesas. Solo rodaron una película en blanco y negro, The Rising of the Moon, de tres episodios, presentada por su amigo Tyrone Power, otro americano irlandés, que no funcionó en taquilla y que acabó sepultando ese proyecto.
Casi nunca se cita The Rising of the Moon cuando se habla de Ford. Nunca se estrenó en España y solo ocasionalmente se puede ver en televisión, y sin embargo es profundamente fordiana, una apasionada declaración de amor por Irlanda, sus gentes, su manera de vivir, su turbulenta historia; una película, o tres películas, rodadas con la extremada sencillez relajada de un maestro, con la pulsión entrañable del poeta que canta, como a menudo hacía su admirado William Butler Yeats, lo que le rodea, con emoción discreta y sin alharacas.
Tras los tres mediometrajes se ocultan tres magníficos literatos irlandeses, porque Ford, lector empedernido, conocía bien la literatura de su Irlanda. The Majesty of the Law es obra de Frank O’Connor, A Minute’s Wait la escribió Michael J. McHugh y 1921 o The Rising of the Moon es de Lady Gregory, la amiga y protectora de Yeats.
Los tres episodios son bien diferentes. The Majesty of the Law posse el perfume suave de lo que ya se está marchando de nuestras vidas, de la Irlanda que a fines de los 50 añora un mundo de druidas, moonshine (el temible alcohol destilado clandestinamente), las contiendas tribales nunca olvidadas, la solidaridad de los vecinos, los lazos de amistad prolongados de padres a hijos, las charlas alrededor de una taza de té o alcohol cerca de un fuego de turba…
El viejo hidalgo cervantino Dan O’Flaherty, interpretado por un exuberante Noel Purcell, debe ingresar en prisión por no pagar la multa que le ha impuesto un juez por agredir a un vecino, una pelea con raíces milenarias de clanes. Tiene dinero y los amigos quieren pagarle la multa, como también se lo ofrece la víctima, pero O’Flaherty camina orgulloso a la cárcel, donde le espera su amigo, el inspector Dillon, que se acerca a la casa del réprobo solo para que éste no se sienta conminado sin más por una lejana ley. Todo es reposado, como envuelto por una bruma tras unos tragos de moonshine, con el sabor de una conversación llena de recuerdos encubiertos y tradiciones jamás traicionadas.
En cambio A Minute’s Wait posee la vitalidad el caos irlandés ejemplificado en la parada, de solo un minuto, de un tren en una perdida y tranquila estación rural. El microcosmos humano, una especie de spin-off de los pequeños caracteres que pueblan el Innisfree de El hombre tranquilo, con la viveza de sus diálogos chispeantes de humor sardónico irlandés, su anticipación de un cierto absurdo tipo Beckett, otro irlandés trufado de ingenio; cada vez que el tren va a partir sucede algo que lo impide y, cuando al fin lo hace, un matrimonio inglés que va a una boda y que no entiende nada se queda en tierra. En la espera se conciertan bodas, se cuentan historias inacabadas de fantasmas, se evocan oscuros y humillantes recuerdos de antepasados del jefe de estación, se coloca una cabra en un compartimento de primera que deben desalojar los británicos, se carga en otro la cena de langostas del jubileo del Obispo o se festeja el triunfo de un equipo deportivo local, todo a un ritmo implacable, lleno de color local y poblado por maravillosos actores de carácter, personajes en sí mismos.
1921 o The Rising of the Moon posee en su base un sentido más dramático. Estamos en los Troubles, en la cruel rebelión de 1921, con los temibles Black and Tan a punto de ahorcar al joven líder nacionalista Sean Curran. La gente rodea la prisión rezando el rosario, un sargento uniformado de policía les vigila paternalmente, una conspiración para liberar a Curran que implica a unas falsas monjas sigue su curso. Pero el foco de Ford juguetea con ciertos impensables emplazamientos de cámara como si el torno de farsa, una representación teatral del Abbey Theatre, cuyos componentes pueblan el reparto, ayudase a comprender la ambivalencia del alma irlandesa, la de ese veterano sargento de policía irlandés que bajo el uniforme oculta un sentimiento indudable entre la compasión, el orgullo, el peso de la ley a la que le obliga el uniforme, tanto como lo que evoca cualquier recuerdo como el del cortejo juvenil a su esposa, que le lleva la cena y le reprocha que no haga nada por Curran.
El puesto de vigilancia junto al Spanish Arch, junto a los muelles, la presencia irritante de las patrullas black and tan con su cruel prepotencia tan British, la equívoca insinuación de su esposa, una autocita fordiana a El delator, por la extravagante recompensa, 500 libras, que se ofrece por la cabeza de Curran, le tientan, mientras sospecha de un derrengado cantante de baladas que vagabundea zumbón con un carro tirado por un burro. Hace frío y llueve esa noche irlandesa de ruido, farsa y lluvia, los pasquines de la recompensa con el rostro de Curran flotan en el agua sucia del puerto, un carguero norteamericano aguarda en la barra y en el corazón del veterano sargento resuenan los versos de una balada revolucionaria, «The Rising of the Moon».
Todo eso es la Irlanda reservada en el corazón de John Ford, una película para degustarla a solas y compartirla luego con los amigos con una Guinness, una porter o un trago de whisky de malta en la mano y una canción sobre un wild colonial boy en los labios, si es posible mientras afuera el viento sopla con fuerza en una noche oscura de esas que el pequeño Michaeleen Og Flynn pensaba que eran ideales para planear pequeñas traiciones con los amigos.
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The Rising of the Moon (La salida de la luna, 1957). Producida por Michael Killanin para Four Provinces. Dirigida por John Ford. Guion de Frank S. Nugent basado en el relato The Majesty of Law, de Frank O’Connor; y las obras A Minute’s Wait, de Michael J. McHugh, y The Rising of the Moon, de Lady Gregory. Fotografía de Robert Krasker. Dirección artística, Ray Simm. Vestuario, Jimmy Bourke. Música, Eamonn O’Gallagher. Montaje, Michael Gordon. Presentada por Tyrone Power. Interpretada por (The Majesty of Law) Noel Purcell, Cyril Cusack, Jack McGowran, Eric Gorman, Paul Farrell, John Cowley; (A Minute’s Wait) Jimmy O’Dea, Tony Quinn, Paul Farrell, Maureen Porter, Michael Trubshawe, Anita Sharp Bolster, Harold Goldblatt, Maureen O’Connell, May Craig, Godfrey Quigley; (1921) Dennis O’Dea, Eillen Crowe, Frank Lawton, Donald Donnelly, Dorren Madden, Maureen Cusfiack. Duración: 81 minutos.
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